viernes, 10 de septiembre de 2010

LAS REGLAS DEL JUEGO



"A la memoria de todos los quiosqueros que se han visto forzados a cerrar sus negocios por no poder elegir un servicio adecuado a sus ventas."



En aquel sótano del barrio viejo de la ciudad, la humedad espesaba el aire intoxicado por las volutas de humo de habano que alguien saboreaba.

Cuando llegamos, mi padrino, se limitó a mostrarme una silla vacía frente a una mesa desnuda. La débil luz de la lámpara colgada sobre los muebles no llegaba a descubrir los rincones de aquel antro, pero bastaba para dibujar el rostro de un hombre silencioso que esperaba sentado en otra silla, al otro lado de la mesita.

Al fondo, desafiando la penumbra; brillos, sonidos y sombras que se desplazaban me confirmaba que había más gente que me observaba, pero al no verlos con claridad, me parecía un enorme monstruo con varias cabezas y múltiples brazos que se agitaban nerviosos.

Mi anfitrión puso su mano sobre mi hombro, sin afecto e hizo un gesto para que me sentara. Al hacerlo, el rostro del otro implicado quedó a la altura de mis ojos y nos miramos con curiosidad escudriñando más allá de las pupilas. No nos conocíamos, jamás nos habíamos visto pero en ese instante yo supe de él, y él de mí y nos comprendíamos sin lagunas, llegándonos al alma el uno al otro con un lazo perpetuo.

Un objeto entró en escena, algo negro, duro y metálico que dejaron sobre la mesa. El revolver había quedado con el cañón apuntando hacía mi pecho con un mal presagio poniendo a prueba mi temple. Respiraba nervioso, el momento se acercaba y aunque los acontecimientos se precipitaban, todo parecía pasar con lentitud, fraccionado como en los sueños.

El responsable del tugurio explicó con voz pausada cual eran las reglas de juego, y su voz rasposa y profunda, produjo un leve eco en la estancia.

Antes de que las circunstancias me llevaran a aquella situación de oscuro final, un tipo como yo, jamás pudo pensar en verse envuelto en tan terrible paradigma. Fueron los malos tiempos los que me arrastraron hasta aquella inusual escena. Meses de mala racha, medidas desesperadas que no solucionaron mis problemas, callejones sin salida que me conducían como en un laberinto en el que se ha olvidado el camino de vuelta hicieron que ahora me sentase frente a un desconocido que encontró otro laberinto que no supo descifrar. Y ahora, los dos, en silencio, escuchábamos las últimas palabras que enumeraban las reglas en las que se basaba el espectáculo de aquel circo romano.

En realidad, no hacía falta saber más que se trataba de: él o yo, del azar y de tenerlos muy bien puestos. Si todo salía bien, podría dejar el sótano y seguir con mi vida durante algún tiempo. Hasta el próximo encuentro.

Saber que mi oponente era quiosquero, como yo, que sus motivos eran parecidos a los míos y que lo que pasara aquella noche afectaría a sus allegados fuera cual fuera el destino que eligiera el proyectil del revolver, no me ayudo a empatizar con el tipo. La decisión estaba tomada y ya era tarde para echarse atrás.

Lo más sórdido de la velada era intuir como los espectadores se frotaban las manos y mostraban los dientes con grandes sonrisas de satisfacción. Ellos dirigían aquel teatro de títeres de abyecto libreto, donde solo sabían representar tragedias. En sus manos estaba la elección del bufón de turno que les distrajera la velada, quitándose dos problemas de una sola vez. Por un lado tenían un quiosquero menos y por el otro a un quiosquero acojonado que resultaría aún más sumiso. Ellos tenían tiempo y recursos para minar la moral de aquellos miserables con continuos avisos sobre sus intenciones. Hacía tiempo que ya no necesitaban una red de distribución como antaño, ahora les sobraban colaboradores. Así que idearon una fórmula de desgaste, acortando plazos de pago, obligando a asumir lotes de género obsoleto y rebajando comisiones con el fin de hacer inviable la gestión de sus subarrendados. De esa forma, con la paciencia de los lobos, desgastaban la moral de los elegidos sin tener que entrar en conflictos legales y dar explicaciones de cual era su intención real.

Si a pesar de todo, el quiosquero se resistía y seguía luchando, cumplía con los pagos, se mantenía callado y se aferraba a los contratos firmados, unos hombres de traje gris, le visitaban cuando estaba a solas con un ultimátum que debía zanjar la cuestión.

 Por cabezón, te has ganado el derecho de disfrutar de nuestros servicios, unos meses más.- Le decían sin quitarse las gafas oscuras ni aun dentro del local - Lo malo es que en esta zona sois demasiados y a nosotros con un solo vendedor nos basta, así que tendrás tu oportunidad, eso si tienes redaños.

Entonces le explicaban, de que trataba el juego, una trampa vil donde ellos no se ensuciarían las manos y que abocaba al desgraciado a una lucha final por su bienestar.

Enfrentándose a un semejante, en la penumbra de un lugar incógnito, en un combate desesperado por la supervivencia, la fortuna decidiría quién seguía adelante y quién no.

Para los capos aquello era un divertimento, al día siguiente celebrarían tener una preocupación menos que perturbara su rutina y con despreocupada malicia mandarían a los hombres de traje gris a visitar al nuevo candidato que amenizara sus noches de desenfreno. Tenían de sobras donde elegir y les convenía hacer limpieza, liquidar sus cuentas minimizando sus perdidas. Haciendo que otros se la jugaran por ellos.

Era mi turno, con mi garra de gárgola, sujeté la pistola y amartillé el percutor apoyándome el cañón en la sien. O él, o yo. En aquel barrio solo debía de quedar uno.

2 comentarios:

BANDOLERA dijo...

Pues eso... Te lo dejaré en ADI.

BANDOLERA dijo...

¿No se puede poner genial 100 veces?????