jueves, 25 de agosto de 2011

CUANDO REGRESES DEL HORIZONTE

            
 Apoyado en la barandilla de la cubierta más alta del crucero, se giró hacia el océano y se despidió de su inmensidad. Cerró los ojos mientras el aire le alborotaba los cabellos respirando con serenidad.
            El buque arribaba a puerto y sus pasajeros se asomaban excitados a los balconcillos, saludando con la mano y disparando sus cámaras fotográficas. En unos minutos, deslizarían las pasarelas para el desembarco en el muelle. Para unos, el viaje, terminaba, otros aun tendrían que hacer mucho camino.
            La dársena estaba llena de gente emocionada que tiraba confeti y serpentinas. Hacían ondear banderines y pancartas con lemas pintados. También vio como, algunas cámaras de medios de comunicación profesionales con las acreditaciones prendidas en el pecho de sus vestidos, se abrían paso con soberbia entre la masa de ciudadanos.
            Siguió su turno en la cola, avanzando despacito hacia la pasarela. Aquel comité de bienvenida no iba con él, cuando llegara abajo, lo esquivaría como mejor pudiera para alejarse cuanto antes del tumulto. Por suerte, fuese quién fuese la celebridad que esperaban, desembarcaría la última, por expresa indicación del capitán del crucero, para evitar que colapsara el paso, mientras acaparaba la atención de los flashes.
            Tirando de la maleta, con el equipaje, por un estrecho pasillo abierto entre la multitud, se alejó del desembarcadero hasta llegar a la zona de servicios. El aparcamiento donde se estacionan los taxis aun quedaba lejos, tras el edificio de consignas y el enorme restaurante del club náutico.
            Empezaba a llover, gotas grandes que iban tiñendo el suelo con rapidez. Un viento húmedo, que venía del mar le zarandeo con fuerza y tuvo que protegerse bajo un toldo, apretujándose contra la fachada del restaurante.
            En el muelle, el baño de masas se disolvía contrariado, la lluvia arreciaba desluciendo la solemnidad y el regocijo, las ganas de ovación se enfriaron y pronto empezaron a dispersarse. Todo pasó tan rápido que no pudo ver quién era aquel al que esperaban y que había suscitado tanta expectación.

            Al final, ni a él, ni al famoso, los recibían como se merecían.

            Desde donde estaba, en su pequeño refugio, tenía una buena perspectiva de la bahía artificial y si miraba más allá de los yates y buques de recreo fondeados en el puerto, el mar le ofrecía un espectáculo extraordinario.
            Los nubarrones de tormenta soltaban su furia sobre un mar picado por la galerna y todo se había oscurecido con una pesada luz grisácea. Solo alguna boya de amarillo reflectante cabeceaba capeando los vaivenes de las olas.

Al final de aquel océano crispado, una línea blanca acaparaba toda la luz, dividiendo el cielo y el mar, como asegurándose de que existe el arriba y el abajo y de que el mundo se divide en oscuras fosas abisales y un inmenso mundo de aire con dioses irreconciliables. Se maravillaba del espectáculo pero, su pragmatismo natural le recordaba que el horizonte visual esta mucho más cerca de lo que parece y que el engañoso infinito es un ardid de nuestro cerebro, aunque aun jugueteó un buen rato con sus fantasías, recreándose en la idea de una Tierra plana, limitada por precipicios y terribles cataratas.
            Con grandes zancadas, tres hombres y una mujer con gafas de sol corrían para parapetarse en el mismo lugar que le servía de protección. Se apretujaron a su lado, completamente empapados, maldiciendo el súbito cambio de tiempo.
            A pesar de las inapropiadas gafas oscuras, no le costó reconocer a la chica como a la ganadora de un reality televisivo y uno de los hombres le resultaba familiar. Los otros dos discutían sobre los términos de un contrato y no parecía que fuesen a ponerse de acuerdo.
No le apetecía compartir su espacio, pero la borrasca le mantuvo cobijado bajo la lona y volvió a ensimismarse en sus desvaríos.


En un mundo acotado por horizontes que conducen a la nada, donde la distancia hasta el precipicio se puede contar con pasos y los caminos se cortan obligándole, a uno, al regreso como única alternativa, tiene sentido la mitología, los temores que nacen de lo desconocido y la parsimonia del inmovilismo. En esa Tierra plana, se entiende que, con sus bordes ya explorados, la apatía de los emprendedores se arraigue y creen nuevos mitos, y comprendía que endiosaran a becerros dorados para que iluminaran su falta de expectativas. En un mundo con márgenes infranqueables, finito y medieval esos comportamientos estaban excusados por la ignorancia y el oscurantismo, pero hoy, en este siglo, aquella perspectiva llena de limitaciones le parecía patética.

Cuando emprendió el viaje de regreso se sentía un poco como aquellos míticos exploradores que incapaces de franquear los límites del horizonte, volvían a puerto contando historias sobre remolinos de agua que engullían las naves y abismos oscuros que le impedían seguir con la travesía, justificando con aquellos cuentos, su fracaso. Para él, la aventura, terminó en un lujoso despacho, donde, con muy buenas palabras, le negaron la financiación para su proyecto. En ese momento de decepción creyó que había llegado al límite de sus posibilidades y tiró la toalla. Volvía a casa para contar como serpientes marinas le barraron el paso obligándole a regresar con las manos vacías. 

-          ¡Maldita lluvia!, me ha jodido bien

La voz aguda de la mujer le devolvió de sus pensamientos.

-          ¿Es qué no va a parar nunca?- Parecía que se dirigía a él, porque, los tres acompañantes, hablaban por sus respectivos teléfonos intentando que alguien los recogiera.
-          Estas tormentas no suelen durar, pero son muy intensas.- Le dijo por cortesía.
-          ¿Eres de aquí?
-          Sí.
-          Lo lamento ¡Esto es el culo del mundo!
-          No esta tan mal, es un lugar acogedor.- Intentó no sentirse agredido por el comentario.
-          Entonces ¿Por qué te largaste?, te vi en el barco.
-          Negocios…
-          Yo estoy aquí por lo mismo, ¡Eso si para de llover y llego a tiempo a la entrevista! ¡Mierda! ¿No llegará nunca ese coche? ¡Voy a perder una pasta increíble si no me presento!

            Los acompañantes de la chica hacían lo posible por ignorarla, cansados de sus continuas quejas y falta de modales. Se notaba que sentían desprecio por ella y que solo la soportaban por ser la última gallina de huevos de oro. El becerro dorado de moda.

            Unas espesas nubes se rozaron y de su fricción nació un estruendo que hizo vibrar el aire, asustando a la muchacha. Con un respingo se apretujó contra él, agarrándole el brazo y sintió su cuerpo desvalido con las ropas empapadas. Se percató de que era apenas una niña, una adolescente que viajaba por una Tierra plana, sin más futuro que el fracaso. Aun así, ella, arrastrada por su propio éxito, era incapaz de ver más allá de la inmediatez, desaprovechando las posibilidades del viaje.
            Contempló aquel rostro juvenil excesivamente maquillado con labios poco naturales, que le daban cierto aire cabaretero, anhelando que algún día se diera cuenta de que el éxito en la vida es maravilloso si perdura, pero para que la fortuna sonría, hay que buscar con tesón y no dormirse en los laureles. Tener perspectiva buscando siempre el punto de fuga. 

            Le venían ideas a la cabeza, ráfagas de inspiración causadas por un sexto sentido que le mantuvieron absorto, mientras la muchacha seguía aferrada a su brazo, tiritando de frio con los pies mojados y un mohín de disgusto infantil. Con cada trueno de la tormenta un nuevo pensamiento explotaba en su cerebro como si fueran voces que le gritaban ofendidas.

“Si regresas y cuentas que llegaste al horizonte, te estarás mintiendo a ti mismo”

-          La Tierra, no es plana. El horizonte no existe, solo es un truco, un efecto óptico.
-          ¿Qué coño estás diciendo? Tío – Se sorprendió la niña.

Le soltó el brazo y se apartó de él. Lo miraba por encima de la montura de las gafas, como si fuera un bicho raro y dando un paso atrás se unió a sus acompañantes. Él, divertido agarró el asa de la maleta y abandonó la protección del toldo para regresar a la rampa que le devolvía al muelle, sin hacer caso de la tormenta ni del viento que lo zarandeaba, se dirigió a la consigna, allí estaba la oficina de aduanas y la agencia que tramitaba los pasajes.

Se embarcaría de nuevo, para enfrentarse a los tentáculos de los gigantescos cetáceos que habitan en el horizonte hasta cruzar los confines y sobrepasar el límite, por una simple razón; no existen, solo son mitos.

Si al final, perdía y un vórtice marino lo engullía o se despeñaba por el acantilado del fin del mundo se sentiría satisfecho igualmente por lo aprendido durante el viaje y orgulloso por su osadía desafiando al horizonte, que nunca más le privaría de ver que se oculta tras aquella línea irreal.

La lluvia y una adolescente sin  proyectos fueron su pasaje de vuelta a la aventura.


miércoles, 24 de agosto de 2011

SOMBRAS DEL PASADO


SOMBRAS CHINESCAS
4a parte
SOMBRAS DEL PASADO

  
Era cierto que la historia del balneario estaba documentada. En una estantería, junto a una vitrina que guardaba una colección de gárgolas en miniatura, encontré una serie de tomos rotulados con pan de oro, con el nombre del hotel. Empecé por el marcado con el uno romano y fui repasando, durante toda la mañana, el resto de volúmenes.
A media mañana entró en la biblioteca un policía sin uniforme. Se identificó y me pidió la matrícula de mi coche, querían comprobar si a la hora de la muerte yo estaba cruzando un peaje de la autopista. Se la di sin problemas y pregunté si sabían cual había sido el motivo del fallecimiento. El agente se mostró cauto y me comentó que faltaba cotejar algunos cabos sueltos, luego me dejó solo en la biblioteca.
Como me adelantó Rius, la primera referencia sobre el manantial termal lo situaba en la época de los íberos, que al parecer construyeron una muralla a la entrada de la cueva donde brotaba el caño de agua. Las investigaciones no revelaban el uso que aquel pueblo daba a aquellas aguas, y por qué lo protegían con un cercado de piedra. En la excavación se encontró una poza que los sedimentos habían cegado pero que al vaciarla reveló una infinita cantidad de huesos de animales y también cráneos humanos.
Los vestigios de aquella civilización estaban en el estrato más antiguo, sobre él unas ruinas romanas daban fe de que con posterioridad al enclave nativo, los conquistadores romanos, edificaron una casa solariega seguramente para un cónsul que velaba por el interés de Roma, en aquellas tierras Íberas.
La construcción debió ser exquisita, contaba con canalizaciones que surgían de la cueva y distribuían el agua en conductos de cerámica por todo el complejo. Los tubos llenaban dos grandes piscinas excavadas directamente en la roca y hornos de carbón, estratégicamente colocados, mantenían la temperatura del flujo de agua, actuando sobre las cañerías.
En esta etapa de las excavaciones, los arqueólogos, se toparon con un misterio que nunca se había resuelto.
El lugar, con el tiempo, sufrió saqueos, deterioro, erosión y remodelaciones que otras culturas realizaron, no siempre de forma respetuosa, pero de forma inexplicable, un bajorrelieve en la entrada de la cueva, se había conservado.  Al intentar descifrarlo, los estudiosos se quedaron pasmados pues nunca antes, en ningún lugar, allí donde llegó el imperio romano, se había encontrado una narración parecida. En el libro, una fotografía de la piedra esculpida daba idea de que su tamaño era apenas de un par de palmos.
El escultor que grabó el granito había representado una especie de fuente que brotaba directamente del techo de una gruta para hundirse en un estrecho pozo. Confundiéndose con el chorro de agua petrificada, formas humanas surgían del estanque con rostros extraños que recorvaban demonios. Parecían angustiados y llenos de dolor.
El friso pertenecía, ahora, a la familia que construyó La Gárgola d'Aigua, hacía poco más de un siglo.
En algún momento, un gran desprendimiento en la gruta, bloqueó el túnel que llevaba a la fuente del interior de la montaña y encontraron vestigios de que la residencia romana fue abandonada y desmontada piedra a piedra por los lugareños. Se creía que el enclave fue olvidado con los años y que durante siglos no hubo actividad en el manantial, que permaneció enterrado en su caverna.
A principios del siglo XIV, un nuevo asentamiento excavó la montaña desde una de sus laderas y derribó el bloqueo que el desprendimiento había causado. Se trataba de una comunidad judía, de la que constaban referencias como mercaderes de la zona. Reconstruyeron parte de las termas que los romanos abandonaron y ampliaron el complejo según sus necesidades.
El lugar parecía estar dedicado a baños de uso público, por los que tal vez se cobrase una entrada, salvo por la confección de una pequeña capilla en el interior de la montaña, como antesala a la fuente. En el suelo se documentó un gravado que recordaba a un murciélago dentro de una estrella de cinco puntas.
Aquellos judíos estuvieron presentes en la zona hasta que fueron expulsados por un monje alquimista, que hizo construir un santuario en lo alto de la montaña. Las leyendas, que los arqueólogos recogieron de los pastores del valle, cantaban épicas batallas del monje enfrentándose a demonios venidos de las tinieblas y viajes al centro del infierno navegando por un río que nacía en el vientre de las rocas.
Finalmente, el manantial se colapsó durante al menos otros dos siglos. En los escritos que el monje legó a su diócesis explicaba que, una noche tras un gran temblor, empezaron a salir columnas de humo amarillo de la boca de la cueva y que, los primeros que respiraron aquella nube, perecieron al instante con terribles ahogos. El agua que extraían con canalizaciones se volvió ácida y envenenó plantas y animales, también murieron algunos niños y no tuvieron más alternativa que volver a cegar la entrada y marcharse del lugar, que se había vuelto tóxico para la vida.
La montaña y la fuente de sus entrañas quedaron de nuevo olvidadas hasta la llegada de la familia, Ferrer i Collverd, que en mil novecientos veinte adquirieron aquellos terrenos yermos y reabrieron la cueva. Para su sorpresa, el manantial aun fluía y su agua volvía a ser potable, conservando propiedades termales. Ya no había rastro de emanaciones de gas sulfuroso y encargaron el proyecto de la construcción de La Gárgola d'Aigua a un arriesgado arquitecto modernista, que se inspiró en el motivo grabado en la capilla judía, para el diseño del escudo de la família. Una gárgola con las alas desplegadas  bebiendo de una cascada de agua.

Toda la narración de la historia de la fuente estaba repleta de licencias literarias y especulaciones del equipo encargado de recopilar la información. Conforme iba leyendo me dejaba llevar por los caminos que los autores marcaban, más por sus propias interpretaciones que por el rigor existente en sus datos.

Un lugar tan especial, con tanto pasado a sus espaldas, debería formar parte del patrimonio popular pero, a principios de siglo XIX, las ruinas eran solo eso, un montón de molestas piedras.

Cuando empezaron las obras de cimentación, destruyeron los vestigios de los diferentes estratos de ocupación, desapareciendo para siempre. De toda la historia conocida, de aquel  ancestro manantial, solo quedaba el túnel excavado por los judíos, que las termas en cruz, habían tapiado y la entrada de la cueva, en un rincón profundo, del jardín del balneario.

En el último tomo, donde se contaba la historia reciente del hotel, encontré una fotografía del matrimonio fundador que lo gestiono hasta mil novecientos ochenta i cinco. El negocio pasó a manos de su hija, Mariona Ferrer i Collverd, y de su marido, agente mercantil, que nunca demostró interés en el negocio de su esposa. Fruto de aquel matrimonio vino al mundo Claudi Teixidó i Collverd, actual gestor. A medía página y fechada en el momento de su realización, una imagen del hombre de pelo blanco, que había visto a la entrada y luego en las termas, aparecía con aspecto juvenil, posando para el fotógrafo.

Sin darme cuenta había dejado pasar la mañana. Después de lo sucedido en la sauna, la noche anterior, no logré conciliar el sueño y en cuanto amaneció, baje a la biblioteca enfrascándome en la lectura. Ahora me sentía embotado, necesitaba estirar las articulaciones, aunque me daba cierto reparo salir de aquella sala y cruzarme con alguno de los residentes.

Era evidente que el motivo que me llevó al balneario, la novela, quedaba relegado permanentemente.

Envuelto por las sombras de un pasado turbulento, lleno de hechos desconocidos, sentía la imperiosa necesidad de seguir adelante, hasta disipar las dudas que me corroían. Algo que no podía explicar se apoderó de mí en los baños,  los extraños relatos de los residentes daban fe de que una fuerza antinatural moraba en las profundidades del manantial. Lo que no alcanzaba a comprender era el magnetismo que los acontecimientos causaban en mí. El balneario llevaba muchos años funcionando y había albergado a incontables huéspedes que disfrutaron de las instalaciones sin problemas. En las guías de turismo lo señalaban con cuatro estrellas y lo definían como un lugar acogedor, de trato familiar, con valoraciones muy positivas para su comedor y el esplendido jardín. Desde su construcción, no había nada, en su historial, referente a hechos extraños.
Entonces ¿Por qué tenía aquella sensación de que me hundía en un pantanoso universo de energías insólitas?

Cuando se pierde el control, las cosas, tienden a empeorar, a embrollarse de tal manera que ni la huída sirve para evadirse.

Con toda aquella información archivada en el cerebro, me planteé volver a marcharme, pero en lugar de eso, casi sin darme cuenta, me encontré sentado frente a la barra del bar, con un Martini en la mano. El barman me observaba en silencio mientras, con un paño, secaba unos vasos junto a la máquina de café. Poco después entablamos una conversación banal que poco a poco fui llevando a mi terreno.
Después de averiguar que el tipo llevaba trabajando en La Gárgola d'Aigua desde que era un crio, cuando empezó como mozo de maletas y aprendiz de jardinero, hasta prosperar y convertirse en un excelente barman, supe que era la persona adecuada para obtener información. Igual que el maître Rius, el encargado del bar era un hombre educado y discreto, aunque, su trabajo, no requería ser tan estricto como el jefe de sala. Las interminables horas tras una barra habían hecho de él un paciente conversador. Me fue fácil introducir el tema que me interesaba, pues parecía que el barman estaba harto de Maruja Bernal, la médium.

-Sí, así es, en su momento fue una mujer muy famosa e influyente. Dicen que hasta la policía confió en ella para resolver un caso de desapariciones.
-¿Y les fue de ayuda? - Pregunté.
-No tengo ni idea, algunos dicen que sí, que encontraron los cadáveres de los desaparecidos, semienterrados, en las ruinas del santuario que hay en lo alto de la montaña, y que fue ella quien condujo a la policía hasta allí, pero yo creo que fue casualidad. Recuerdo que por aquel entonces, se instaló en el hotel, Don Claudi, el propietario reservó la mejor habitación de la planta baja para ella, desde entonces se la trata con toda clase de privilegios. Siempre fue una mujer difícil. Caprichosa y engreída, pero la edad la ha hecho cada vez más quisquillosa, hay días en que le cuesta a uno ser tolerante con sus maneras.
-Desde luego es toda una personalidad.
-Lo que yo le diga, caballero.

Le pedí que me sirviera otra copa y aprovechando que no había nadie más en la barra del bar, seguimos conversando durante un buen rato. El hombre tenía muchas anécdotas que contar, ya que era uno de los empleados más antiguos del hotel, solo lo superaban en años de contrato el maître y la cocinera, que me confesó, se estaba quedando ciega y pronto sería relevada por un joven chef, al que Clauidi Teixidó había echado el ojo, pero ninguna de las aventuras que contaba tenía nada que ver con hechos fuera de lo común.

-Entonces, ¿Por qué cree que, La Bernal, tiene tantos privilegios?
-Cosas de Don Claudi, es como si tuvieran un acuerdo, nunca lo supe a ciencia cierta.

Podía haberlo dejado ahí, dedicarme a disfrutar de los masajes, de las bañeras de burbujas o embadurnarme con lodos terapéuticos, pero cuando me disponía a entrar en el comedor vi como Rocío me hacía señas desde su mesa, la saludé y ella me invitó a que la acompañara.

Durante la comida, una nueva revelación, hizo que se me encogiera el estomago y perdiera el apetito. 

Mientras le contaba todo lo que había leído en la biblioteca, ella, parecía interesada, aunque no me dio la sensación de que ninguna de las historias la sorprendiera. Me guardé para mí la experiencia de la sauna, pues en realidad, no había nada que sustentara el terror que sentí en la soledad de los corredores. Cuando comenté lo mal que me había sentido en el jardín, cuando la niña nos observaba desde el sendero, Rocío contesto.

-¿De que niña me hablas?, yo solo vi al muchacho rubio.

Sin palabras, atónito por completo, me atraganté con el vino y tuve que protegerme la boca con la servilleta, para no escupir el líquido.

-¡Pero yo creí que...los dos...que tú también...!
-Recuerdo que, cuando estábamos en la glorieta, apareció ese muchacho. Siempre esta deambulando por ahí, me pone nerviosa.

En el jardín, mientras hablaba con Rocío, yo estaba en perfectas condiciones, no podía achacar al vapor de la sauna, una nueva alucinación. Tenía las manos heladas y la nuca sudorosa, me temblaba las piernas, absorto en el despreocupado rostro de Rocío, inconsciente de la trascendencia que tenía lo que me decía.

Rius se acercó con paso elegante a nuestra mesa. Intente disimular, bajando la cabeza, para que no viera mi cara de espanto.

-¿Todo a sido del agrado de los señores?
Rocío le contestó con una sonrisa y halagó al chef por el estupendo menú.
-Lo celebro, haré llegar su comentario a la cocina, puede estar segura. Si el señor Montal ha terminado de comer y la señorita no tiene inconveniente, al señor Claudi Teixidó le gustaría invitarle a café en el ala privada del hotel. ¿Le parece bien, o tiene algún compromiso?
¿Compromiso? Lo que empezaba a tener era miedo.
-Será un placer, aunque no entiendo que interés puede tener, el señor Teixidó, en mí.
-Creo que está usted interesado en la historia del balneario, la familia Collverd conserva una esplendida colección de los restos arqueológicos que se pudieron recuperar, antes de la construcción. Seguro que la encontrará interesante.

Atrapado, o me excusaba o aceptaba la invitación. ¿Era tan importante para mí seguir husmeando en las sombras? Había visto fantasmas, en las termas y en el jardín, si me marchaba ahora nunca sabría si había perdido la razón.

Me despedí de Rocío para acompañar al maître por un pasillo acordonado para los clientes.
Nos internamos por una gran puerta y atravesamos un par de salas algo barrocas, que parecían tener poco uso, hasta llegar a un salón que recibía la luz de una gran claraboya. Parecía un invernadero de bonsáis, aunque también otras plantas y flores se repartían el espacio. Tras un separador, de marquetería oriental, se adivinaban dos siluetas acomodadas en sillones de mimbre. Nos acercamos y el jefe de sala, me presentó.

-Señores, el señor Montal.

Frente a mí, sentados uno enfrente del otro. El propietario del hotel, Claudí Teixidó, y el muchacho rubio del ojo amarillo, me sonreían afables.

Toda la luz que se filtraba por la cúpula del techo, se convirtió en sombras a mí alrededor.

martes, 23 de agosto de 2011

Trabajos ENTRÓPICOS.
Ilustraciones realizadas para la revista de relatos ENTROPÍA. (Que fueron descartados)



diseño Miquel Farriol

jueves, 18 de agosto de 2011

SOMBRAS EN EL MANANTIAL


SOMBRAS CHINESCAS
3a parte
SOMBRAS EN EL MANATIAL


    Es fácil encontrar excusas cuando no se tiene ganas de hacer algo, amparándome en eso hice unos ajustes en la programación de mi estancia en La Gárgola d'Aigua. Primero disfrutaría de sus tratamientos, y luego, si conseguía relajarme, buscaría el momento para continuar con los apuntes de la novela.
    Los hechos acontecidos en el hotel no iban a hacerlo sencillo, demasiadas distracciones alrededor.
   Revisando un folleto, que recogí de un panel en recepción, me puse al corriente de la oferta de terapias en el circuito termal del hotel y tomé buena nota de mis preferencias. Una sauna antes de dormir, ayudaría a relajarme. Tal vez por la mañana me sentiría más inspirado.

    Un biombo, estratégicamente colocado, ocultaba una de las puertas en el pasillo de las termas. La construcción modernista del balneario seguía un diseño muy particular con dos corredores anchos que se cruzaban formando una cruz. Las paredes, alicatadas con baldosas de cerámica blanca y azul, brillaban bajo la luz artificial de las lámparas y entre puerta y puerta tenían instalados bancos de madera, flanqueados por grandes kentias en tiestos ornamentados. Olía a agua y a linimento, también se veían algunos carritos con toallas y albornoces.

    El parapeto improvisado no me impidió ver el precinto policial que sellaba la puerta del cubículo donde, supuse, habían encontrado el cadáver del desdichado. Sin darme cuenta de lo que hacía me acerqué más al biombo, tentado de apartarlo y curiosear tras la puerta.

    -Ésta es la mejor hora, hay poca gente.
   
    La voz me provocó un sobresalto, volví la cabeza, apurado, como si me hubiesen pillado haciendo algo malo.
    A un palmo de mi cara, las arrugas maquilladas del rostro de Maruja Bernal, aparecieron de la nada. Verla envuelta en su albornoz, pintada como una puerta, fue una visión decadente. Pero un brillo infantil de sus pupilas, me decía que aquella mujer aun no estaba acabada.

    -A ese pobre desgraciado lo sacaron de ahí, yo salía de tomar mis vahos de hierbas y lo vi todo.
    -¿Lo vio...?
    -Todo.

    Otra vez sentía ese cosquilleo en la médula, el morbo ante un hecho insólito que disparaba mi imaginación en múltiples direcciones.
    Desde donde estábamos hasta el cruce de corredores no había nadie más que nosotros, un leve rumor de bombas de agua y el aire cargado de humedad eran nuestra única compañía.
   
    -Esta mañana dijo usted que le mataron. ¿Cómo puede estar segura?
    -Porque le pude ver la cara. Lo mataron de miedo. Esos cabrones le aterrorizaron hasta que se ahogo con su propio llanto.
    -Perdone, pero no entiendo lo que dice.
    -¡Puaff!, creí que era usted más inteligente, algo me decía que era un hombre de mundo, ya veo que no es más que otro patán. -Hizo ademan de marcharse pero como se movía con mucha dificultad me dio tiempo de cogerla del brazo y ponerme a su lado para que se sostuviera.

    Sin saber como me encontraba en medio de una gran representación de sombras chinescas. Allí nada era lo que parecía y todo resultaba intrigante. Maruja, la médium, me había metido el miedo en el cuerpo con sus insinuaciones y mientras la acompañaba al ascensor me atreví a preguntarle.

    -¿A que cabrones se refiere? - Arrastrando las zapatillas se dio la vuelta frente a la puerta de ascensor soltándose con brusquedad de mi brazo. Su cuerpo encogido por la artrosis forzó la columna hasta enderezarla y clavó sus ojos en los míos, luego los desvió hasta el fondo del corredor y se mantuvo atenta al cruce de pasillos, le flaquearon las fuerzas y de sus labios temblorosos surgió la peor de las respuestas.

    - A estos hijos de puta.

    Sorprendido, reaccioné con un respingo y me puse alerta buscando en los corredores a la horda de asesinos, pero las termas seguían vacías, solo una fuerte corriente de aire arremolinada en el centro de cruceta de los pasillos, que hacía oscilar las palmeras y aquel borboteo sistemático del agua llenando depósitos de las instalaciones.
    La vieja me había puesto los pelos de punta con sus malditas insinuaciones, en mi estado, la aparición de un hombre junto al ascensor me dejó la boca seca y los pies clavados al suelo.

    - Querida Maruja, no deberías bajar a los baños sin que te acompañe alguien del personal, ya lo hemos hablado muchas veces.
    - Déjame en paz...y ocúpate de tus asuntos, parece que los tienes algo descuidados - Con un gesto, la médium, señaló el biombo al final del corredor.

    Cuando me sobrepuse del susto observé al hombre y reconocí haberlo visto a mi llegada, junto a Rius el maître y los policías. Su cuidado pelo blanco y aquella presencia inmaculada eran inconfundibles. El hombre, apretó los labios al escuchar el comentario de la señora Bernal y pulsó el botón para que se abrieran las puertas del ascensor, luego, con un desagrado palpable me recordó la hora de cierre de los baños. Si estaba esperando algún tratamiento tenía el tiempo justo. - Yo me encargo de la señora Bernal, la sauna está en la puerta diecinueve, vaya usted, ya le están esperando.

    Volví por el corredor hasta el cruce de pasillos, la cronología de los números indicaba que el cubículo que buscaba estaba en el que se abría a la derecha, una de las lámparas del techo fluctuaba intermitente justo encima de una puerta rotulada como Sauna que se abrió mientras me acercaba, del interior salió una muchacha menuda con el uniforme del personal encargado de las terapias. Registró mi nombre en un cuadrante de su hoja de servicios y me invitó a entrar en la estancia.
   
    El vapor formaba una niebla ligera y al poco, mi piel, se perló de gotas de sudor. Sentado en un banco de travertino apoyé la cabeza en la pared e intenté expandir los pulmones. El aire caliente, saturado de humedad, dificultaba la respiración y no conseguía relajarme.
    Aquel lugar había estimulado mi mente enferma y, dejando aparte el hecho de que había un muerto real, los encuentros con los residentes del hotel solo aportaban anécdotas irrelevantes que trataba de hilvanar, para que tuvieran sentido. Pasados unos minutos mí cuerpo ya no soportaba más vapor pero me obligué a seguir sentado en un intento de controlar las bocanadas de aire que no llenaban mis pulmones.

    Me acordé de que, aquella mañana, al entrar en la biblioteca, Rocío, parecía muy afectada aunque después, en la glorieta, sus lágrimas habían desaparecido para dar paso a una extraña historia de ruidos provenientes del subsuelo que era lugar donde se encontraban las termas. Para añadir otro ingrediente, el encuentro sorpresa con la médium lleno de referencias misteriosas acerca de las causas que le habían provocado la muerte al patriarca de la familia de las piscina. Y sobre todo la mirada de odio de la adolescente en el jardín y el desprecio que mostraba el chico rubio hacia mi persona.

    El calor ya era insoportable, la piel me ardía y sentí un mareo incontrolable que absorbía todas mis fuerzas. Me costaba ver bien y no estaba seguro de poder llegar hasta la puerta. Me levante sintiendo las piernas flojas y con torpeza, cubrí mis partes púdicas con una toalla. Con el equilibrio de un beodo avancé hacia la salida guiándome por el piloto verde que marcaba el tiempo de duración de la sauna. La niebla húmeda aumentaba más su densidad, envolviéndome en un aire lechoso que me oprimía desorientándome y cuando mi mano alcanzó el picaporte tuve la sensación de que abrasaba.
    Solté un alarido retrocediendo con un trastabillo. Los ojos me quemaban y tenía que entrecerrar los parpados para fijarme donde ponía los pies. En ese momento de confusión unos potentes golpes provenientes del otro lado de la puerta, hicieron que esta vibrara combándose. Creí que iba a estallar por la presión de los embates de lo que fuese que golpeaba desde el corredor. Cada vez con más fuerza, hasta casi desencajarla del marco, una potencia misteriosa pugnaba por atravesar la puerta, al tiempo que me impedía salir de allí. Las pulsaciones del flujo sanguíneo se aceleraban martilleándome en las sienes y una melodía extraña se me introdujo en el cerebro. Parecían cánticos, como los que realizan los monjes en los monasterios, pero su escala musical era hiriente, desagradable, provocadora.
    Completamente mareado, me desplomé sobre el banco de piedra con la certeza de que, en cualquier momento, algo monstruoso entraría en la sauna para hacerme daño.

    Al empezar a recuperar la consciencia, los golpes habían cesado y el vapor desaparecido casi por completo. Respiraba un aire menos saturado y la presión de la cabeza disminuía. Completamente agotado recogí el albornoz y me desprendí de la toalla.  Con las rodillas flaqueando llegué a la puerta y salí al corredor donde la temperatura era más soportable. Aun aturdido quise inspeccionar la puerta, seguro de que encontraría las marcas de zarpazos y golpes de la bestia, pero estaba inmaculada y la luz que antes parpadeaba en el techo, ahora se mantenía iluminada como las del resto del pasillo.

    Igual que si me hubiesen vapuleado, caminé por el corredor vacío, hasta llegar otra vez al cruce. Sabía que si giraba a la izquierda encontraría el ascensor y las escaleras de acceso pero un movimiento llamó mi atención al otro lado.
    Al final del pasillo, en la pared donde terminaba, una puerta se estaba cerrando y alguien se escabullía tras ella. Tuve tiempo de ver a la niña del vestido blanco y a su hermano del ojo de víbora, la mujer que los acompañaba y que no había vuelto a ver hasta aquel momento, era la misma que estaba con ellos en el comedor y en la piscina.
    Antes de cerrar la puerta, la mujer, me miró desde la negrura que los engullía en la habitación. En aquel momento, la luz que ambientaba aquel sector del corredor se apagó por completo y solo quedaron dos pequeños puntos rojos a la atura de sus pupilas.
    Tropezando me apresuré  para llegar al ascensor con las luces apagándose una tras otra y aquellas dos brasas ardientes que brillaban entre las sombras, a mis espaldas.

     Antes de recuperar el aliento, y con la sensación de haberme desquiciado por completo, salí del ascensor en la planta baja, junto a la recepción. Recordé que al lado de la puerta de acceso, en las escaleras que bajaban a los baños, había colgado un plano de las instalaciones, con referencias numeradas para que los residentes localizaran los cubículos donde se realizaba cada terapia.
    El dibujo de las termas era una perfecta cruz invertida. Se accedía a las instalaciones subterráneas por el brazo más corto y luego se llegaba a la cruceta donde dos corredores más largos que el primero se abrían a derecha e izquierda. El último, y más prolongado, era una continuación del primero. Todas las puertas estaban identificadas y numeradas y quise saber que había en la situada al final del corredor más largo. Ninguna de las paredes que cerraban los pasillos tenía puerta, solo eran pasajes cortados que no llevaban a ninguna parte.
    Confuso y lleno de ansiedad empecé a considerar la posibilidad de que todo lo que había pasado abajo, en las termas, no fuesen más que alucinaciones provocadas por una bajada de tensión en la sauna y las malas vibraciones que, la Bernal, me transmitió. Sin embargo, todo permanecía real en mi memoria, y no podía olvidar aquellos ojos rojos que me observaban desde una habitación inexistente.

    - ¿Se encuentra usted bien? - Era Rius, el maître.

    Estuve tentado de contarle lo que había pasado en los baños, pero las palabras se agolpaban en mi garganta y no supe por donde empezar. 
   
    - Veo que esta mirando el plano de las instalaciones ¿Tiene alguna duda? Si puedo ayudarle en algo no tiene más que decírmelo.
    - Bueno, me pareció que había algo aquí - Señalé el dibujo en cruz colgado en la pared - Al final de este corredor.

    El jefe de salsa se incomodó, pero intentó ser cortés respondiendo que encontraría toda la historia del balneario en la biblioteca y que era una lectura muy recomendable pues los propietarios se habían preocupado de documentar todo el material conocido sobre aquellas fuentes termales, encargando a estudiosos y arqueólogos trabajos sobre su uso en la antigüedad.

    -Ahora, ahí no hay nada. Cuando acabó la construcción de La Gárgola d'Aigua, se cerró el acceso a un túnel que llevaba al propio manantial, era un sitio peligroso y primitivo. Creo que era una construcción del tiempo de los iberos que no ofrecía garantías, así que se cerró al público. Ahora solo se puede acceder desde el exterior. Hay una trampilla en el jardín, junto a la glorieta. Con un permiso especial aun se pueden visitar.

    Ahora estaba seguro. Yo había visto como alguien  desaparecía tras un muro que el maître aseguraba estaba cegado y que no constaba en el plano. Por otro lado, Rius, m informó que se podía llegar al manantial atreves de la losa donde Rocío oyó los misterioso ruidos y la Bernal me confundía con sus alarmantes historias sobre asesinatos a manos de los que ella llamó cabrones.
    Cabía la posibilidad de que las sombras que viera en la niebla no solo fuesen ilusiones fantasmagóricas, y que todo estuviese pasando de verdad.

jueves, 11 de agosto de 2011

RETORNO A LAS SOMBRAS


SOMBRAS CHINESCAS
2a parte
RETORNO A LAS SOMBRAS


    Nada más llegar a mi apartamento, antes de dejar la maleta en el suelo y encender las luces, comprendí que salir huyendo del balneario había sido un error. Durante el camino de regreso a la ciudad tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza y llegar a la conclusión de que el malestar que había sentido no era debido a los huéspedes y que al contrario, mi huida, estaba provocada por mi propia mediocridad. Nunca acabaría la novela si no me sobreponía a aquella falta de inspiración. Si aun creía algo en mí, tenía que volver a aquel sitio y concentrar toda la fantasía en los personajes de ficción. Si los residentes del hotel, con sus particularidades, despertaban mi interés, aprovecharía para nutrirme de su presencia, tal vez me ayudaran a desenterrar tramas que hacía tiempo tenía encalladas.

    Conduje parte de la noche y cuando el día empezaba a despuntar llegué a La Gárgola d'Aigua, el balneario novecentista de dónde, apenas hacía unas horas, me había marchado lleno de dudas.
    Pronto llamó mi atención que, a pesar de la hora temprana, apenas estaba amaneciendo, un grupo de personas estaban reunidas cerca de la entrada principal. Les noté agitados y la preocupación de sus rostros era evidente. Dejé el coche en el aparcamiento para clientes, en la parte de atrás y, por un sendero de gravilla, fui hasta la entrada. Mis pasos sobre las piedrecitas atrajeron la mirada de aquella gente.
    Cuando estuve un poco más cerca pude ver los uniformes de cuatro de ellos y reconocer al maître, el sexto era un hombre octogenario, pero de una planta y vestimenta exquisita, mantenía el porte y la espalda recta y lucía una espesa mata de pelo blanco peinada hacia atrás.
    Los policías me saludaron llevándose la mano a la visera de sus gorras y el maître sonrió agravando su desconcierto.

    - ! Pensaba que había tenido que marcharse ! Señor... ¿Montal?
    - He podido solucionarlo ¿Creé que puedo recuperar mi habitación?
    - Bueno, habrá que revisar el registro pero, no me consta que la hayan ocupado…Discúlpeme usted, señor, pero ahora tengo que resolver un asunto con estos agentes, si es usted tan amable en recepción se harán cargo de su equipaje.

    Antes de subir el primer escalón hacía la gran puerta, uno de los policías, me observó con interés, se desplazó sutilmente entorpeciéndome el paso, fue un gesto leve, pero lleno de intención.

    -Buenos días, señor, perdone la pregunta pero me ha parecido entender que estaba usted hospedado aquí, anoche. ¿Eso es así?
    - Me marché al caer la tarde, tuve un imprevisto, pero ahora todo está en orden.
    - ¿Un asunto familiar?
    - Algo parecido, al final no fue nada.  
    - ¿Va usted a quedarse, esta vez?
    - Si, unos días- No entendía por qué tanto interés en mis asuntos y empezaba a    sentirme molesto con las preguntas.-Voy a regístrame, si me permiten, estaré en     la habitación.

    Les dejé al pié de la escalera y entré en el balneario, las grandes vidrieras emplomadas pintaban de colores el mosaico de mármol del suelo y el ambiente era fresco y oxigenado. El mostrador de recepción estaba flanqueado por dos amplios pasillos, el de la izquierda llevaba a la puerta de las instalaciones termales, construidas bajo el hotel. El de la derecha estaba acondicionado con dos sillones tapizados en rojo que custodiaban la entrada a la sala de lectura, la puerta estaba abierta y escuché una voz que creí reconocer. En aquel momento la recepción estaba vacía y opte por dirigirme al salón de la derecha.
    Esta vez nadie se percató de mi presencia, lo que me dio tiempo para hacerme una idea de lo que estaba pasando.
    La chica de los hombros pecosos estaba sentada en un sillón orejero, con las rodillas juntas y los hombros echados hacia delante, mantenía la cabeza baja y su pelo liso le tapaba la cara. Un par de huéspedes que no había visto antes y un matrimonio anodino que estaba en el comedor durante el refrigerio del día anterior, compartían conversación en un amplio sofá en tono inaudible. Junto a una chimenea, al fondo de la habitación, la anciana con aires de marquesa, se erguía muy tiesa, sentada en una silla, más digna que nunca, apoyada en su bastón. Parecía abroncar a la muchacha y no paraba de ofenderla con insinuaciones sobre su valía.
    De los miembros de la extraña familia de la piscina, solo el muchacho rubio, estaba en la sala, parecía que sonreía, observándolo todo a través de su largo flequillo. Él fue el primero en verme y al hacerlo, frunció el ceño. Se levantó como un felino y salió del estudio golpeándome con el hombro al cruzarse conmigo.
    No alcanzaba a comprender que estaba pasando, cuando abandoné la Gárgola d'Aigua, y dejando aparte mi propia neurosis, el hotel era un lugar tranquilo y aquel ajetreo matutino estaba fuera de contexto.

-    Hola, soy Marcelo Montal, nos vimos ayer en el comedor - Me acerqué a la chica del sillón, que levanto la cabeza y pude ver su ojos enrojecidos; aunque ahora no lloraba, su respiración era sincopada y aun tenía un pañuelo entre las manos. Me miró, y alargó la mano sin levantarse, se la estreché con delicadeza y tomé asiento, frente a ella.

    - No le haga usted caso, ¡Es una inútil!, solo sabe lloriquear .- Oí que despotricaba la anciana. - Si por ella fuera escondería la cabeza bajo tierra, para no ver lo que está pasando.
    - Discúlpeme, señora, pero ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué hace la policía en la entrada?
    - ¿Qué qué ha pasado?, ¡pues que le han matado! Ese hombre no me gustaba, ahora que no está ese chico con ojo de serpiente, puedo decirlo, ese tipo no era trigo limpio. ¡Se le veía en la cara!- Y la mujer se incorporó con la ayuda del bastón- Lo han encontrado esta madrugada, muerto,  en las termas ¡Vaya escándalo!, este lugar ha perdido toda su clase, ya dejan que venga cualquiera.
    - ¿Quién lo encontró?- Pregunte conmocionado por lo sucedido.
    - El servicio de mantenimiento, al revisar las instalaciones- Se atrevió a contestar la muchacha mientras se sonaba la nariz.
    - ¡Que sabrás tú!, si fueras una señorita dejarías hablar a los mayores. ¿Puede usted creer que esta niñata me dejó abandonada cuando anochecía en el jardín?, ¡Tuve que volver sola a mi habitación! ¡Ya no hay respeto por la edad! Esta juventud no tiene valores. ¿No piensa usted lo mismo?

     Esquivé la pregunta levantándome y ofreciéndome a acompañarla a sus aposentos, pero me dijo que la policía los había reunido allí para hacerles algunas preguntas. No me di por aludido ya que, a mí, los agentes no me habían emplazado a esperarles. Recogí la maleta y volví a la recepción. Media hora después ya me había quitado los zapatos y recostado en la cama. Aquella mañana, me saltaría el desayuno.

    A la hora del aperitivo me sentía descansado y hambriento. Después de asearme y ponerme ropa cómoda, dejé la habitación para hacer tiempo en el bar del hotel e indagar un poco más sobre lo que había pasado la noche anterior. Para familiarizarme un poco más con el establecimiento, bajé por las escaleras que, en cada rellano, se iluminaban con grandes ventanas en forma de uso. Los cristales estaban emplomados con una reja de rombos, y el del centro del tramado, era transparente como el aire. A través de uno de ellos, cuando ya estaba en la primera planta, vi el jardín, y como si la geometría lo enmarcase, la glorieta. Allí, la chica triste fumaba un cigarrillo, apoyándose en una de las columnas.
    Al bajar el último tramo de escaleras, me encontré de cara con el maître. Subía apresurado los escalones y casi tropieza conmigo. Con cara de susto, se disculpó.

     - ¡Oh! Discúlpeme, no le había visto...no es habitual que los huéspedes hagan uso de las escaleras. ¿Le pasa algo al ascensor?, puedo hacer que lo revisen.
    - No se preocupe, solo estiraba las piernas, he conducido muchas horas.
    -Bien, bien, estupendo...-Parecía contrariado y no se decidía a continuar subiendo, como le vi titubear pensé que era un buen momento para fisgar un poco más.  
    - ¿Quién es esa chica? Se la ve siempre tan abatida que me preocupa.- Le indiqué que mirara por el rombo de la ventana.
    - ¡Vaya!, aquí no está permitido fumar...Bien, imagino que dadas las circunstancias podemos ser permisivos- Bajo la vista con el ceño fruncido- Si, la señorita    Rocío...creo que ya estuvo alojada con nosotros hace unos meses. Sí, hace unos meses.

    Era evidente que el hombre estaba incómodo y que tenía la cabeza en otro sitio. Me eché a un lado para dejarle las escaleras libres.

    - Le veré en el comedor.
    - ¡Por supuesto! Para cualquier cosa que necesite. Soy, Guillermo Rius, Jefe de Sala y el encargado del bienestar de los clientes.
    - Creo que me daré un paseo por el jardín.
    - Una idea excelente- dijo mientras desviaba la vista a la ventana- Vaya usted- Y con un saludo de la cabeza reanudó su tarea escaleras arriba.

    Estaba  claro que me iba a costar centrarme, a la clara crisis creativa había que añadir el extraño ambiente que reinaba en el balneario, después de una noche trágica. La curiosidad hizo que, una vez más, me alejara de mis objetivos postergando el momento de sentarme a escribir. Me dije que trabajar bajo presión nunca daba resultados y menos si mis pensamientos estaban en otra parte.
    Desde la planta baja, accedí al jardín para encaminarme hacía la glorieta. La muchacha apuraba el cigarrillo con la mirada perdida en los parterres de violetas que tenía enfrente. Algo en su aspecto había cambiado. Me pareció que la aparente fragilidad que la envolvía, se esfumaba, desmintiendo la imagen que yo retenía en la cabeza. El sol estaba casi en su cenit y le despejaba el rostro de sombras. Parecía contrariada, pero más relajada que en el salón de lectura. En mi fantasía le asigné el papel de solitaria, de persona débil y deprimida, no tardaría en comprobar que, su discreción, era solo una pose.
    Lanzó la colilla al suelo y la pisó hasta desintegrarla.

    - ¿Ha descansado?- Me preguntó nada más verme.
    - Lo suficiente, parece que ahora está todo tranquilo. ¿Aún está la policía por aquí?
    - ¡Joder, no! Ya se largaron, nos tuvieron hasta hace poco enclaustrados en la biblioteca ¡Con la loca de la vieja esa! ¡La tengo atravesada!
    - Parecía muy enfadada con usted.

    Estuvimos hablando un buen rato. Me dijo que se llamaba Rocío y que estaba recuperándose de un virus que contrajo en la India, donde trabajaba como voluntaria para una organización dedicada a excavar pozos y levantar escuelas. Nada que ver con la mujer depresiva y abandonada de mis fantasías. Cuando le pregunté sobre lo que había dicho la anciana marimandona, me explicó que su nombre era Maruja Bernal, y que en su momento fue una famosa médium, a la que acudían celebridades de todo el mundo. Al parecer residía de forma permanente en La Gárgola d'Aigua y gozaba de algunos privilegios por parte del servicio.
    Cuando la señora Maruja le pidió que la acompañara hasta la glorieta, Rocío, no se imaginaba que la iba a tener secuestrada el resto de la tarde y cuando la luz empezaba a escasear se dio cuenta de que estaban solas en el jardín. Rocío le recomendó a la señora volver al interior del hotel, a esperar la cena en uno de los salones, pero Maruja Bernal siguió explicando aventuras de sus momentos gloriosos y no le hico caso.

    - Entonces empezaron los ruidos, venían de abajo, del subsuelo- Señaló una losa de piedra con un pequeño grabado en la esquina. Flexioné las piernas para acercarme más al suelo y observar el dibujo esculpido en la losa. Era una gárgola, o un murciélago, no supe descifrarlo, aunque lo relacioné con el nombre del hotel. Rocío encendió otro cigarrillo mientras continuaba con su relato. Según contaba, primero se oyeron unos golpes amortiguados y luego una letanía de cánticos que la piedra apenas dejaba filtrar. Luego una fuerte vibración que le subió por las plantas de los pies y algo que le pareció un alarido. Rocío se asustó y apremió a la decrepita médium para abandonar la glorieta, pero Maruja Bernal se negó alegando que ella no oía nada, así que la muchacha la dejó sola cansada de soportar su despotismo. Me dijo que no sentía ningún remordimiento porque dejó avisó en recepción, para que se ocuparan de ella.

    Estaba fascinado, los hechos que sucedían a mí alrededor volvían a activar mi más oscuras perversiones dejando que la imaginación tejiera tramas inconcebibles e irracionales.

    En el centro del camino que llevaba hasta el cenador, derepente, apareció la niña de piel aceitunada que vi con la extraña familia. Llevaba un vestido suelto de tirantes de un blanco exultante, que destacaba frente al verde del frondoso jardín. Con la barbilla hundida en el pecho nos miraba fijamente con sus ojos rasgados y parecía furiosa. Me fijé en que apretaba los puños con rabia y aunque nos separaban más de diez metros, creí verla temblar.
    Tanto Rocío, como yo nos quedamos pasmados sin saber que hacer hasta que, veloz como un rayo, el chico del flequillo surgió tras unos cipreses y la agarró del brazo obligándola a seguirle. También el nos fulminó con su ojo ambarino.
    Tardamos unos segundos en reaccionar, la mirada de odio que nos había dedicado la chiquilla no tenía ninguna justificación, al menos para mí.   

jueves, 4 de agosto de 2011

EL ALMA GÉLIDA

Este verano me he decidido a publicar en el blog una historia que lleva tiempo en los cajones.
Cada semana, añadiré un capítulo de EL ALMA GÉLIDA, que espero despierte vuestro interes.
DESPERTAR, es el primer capitulo y para seguir un orden de lectura he agregado un enlace en la barra superior que servira de índice.
Espero que os guste. (faltan muchas correcciones, pero ahora me interesa vuestra opinión y saber si vale la pena el esfuerzo)

miércoles, 3 de agosto de 2011

VIDA SIN SOL


Hay un momento en el ciclo que abarca un día en el que dos fuerzas universales se encuentran para diluirse la una en la otra.
             De hecho, ese fenómeno, ocurre dos veces en cada periodo y en ambas ocasiones  el cielo explota en colores y la vida en la tierra se acomoda para adaptarse a ese pasaje de la jornada.
            Para mí, son espectáculos prohibidos y me cuido muy mucho de contemplarlos. Cuando llega la hora me resguardo en mi guarida, con los porticos de las ventanas cerrados para que la luz del sol no se cuele en las estancias.
            En mi biblioteca, iluminada por candelabros y candiles, paso veladas releyendo poemas y leyendas, contemplando las bellas ilustraciones que sintetizan la belleza de aquella estrella, que algunos, aun hoy, adoran como a un Dios y que es sinónimo de mi destrucción.
             En los tratados de física descubrí la composición del fuego que la alimenta y en los de astronomía, su posición de privilegio en el centro de las órbitas planetarias. En otros documentos más secretos, los astrólogos filosofan en cuanto a su poder zodiacal y la influencia energética sobre los seres vivos, los más audaces aseguran que forma parte de un mapa en el que se leen acontecimientos venideros.
            Me pregunto qué tendrá esa luz que la diferencia del resplandor de los maderos ardiendo en la chimenea ¿Será la potencia de su fuego? ¿Algo químico? O en su defecto, algo divino.
            Mis antepasados emplearon siglos en la búsqueda de un antídoto, de un remedio que les permitiera salir de la oscuridad, sin ningún éxito. El día, para nosotros siempre ha estado partido en dos y una de las partes, la de la luz y su calor, es terreno inexplorado.
             A veces me siento frente a una ventana cerrada y cierro los ojos intentando captar esa energía que genera vida y que se estrella contra los muros de la casa, imagino que una parte del derroche de flameante del sol, atraviesa las paredes y me impregna con un tierno cosquilleo, pero mi carne está fría como el mármol y solo siento dolor.
             Mi único consuelo son los libros, pero ¿Cómo imaginar algo que nunca se vio? Si me atengo a los dibujos y pinturas que representan a la estrella solo obtengo una imagen plana, circular, con aspas ardientes y muchas veces con rostro humano, pero siempre, como iconos de vida para ese mundo que yo vivo como tenebroso cuando me aventuro a salir de este encierro.
             Darle forma, es una cosa, sentir su presencia, otra muy distinta.
            Quisiera ser una semilla semienterrada en la tierra que recibe las pulsaciones del sol como alimento para germinar y abrirme camino entre la arena, hasta aflorar en el llano, o como el agua que se evapora bajo sus rayos y forma ciclos de nubes, o como el anciano que descansa en un banco, perdido en sus pensamientos, mientras el sol le acaricia la piel. Quisiera no ser lo que soy y renegar de mi alma de murciélago, ceder todo los privilegios de mi casta para mezclarme entre la gente y tumbarme panza arriba sobre la yerba, para sentir el olor de la luz.
Me despediría de la luna y de una vida en blanco y negro y luz artificial que tanto frío me ofrece. Caminaría por la arena, sorteando el borde de las olas de un mar brillante que se derrama en la playa, desnudo al sol, como un niño, y mis castillos de arena estarían llenos de ventanas abiertas.
             Nací distinto. Soy un maldito, un ser inmortal, siempre que me mantenga en la oscuridad de la noche y me oculte en mis criptas preferidas.

(Si te gustó el relato puedes votar en este enlace)
http://elrelatodelmes.wordpress.com

martes, 2 de agosto de 2011

EL HOMBRE SIRENA



          
Querían que les acompañara, a ver la atracción que llegaba al pueblo y me gritaban, desde la calle, que bajara. El cafre de Vicente, trepó por una farola, subiendo hasta la altura de la ventana de mi habitación. 

-¡Venga! ¡Marica! ¡Que no llegamos!- Voceaba, a través de la ventana. Le hice un gesto, con el dedo medio hacia arriba, y me puse la cazadora, antes de bajar y reunirme con ellos en el portal.

                Durante todo el trayecto, hasta el lugar donde estaba instalada la feria, Vicente, no dejó de torturar al bueno de Juanico, empujándole cuando pasábamos junto a alguna muchacha, o poniéndolo en evidencia, porque sus quilos de más le hacían sudar, el caso era meterse con alguien. Los demás, inmaduros como éramos, le reíamos las gracias, aportando nuestro granito de arena, con chascarrillos ocurrentes. Hasta Juanico, se reía.

En los carteles, que los feriantes repartieron por el pueblo, nos llamó la atención una de sus atracciones, todos estábamos excitados por lo misterioso del anuncio. En la pubertad, las cosas insólitas, despiertan los cinco sentidos y revolucionan la imaginación.
El plan era darse una vuelta por las casetas de tiro, montar en los autos de choque, donde Vicente daría rienda suelta a sus instintos, y nosotros descargaríamos adrenalina pavoneándonos frente a las chiquillas. Antes de marcharnos, montaríamos en el tren del terror y después, embobados, nos apiñaríamos en torno a los trileros, quedando fascinados por la bolita, que nunca estaba donde debía. Para el final dejamos lo que en realidad habíamos ido a ver, y cuando llegamos, aun envalentonados, nos quedamos perplejos al leer un cartel, junto a la taquilla.

- MENORES, ACOMPAÑADOS –

Llenos de frustración, nos miramos unos a otros, sin saber que hacer ¿Nos lo íbamos a perder?

- Dadme la pasta, ya me encargo yo- Vicente siempre fue el más lanzado de todos nosotros, le obedecimos y juntamos las monedas que nos quedaban.

Esperamos a unos pasos de la cabina de tiquets, mientras nuestro amigo le echaba morro al asunto. Para nuestro alivio, el encargado, le entregó las entradas con una mirada llena de complicidad. El día antes, llovió durante toda la tarde, y la recaudación de los feriantes fue pobre, así que hoy hacían la vista gorda.

Nos incorporamos a la fila, escuchando las arengas de un hombre, vestido con levita polvorienta y bastón que agitaba, como si de una batuta se tratase. Su voz teatral e impostada, le daba más pompa al discurso.

- ¡...Pasen y vean!  ! Nunca antes, sus ojos, han contemplado fenómenos, como los que hemos reunido, para ustedes!  Venidas de todos los rincones del mundo, estas proezas de la naturaleza, compartirán hoy sus secretos con aquellos valientes capaces de soportar su singularidad. ¡Amigo mío, si es usted débil de corazón, le ruego que no entre en la Casa de los Monstruos! Aunque si lo hace, si vuelven a sus quehaceres sin cruzar la entrada de esta muestra de prodigios, seguirán viviendo en la ignorancia. ¡Señores!  Ésta es la última sesión, no apta para cobardes.

¡Como no íbamos a estar excitados, ante tanta propuesta misteriosa!

Hoy me resulta fácil describir lo que vi en aquella carpa, y restarle importancia, pero en aquella época lo viví con un fervor arrebatador, que me mantuvo muchas noches sin dormir. Las pesadillas, nos afectaron a todos, menos a Vicente, que pronto dejó el grupo de niñatos, para ronear con sus primeras novias. El resto, quedamos conmocionados durante semanas.

Nada más entrar, la penumbra y un fuerte olor a lonas viejas, y sudor, me transportaron a un mundo extraño, lleno de murmullos y risitas histéricas. Me costaba estar quieto, e impaciente, me fui haciendo sitio en la primera fila, frente a una tarima, iluminada por un solo foco. Una pesada cortina roja, ocultaba el fondo del escenario, aunque las corrientes de aire la agitaban de vez en cuando.
El cicerón de la levita, se incorporó a la escenografía, y dirigiéndose a los espectadores, les rogó silencio.  A una señal de su bastón, el telón, empezó a abrirse lentamente.

El desfile se inició con una cabra de dos cabezas, que mantenía el equilibrio sobre un pódium, adornado con estrellas de purpurina. Luego trajeron a unos chimpancés siameses, encadenados por el cuello con argollas, y después, encerrado en una jaula, un cocodrilo blanco, al que lanzaron una gallina para que la devorará.
A esas alturas, ya tenía los pelos de punta, pero la segunda parte del espectáculo me reservaba emociones más fuertes e inexplicables.

Una mujer con larga barba, que sostenía en sus brazos a un anciano diminuto, como si fuera un bebe, se colocó en el centro de la escena, no dijo nada, solo se exhibía, asegurándose de que se le viera bien la cara al niño enfermo de progenia. Minutos más tarde se marchó, por un lateral, arrastrando su pesado vestido de época.

 Cuando la luz volvió a encenderse, el Hombre Cíclope, había tomado posesión de la tarima. Su único ojo aparecería muchas noches en mis sueños, durante años. Su deformidad genética también afectaba a la nariz y parte de la boca, dándole aspecto de sapo, de un solo ojo. Se había tatuado la cara y el cuerpo, con símbolos tribales, y solo llevaba un taparrabos para cubrirse.

“Las Maravillas del Mundo” que esperábamos ver, me estaban revolviendo el estomago, mire a mis compañeros, con la esperanza de que alguno dijera que ya tenía bastante, pero nadie quería confesar su miedo, y yo, no quise ser menos. Me prepare para el último pase, mientras me subían las pulsaciones.

Apagaron el foco en cuanto el ciclope acabó su número, y corrieron las cortinas. En la oscuridad, escuchamos como, tras la tela, arrastraban algo pesado, que hacía crujir los tablones del suelo, y un profundo burbujeo acuático, parecido al de los acuarios. Empezaba a faltarme el aire y solo un pellizco en las costillas, del oportuno Vicente, me devolvió a la realidad. Las poleas chirriaban, cuando descorrían el telón, y la luz tomó un tono azulado para enseñarnos una gran pecera llena de agua, y sumergido en ella, una forma íctea, se revolvía y golpeaba las paredes de cristal. Los espectadores dieron un paso atrás, temiendo que el vidrio cediese, y se levanto un murmullo ansioso. Juanico, soltó un gritito ahogado, y yo contenía como podía un escalofrió que me hacía temblar.

           Aumentaron la potencia del foco, un poco más, lo justo para que pudiéramos ver al ser que buceaba en la urna.

El encargado de la caseta pidió silencio, y nos rogó que nos tapáramos los oídos, ya que si alguien se atrevía a escuchar la voz del Hombre Sirena, perdería su alma, y advirtió que, como el Homérico Ulises, debíamos ser fuertes y no ceder a su canto.

En la pecera, un medio-hombre famélico, de torso blanco y arrugado, me miraba con grandes ojos de pez. De cintura para abajo, era igual que las focas que había visto ilustradas en mis libros. Le vi abrir la boca, y las burbujas  brotaron de su garganta. Apreté las palmas de las manos en mis oídos, con todas mis fuerzas, pero el zumbido, que provocaba con la presión, no ahogo el canto de sirena.

Un agudo alarido, nada melódico, semejante al de la fricción de dos metales, iba aumentando de intensidad. Yo no se si surgían de su garganta, o era un efecto sonoro, pero el caso es que, poco a poco, los espectadores, fueron abandonando la carpa, agobiados por el sonido y la imposibilidad de eludirlo. La amenaza del feriante, también tenía su peso en la decisión de marcharse, pero yo, hipnotizado, y aun a sabiendas de que todo debía de ser un truco, me mantuve inmóvil, con las manos apretándome el cráneo.

Entre burbujas y gorgoteos, escuché con claridad:

-CUENTA LO QUE VISTE, CUENTA LO QUE VES...Y LO QUE IMAGINES-

Sentí como me agarraban del brazo y tiraban de mí. Juanico me arrastraba fuera de la caseta, terriblemente asustado, junto a los otros. A trompicones, riendo casi con histeria, mis colegas y yo, nos alejamos de la feria, con el corazón latiendo enloquecido.
Todos habíamos oído el canto del Hombre Sirena y por tanto, de alguna forma, estábamos malditos. Cuando comentamos la experiencia, cada uno le añadía su propia percepción, pero ninguno contó que, el sireno, les hablara directamente, y solo se quejaban de los feos sonidos que habían oído. Sin embargo, yo escuche una voz, alguien me habló y yo si que entregué mi alma.

           Aquella noche llegué a casa, justo antes de que me echaran en falta para la cena, disimulé, como pude, las prisas por terminar la repugnante verdura, y en cuanto acabe, pedí permiso para irme a la habitación, mis padres, extrañados  preguntaron si me encontraba bien, pero cedieron sin insistir demasiado. Cuando estuve a solas, en mi espacio íntimo, saqué un cuaderno de un cajón, y rebusque hasta encontrar el bolígrafo, regalo de la comunión, y sin darme cuenta, las palabras surgieron, encadenando frases, que llenaban lentamente las hojas de la libreta. Cumplía condena, contaba lo que había visto, explicaba lo que veía, e imaginaba lo que estaba por venir. Sin darme cuenta, había sido seducido por el canto del hombre pez, para convertirme en un hombre sirena, que cuenta historias, para embaucar a quien se cruza en mi camino, apropiándome de su consciencia, por lo menos, mientras dura la lectura.