domingo, 22 de noviembre de 2009

¡HUY!... ¡QUE MIEDO!


Al contrario de lo que yo creía, los humanos, tienden a agruparse y a formar parte de familias donde apoyarse. Por si solos, son débiles e insignificantes y es imposible que una voz sobresalga de entre las demás. No sin el soporte de un colectivo que la elija como portavoz.

A veces hay actitudes que destacan y que hacen desmoronar costumbres que parecían inamovibles. Y lo digo porque cerca de aquí, en esta misma calle, esta pasando algo que mantiene en vilo al sistema asociativo de la ciudad y produce terror en los despachos del consistorio.

La verdad es que es algo tan sencillo que resulta pueril por su simplicidad.

En ese lugar, un pequeñísimo grupo de comerciantes de los sectores más variopintos, se han agrupado para trabajar en un proyecto nacido de la necesidad.

Si repasamos la historia veremos que siempre existieron gremios, asociaciones, sindicatos y colectivos y los comerciantes creaban su propios mercados donde ofrecer una mayor oferta y así recibir más afluencia de compradores. En las ciudades, diferentes comercios aúnan esfuerzos para montar campañas conjuntas que llamen la atención de los paseantes, pero la cosa se complica cuando la ciudad es, digamos, razonablemente grande, pongamos doscientos cuarenta mil habitantes, y por lo tanto sus dimensiones urbanísticas hacen que la mayoría de promociones se diluyan o solo sean perceptibles en zonas reducidas, sin ninguna proyección real sobre los consumidores. Eso lo saben los comerciantes que pagan de su bolsillo los gastos de producción de los eventos, entidades como La Cambra de Comerç, la Regiduría de Comerç del Ayuntamiento y el Direcció de Comerç de la Generalitat. Y lo saben porque camuflado con una sudadera y gafas de sol, acompañé al quiosquero en todas sus visitas a los despachos donde se cuecen las normas que regulan, permisos y subvenciones.

Si soy yo quien les asusta, puedo entenderlo, después de todo soy un ser del inframundo. Lo que no entiendo es porque se ponen a temblar cuando el quiosquero y sus compinches exponen lo que están haciendo. En todos esos santuarios, del poder económico, se echan las manos a la cabeza, no se si por incredulidad o porque ven venir un alud de trabajo.

Todos esos especialistas no pueden evitar entusiasmarse con la idea pero son incapaces de enfrentarse a lo que se les viene encima y siempre acaban lavándose las manos, aunque en petit comité alientan a los emprendedores a seguir por el mismo camino. Eso si, sin su ayuda.

En el fondo, solo es miedo a la competencia, a perder apoyos políticos, a ser el primero.

En una ciudad como esta, con los años, se han formado diferentes asociaciones, algunas pequeñas y desestructuradas, otras con un gran número de asociados. Otras en el centro histórico, unas pocas, aunque importantes, en ciertos ejes donde existe concentración de establecimientos y todas financian sus actividades a base de cuotas y derramas, más las subvenciones de organismos públicos. Esto provocaba un ejercicio de confusión en el momento de repartirse el territorio y de otorgar subvenciones a proyectos ridículos y abocados al fracaso. Así que se reorganizaron para formar una federación ¡ALELUYA! Aquello liberaba, a los verdaderos organismos gestores de la economía, de decisiones incomodas y mucho, mucho trabajo. En lugar de estudiar una veintena de propuestas, ahora solo tenían que negociar en términos generales.

Si las asociaciones estaban federadas quería decir que ya tenían interlocutor y por lo tanto, representante, lo que facilitaba mucho las decisiones. Ahora ya solo había un presupuesto que la federación administraría y repartiría.

Pero seguía existiendo un problema del que nadie se percato. Los miembros de la junta que formaban la federación, lejos de ser auténticos gestores, también pertenecían a otras asociaciones vinculadas a sus propios negocios y por tanto a sus propios intereses y bajo ese prisma pronto afloraron rencillas, autoritarismos y falta de eficacia.

Entonces ¿Dónde estaba el problema? Se habían echo todos los pasos para que el sistema funcionara, pero era un verdadero desastre. Podría ser que el autentico fallo estuviese en el concepto, en la base.

Por lo que yo he visto, vosotros, humanos, sois tan egoístas como nosotros, que podemos enzarzarnos en crueles combates por defender el callejón donde cazamos. Igual que hacéis en vuestras ciudades marcando territorios y fronteras. Acotando espacios y compitiendo entre vosotros. Tendríais que daros cuenta de que las ciudades son organismos vivos que se reinventan y transforman y que los clientes solo son fieles a sus intereses.

Todo era un engaño, el hecho de crear entidades que aúnen esfuerzos solo tiene sentido si se trabaja en un único proyecto. De lo contrario todo es una farsa. Y los que lo consienten, con el dinero público, unos irresponsables.

Una idea tan sencilla que asusta. Pero el quiosquero y sus secuaces siguen aferrados a su propuesta y poco a poco otros comerciantes se interesan por su discurso. Las entidades que se habían librado de responsabilidades corretean por los pasillos hablando en voz baja de aquellos tarados que van de listos y han roto todos sus esquemas. Comentan el poder de convicción de un discurso llano y eficaz. El derecho a la libre elección. A la abolición de fronteras. A la valentía ante la competencia.

Estos descerebrados predican que no importa en que barrio tengas el negocio ya que pertenecen a la ciudad y por tanto pueden aliarse con quien les apetezca, este donde este ubicado el establecimiento.

Trabajan bajo una misma marca, que esperan que con el tiempo les de el prestigio y dignifique sus negocios y ponen en manos de profesionales la gestión, el marqueting, la logística bajo una sola directriz. Somos parte importante de la ciudad y queremos que se sepa.

El despego es el primer paso para avanzar, desprendiéndose de perjuicios.

Los amigos de mi amigo se plantaron en la Generalitat y con toda la chulería del mundo le dijeron a la actual Directora de Comerç que estaban hartos y que ahora harían las cosas a su manera y que el departamento de Justicia de la Generalitat les daba el consentimiento. Desde ahora se abolían los territorios y la necesidad de posesión y se daba carta blanca a la libertad empresarial de aquellos benditos autónomos. Nadie restringiría sus movimientos ni volvería a limitar sus expectativas.

Y así, sin pedir permiso, dejan que el virus de aquella locura arraigue en cualquier punto de la ciudad y siguen promulgando el potencial de la unión.

El resto de asociaciones, empecinadas en conservar su trocito de ciudad, no se dan cuenta de que se consumen en la endogamia y así le siguen el juego a las instituciones de las que dependen.

Hay mucho que contar, muchas conversaciones entre bastidores que sacar a la luz, pero habrá tiempo para eso y mucho más.

martes, 10 de noviembre de 2009

EL DESEO


Después de tanto tiempo ya estaba contagiada del mal humor que destilaba el quiosquero en el alambique de su estómago. Trabajar siete días a la semana, no es sano y por algún sitio tiene que salir tanta porquería.
Decidida a airearme, desplegué las alas y me largué a rondar por la ciudad volando sin rumbo, atravesando avenidas y planeando sobre los edificios más altos hasta que serené mi ánimo.
Cuando los músculos empezaron a dolerme bajé al suelo para mezclarme con los transeúntes y aprovechar que era hora punta y las calles estaban repletas, lo que me permitía tener una perspectiva tridimensional de los humanos.

Caminando entre ellos, como uno más, sus pensamientos me golpeaban y mi intención de tomarme un respiro se desvanecía con rapidez.

Al fin comprendí que aquellos seres vivían en permanente estado de agobio y que siempre había alguna razón que les preocupaba y les producía ansiedad. La inseguridad les perseguía y como su sombra se aferraba a sus talones limitando sus pasos.
Yo ya se que nadie escucharía a una gárgola, y que mucho menos iba a aceptar un consejo de un engendro de grifo, pero alguien debería llevarles el mensaje de que su mayor enemigo es su propio deseo.

Sois los únicos pobladores de la tierra que fabrican su propio destino y aún así nadie disfruta de ese privilegio y siempre piden más, siempre desean más, siempre aspiran a más.

Despojarse de ambiciones no es fácil, pero si medicinal. Equilibrar el ahora, el instante preciso he irrepetible, puede saber a poco, aunque, si se medita, es lo único que importa.

En los negocios no se actúa así y la falta de proyecto es sinónimo de fracaso y cualquier técnico de márqueting echaría a los leones mis argumentos.
Lo cierto es que una persona que busque esa armonía individual podrá comprobar como las cosas se enderezan y discurren con naturalidad. También en el trabajo los caminos se vislumbran más nítidos y se esta más atento a las oportunidades.

Un proceso de desapego que implica la eliminación del deseo exige menos esfuerzo del que se piensa. Sin deseo no hay desengaños ni frustraciones y eso debería bastar para elevaros un peldaño hacía la serenidad de espíritu con la que tener una visión más clara frente a cualquier situación.

Os invito a disfrutar de la maravilla de una fracción de segundo, de un minuto, de una hora o si podéis de un día completo en el que no hagáis ningún plan ni busquéis soluciones que sabéis no están en vuestras manos y limitaros a vivir, como un gárgola, sólo contemplando.

Horas más tarde regresé al quiosco contento de ser un monstruo capaz de convertirse en piedra.

lunes, 2 de noviembre de 2009

LA VENTANA



En el dojo, el maestro zen, reunió a sus alumnos para una de sus clases de iniciación al Tao. El ejercicio consistía en la meditación y relajación como camino al conocimiento propio. Pero los jóvenes principiantes estaban desorientados y no eran capaces de mantener la concentración. Sus pensamientos se dispersaban llevándoles, por un torrente desbocado, hacía una confusión mayor.

El maestro les decía que, para encontrar la serenidad y con ella la luz que les guiaría, debían dejar sus mentes en blanco, pero, inexpertos como eran, ninguno era capaz de refrenar sus emociones, borrar lo que les inquietaba y dejar fluir las respuestas.

Uno de los novicios, angustiado porque el tiempo pasaba y no conseguía centrarse, decidió preguntar a su maestro.

—Maestro, decidme ¿En que puedo meditar?

El monje montó en cólera y vociferando como un loco agarró al muchacho por el kimono y lo arrojó por la ventana sin contemplaciones. Luego saltó tras él para aterrizar sobre su pecho, inmovilizándolo.

— ¡Pero, maestro!—gimió el alumno conmocionado— ¿Por qué me golpeáis?

—Ahora—Contestó el monje muy serio—ya tienes algo sobre que meditar— Y sin más entró en la clase.

El quiosquero me miraba con cara de pocos amigos y no parecía que mi historia le hubiese gustado mucho. Resoplaba, anudando con un cordel, los últimos paquetes con la devolución de publicaciones que no había vendido. Unos cuantos quilos de papel que se amontonaban a nuestro alrededor.

Desde que estoy realquilado en casa de este señor, días duros como el de hoy ha habido muchos. Días en que el reparto llega tarde, en que los albaranes no cuadran, en los que proveedores te tratan con vehemencia y en que los editores deciden bajar el precio de un determinado título.

No es bueno aferrarse a las cosas, ni a los hábitos. Hay que saber reaccionar, encontrar el camino, reflexionar. Y si el cambio lo requiere, sacrificar.

Para mí, estaba claro. A mi amigo lo lanzaban por la ventana ocho o nueve veces al día y si rechistaba le pateaban el culo.

A veces me recordaba al herrero que se irritaba al ver pasar los primeros automóviles, o al alfarero, cuando le explicaban en que consistía una reunión de tupperware.

No hace mucho existían vaquerías en las ciudades y se iba a buscar el hielo en cubos de zinc y en la calle ¡teníais que encontrar un teléfono público para llamar a vuestras casas!

Por cada vuelo al vacío, atravesando la ventana, yo veía un aviso o mejor una advertencia. Las gárgolas somos buenas aterrizando pero ¿y mi consorte? ¿Aguantaría tanto vapuleo?

Yo esperaba que la historia del monje calara en aquel cerebro embotado por la falta de sueño y comprendiera que aquella situación no la remediaban unas cuantas tiritas y unas vendas. Que los moratones se superponían en su piel y las pomadas ya no hacían efecto. Y él, ya no estaba para esos trotes.

En este negocio hay muchas ventanas. Todas abiertas al vacío.

¿Alguien se imagina a un chaval de quince años, leyendo prensa, dentro de diez? ¿Cuanto hace que instalasteis Internet en vuestros hogares?

Cuando alguien os contó como piratear música, cine, series, libros, programas informáticos desde vuestro ordenador ¿Le creísteis?

Haces compras desde casa y pagas sin ni siquiera abrir la cartera, o reservas viajes o buscas amigos. ¡Pero si hasta os enamoráis por sms!

Los que saben de verdad como va el tema, cada día, abren una nueva ventana y cada vez en un piso más alto. Ellos saben que pronto habrá que tirar a muchos de sus vasallos por encima del alfeizar.

Pero no son tan malos, ellos, como el monje, te invitan a la reflexión sin sutilezas, con un mensaje claro. —Los tiempos cambian y con ellos los hábitos de la gente. Distribuir información en un punto de venta, es un atraso. No nos queda otra que apuntarnos al carro y cambiar nuestros objetivos— Aunque mientras dure el proceso conviertan, a los tradicionales quioscos, en bazares donde se pueda encontrar cualquier cosa, a precio regalado. —Y si el tío del quiosco se queja, lo tiráis otra vez por la ventana ¡Haber si esta vez se entera!—

Cuando el quiosquero se marcha a su casa, yo me encaramo al rotulo luminoso y sigo observando, escuchando, vigilando y me pregunto:

En todo este embrollo ¿Alguien le ha preguntado a esos retoños de humano de quince años que pasaría si no existieran las revistas? A mi me da la impresión que después de un breve lapso de tiempo, la rabieta, se les pasaría y no tardarían en buscar sustitutos. De echo no creo que este entre sus prioridades. Tienen móvil, mp3 e Internet. Tienen el mundo en sus manos y además financiado por sus progenitores ¡Para que coño necesitan una revista!

Os lo digo, desde lo alto se ven muchas ventanas abiertas.