NIT
CAPITULO
I
ORBITAL
NIT
La
primera vez que se llegaba a la estación de extracciones espacial, el olor a
cerrado del oxígeno tantas veces reciclado hacía que se encogieran los pulmones
de los recién llegados. Algunos se sentían mareados y necesitaban varios días
para acostumbrarse al nuevo ambiente.
El
largo viaje de nueve meses desde la tierra hasta la central minera, inmóviles
en las cámaras de sustentación vital, debilitaba a los reclutas fuera cual
fuera su condición física, hasta los más atléticos y preparados tenían que
recibir un tratamiento de vitaminas sintéticas y una terapia de hidratación
intensa antes de poder empezar con las tareas que les tenían asignadas.
El
proceso llevaba repitiéndose desde hacía tanto tiempo que ya nadie en la
estación le daba importancia, y solo los nacidos en el espacio se permitían
gastar alguna broma a los novatos. Aunque con el tiempo el sentido del humor
había ido desapareciendo para transformarse en algo más bestial y se acercaba
más a un acto cruel que a una ceremonia de iniciación.
A los
nuevos habitantes de la vieja estación orbital les llamaban Novos, y a los veteranos les gustaba que
se les reconociera como Survivos, y
solo se conseguía ese rango después de seis meses de duro trabajo en cada uno
de los destinos. Los Grises eran los
encargados de la extracción de mineral en las minas excavadas en Nit, el planeta sobre el que orbitaba la
estación, y recibían el sobrenombre porque con su trabajo en las galerías, su
piel adquiría una tonalidad parecida a la del plomo.
Como
responsable de la seguridad del complejo orbital Asier Duval siempre recibía a
los nuevos reemplazos en el muelle de atraque y los inspeccionaba a distancia.
Un equipo a su mando se encargaba de hacer la revisión de rigor, antes de que
los equipos médicos se hicieran cargo de los viajeros y los condujeran a las
cámaras de desinfección. Se divertía observando los rostros confusos del nuevo
pelotón y hacía apuestas consigo mismo sobre la capacidad de aguante de cada
uno de los individuos. Ponía especial atención a las mujeres que llegaban, pues
el porcentaje de féminas en la Orbital
Nit era mucho menor al de los varones.
Para
llegar a los hangares y muelles de descarga había que atravesar un largo
pasillo donde se apilaban contenedores, vagonetas teledirigidas, y cajones con
suministros. El espacio libre era uno de los principales problemas en la
organización de la Orbital Nit, y en
muchas ocasiones se acumulaban los objetos más dispares en los pocos metros
despejados que quedaban en los conductos de acceso y zonas comunes. Duval sabía
que aquello comprometía la seguridad de la estación y siempre estaba en litigio
con los encargados de mantenimiento, sin embargo su autoridad tenía ciertas
limitaciones y era consciente de que la antigua base se estaba quedando
obsoleta y no cumplía con las condiciones necesarias para realizar un trabajo
ordenado y eficiente. Después de tantos años como responsable de seguridad el
hastío se había instalado en su ánimo y se limitaba a las rutinas más básicas
que permitían mantener un orden mínimo entre los habitantes del complejo.
Al
abrir la puerta que separaba el pasillo de los hangares se encontró con dos
nativos que cargaban unos cajones presurizados en una de las vagonetas, era fácil
distinguirlos del resto de los residentes pues que la genética había
evolucionado de una manera caprichosa en los nacidos en el espacio. Aquellos
debían ser de la tercera generación y su falta de vello, su piel fina y blanca
y sus ojos ambarinos les hacían inconfundibles. La relación entre los Moonmens y los llegados desde la Tierra
era áspera y a menudo surgían trifurcas casi siempre referentes a propiedades y
territorialidad, pero Asier procuraba resolverlas con contundencia para que los
altercados no se arraigaran, así que el temor a los duros castigos hacía que se
mantuviera una cierta disciplina.
Los Moonmens se apartaron un poco al ver al
jefe de seguridad y dejaron que pasara antes de continuar con su trabajo.
Al
llegar al hangar Duval inspeccionó la zona mientras se realizaban las tareas de
descarga y desembarco de reclutas. La actividad era frenética y las grúas
robotizadas sorteaban a los hombres que acababan de llegar y esperaban mientras
se les pasaba lista, el ruido de los mecanismos hidráulicos se mezclaban con el
voceo de los jefes de sección que
trasmitían sus órdenes por altavoces y el frio era tan intenso que, menos los
nativos, todos tiritaban a pesar de sus trajes especiales.
Nadie
del nuevo grupo llamó su atención de manera especial, ni sus fichas personales
que había revisado en el ordenador le sugerían que ninguno de ellos fuera
conflictivo o destacara por nada en especial, solo era un nuevo reemplazo de Novos destinados a los trabajos de
minería en Nit. Gente que en la
Tierra había agotado todas sus posibilidades de mejorar sus vidas y firmaban un
contrato de cinco años que les reportaría recursos suficientes como para llegar
a un retiro confortable. A cambio se convertirían en Grises y acortarían sus años de vida de forma drástica. Sin duda
aquello mineros eran gente desesperada a los que la sociedad solo les había
dejado una salida.
El jefe
Asier se fijo en una mujer joven, de pelo corto y rubio, que le pareció
atractiva. Se movía con cierta torpeza, como el resto de los recién llegados,
mientras los conducían a un acceso lateral que los llevaría a las cámaras de
descontaminación y después a los servicios médicos. Se dijo que más tarde
comprobaría que destino le habían asignado. Si no era minera y se quedaba en la
estación tal vez tuviera ocasión de acercarse a ella.
Un
grupo de Moonmens clasificaban más
cajas junto a una cinta transportadora, normalmente los nativos eran los
encargados de administrar los alimentos y de la higiene de la estación,
mientras los terráqueos se responsabilizaban de las tareas de mantenimiento,
tripulación y manipulación del mineral extraído en las minas. Los nativos nunca
participaban en los trabajos de refinado de las piedras que arrancaban en las
profundidades de Nit, a parecer su
organismo había desarrollado una fuerte alergia a sus componentes que podía
llevarlos a una fuerte crisis que incluso les provocaba la muerte.
Cerca
de ellos unos Survivos reparaban uno
de los vagones de transporte a Nit.
Las soldaduras las realizaban robots especializados, pero los últimos ajustes
siempre eran supervisados por un humano. Saltaban chispas y la fricción entre
metales se mezclaba con el resto de los sonidos que se cruzaban en el hangar.
El vagón era el único medio de bajar hasta la superficie de planeta, y la Orbital Nit disponía de tres de aquellos
vehículos. Normalmente los turnos de trabajo en las minas eran de cinco días,
ya que el viaje desde la estación hasta la base minera tardaba casi veinte
horas desde que se embarcaba, hasta que se atracaba. Una vez en Nit, unas instalaciones precarias daban
cobijo a los mineros que podían descansar cada doce horas de trabajo.
Para
que la extracción no se viera interrumpida en ningún momento, los vagones, con
capacidad para veinte personas, partían cada dos días con mineros que
sustituían a los anteriores y así se establecía un ciclo de relevos.
En
aquel momento, Asier sabía que de los tres vagones uno se encontraba en
tránsito hacia el planeta, otro había emprendido el viaje de vuelta hacía
horas, y el tercero estaba siendo reparado en el hangar. El que venía devuelta
transportaba la veintena de hombres más la carga de mineral y según sus cálculos
no tardaría en llegar a un hangar adyacente, donde se procedía a la descarga y
clasificación de las rocas. Era pura rutina, pero parte de sus
responsabilidades como responsable de seguridad era supervisar la llegada de
cada lanzadera, ya fueran las que provenían de la tierra, como los vagones
mineros que volvían de Nit.
El
intercomunicador que portaba en el cuello de su traje emitió un leve sonido al
conectarse.
-
¿Jefe
Duval?
-
Sí,
estoy a la escucha. ¿Es ya la hora?
-
Sí
jefe, pero me parece que algo no va bien en el vagón.
-
¿Qué
coño dices? ¿De qué me hablas?
-
Alguna
cosa falla en las comunicaciones.
-
¿Cómo?
¿No funciona la radio?
-
La
radio funciona perfectamente, pero no contesta nadie.
-
¡Esos
jodidos mi mineros! Siempre se olvidan del protocolo.
-
No
creo que sea eso, jefe, no me parece que sea un despiste, hay demasiado
silencio, creo que lo mejor es que venga usted a comprobarlo.
-
Voy
para allá, ¿Cuánto tiempo falta para que llegue al muelle de atraque?
-
Veinte
minutos exactos, y llevo más de una hora intentando comunicar con ellos.
-
Está
bien, estoy contigo en menos de cinco, si esos estúpidos se saltan las normas
les va a caer una multa de la que se acordarán durante mucho tiempo.
Cuando las sondas de exploración
localizaron el planeta Nit y
estudiaron su geología pronto enviaron informes sobre compuestos minerales
desconocidos que despertaron el interés de los científicos. Todas las pruebas y
experimentos que los robots realizaban resultaban sorprendentes por la
capacidad de generar energía que aquellas rocas tenían.
Sometidas un proceso de fusión su
materia reaccionaba transformándose en un fluido combustible, con un nivel
energético similar a la energía de fusión atómica, pero con un coste mínimo y
un sistema de producción tan simple que revolucionó el mercado energético de la
Tierra. Cuando el descubrimiento vio la luz todas las grandes empresas que
controlaban los recursos en el planeta se dieron cuenta de que se trataba de un
salto cuántico en la evolución de la humanidad y que era un error seguir
esforzándose en exprimir los agotados recursos de la Tierra.
El procedimiento de coalición entre
los magnates no fue sencillo, pero al final se estableció un sistema de
accionariado controlado por los países más poderosos que permitió la creación
de ME (minas espaciales) y dedicaron
todos sus esfuerzos en la creación de una nave tripulada por robots que fuera
capaz de viajar hasta Nit y volver
con una carga de aquel preciado mineral.
Todo aquello había pasado hacía
tanto tiempo que ya nadie recordaba los antiguos combustibles autóctonos que se
utilizaban en el pasado. Ahora todo funcionaba con los distintos derivados de
la plutonita que extraían de Nit.
Décadas después, cuando aprendieron
a manipular el verdadero potencial del mineral, se atrevieron a enviar naves
con tripulación crionizada para minimizar el desgaste que provocaba el viaje
del año que se tardaba en llegar hasta la frontera gravitatoria del planeta Nit, y construyeron la base espacial en
la órbita del planeta. Desde entonces la Orbital
Nit había estado ocupada por infinidad de personas ávidas de experiencias y
dispuestas al sacrificio a cambio de las generosas pagas que recibían. Algunos,
desarraigados de sus lazos con la vida en la Tierra, jamás volvieron
estableciéndose como colonos en la estación espacial y dando origen a los Moonmens.
Asier llegó al área de control
atravesando unos pasillos auxiliares que solo utilizaban los encargados del
mantenimiento, allí el frio era todavía más intenso y siempre circulaba una
corriente de aire viciado con olor a lubricantes. La iluminación era escasa
para minimizar el consumo y en algunos puntos se tenía que pasar por puertas de
seguridad con códigos personales.
En la sala de comunicaciones, Duval,
encontró al técnico de guardia visiblemente alterado tecleando códigos en la
consola. El cubículo estaba repleto de monitores, paneles con luces
intermitentes y cables que conectaban los distintos aparatos. Gerald Neisser
parecía encontrarse a gusto entre aquel caos aparente, aunque en aquel momento
toda su experiencia no parecía darle ningún resultado. Se mordía el labio
inferior con la vista clavada en la pantalla y se limitó a hacerle un gesto a Duval
para que se acercara.
-
Están
a punto de atracar ¾
Dijo, cuando Asier se puso a su lado.
-
¿Siguen
el procedimiento?
-
No.
El vagón tiene problemas.
-
¿A
qué te refieres? ¡Habla claro de una vez!
-
Será
mejor que lo vea usted mismo.
Contrariado Duval se apoyó en la
consola para acercarse al monitor. La imagen era nítida y podía ver con
claridad el interior del vagón de transporte. En los bancos laterales
dispuestos para los viajeros no había nadie, y en la parte delantera, donde se
situaba el jefe de sección para controlar las comunicaciones tampoco vio a
ninguno de los mineros.
Tardó unos segundos en convencerse de
que el transporte estaba vacío.
-
¿Comprobaste
el módulo de carga?
El técnico pulsó una tecla cambiando
la perspectiva de las cámaras para mostrar la parte dónde se almacenaba el
material, e hizo un barrido general mostrando los contenedores perfectamente
apilados. Tampoco allí encontraron ningún rastro de los Grises que debían regresar en aquel viaje, aunque todo estaba
perfectamente ordenado.
Los vagones solo tenían tres módulos
separados; el primero donde los mineros se acomodaban durante el viaje y que
también servía como sala de navegación; la parte central acondicionada para la
carga del material; y la última sección dónde se instalaban los propulsores de plutonita a la que solo se accedía con
trajes térmicos y sellados contra la radiación. Normalmente en cada equipo de
trabajo uno de los Grises estaba
entrenado para solventar las pequeñas averías que pudiesen surgir y que desde
la Orbital Nit, no podían solucionar
con los controles remotos.
Duval le pidió a Neisser que
inspeccionara también aquella parte de la lanzadera. Gerald lo hizo con
desagrado, pues él ya había revisado varias veces cada una de las partes del
vagón.
La imagen de los motores estaba
bañada por una tonalidad azulada y el zumbido de los generadores les llegaba a
través de los altavoces, pero tampoco allí quedaba ni rastro de los veinte
mineros.
-
¿Cuánto
tiempo nos queda?
-
Atracarán
en diez minutos.-Contestó Neisser.
-
¿Puedes
desviarlos a un muelle periférico? No quiero que nadie vea esto. Acabamos de
recibir un nuevo reemplazo desde la Tierra y el hangar principal está lleno de
personal. Llévalos a un lugar discreto.
-
Sí
señor, los llevaré al sector D, allí tenemos las compuertas vertedero, solo las
utilizamos una vez a la semana para deshacernos de todo lo que no es
reciclable.
-
Me
parece bien. ¿Tenemos las imágenes del momento del embarque en Nit?
-
Las
tenemos, jefe, ya las revisé y todo parecía normal. Las tengo preparadas…aquí.
Le bastó pulsar una tecla para que
las grabaciones almacenadas empezaran a editarse en el momento en que el grupo
de Grises empezaban a subir al vagón
posado en la superficie de Nit. La filmación mostraba al grupo de
trabajadores ultimando la operación de carga con movimientos rutinarios y de
aspecto cansado. Si alguno se acercaba a la lente de las cámaras se podía ver
claramente el tono plomizo de su piel a través del cristal de los cascos.
Gerald hizo que el vídeo avanzara a triple
velocidad para situar a los trabajadores en un fotograma concreto, cuando ya
estaban todos acomodados en interior del vagón. Se habían despojado de los
cascos y estaban sentados en los bancos laterales esperando el momento del
despegue. A los mandos de la lanzadera el responsable del grupo y un ayudante
iniciaban la secuencia que ponía los propulsores en marcha. Todo era de lo más
normal, como en tantos otros viajes los protocolos eran repetitivos y
monótonos.
El jefe de seguridad miró impaciente
a Neisser. La grabación no le aclaraba nada sobre la desaparición de los
tripulantes de la lanzadera. El despegue fue normal, y el inicio del viaje de
vuelta no mostraba ninguna anomalía.
Gerald sabía que Duval necesitaba
respuestas y que se estaba poniendo nervioso. Hacía mucho tiempo que en la Orbital Nit no sucedía nada relevante y
no estaban preparados para una situación como aquella. Desplazó su asiento
hacia atrás para que Asier pudiera acercarse más al monitor.
-
Cuando
llevaban siete horas de viaje sucedió algo. La imagen se pierde durante tres
minutos¾Comentó al tiempo que pulsaba enter en el teclado¾Todas las cámaras dejaron de
funcionar.
-
¿Y
no creíste conveniente informar sobre ello?¾Replicó Duval con autoridad.
-
Pensé
que era un fallo momentáneo, apenas fueron tres minutos, estaba comprobando el error
cuando la imagen volvió a los monitores, solo que…
-
¡Solo
que el vagón estaba vacío, y tú me avisas horas después!
-
Lo
siento jefe, al principio creí que se trataba de una broma de los Grises, nunca antes había pasado algo
así, no tenía sentido. Luego sucedió algo más.
-
¡Joder
Gerald! ¡Habla claro de una vez! ¡La lanzadera está a punto de llegar! ¿Qué
demonios está pasando?
-
Le
juro que no tengo ni idea.
Neisser enseñó los registros que los
escáner habían grabado en las últimas horas. Los radares informaban de una
potente anomalía que aparecía intermitentemente. La turbulencia solo duraba
unos segundos cada vez, pero con unos niveles desmesurados, e indicaba que algo
de enormes dimensiones se acercaba a la base espacial, y parecía que la estaba
rodeando. En un momento determinado se había cruzado con la lanzadera de los
mineros. Justo cuando las cámaras del vagón dejaron de funcionar.
Estudiaron los registros para ver si
podían determinar de qué se trataba, lo que fuese que los sensores detectaban
parecía estar en todas partes y sin duda se acercaba vertiginosamente a Nit.
-
Parece
una nube de polvo, o algo gaseoso¾Comentó Duval.
-
Eso
mismo pensé yo. Por eso hice unos análisis más concretos. Cuando tuve los
resultados me puse en contacto con usted.
El jefe Asier tenía la sensación de
que Neisser intentaba buscar una excusa con la que disculpar el retraso en
comunicar la incidencia. Pero viendo lo confuso de toda aquella información
comprendió que solo había hecho su trabajo y que no era un incidente fácil de
catalogar.
Los informes que los ordenadores
habían realizado descartaban cualquier tipo de masa gaseosa conocida, y tampoco
podían especificar la solidez de los objetos que los estaban envolviendo. Los
monitores mostraban millones de puntos de luz que titilaban unos segundos y
después desaparecían sin dejar rastro y aunque seguían una ruta clara hacia Nit, individualmente se comportaban de
forma aleatoria, como si fueran independientes unos de otros y variasen su
trayectoria y velocidad. De ser una tormenta de meteoritos los escáneres informarían
de su masa, tamaño y peso. Los cambios en las trayectorias podían deberse a
choques entre ellos, pero ninguno de los sondeos determinaba cuáles eran sus
componentes. Tampoco había explicación para que desaparecieran sin más y se
materializaran a su antojo eludiendo los radares.
-
Yo
he visto antes eso, en la Tierra, un verano en las montañas del norte de
Francia poco antes de embarcar hacia aquí.¾ comento para sí mismo Asier.
-
¿Cómo
dice?¾ se sorprendió el técnico.
-
Digo
que parece un enjambre de abejas. Una maldita nube de insectos.
-
De
hecho, señor, los únicos análisis coherentes determinan que es orgánico. Con
componentes biológicos. Yo creí que los ordenadores se habían vuelto locos y
descarté esa posibilidad. No hay nada que se comporte así en el espacio.
El jefe de seguridad miró a Neisser
asombrado por la afirmación que acababa de hacer. ¿Biológico? ¿Aquella inmensa
nube de puntos estaba viva? ¿Era por eso que parecía que se movieran independientemente
los unos de los otros? ¡Imposible! ¡Nada sobrevivía en el vacio del espacio! Y
aun menos era capaz de viajar de aquella manera.
-
Solo
una cosa, jefe Duval, si son insectos ¡Son gigantescos!
-
¡Eso
es una locura! Sin duda los radares tienen algún problema ¡Vuelve a
comprobarlos! Y no pares hasta que determinemos qué coño es esa mierda. Tengo
que ir a inspeccionar el vagón. Quiero que selles los accesos a las puertas
vertedero en cuanto yo haya llegado allí, y que no dejes entrar a nadie en esta
sala mientras no sepamos qué está pasando ¿Entendido? Y será mejor que estés
preparado para levantar los escudos y armar las defensas si te lo ordeno.
-
¿Va
a bajar usted allí solo?
-
Me
llevaré un par de sondas SOYD y un
fusil de fusión de la armería. Cuando compruebe la lanzadera veremos si es
necesario alertar al reten de seguridad y comunicarlo a la tripulación de la
base, por el momento todo esto es una mierda confusa. Ponte a trabajar,
revísalo todo otra vez, grabaciones, informes, y análisis, quiero que los
ordenadores echen humo, y una cosa más, envía un par de cápsulas de detección
al centro de la nube, a ver si nos pueden aclarar algo más sobre esas cosas.
Asier dejó al pobre Neisser
apesadumbrado por la cantidad de tareas de las que tenía que ocuparse solo,
cuando salía de la sala vio como Gerald le seguía con la mirada con el rostro
afectado por el miedo.
-
Ponte
a trabajar, no podemos perder más tiempo, y Gerald, confío en que descubrirás
que es eso. Eres el único que puede hacerlo.
-
Sí,
señor, no pararé hasta encontrar una respuesta.
-
Avísame
de cualquier cambio.
La armería, por cuestiones
estratégicas, estaba junto a la central de comunicaciones y Asier utilizó su
código personal para abrir la puerta blindada. Se dirigió al armario de armas
ligeras y desbloqueó uno de los fusiles de fusión. Se aprovisionó con un
cinturón de cargadores y montó el arma para que estuviera lista si la
necesitaba. Luego se puso un mando de control de sondas en la muñeca y programó
los sensores para manejar las SOYD.
Aquellas pequeñas esferas eran unos robots inteligentes que podían recoger
muestras, enviar imágenes e informes, y si era necesario disparar un haz de
energía plutónica regulable en su intensidad. Como se desplazaban con un
sencillo sistema de propulsores silenciosos podían llegar a cualquier sitio, o
quedarse suspendidas en el aire indefinidamente. Asier las solía utilizar
cuando tenía que disolver algún tumulto, siempre con la potencia de disparo a
mínima potencia, pero eran capaces de atravesar a un hombre si ajustaban su cañón
al máximo. El personal las llamaba Merodeadores,
pero su nombre técnico era: Sondas de Observación
y Defensa.
Aquella protección pareció calmar un
poco a Duval que respiró hondo antes de empezar el descenso hacia las puertas
vertedero donde ya debía estar atracando la lanzadera de los mineros. Llegar
allí no era difícil, pero como todos los destinos en la Orbital Nit, requería atravesar zonas nada acogedoras. Asier tenía
que bajar unos cuantos niveles, los primeros en ascensores de servicio y los
dos últimos atravesando pasillos y almacenes donde se acumulaban materiales
obsoletos que debían ser reciclados o enviados al espacio como basura. En esas
salas la temperatura solo se regulaba cuando algún equipo bajaba a trabajar,
cuando estaban vacías de personal solo se iluminaban con las luces de seguridad
y los termostatos marcaban temperaturas mínimas, así que se enfundó en un traje
térmico, incluido el casco, para no congelarse mientras llegaba a la lanzadera.
Se aseguró de que la comunicación con Neisser era clara y se introdujo, junto
con las SOYD flotando a su espalda,
en el primer montacargas.
El jefe Asier llevaba veinte años en
la estación espacial, trece como responsable de seguridad, tiempo suficiente
como para conocerla a fondo y odiar hasta el último remache que la componía. No
le gustaba estar allí, pero nunca se planteaba regresar a la Tierra, sus raíces
en el planeta estaban marchitas y aunque
si solicitaba el retiro dispondría de un crédito considerable con el que
establecerse y empezar de nuevo, no se sentía con fuerzas para un cambio tan
radical en su vida, allí, en la base espacial, aunque infeliz, tenía cierta
autoridad y una rutina controlada que apenas le dejaba tiempo para pensar en lo
solitario de su existencia.
Su trabajo era mantener el orden y
lo hacía con autoridad y desapego, en ocasiones con vehemente crueldad, lo que
le valió el sobrenombre de grob* (bruto
en alemán), pero lejos de importarle, aprovechaba aquella fama para hacer
valer su posición cuando era necesario.
Antes del incidente con el vagón de
los Grises los meses habían pasado
monótonos y sin nada relevante que perturbara su hastío, se limitaba a realizar
los controles establecidos y dormitar en sus horas de descanso. Cuando se
encerraba en su cámara personal solía beber un fuerte licor que destilaban los Moonmens con componentes sintéticos,
hasta que la cabeza le daba vueltas y quedaba semiinconsciente. Cuando
despertaba tenía que tomarse algunas píldoras analgésicas para controlar el
dolor de cabeza y luego se inyectaba una dosis de estimulantes con la que
conseguía ponerse en marcha. Aquellas adicciones era bastante habituales en la
estación, pero Duval las estaba llevando al límite, y era tan dependiente de
ellas que siempre tenía un pequeño armario repleto de frascos y botellas de
licor. Sin ellos era incapaz de funcionar. Solo era cuestión de tiempo que su cuerpo
le pasara factura con toda aquella química circulando por su flujo sanguíneo.
Aun así, mientras estaba bajo los
efectos de las drogas era un sujeto eficaz y capaz de mantener el aplomo que su
cargo requería.
Después de dejar los ascensores,
Asier caminaba en la penumbra por un conducto que le llevaría a la última sala
antes de llegar a la planta de desguaces, justo al lado de las puertas
vertedero. Las esferas SOYD
iluminaban con un foco direccional sus pasos, y pudo ver que en algunas
esquinas se había formado una fina capa de hielo. El silencio era una quimera
en la Orbital Nit, pues su estructura
siempre estaba crujiendo como un viejo navío, y los generadores y conductos de
aire provocaban silbidos y una permanente vibración que a muchos alteraba hasta
enloquecerlos. En aquella parte de la nave parecía que todos aquellos quejidos
se veían aumentados.
-
¿Gerald?
¿Puedes oírme? ¿Tienes alguna novedad?¾Preguntó por el comunicador instalado en el casco.
-
No
jefe, las cápsulas se están acercando a la nube pero aun no has trasmitido
nada. Tiene el vagón varado en el muelle vertedero.
-
¿Nada
nuevo en los radares?
-
Solo
esos puntos intermitentes...cada vez son más, pero no son constantes;
desaparecen y luego vuelven¾
Contestó Asier.
-
Voy
a entrar, estate atento.
-
Tenga
cuidado.
Las puertas del hangar se abrieron y
Asier entró con el arma apuntando al frente. Las SOYD se adelantaron e hicieron un rápido barrido de la zona sin detectar
nada anormal, después se quedaron flotando frente a la entrada del vagón.
La lanzadera estaba anclada al suelo
con le puerta aun cerrada y parecía intacta. Como su armazón no tenía
aberturas, ni ventanas no tenía ninguna pista de lo que encontraría en el
interior y a parte de los crujidos de los motores al enfriarse el silencio y el
rumor constante de la Orbital Nit, el
silencio era total.
Se acercó a la puerta y para no
bajar el arma le dio una patada al sensor de apertura, que desplazó el panel de
cierre del vagón.
Al abrirse la intensidad de la luz
interior de la lanzadera le cegó durante unos segundos y una bocanada de aire
caliente surgió con fuerza hacia el hangar. Aun no había entrado cuando algo le
empujó hacia atrás con un golpe duro y Asier perdió el equilibrio. Fue como un
estallido de energía invisible, igual que si le hubiesen soltado un latigazo.
Incluso la SOYD deambularon flotando
sin control durante unos segundos.
Duval tuvo que poner una rodilla en
el suelo para no terminar cayendo, sujetando con fuerza el fusil y aturdido por
lo inesperado de aquel fenómeno. Entonces, una de las sondas recuperó la
estabilidad y enfocó un lateral de la sala vertedero. Entre penumbras y el haz
de luz que la SOYD proyectaba el jefe
de seguridad pudo ver como una especie de tentáculos translucidos desaparecía a
traves de la pared que los separaba del espacio exterior.
Todo ocurrió en una fracción de
segundo y para Asier era imposible estar seguro de lo que había visto, aunque que
la primera impresión que tuvo era que algo parecido a un gusano se
desmaterializaba contra el acero del las paredes de la base orbital para
atravesarlas.
-
¡Gerald!
¿Has visto eso? ¿Qué demonios...?
-
¿Señor?
¿Qué sucede? ¿Se encuentra bien?¾La voz de Neisser sonaba cargada de estática por el
comunicador.
-
¡Había
algo en el vagón!¾Gritaba
Duval.
-
Desde
aquí solo he visto un fogonazo...
-
Alguna
cosa salió de ahí y me golpeó.
Duval acusaba la impresión de aquel
extraño fenómeno y empezó a sudar, lo que le hacía estar incómodo enfundado en
el traje protector. Le aumentaron las pulsaciones y respiraba agitado. No paraba
de mirar la pared donde creyó ver algo extraño y que las esferas sondeaban sin
resultados. Tenía la lengua pastosa y echó en falta un trago del destilado de
los Moonmens.
Dejó que pasaran unos minutos hasta
que recuperó la calma, intentando convencerse de que todo había sido una
alucinación y cruzó el umbral de la lanzadera. Las SOYD le pasaron por encima de la cabeza y se introdujeron con él en
el vagón, revisando los rincones mientras variaban la altura de flotación para
no dejar ningún lugar sin escanear.
Los robots estaban programados para
tomar sus propias decisiones según sus sensores captaban estímulos determinados,
y de su interior se desdoblaba un pequeño brazo articulado que podía recoger
muestras y que también aspiraba partículas diminutas y fluidos para
almacenarlos en su depósito. La cámara
de alta resolución que llevaban instalada registraba cualquier ángulo que se
propusiese y las imágenes eran enviadas instantáneamente a la sala de control,
donde se monitorizaban por Gerald o el oficial de guardia.
Más allá de las herramientas y el
instrumental de trabajo de los Grises
abandonados en el fondo del vagón no había ninguna evidencia de que hubiesen
embarcado, tal y como los vio hacer en las grabaciones. Simplemente no estaban.
Cuando hubo inspeccionado la parte
donde se almacenaba la carga, y el compartimiento de los motores se convenció
al fin de que habían desaparecido.
Las esferas recogieron muestras
durante todo aquel tiempo y cuando volvían al puente de mando se centraron en
unas pequeñas láminas brillantes que se habían acumulado bajo uno de los bancos
integrados en los laterales. Descendieron hasta ras del suelo y con su
aspirador telescópico absorbieron parte de las escamas.
Duval verificó en los controles que
la puerta no había sido abierta en ningún momento durante el trayecto de Nit a la Orbital Nit y desalentado se dio por vencido. Era incapaz de imaginar
que era lo que había pasado.
Le comunicó a Gerald que volvía a la
sala de control y que por el momento dejara precintada aquella parte de la
estación. Tendría que esperar a comprobar las telemetrías de las sondas antes
de hacer ninguna conjetura.
Cuando abandonó la lanzadera y
avanzaba en la penumbra por el hangar vertedero escuchó un chasquido, y una
columna de deshechos metálicos amontonados en una esquina se desmoronó con
mucho estruendo.
-
¡Joder!¾ Masculló asustado¾¿Qué demonios?
La montaña de escombros estuvo a
punto de aplastarle y alcanzó a una de las SOYD
arrastrándola bajo la basura.
Una sombra se desplazó con rapidez y
Asier apuntó instintivamente con el fusil mientras seguía el haz de luz de la
esfera que se había salvado y que también detectó el movimiento. Entre un gran
contenedor obsoleto y varios depósitos viejos alguien intentaba esconderse
acurrucándose contra la pared.
-
¡Quieto!
¡Al menor movimiento te reviento! ¡Túmbate boca abajo con los brazos abiertos!
¡Ahora! ¡O disparo!
El extraño no obedecía las órdenes
del jefe de seguridad, y Duval alterado por las circunstancias empezaba a notar
la falta de droga en su organismo. Le costaba mantener el arma en posición y el
temblor de sus articulaciones se aliaba con las sombras donde se había
refugiado el intruso, y tuvo que avanzar unos pasos para asegurarse de tenerlo
a tiro. Entonces reconoció a un joven Moonmen
encogido entre los escombros con el rostro desencajado y los ojos llorosos.
-
¡No
te muevas de ahí! ¡Maldito nativo! ¿Qué mierda haces aquí?
No obtuvo ninguna respuesta del muchacho,
que desviaba la vista hacia el lugar donde Asier creyó ver desaparecer aquellos
largos tentáculos, mientras sollozaba apenado.
-
¡Vamos,
levántate! ¡Vas a tener que dar algunas explicaciones!¾El proyector de la sonda SOYD iluminaba ahora sí al Moonmen y
registraba sus constantes vitales¾¡Sin movimientos extraños! ¡Arriba, camina delante
de mí!
Por fin el joven balbuceó.
-
Se
han llevado a mi hermana¾Y
rompió a llorar desconsolado.
Al escuchar al nativo Duval sintió
el peso del fusil y tuvo que bajar los brazos, las descargas de adrenalina de
las últimas horas le habían dejado exhausto, demasiados acontecimientos
inexplicables se acumulaban uno tras otro y Asier no estaba preparado para
ellos. Su formación como policía en la Tierra y sus años de experiencia en la
estación orbital nunca previeron aquel tipo de situaciones. Todos los manuales
y entrenamientos con los que superó las pruebas de acceso al cuerpo de
seguridad le habían formado para afrontar multitud de supuestos, pero en ningún
caso explicaban cómo se debía actuar ante los hechos de las últimas horas.
Su cerebro intentaba procesar toda
la información que recibía, pero lejos de comprenderla estaba a punto de
colapsarse.
Ayudó al Moonmen a ponerse en pie, y el joven no se resistió. Entonces se
percató de que el muchacho tenía una manga del blusón desgarrada y la parte del
pecho hecha jirones, como si unas zarpas se hubiesen enganchado en la ropa y
tirado hasta rasgarlas. Fue entonces cuando el dolor que antes sintió en el
costado volvió a recordarle que él también había sufrido un extraño ataque y se
palpó las costillas. Su traje también estaba roto, las fibras térmicas con las
que estaba tejido tenían un agujero de medio palmo y parecían fundidas con un
soplete.
Lo mejor era salir de allí lo más rápidamente
posible y reunir a un equipo en el puente de mando para organizarse. Tenía que
dar aviso a la base central en la Tierra aunque era consciente de que cualquier
ayuda que pudiesen proporcionarles estaba a nueve meses de distancia.
Mientras dejaban atrás el vertedero Gerald
Neisser se comunicó con Duval por el comunicador del casco.
-
¿Jefe?
¿Puede oírme?
-
Estoy
saliendo del hangar ¡Precíntalo!
-
¡Hecho!
Señor. Tengo una señal en el monitor, las sondas que enviamos a la nube han
retrasmitido algo.
-
¿Sabes
ya que es lo que detectaron los radares?¾Duval estaba impaciente.
-
Se
lo que no son...
-
¡Habla
claro de una vez! ¡No es momento para juegos!
-
No
son abejas.
-
¡Mierda,
Gerald! ¡O te explicas o cuando llegue ahí te vas a arrepentir!
-
Son
medusas...o gusanos.