viernes, 11 de junio de 2010

SUPER STARS



Cada cierto tiempo, una nueva estrella fugaz se deja caer por el quiosco. Son esos clientes que un buen día entran en el local y con sorpresa comentan que no conocían nuestra existencia y eso que habitualmente pasan por nuestra calle.

 Este año cumplimos catorce, siempre en el mismo sitio- Les deja caer el librero para que tomen consciencia de que ya está curado de espantos y nada le sorprende.
 Es que yo vivo una calle más allá y siempre compraba en la librería de más abajo de mi casa, pero...

¡ALERTA!, a este/a lo veo venir y podría dictar las frases que me va a soltar a continuación, palabra por palabra. Primero me contará que en el otro establecimiento encargo una colección y que le dejaron a medias, que los dueños son muy antipáticos y que les pides que te guarden prensa y promociones y ellos pasan de todo, y que no saben tratar con los clientes, que son los que les dan de comer. Luego comentarán lo “chulo” que es nuestro local y que le encanta todo lo que tenemos expuesto, alabando el buen gusto para escoger artículos y lo bien que lucen en las estanterías.

¡MIAU! ¡MARRAMIAU!, esto no me da buena espina, hace años que conozco a los otros libreros y se que son buena gente. Por alguna razón, los clientes SuperStars, piensan que somos competencia y por lo tanto no debemos relacionarnos, por eso le resulta fácil despotricar de nuestros colegas de gremio ganando puntos con sus halagos y lisonjas dirigidas a nuestra persona.

El siguiente paso siempre es el mismo. Se aprovisionan con algunas revistas, menudean por los estantes, preguntan y reclaman atención. Contestan a interminables llamadas de móvil, monopolizan el mostrador y se entrometen en las conversaciones iniciadas por otros clientes.
Después de pavonearse durante un buen rato sobre sus numerosas virtudes, aclarándonos que ella es una persona muy educada, con muchas responsabilidades y una vida plena, aunque complicada, por fin se decide a marcharse dejando un magnifico destello de su potencial como estrella divina.
Al comunicarle, con prudencia, el importe de los artículos que alegremente a diseminado por el mostrador se sorprende de que varias revistas mensuales de moda, una de salud y otra de cocina más alguna que otra bagatela, sumen casi veinte euros.

 ¡Huy!, me parece que no me llega, bueno ésta y ésta me la guardas, que ya pasaré mañana. Por cierto, este fin de semana ¿Podría guardarme la promoción de vídeos que saca el periódico? Es que yo me marcho fuera pero me interesa mucho esa peli, ya pasaré a recogerlo durante la semana ¡Es que voy de culo!... Pero tú me lo guardas, que yo paso seguro.
 Bueno, yo se lo apunto, pero recuerde que la prensa no la guardamos más de dos semanas.
 Nada, nada, no te preocupes, que si yo encargo algo, seguro que paso. ¿Vosotros recibís la colección de...? (Cualquiera). Es que también la estaba haciendo en la otra librería pero como no me la traen prefiero venir a buscarla aquí. Apúntame. - Luego con gesto seductor se acerca un poco más y vuelve a apoderarse de las revistas que iba a dejar en depósito y suelta la bomba. - ¿No te importa apuntármelas? Es que tengo un viaje en ciernes y así tengo algo para leer. Cuando venga a recoger lo del domingo, te pago.

¡Lo sabía!, ¡es un/a SUPERSTARS!, su fulgor ciega mi entendimiento y me lo como con patatas. Servilmente, tomo nota de todas sus peticiones y apunto la deuda en la libreta de “pendientes” que ya empieza a tener cifras fechadas hace meses y que nunca se borrarán de la lista. Cuento hasta diez, respiro a intervalos para no sulfurarme y despido al nuevo cliente lo más cordial que el cabreo me permite. Solo queda esperar que cumpla con su palabra y vuelva. Por lo menos a liquidar su deuda.
Lo malo es que, al principio, vuelve. Abona sus cuentas, realiza encargos y reservas, pide ejemplares atrasados y se hace íntimo amigo nuestro, pues está encantado de como le tratamos. Pero siempre deja un rastro en la libreta negra. Importes pequeños, a veces, otras se deja ir y la cifra ya mosquea.
Poco a poco su nivel de exigencia crece junto con su resplandor divino y al mínimo contratiempo, como puede ser recordarle que tiene revistas guardadas sin recoger, o alguna cuenta sin pagar, su actitud se torna agria y prepotente convirtiendo la situación, que solo una SUPERSTAR puede provocar, en incómoda y el hecho de reclamar seriedad en nuestro intercambio comercial fuera ofensivo para él, que es EL MÁS MEJOR, y nos ha bendecido con la elección de nuestro local para sus compras.

Me dice la Gárgola al oído que, si quiero, le saca las tripas de un zarpazo y que luego podemos colgar su despojo en la fachada para ahuyentar a nuevas Stars, pero yo lo apaciguo y le digo que ¡eso no se puede hacer! y que hay que apechugar hasta que sea posible. Le presto mis gafas de sol para que sus pupilas no sufran con los destellos de la Estrella cuando cruza la puerta y le inyecto a escondidas una dosis doble de válium que contenga sus instintos.

Al final, todo es inútil. De nada sirve nuestro buen hacer, nuestra paciencia y delicadeza. El/la SUPERSTARS siempre acaba montando el pollo, o desapareciendo sin dar opción a borrar las últimas cuentas de la libreta de morosos, o abandonando reservas y colecciones sin posibilidad de retorno. Su fulgor se desvanece tal y como apareció, como un cometa vertiginoso y helado que arroya lo que encuentra en su camino.
Hoy debe brillar en otro quiosco, hablando mal de mí y de la gárgola, a otro colega mosqueado y que ve lo que se le viene encima. Durante un tiempo, igual que una supernova explotara diseminando su divinidad hasta chamuscar las energías de su nueva víctima. Hasta que, como el cometa, siga errante su camino.