miércoles, 28 de julio de 2010

EL MISTERIOSO CASO DEL QUIOSQUERO DESAPARECIDO



El precinto policial fijado en la entrada del local alertó a los vecinos de que algo malo estaba pasando en la librería del barrio.

Varios vehículos de policía y una ambulancia con las sirenas mudas cortaban el acceso al tráfico y un cordón de hombres uniformados mantenían a los curiosos a una distancia de seguridad. Aquella madrugada, la gárgola, llegó de su ronda nocturna y por primera vez se encontró con la persiana bajada, cerrada a cal y canto. El librero no había abierto a su hora y tampoco respondía ni a los golpes en la persiana, ni a las voces de su amigo. Los minutos pasaban y después de agotar las posibilidades que se le ocurrían para aquel hecho tan extraño, decidió que lo mejor era dar parte y ponerlo en manos de profesionales.

Nadie sabía donde estaba el quiosquero, sin duda, había desaparecido.

Lo más extraño era que, cuando forzaron la entrada con palancas, comprobaron que el local estaba cerrado por dentro con pestillos y que eso solo se podía hacer desde el interior.

La primera inspección sirvió para cerciorarse de que allí no había nadie, aunque estaba todo revuelto y desordenado. Fue un registro rápido, pues un cuerpo ocupa lo suyo y aquello tenía pocos metros cuadrados. Así que llamaron a los forenses para que revisaran posibles pistas que esclarecieran aquel enigma, mientras los agentes interrogaban a la gárgola. A falta de mayordomo, el culpable seguro que es el más feo por eso el monstruo alado tenía todos los puntos.

Pronto se desmontó el supuesto pues comprobaron la coartada de la gárgola y los porteros de la disco de moda corroboraron que estuvo toda la noche de copas, hasta que cerraron.

Los agentes especializados, desplegaron su instrumental y empezaron con su análisis. Tomaron muestras aquí y allá, y fotografiaron cada rincón mientras otros revolvían los papeles y facturas guardadas en cajones. El especialista informático intentaba desencriptar la clave de acceso en el ordenador y el inspector al cargo de la operación resoplaba perplejo ante el enigma que se les planteaba cuando algo llamó su atención en una repisa de la estantería donde se acumulaban archivadores y unas bandejas con documentos.

Un resplandor azulado fluctuaba en el fondo de una caja de uno de sus estantes. Era una luz energética, pulánte que creaba una leve vibración a su alrededor.

Con precaución, el agente, se acercó midiendo sus pasos. El zumbido aumentaba cuanto más cerca estaba y el brillo se tornaba más hiriente así que se protegió los ojos alzando la mano.

 ¡He!, Tú. Gárgola ¿Qué coño es esto? - Gritó autoritario al desconsolado monstruo que esperaba en un rincón.
 Es la caja de los cupones.
 ¿La qué?
 Ahí guardamos las cartillas y cupones que recortamos de los periódicos. Ya sabe, lo de las "promos" de todos los cachivaches que vendemos con la prensa.
 Ya... cupones. Algo inofensivo ¿no?
 Según como se mire.- Contesto la gárgola.
 ¡Lo tengo!, - interrumpió el informático- estoy dentro.

Minutos después los ojos expertos del técnico localizaron un icono en la pantalla y pulsó el botón del ratón para activarlo. Un archivo de vídeo se maximizó en el monitor. El rostro del quiosquero, con gesto estático había sido capturado por la webcam y miraba a los ojos de los inspectores.

 ¡Dale al play de una vez!

El vídeo avanzó y tomó movimiento, pronto el quiosquero empezó a hablar.

"Hoy es lunes, día de recontar los vales y cupones de esta semana que ha sido especialmente complicada.

Algún día me he visto obligado a recortar un cuarto de página del diario para que el cliente pudiera llevarse el tenedor, el yoyo, el corsé, y la reserva de un colchón de agua. También ha sido especialmente prolija en vales de suscriptor. En muchos casos de clientes que nunca habían visto y que nunca volveré a ver. El miércoles llegaron cartillas de la promoción para unas piernas ortopédicas y los que las trajeron tampoco eran clientes míos. Seguro que conseguían los cupones en algún bar o en su oficina. El caso es que ha sido un acierto de la editorial y la gente se ha volcado con esta promoción. Dicen que la próxima será de unas cartillas con las que te regalan un trasplante de órganos y un coleccionable de narices de quita y pon.

Confieso que estoy asustado, llevo horas clasificando y recontando las estampitas y tengo una extraña sensación. Conforme las voy acumulando una extraña energía hormiguea en mis extremidades y los oídos empiezan a zumbar.

Sé que algo malo va a pasar, por eso me decido a gravar él cuadre final para que quede constancia de lo que suceda y si lo que me estoy temiendo acaba por cumplirse, podáis entender a que me enfrento.

Este es el último cupón del recuento, el que lleva un "suspensorio" con el escudo del Barça.

¡Que sea lo que Dios quiera! "


El hombre del vídeo se levantó y por un momento desapareció del encuadre, luego se le veía como dejaba caer el papelito en la caja de la estantería y de repente una explosión luminosa cegó la pantalla dejándola completamente en blanco. Cuando la imagen se recompuso, el quiosquero ya no estaba.

Los policías estaban atónitos, pero para la gárgola no había ningún misterio. Ya sospechaba que algo así había pasado. Pues cada vez era más evidente que aquel sistema al que obligaban a los vendedores tendría consecuencias funestas.

Tal acumulación de justificantes de venta, cartillas, fichas de reserva y vales de suscripción, llegaron a su masa crítica y el último, el del suspensorio, colmo el límite colapsando la materia para crear un agujero negro que absorbió al pobre quiosquero.



La potencia de la materia compactada superaba cualquier expectativa. Todo lo que estaba cerca era atraído hasta su centro, añadiendo más masa y gravedad y nada podría detener su expansión. Solo cuando la presión que ejerza sobre si misma la colapse se liberará la energía que acumula.

Pero ya nunca recuperaremos al viejo quiosquero.

lunes, 12 de julio de 2010

TAMBIEN LAS GUAPAS SE TIRAN PEDOS, Y LOS LISTOS TAMBIEN CUENTAN CON LOS DEDOS



TAMBIEN LAS GUAPAS SE TIRAN PEDOS, Y LOS LISTOS TAMBIEN CUENTAN CON LOS DEDOS
(de una canción de Los Violadores del Verso.2006)


Como soy la gárgola, seré la guapa.

Para el papel de listos, escojo a los editores.

En esta historia, los personajes NO son ficticios, y está basada en hechos reales.

Sucedió no hace muchos años, en una población en plena expansión urbanística. Su consistorio, se enorgullecía de que los mencionaran en los telenotícias, como la ciudad con más crecimiento inmobiliario de este país, mientras los ciudadanos, que se empadronaban en masa, eran en su mayoría emigrantes que se acomodaban en el sector de la construcción.

La burbuja estaba apunto de estallar. Y nadie calculó sus consecuencias.

Por aquella época, las editoriales, asustadas ante la llegada aplastante de nuevas tecnologías, pusieron a trabajar a sus encargados de marquetig (Que nadie olvide que la mejor definición para esa palabra, marqueting, es la de La Capacidad de Crear una Necesidad), que se pusieron a cavilar una solución, para que los consumidores siguieran encontrando atractivo su producto. Y acabaron contando con los dedos. No sabiendo como dar contenido y modernidad a un sistema tradicional, se limitaron a rebajarlo de categoría, apoyándose en bagatelas, que humillaban al contenido editorial de sus redactores. Y cuando eso dejó de funcionar, se limitaron a rebajar el precio de los complementos y a aumentar la variedad de estupideces que se obsequiaban con su producto. Ya nadie se extraña de que la gente tire el periódico, que acaba de comprar, en la primera papelera que encuentre al salir del quiosco. Total, lo que de verdad le interesaba, era él articulo promocional de turno.

¿Y el contenido de la publicación?, La verdadera esencia de cualquier cabecera que se precie.

Y el trabajo de profesionales que desean generar opinión, informar y ser la voz de una tendencia, ¡A quién le importa una mierda!. Bueno supongo que a quién escribe los artículos, o monta guardia cámara en mano.

¡Qué listos y que pragmáticos! ¡Qué faltos de imaginación!

Contar con los dedos, en la era cibernética, tiene su guasa. Por si no se han dado cuenta todavía, la técnica del regalo ya pierde su fuelle, humilla y prostituye la propia esencia de las empresas, para las que diseñan tan ingeniosas campañas.

Ahora, en mi ciudad no solo no se construye, sino que, además hay miles de pisos vacíos en venta y otros muchos con ordenes de embargo. Cada vez hay menos trabajo y menos dinero circulando en los comercios. En otro tiempo, la voz que alertaría y transmitiría este declive, partiría, sin duda, de una editorial, que recogiera la opinión e inquietudes de las gentes. Hoy te regala un vídeo de Paco Martínez Soria, o una sombrilla para la playa, para justificar sus ventas.

La gente ya no confía en los editores, son como magnates de artículos de importación y compiten con los bazares chinos.

¡Que alguien les regale una calculadora! Contando los pies, solo tienen veinte dedos cada uno.

En esa misma época, la gárgola, tuvo un presentimiento y en su visión alertó a otros colegas del sector de los malos tiempos que se avecindaban. Unos, los que llevaban más tiempo, le dijeron que no se preocupara, que los altibajos en este negocio eran cíclicos, pero que no pasaba nada. Los diarios siempre existirían. Otros compañeros ya cerraron su negocio hace meses, frustrados por no poder aguantar la presión de los propios editores.

Y yo, el más guapo, el profeta de los malos tiempos, sucumbiendo ante mis propios miedos. Arrastrado por la inercia, seguí adelante, siempre husmeando el horizonte, por si veía una salida segura que me permitiera un cambio de orientación, pidiendo consejo a listos que cuentan con los dedos, planeando reformas, haciendo planes. Hasta que solté un terrible pedo.

Mal momento este, para cambiar de planes. Sin alternativas ni ideas que renueven mi negocio, porque lo que yo vendo ya no interesa, y en mi ciudad, la sobreoferta comercial, los cambios urbanísticos y la economía en declive, agarrotan mis ideas hasta embarullarlas de tal modo que no encuentro el hilo del que tirar.

Algo huele mal a mí alrededor, y debo de ser yo. Porque no se como salir de esta mierda que poco a poco me engulle y merma mi patrimonio.

Los listos, la cagaron, y la guapa, se dejó arrastrar en vez de salir huyendo perdiendo así su oportunidad.

En mi tierra le llamamos fer un pet o lo que viene a ser lo mismo; ha llegado al límite, kaput, es una cuestión de meses, tal vez de un par de años pero el final está claro. En algún momento tengo que tomar la decisión de dejar de vender prensa, pues exige demasiado y apenas me aporta beneficios.

La gárgola guapa, aprendió a contar con los dedos, de la mano de los genios que inventaron el sistema de cupones y cartillas, y eso le ha producido una gran úlcera estomacal que ahora requiere un tratamiento urgente.

Creo que la cagué

jueves, 1 de julio de 2010

HAMELÍN



Cuando llegó a la ciudad no era mas que una forastero que pasaba desapercibido. Nadie se percató de su presencia hasta que una tarde, de improviso, se llevo su flauta a los labios y empezó a tocar una extraña melodía.

Había escogido un buen sitio para su debut como flautista, un lugar donde todos pudieran verle y desde el que su música se repartiría por igual entre las calles de la población.

Y su canción llenó el resto del día.

Algunos se escandalizaron. Otros, cerraban los portalones de las ventanas y farfullaban asustados ante aquel nuevo sonido que les embotaba los oídos. Los más mezquinos intentaron que las autoridades le hicieran parar, aduciendo que era un enviado maligno capaz de reproducir con su instrumento la nota maldita, la cuarta tritono, la música del diablo, perseguida y castigada por la inquisición.

Tocar, lo que se dice tocar bien, no tocaba. De ahí a verlo como un emisario del averno solo demostraba la inquietud que producía en aquellas mentes cerradas.

El extraño silbido era limpio y sereno, de una métrica diferente a lo acostumbrado y permitía a quien la escuchaba caer en la ensoñación, despejando las mentes.

Como no podían prohibirle tocar sin darle más relevancia, quienes no lo querían en la ciudad se taponaban los oídos con cera y giraban el rostro, si se cruzaban con él. Estaban convencidos de que si le hacían el vacío y le ignoraban, acabaría por marcharse por donde vino, dejándolos de una puñetera vez, en paz.

Estoico, el flautista, seguía recorriendo las calles siempre envuelto en la misma melodía, y poco a poco, algunos empezaron a familiarizarse con los rizos y bucles de aquellas notas que trasmitían sueños. En sus acordes uno podía evocar el futuro o aquel perfume exótico, nuevo, que por diferente golpea nuestros sentidos y nos hace reaccionar. En el fondo, lo que oían era bello, pero demasiado diferente.

Pasó el tiempo, y sin darse cuenta, la canción, fue dejando poso en las gentes. Cuando menos se lo esperaban la sencilla escala de compases volvía a sus mente aunque el flautista no estuviese presente y se sorprendían tarareando en voz baja.

Si no estaban solos, presurosos, ahogaban el murmullo con un carraspeo forzado volviendo, avergonzados a sus quehaceres.

Así, años más tarde, en aquel lugar todo el mundo conocía al músico loco que, incansable siempre tocaba la misma canción.

Los que le seguían viendo como el chantajista que les robaría a sus mujeres, a sus hijos o les privaría de posesiones, siempre se mantuvieron al acecho, y no por que odiaran su música, que también solían cantar (hasta creerse que era de ellos y no de aquel descarriado desconocido), si no porque se dieron cuenta de que aquel nuevo sonido era una evocación al futuro y que su simpleza la hacía entendible a todos.

Con el populacho revolucionado y con miras en el futuro no se puede gobernar. Un pueblo con imaginación es como un rebaño de búfalos desbocado. Nada se puede prever si existen los sueños y gente dispuesta a llevarlos a cabo, así que un buen día, a Bartolo, que así se llamaba el gañan, le robaron la flauta y pasándola de mano en mano llegó hasta el flautista oficial del reino, el cual, con gran pompa, anunció su próximo concierto en el auditorio principal de la ciudad, donde se orquestaría su nueva composición con el beneplácito de los organismos más influyentes. Una única pieza para flauta y orquesta, llamada Sinfonía de Hamelín.

Bartolo, tenía una flauta...y sin ella, Bartolo desapareció. Tal como vino se fue sin hacer ruido pues ya no necesitaba soplar en un palo de madera para que todos escuchasen su mensaje. Ahora, la partitura, la escribirían otros que con suerte no la transformarían en algo encorsetado que le restara emoción. Su misión había acabado y por tanto nada le quedaba por hacer, salvo volver a casa, donde quiera que eso fuese.

Mientras abandonaba la ciudad, solo se sentía inquieto por una cosa. Su música, su mensaje había acompañado durante todo aquel tiempo a sus convecinos y él con su insistencia había logrado que todos se aprendiesen la canción. Desde hoy su responsabilidad acababa y quedaba en manos de gentes que siempre le menospreciaron, ¿Pesaría aquello en la calidad de la interpretación?, ¿Corromperían la pureza de su canto?. En realidad, eso no importaba, Muchos eran los que cantarían a sus hijos, como una nana, que un día, llego Bartolo, con su flauta, y toco su música sin pedir nada a cambio y que fue tal su insistencia que al final decidieron darle la razón, aunque con malas artes le privaron de su instrumento para tocar, previo pago, los mismos acordes que antes odiaban.

El flautista se marcho contento pues nunca persiguió la fama, ni el reconocimiento, simplemente tenía algo que hacer, algo que decir y solo tenía una flauta y aire en sus pulmones para hacerla sonar. Quiso que le escucharan y tocó sin descanso hasta convertir en un himno su lamento. Todo por nada, solo para él, porque tenía que hacerlo.

Una buena canción es tan perdurable como las gárgolas centenarias de las catedrales. Y aunque las toquen malos intérpretes, no dejan de ser lo que son.



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En el auditorio están a punto para estrenar la sinfonía que a levantado tantas expectativas entre los ciudadanos. La orquesta afina las cuerdas y los vientos y esperan al interprete y director que les deleitará con su virtuosismo.

Querido público, para todos ustedes, la Sinfonía de Hamelín.

Ahora les toca a ellos tocar la flauta.