SOMBRAS CHINESCAS

  SOMBRAS CHINESCAS


L
levaba tiempo esforzándome en acabar de escribir la novela. Solo los más allegados sabían que me había impuesto aquel reto, pero todos desconocían de qué iba la historia y aunque me moría de ganas de conocer su opinión sobre el relato, no dejaría que leyeran ni un renglón hasta que estuviera acabada. Entonces sería el momento de la verdad, de saber si el esfuerzo estaba compensado o por el contrario lo que había escrito era un autentico bodrio.
Por las circunstancias de mi trabajo disponía de poco tiempo libre y los momentos que podía dedicar a la familia y a la vida social se llevaban las horas necesarias para concretar la trama que quería plasmar en el libro. Soy una persona que se dispersa con facilidad y para escribir necesito intimidad y silencio. En ese entorno solitario los personajes pueden poseerme y explicarse, los paisajes se dibujan y los acontecimientos se entrelazan. Todo adquiere sentido si me entrego por entero a la narración, sin condicionantes externos que me distraigan.
Decidí que necesitaba aislarme, alejarme unos días de la ciudad, recluyéndome en un pequeño balneario que conocía de oídas. Era un establecimiento reformado, de principios del siglo diecinueve, con un toque modernista y de pocas habitaciones. Los tratamientos termales que ofrecían estaban algo desfasados pero era lo que menos me importaba. Conservaba un esplendido jardín donde disfrutar del aroma a madreselvas y lirios y reinaba un silencio que solo había encontrado en los claustros de algún monasterio. La habitación que reservé, aunque pequeña, se encontraba en un extremo del edificio, lejos del barullo de la cocina y los salones que podían distraerme. La verdad es que era el entorno ideal para enfrentarme a los personajes que se desarrollaban en la novela.
Solo llevaba hospedado un día, cuando todo se complicó.
Era la hora del almuerzo y yo ya estaba instalado en una mesa individual junto a un ventanal que daba al jardín. Como era la parte del fondo del comedor, tenía una visión completa de la estancia y me entretenía observando a los escasos parroquianos que iban tomando asiento para la comida. Estábamos fuera de temporada y los dueños del balneario atendían relajados a sus clientes con trato familiar y desenfadado, obsequiando sonrisas y atenciones.
El metre acompañó a una anciana hasta su mesa. La mujer no paraba de farfullar mientras se sostenía del brazo del jefe de sala y lanzaba miradas altivas al resto de los comensales. Llevaba un vestido más apropiado para una gala de noche que para un simple almuerzo, aunque el bajo de la falda estaba descosido en una esquina y los colores del estampado habían perdido intensidad. Por su porte supuse que en su juventud fue una mujer bella y segura de si misma. Ahora interpretaba el papel de diva bajo una capa de maquillaje estrafalario que le quitaba toda la dignidad y se adornaba con joyas exageradas lustradas con bicarbonato.
Apenas se valía por sí misma y las piernas le temblaban a cada paso, lo que no impidió que exigiera con vehemencia una mesa distinta a la que le habían asignado. Cuando estuvo satisfecha, pidió champan al camarero y dijo, que el menú del día no le gustaba y que prefería tomar lenguado con compota de manzana, ensalada sin cebolla y una ración de almejas al vino blanco. Ni el lenguado, ni los moluscos estaban en la carta pero el metre asintió con resignación y tomó nota del pedido.
En la mesa de al lado, una mujer delgada, de pelo largo y lacio, se ocultaba tras la carpeta del menú. Se la veía nerviosa, algo asustada y una tristeza flotante la envolvía. Pensé que si se sacudía aquella aura cenicienta resultaría atractiva. Tenía los hombros pecosos y angulados y su vestido de tirantes con escote cuadrado revelaba un pecho atlético y senos pequeños. Me recordaba a alguien pero no descubrí a quién.
La sorprendí mientras, furtivamente, me miraba y se ruborizó protegiéndose con la carpeta. Desvié la vista para no incomodarla, simulando leer mi propia carta, aunque, por el rabillo del ojo,  seguía observándola.
Aquella mañana me encontré con ella en la recepción del balneario. Yo subía de las termas, de un baño matinal en el momento en que ella se inscribía en el mostrador. Llegó sola, con apenas equipaje. Silenciosa y lánguida como una flor marchita. Cuando le dieron la bienvenida y le preguntaron qué cuanto tiempo iba a quedarse, contestó que no lo sabía.
No creo que en ese momento ella me viese, parecía tan exhausta que, la recepcionista, le recordó que el balneario contaba con un medico que supervisaba a los clientes, si estos lo solicitaban. La puerta del ascensor se abrió y entré en la caja aun atento a la recién llegada. Antes de que el ascensor se cerrara, la mujer contestó a la empleada que se encontraba bien y que no necesitaba al doctor. Solo venía a descansar y a poner orden en su cabeza.
Algo en su presencia, en su gesto, desnudaba una profunda soledad y su lucha interna por liberarse de ella. Pero su actitud la empequeñecía y temerosa jugueteaba con las copas sin levantar la vista del mantel.
El menú fue delicioso, preparado con mimo y con productos de primera calidad. Mientras degustaba las últimas cucharadas de mi copa de crocante de Ferrero Rocher helado, hizo su entrada en el comedor una familia peculiar, que rápidamente fue atendida por el metre y conducida a una mesa libre.
Al frente, casi por delante del jefe de sala, un hombre de unos sesenta años, con camisa naranja y pantalones de lino blanco, sandalias y un rutilante reloj de oro precedía a una mujer, de bonita figura, con el pelo recogido en una cola morena y que aparentaba ser bastante más joven que el patriarca. De su mano colgaba una dulce adolescente que no llegaba a la quincena, con rasgos orientales, pero de piel oscura como el café con leche. Se la veía dócil y bien educada, aunque me pareció que estaba en un estado de alerta permanente. Como cuando sabes que en cualquier momento te puede caer una colleja.
El que más me impresiono, fue el muchacho. Un joven de veinte años, espigado y huesudo, con un largo flequillo rubio y la piel del color de la cera, que se movía con gestos desgarbados pero fluidos. Algo en su porte lo hacía ambiguo, andrógino, misterioso. Lo observaba todo con cierta insolencia y al pasar frente a la vieja gloria, que apuraba su copa de champan, note cierto disgusto en los labios de la anciana.
La chica solitaria de la mesa de al lado, se hundió aun más en su silla, y ladeo la postura con disimulado rechazo.
Cuando el chico tomó asiento en su lugar en la mesa, quedó frente a mí e intercambiamos miradas. Una de sus pupilas estaba dilatada en extremo, y el iris, casi inexistente tenía el color del ámbar. Su otro ojo era normal, de un verde intenso y profundo. Me dejó fascinado.
Había algo en aquel grupo que los hacía poco convencionales, y no me refiero solo a su aspecto. La manera en que se relacionaban, aparentaba normalidad y buenas maneras, se mostraban afectuosos y solícitos, incluso demasiado para una familia normal. Se palpaba un ritual pactado de cara al espectador, como si ocultaran su verdadera manera de ser.
Degusté el último sorbo de mi café y me dije que era el momento de subir a la habitación, recuperar el capitulo en el que estaba trabajando y aprovechar aquella tarde, escribiendo.
Una vez instalado, frente al ordenador portátil, con el archivo abierto en la pantalla, me di cuenta de que era incapaz de concentrarme. Era imposible hilvanar la trama de unos personajes que hacía tiempo dormían en el disco duro del ordenador. Mis pensamientos se dispersaban una vez más y ni la protectora intimidad que me había construido, me eran de ayuda.
Tras una hora de frases sin sentido y poco imaginativas me entró el mal humor. Cerré con malos modos el ordenador y dude entre estirarme en la cama o salir a airearme. Me cambie de ropa y decidí bajar a tomar una copa en la terraza del jardín del hotel. Tal vez el aire perfumado me sosegara el espíritu.
Un cenador de verano hacía las veces de terraza y a aquellas horas, estaba vacío. Por un sendero bordeado de rosales, paseaban la diva de las almejas y la chica triste. La abuela se aferraba al brazo de la mujer, que seguro se arrepentía de haberse ofrecido a ayudarla, pero que ahora era incapaz de abandonarla. Avanzaban muy lentamente, por el camino de gravilla, buscando la glorieta que había en un extremo del jardín. La anciana parecía dispuesta a criticar cada uno de los detalles ornamentales que el jardinero había ideado y atormentaba a su acompañante con explicaciones sobre las maravillas de otros jardines que ella conocía y que eran auténticos vergeles. La bella solitaria miraba al suelo y se cargaba de paciencia. Si había venido a aquel sitio para liberarse de alguna de sus cargas, lo estaba haciendo muy mal.
Por otro camino empedrado con losas irregulares de piedra, se llegaba a la piscina. Me aventuré unos pasos y observé a la familia que tomaba el sol bajo una pérgola que lo tamizaba. La mujer, tumbada sobre una hamaca, con unas enormes gafas de sol y la piel brillante por el protector solar estaba separada unos metros del resto de la familia. Como si fueran desconocidos. Cerca del borde de la piscina, recostados sobre cojines que habían esparcido por la hierba, el padre acariciaba el pelo rubio del muchacho, que había recostado su cabeza sobre las piernas del patriarca. Se miraban a los ojos y el acto tenía algo de impuro. La niña, con un biquini blanco deslumbrante, aplicaba crema solar sobre los hombros del hombre que se estremecía complacido.
No aguanté más aquel desfile de sombras chinescas, de imágenes en dos dimensiones que me estaba abduciendo, llevándome a elucubraciones paranoicas que me hacían juzgar a gente desconocida de forma insana, inventándome su pasado, su presente y su futuro. Fui directo a la recepción del hotel y pedí la cuenta, les dije que lo sentía y que debía anular la reserva, que un imprevisto me obligaba a cambiar de planes y tenía que marcharme. No me constaría demasiado volver a llenar la maleta y salir huyendo de aquel lugar, de aquellos huéspedes y de mi propia novela.
Sombras chinas, teatro de luz y fantasía. Un mundo de siluetas indescifrables que cuanto más grandes se muestran en la pantalla, más alejadas están de ti, y que cuando se ven pequeñas están al alcance de tu mano y muy lejos del verdadero haz de luz que les da la existencia.
Si quise ver más allá es porque debo ser un perturbado. O ¿acaso no inventé un pasado para la anciana, un presente que oprimía a la mujer pecosa y un incestuoso y grotesco rito familiar?
Como un titiritero, quise tirar de hilos para hacer bailar a mis marionetas.


REGRESO A LAS SOMBRAS

Nada más llegar a mi apartamento, antes de dejar la maleta en el suelo y encender las luces, comprendí que salir huyendo del balneario había sido un error. Durante el camino de regreso a la ciudad tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza y llegar a la conclusión de que el malestar que había sentido no era debido a los huéspedes y que al contrario, mi huida, estaba provocada por mi propia mediocridad. Nunca acabaría la novela si no me sobreponía a aquella falta de inspiración. Si aun creía algo en mí, tenía que volver a aquel sitio y concentrar toda la fantasía en los personajes de ficción. Si los residentes del hotel, con sus particularidades, despertaban mi interés, aprovecharía para nutrirme de su presencia, tal vez me ayudaran a desenterrar tramas que hacía tiempo tenía encalladas.

Conduje parte de la noche y cuando el día empezaba a despuntar llegué a La Gárgola d'Aigua, el balneario novecentista de dónde, apenas hacía unas horas, me había marchado lleno de dudas.
Pronto llamó mi atención que, a pesar de la hora temprana, apenas estaba amaneciendo, un grupo de personas estaban reunidas cerca de la entrada principal. Les noté agitados y la preocupación de sus rostros era evidente. Dejé el coche en el aparcamiento para clientes, en la parte de atrás y, por un sendero de gravilla, fui hasta la entrada. Mis pasos sobre las piedrecitas atrajeron la mirada de aquella gente.
Cuando estuve un poco más cerca pude ver los uniformes de cuatro de ellos y reconocer al maître, el sexto era un hombre octogenario, pero de una planta y vestimenta exquisita, mantenía el porte y la espalda recta y lucía una espesa mata de pelo blanco peinada hacia atrás.
Los policías me saludaron llevándose la mano a la visera de sus gorras y el maître sonrió agravando su desconcierto.

-          ! Pensaba que había tenido que marcharse Señor... ¿Montal?
-          He podido solucionarlo ¿Creé que puedo recuperar mi habitación?
-          Bueno, habrá que revisar el registro pero, no me consta que la hayan ocupado…Discúlpeme usted, señor, pero ahora tengo que resolver un asunto con estos agentes, si es usted tan amable en recepción se harán cargo de su equipaje.

Antes de subir el primer escalón hacía la gran puerta, uno de los policías, me observó con interés, se desplazó sutilmente entorpeciéndome el paso, fue un gesto leve, pero lleno de intención.

-          Buenos días, señor, perdone la pregunta pero me ha parecido entender que estaba usted hospedado aquí, anoche. ¿Eso es así?
-          Me marché al caer la tarde, tuve un imprevisto, pero ahora todo está en orden.
-          ¿Un asunto familiar?
-          Algo parecido, al final no fue nada. 
-          ¿Va usted a quedarse, esta vez?
-          Si, unos días- No entendía por qué tanto interés en mis asuntos y empezaba a    sentirme molesto con las preguntas.-Voy a regístrame, si me permiten, estaré en la habitación.

Les dejé al pié de la escalera y entré en el balneario, las grandes vidrieras emplomadas pintaban de colores el mosaico de mármol del suelo y el ambiente era fresco y oxigenado. El mostrador de recepción estaba flanqueado por dos amplios pasillos, el de la izquierda llevaba a la puerta de las instalaciones termales, construidas bajo el hotel. El de la derecha estaba acondicionado con dos sillones tapizados en rojo que custodiaban la entrada a la sala de lectura, la puerta estaba abierta y escuché una voz que creí reconocer. En aquel momento la recepción estaba vacía y opte por dirigirme al salón de la derecha.
Esta vez nadie se percató de mi presencia, lo que me dio tiempo para hacerme una idea de lo que estaba pasando.
La chica de los hombros pecosos estaba sentada en un sillón orejero, con las rodillas juntas y los hombros echados hacia delante, mantenía la cabeza baja y su pelo liso le tapaba la cara. Un par de huéspedes que no había visto antes y un matrimonio anodino que estaba en el comedor durante el refrigerio del día anterior, compartían conversación en un amplio sofá en tono inaudible. Junto a una chimenea, al fondo de la habitación, la anciana con aires de marquesa, se erguía muy tiesa, sentada en una silla, más digna que nunca, apoyada en su bastón. Parecía abroncar a la muchacha y no paraba de ofenderla con insinuaciones sobre su valía.
De los miembros de la extraña familia de la piscina, solo el muchacho rubio, estaba en la sala, parecía que sonreía, observándolo todo a través de su largo flequillo. Él fue el primero en verme y al hacerlo, frunció el ceño. Se levantó como un felino y salió del estudio golpeándome con el hombro al cruzarse conmigo.
No alcanzaba a comprender que estaba pasando, cuando abandoné la Gárgola d'Aigua, y dejando aparte mi propia neurosis, el hotel era un lugar tranquilo y aquel ajetreo matutino estaba fuera de contexto.

-          Hola, soy Marcelo Montal, nos vimos ayer en el comedor.

Me acerqué a la chica del sillón, que levanto la cabeza y pude ver sus ojos enrojecidos; aunque ahora no lloraba, su respiración era sincopada y aun tenía un pañuelo entre las manos. Me miró, y alargó la mano sin levantarse, se la estreché con delicadeza y tomé asiento, frente a ella.

-          No le haga usted caso, ¡Es una inútil!, solo sabe lloriquear.- Oí que despotricaba la anciana. - Si por ella fuera escondería la cabeza bajo tierra, para no ver lo que está pasando.
-          Discúlpeme, señora, pero ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué hace la policía en la entrada?
-          ¿Qué qué ha pasado?, ¡pues que le han matado! Ese hombre no me gustaba, ahora que no está ese chico con ojo de serpiente, puedo decirlo, ese tipo no era trigo limpio. ¡Se le veía en la cara!- Y la mujer se incorporó con la ayuda del bastón- Lo han encontrado esta madrugada, muerto,  en las termas ¡Vaya escándalo!, este lugar ha perdido toda su clase, ya dejan que venga cualquiera.
-          ¿Quién lo encontró?- Pregunte conmocionado por lo sucedido.
-          El servicio de mantenimiento, al revisar las instalaciones- Se atrevió a contestar la muchacha mientras se sonaba la nariz.
-          ¡Que sabrás tú!, si fueras una señorita dejarías hablar a los mayores. ¿Puede usted creer que esta niñata me dejó abandonada cuando anochecía en el jardín?, ¡Tuve que volver sola a mi habitación! ¡Ya no hay respeto por la edad! Esta juventud no tiene valores. ¿No piensa usted lo mismo?

Esquivé la pregunta levantándome y ofreciéndome a acompañarla a sus aposentos, pero me dijo que la policía los había reunido allí para hacerles algunas preguntas. No me di por aludido ya que, a mí, los agentes no me habían emplazado a esperarles. Recogí la maleta y volví a la recepción. Media hora después ya me había quitado los zapatos y recostado en la cama. Aquella mañana, me saltaría el desayuno.

A la hora del aperitivo me sentía descansado y hambriento. Después de asearme y ponerme ropa cómoda, dejé la habitación para hacer tiempo en el bar del hotel e indagar un poco más sobre lo que había pasado la noche anterior. Para familiarizarme un poco más con el establecimiento, bajé por las escaleras que, en cada rellano, se iluminaban con grandes ventanas en forma de uso. Los cristales estaban emplomados con una reja de rombos, y el del centro del tramado, era transparente como el aire. A través de uno de ellos, cuando ya estaba en la primera planta, vi el jardín, y como si la geometría lo enmarcase, la glorieta. Allí, la chica triste fumaba un cigarrillo, apoyándose en una de las columnas.
Al bajar el último tramo de escaleras, me encontré de cara con el maître. Subía apresurado los escalones y casi tropieza conmigo. Con cara de susto, se disculpó.

-          ¡Oh! Discúlpeme, no le había visto...no es habitual que los huéspedes hagan uso de las escaleras. ¿Le pasa algo al ascensor?, puedo hacer que lo revisen.
-          No se preocupe, solo estiraba las piernas, he conducido muchas horas.
-          Bien, bien, estupendo...-Parecía contrariado y no se decidía a continuar subiendo, como le vi titubear pensé que era un buen momento para fisgar un poco más. 
-          ¿Quién es esa chica? Se la ve siempre tan abatida que me preocupa.- Le indiqué que mirara por el rombo de la ventana.
-          ¡Vaya!, aquí no está permitido fumar...Bien, imagino que dadas las circunstancias podemos ser permisivos- Bajo la vista con el ceño fruncido- Si, la señorita    Rocío...creo que ya estuvo alojada con nosotros hace unos meses. Sí, hace unos meses.

Era evidente que el hombre estaba incómodo y que tenía la cabeza en otro sitio. Me eché a un lado para dejarle las escaleras libres.

-          Le veré en el comedor.
-          ¡Por supuesto! Para cualquier cosa que necesite. Soy, Guillermo Rius, Jefe de Sala y el encargado del bienestar de los clientes.
-          Creo que me daré un paseo por el jardín.
-          Una idea excelente- dijo mientras desviaba la vista a la ventana- Vaya usted- Y con un saludo de la cabeza reanudó su tarea escaleras arriba.

Estaba  claro que me iba a costar centrarme, a la clara crisis creativa había que añadir el extraño ambiente que reinaba en el balneario, después de una noche trágica. La curiosidad hizo que, una vez más, me alejara de mis objetivos postergando el momento de sentarme a escribir. Me dije que trabajar bajo presión nunca daba resultados y menos si mis pensamientos estaban en otra parte.
Desde la planta baja, accedí al jardín para encaminarme hacía la glorieta. La muchacha apuraba el cigarrillo con la mirada perdida en los parterres de violetas que tenía enfrente. Algo en su aspecto había cambiado. Me pareció que la aparente fragilidad que la envolvía, se esfumaba, desmintiendo la imagen que yo retenía en la cabeza. El sol estaba casi en su cenit y le despejaba el rostro de sombras. Parecía contrariada, pero más relajada que en el salón de lectura. En mi fantasía le asigné el papel de solitaria, de persona débil y deprimida, no tardaría en comprobar que, su discreción, era solo una pose.
Lanzó la colilla al suelo y la pisó hasta desintegrarla.

-          ¿Ha descansado?- Me preguntó nada más verme.
-          Lo suficiente, parece que ahora está todo tranquilo. ¿Aún está la policía por aquí?
-          ¡Joder, no! Ya se largaron, nos tuvieron hasta hace poco enclaustrados en la biblioteca ¡Con la loca de la vieja esa! ¡La tengo atravesada!
-          Parecía muy enfadada con usted.

Estuvimos hablando un buen rato. Me dijo que se llamaba Rocío y que estaba recuperándose de un virus que contrajo en la India, donde trabajaba como voluntaria para una organización dedicada a excavar pozos y levantar escuelas. Nada que ver con la mujer depresiva y abandonada de mis fantasías. Cuando le pregunté sobre lo que había dicho la anciana marimandona, me explicó que su nombre era Maruja Bernal, y que en su momento fue una famosa médium, a la que acudían celebridades de todo el mundo. Al parecer residía de forma permanente en La Gárgola d'Aigua y gozaba de algunos privilegios por parte del servicio.
Cuando la señora Maruja le pidió que la acompañara hasta la glorieta, Rocío, no se imaginaba que la iba a tener secuestrada el resto de la tarde y cuando la luz empezaba a escasear se dio cuenta de que estaban solas en el jardín. Rocío le recomendó a la señora volver al interior del hotel, a esperar la cena en uno de los salones, pero Maruja Bernal siguió explicando aventuras de sus momentos gloriosos y no le hico caso.

-          Entonces empezaron los ruidos, venían de abajo, del subsuelo- Señaló una losa de piedra con un pequeño grabado en la esquina. Flexioné las piernas para acercarme más al suelo y observar el dibujo esculpido en la losa. Era una gárgola, o un murciélago, no supe descifrarlo, aunque lo relacioné con el nombre del hotel. Rocío encendió otro cigarrillo mientras continuaba con su relato. Según contaba, primero se oyeron unos golpes amortiguados y luego una letanía de cánticos que la piedra apenas dejaba filtrar. Luego una fuerte vibración que le subió por las plantas de los pies y algo que le pareció un alarido. Rocío se asustó y apremió a la decrepita médium para abandonar la glorieta, pero Maruja Bernal se negó alegando que ella no oía nada, así que la muchacha la dejó sola cansada de soportar su despotismo. Me dijo que no sentía ningún remordimiento porque dejó avisó en recepción, para que se ocuparan de ella.

Estaba fascinado, los hechos que sucedían a mí alrededor volvían a activar mi más oscuras perversiones dejando que la imaginación tejiera tramas inconcebibles e irracionales.

En el centro del camino que llevaba hasta el cenador, derepente, apareció la niña de piel aceitunada que vi con la extraña familia. Llevaba un vestido suelto de tirantes de un blanco exultante, que destacaba frente al verde del frondoso jardín. Con la barbilla hundida en el pecho nos miraba fijamente con sus ojos rasgados y parecía furiosa. Me fijé en que apretaba los puños con rabia y aunque nos separaban más de diez metros, creí verla temblar.
Tanto Rocío, como yo nos quedamos pasmados sin saber que hacer hasta que, veloz como un rayo, el chico del flequillo surgió tras unos cipreses y la agarró del brazo obligándola a seguirle. También el nos fulminó con su ojo ambarino.
Tardamos unos segundos en reaccionar, la mirada de odio que nos había dedicado la chiquilla no tenía ninguna justificación, al menos para mí. 



SOMBRAS EN EL MANANTIAL

 Es fácil encontrar excusas cuando no se tiene ganas de hacer algo, amparándome en eso hice unos ajustes en la programación de mi estancia en La Gárgola d'Aigua. Primero disfrutaría de sus tratamientos, y luego, si conseguía relajarme, buscaría el momento para continuar con los apuntes de la novela.
Los hechos acontecidos en el hotel no iban a hacerlo sencillo, demasiadas distracciones alrededor.
Revisando un folleto, que recogí de un panel en recepción, me puse al corriente de la oferta de terapias en el circuito termal del hotel y tomé buena nota de mis preferencias. Una sauna antes de dormir, ayudaría a relajarme. Tal vez por la mañana me sentiría más inspirado.

Un biombo, estratégicamente colocado, ocultaba una de las puertas en el pasillo de las termas. La construcción modernista del balneario seguía un diseño muy particular con dos corredores anchos que se cruzaban formando una cruz. Las paredes, alicatadas con baldosas de cerámica blanca y azul, brillaban bajo la luz artificial de las lámparas y entre puerta y puerta tenían instalados bancos de madera, flanqueados por grandes kentias en tiestos ornamentados. Olía a agua y a linimento, también se veían algunos carritos con toallas y albornoces.

El parapeto improvisado no me impidió ver el precinto policial que sellaba la puerta del cubículo donde, supuse, habían encontrado el cadáver del desdichado. Sin darme cuenta de lo que hacía me acerqué más al biombo, tentado de apartarlo y curiosear tras la puerta.

-          -Ésta es la mejor hora, hay poca gente.

La voz me provocó un sobresalto, y volví el cuello, apurado, como si me hubiesen pillado haciendo algo malo.
A un palmo de mi cara, las arrugas maquilladas del rostro de Maruja Bernal, aparecieron de la nada. Verla envuelta en su albornoz, pintada como una puerta, fue una visión decadente. Pero un brillo infantil de sus pupilas, me decía que aquella mujer aun no estaba acabada.

-          A ese pobre desgraciado lo sacaron de ahí, yo salía de tomar mis vahos de hierbas y lo vi todo.
-          ¿Lo vio...?
-          Todo.

Otra vez sentía ese cosquilleo en la médula, el morbo ante un hecho insólito que disparaba mi imaginación en múltiples direcciones.
Desde donde estábamos hasta el cruce de corredores no había nadie más que nosotros, un leve rumor de bombas de agua y el aire cargado de humedad eran nuestra única compañía.

-          Esta mañana dijo usted que le mataron. ¿Cómo puede estar segura?
-          Porque le pude ver la cara. Lo mataron de miedo. Esos cabrones le aterrorizaron hasta que se ahogo con su propio llanto.
-          Perdone, pero no entiendo lo que dice.
-          ¡Puaff!, creí que era usted más inteligente, algo me decía que era un hombre de mundo, ya veo que no es más que otro patán. -Hizo ademan de marcharse pero como se movía con mucha dificultad me dio tiempo de cogerla del brazo y ponerme a su lado para que se sostuviera.

Sin saber como me encontraba en medio de una gran representación de sombras chinescas. Allí nada era lo que parecía y todo resultaba intrigante. Maruja, la médium, me había metido el miedo en el cuerpo con sus insinuaciones y mientras la acompañaba al ascensor me atreví a preguntarle.

-          ¿A que cabrones se refiere? - Arrastrando las zapatillas se dio la vuelta frente a la puerta de ascensor soltándose con brusquedad de mi brazo. Su cuerpo encogido por la artrosis forzó la columna hasta enderezarla y clavó sus ojos en los míos, luego los desvió hasta el fondo del corredor y se mantuvo atenta al cruce de pasillos, le flaquearon las fuerzas y de sus labios temblorosos surgió la peor de las respuestas.

-          A estos hijos de puta.

Sorprendido, reaccioné con un respingo y me puse alerta buscando en los corredores a la horda de asesinos, pero las termas seguían vacías, solo una fuerte corriente de aire arremolinada en el centro de cruceta de los pasillos, que hacía oscilar las palmeras y aquel borboteo sistemático del agua llenando depósitos de las instalaciones.
La vieja me había puesto los pelos de punta con sus malditas insinuaciones, en mi estado, la aparición de un hombre junto al ascensor me dejó la boca seca y los pies clavados al suelo.

-          Querida Maruja, no deberías bajar a los baños sin que te acompañe alguien del personal, ya lo hemos hablado muchas veces.
-          Déjame en paz...y ocúpate de tus asuntos, parece que los tienes algo descuidados - Con un gesto, la médium, señaló el biombo al final del corredor.

Cuando me sobrepuse del susto observé al hombre y reconocí haberlo visto a mi llegada, junto a Rius el maître y los policías. Su cuidado pelo blanco y aquella presencia inmaculada eran inconfundibles. El hombre, apretó los labios al escuchar el comentario de la señora Bernal y pulsó el botón para que se abrieran las puertas del ascensor, luego, con un desagrado palpable me recordó la hora de cierre de los baños. Si estaba esperando algún tratamiento tenía el tiempo justo. - Yo me encargo de la señora Bernal, la sauna está en la puerta diecinueve, vaya usted, ya le están esperando.

Volví por el corredor hasta el cruce de pasillos, la cronología de los números indicaba que el cubículo que buscaba estaba en el que se abría a la derecha, una de las lámparas del techo fluctuaba intermitente justo encima de una puerta rotulada como Sauna que se abrió mientras me acercaba, del interior salió una muchacha menuda con el uniforme del personal encargado de las terapias. Registró mi nombre en un cuadrante de su hoja de servicios y me invitó a entrar en la estancia.
El vapor formaba una niebla ligera y al poco, mi piel, se perló de gotas de sudor. Sentado en un banco de travertinos apoyé la cabeza en la pared e intenté expandir los pulmones. El aire caliente, saturado de humedad, dificultaba la respiración y no conseguía relajarme.
Aquel lugar había estimulado mi mente enferma y, dejando aparte el hecho de que había un muerto real, los encuentros con los residentes del hotel solo aportaban anécdotas irrelevantes que trataba de hilvanar, para que tuvieran sentido. Pasados unos minutos mí cuerpo ya no soportaba más vapor pero me obligué a seguir sentado en un intento de controlar las bocanadas de aire que no llenaban mis pulmones.

Me acordé de que, aquella mañana, al entrar en la biblioteca, Rocío, parecía muy afectada aunque después, en la glorieta, sus lágrimas habían desaparecido para dar paso a una extraña historia de ruidos provenientes del subsuelo que era lugar donde se encontraban las termas. Para añadir otro ingrediente, el encuentro sorpresa con la médium lleno de referencias misteriosas acerca de las causas que le habían provocado la muerte al patriarca de la familia de las piscina. Y sobre todo la mirada de odio de la adolescente en el jardín y el desprecio que mostraba el chico rubio hacia mi persona.

El calor ya era insoportable, la piel me ardía y sentí un mareo incontrolable que absorbía todas mis fuerzas. Me costaba ver bien y no estaba seguro de poder llegar hasta la puerta. Me levante sintiendo las piernas flojas y con torpeza, cubrí mis partes púdicas con una toalla. Con el equilibrio de un beodo avancé hacia la salida guiándome por el piloto verde que marcaba el tiempo de duración de la sauna. La niebla húmeda aumentaba más su densidad, envolviéndome en un aire lechoso que me oprimía desorientándome y cuando mi mano alcanzó el picaporte tuve la sensación de que abrasaba.
Solté un alarido retrocediendo con un trastabillo. Los ojos me quemaban y tenía que entrecerrar los parpados para fijarme donde ponía los pies. En ese momento de confusión unos potentes golpes provenientes del otro lado de la puerta, hicieron que esta vibrara combándose. Creí que iba a estallar por la presión de los embates de lo que fuese que golpeaba desde el corredor. Cada vez con más fuerza, hasta casi desencajarla del marco, una potencia misteriosa pugnaba por atravesar la puerta, al tiempo que me impedía salir de allí. Las pulsaciones del flujo sanguíneo se aceleraban martilleándome en las sienes y una melodía extraña se me introdujo en el cerebro. Parecían cánticos, como los que realizan los monjes en los monasterios, pero su escala musical era hiriente, desagradable, provocadora.
Completamente mareado, me desplomé sobre el banco de piedra con la certeza de que, en cualquier momento, algo monstruoso entraría en la sauna para hacerme daño.

Al empezar a recuperar la consciencia, los golpes habían cesado y el vapor desaparecido casi por completo. Respiraba un aire menos saturado y la presión de la cabeza disminuía. Completamente agotado recogí el albornoz y me desprendí de la toalla.  Con las rodillas flaqueando llegué a la puerta y salí al corredor donde la temperatura era más soportable. Aun aturdido quise inspeccionar la puerta, seguro de que encontraría las marcas de zarpazos y golpes de la bestia, pero estaba inmaculada y la luz que antes parpadeaba en el techo, ahora se mantenía iluminada como las del resto del pasillo.

Igual que si me hubiesen vapuleado, caminé por el corredor vacío, hasta llegar otra vez al cruce. Sabía que si giraba a la izquierda encontraría el ascensor y las escaleras de acceso pero un movimiento llamó mi atención al otro lado.
Al final del pasillo, en la pared donde terminaba, una puerta se estaba cerrando y alguien se escabullía tras ella. Tuve tiempo de ver a la niña del vestido blanco y a su hermano del ojo de víbora, la mujer que los acompañaba y que no había vuelto a ver hasta aquel momento, era la misma que estaba con ellos en el comedor y en la piscina.
Antes de cerrar la puerta, la mujer, me miró desde la negrura que los engullía en la habitación. En aquel momento, la luz que ambientaba aquel sector del corredor se apagó por completo y solo quedaron dos pequeños puntos rojos a la atura de sus pupilas.
Tropezando me apresuré  para llegar al ascensor con las luces apagándose una tras otra y aquellas dos brasas ardientes que brillaban entre las sombras, a mis espaldas.

Antes de recuperar el aliento, y con la sensación de haberme desquiciado por completo, salí del ascensor en la planta baja, junto a la recepción. Recordé que al lado de la puerta de acceso, en las escaleras que bajaban a los baños, había colgado un plano de las instalaciones, con referencias numeradas para que los residentes localizaran los cubículos donde se realizaba cada terapia.
El dibujo de las termas era una perfecta cruz invertida. Se accedía a las instalaciones subterráneas por el brazo más corto y luego se llegaba a la cruceta donde dos corredores más largos que el primero se abrían a derecha e izquierda. El último, y más prolongado, era una continuación del primero. Todas las puertas estaban identificadas y numeradas y quise saber que había en la situada al final del corredor más largo. Ninguna de las paredes que cerraban los pasillos tenía puerta, solo eran pasajes cortados que no llevaban a ninguna parte.
Confuso y lleno de ansiedad empecé a considerar la posibilidad de que todo lo que había pasado abajo, en las termas, no fuesen más que alucinaciones provocadas por una bajada de tensión en la sauna y las malas vibraciones que, la Bernal, me transmitió. Sin embargo, todo permanecía real en mi memoria, y no podía olvidar aquellos ojos rojos que me observaban desde una habitación inexistente.

-          ¿Se encuentra usted bien? - Era Rius, el maître.

Estuve tentado de contarle lo que había pasado en los baños, pero las palabras se agolpaban en mi garganta y no supe por donde empezar.

-          Veo que esta mirando el plano de las instalaciones ¿Tiene alguna duda? Si puedo ayudarle en algo no tiene más que decírmelo.
-          Bueno, me pareció que había algo aquí - Señalé el dibujo en cruz colgado en la pared - Al final de este corredor.

El jefe de salsa se incomodó, pero intentó ser cortés respondiendo que encontraría toda la historia del balneario en la biblioteca y que era una lectura muy recomendable pues los propietarios se habían preocupado de documentar todo el material conocido sobre aquellas fuentes termales, encargando a estudiosos y arqueólogos trabajos sobre su uso en la antigüedad.

-          Ahora, ahí no hay nada. Cuando acabó la construcción de La Gárgola d'Aigua, se cerró el acceso a un túnel que llevaba al propio manantial, era un sitio peligroso y primitivo. Creo que era una construcción del tiempo de los iberos que no ofrecía garantías, así que se cerró al público. Ahora solo se puede acceder desde el exterior. Hay una trampilla en el jardín, junto a la glorieta. Con un permiso especial aun se pueden visitar.

Ahora estaba seguro. Yo había visto como alguien  desaparecía tras un muro que el maître aseguraba estaba cegado y que no constaba en el plano. Por otro lado, Rius, m informó que se podía llegar al manantial atreves de la losa donde Rocío oyó los misterioso ruidos y la Bernal me confundía con sus alarmantes historias sobre asesinatos a manos de los que ella llamó cabrones.

Cabía la posibilidad de que las sombras que viera en la niebla no solo fuesen ilusiones fantasmagóricas, y que todo estuviese pasando de verdad.


SOMBRAS DEL PASADO

 Era cierto que la historia del balneario estaba documentada. En una estantería, junto a una vitrina que guardaba una colección de gárgolas en miniatura, encontré una serie de tomos rotulados con pan de oro, con el nombre del hotel. Empecé por el marcado con el uno romano y fui repasando, durante toda la mañana, el resto de volúmenes.
A media mañana entró en la biblioteca un policía sin uniforme. Se identificó y me pidió la matrícula de mi coche, querían comprobar si a la hora de la muerte yo estaba cruzando un peaje de la autopista. Se la di sin problemas y pregunté si sabían cual había sido el motivo del fallecimiento. El agente se mostró cauto y me comentó que faltaba cotejar algunos cabos sueltos, luego me dejó solo en la biblioteca.
Como me adelantó Rius, la primera referencia sobre el manantial termal lo situaba en la época de los íberos, que al parecer construyeron una muralla a la entrada de la cueva donde brotaba el caño de agua. Las investigaciones no revelaban el uso que aquel pueblo daba a aquellas aguas, y por qué lo protegían con un cercado de piedra. En la excavación se encontró una poza que los sedimentos habían cegado pero que al vaciarla reveló una infinita cantidad de huesos de animales y también cráneos humanos.
Los vestigios de aquella civilización estaban en el estrato más antiguo, sobre él unas ruinas romanas daban fe de que con posterioridad al enclave nativo, los conquistadores romanos, edificaron una casa solariega seguramente para un cónsul que velaba por el interés de Roma, en aquellas tierras Íberas.
La construcción debió ser exquisita, contaba con canalizaciones que surgían de la cueva y distribuían el agua en conductos de cerámica por todo el complejo. Los tubos llenaban dos grandes piscinas excavadas directamente en la roca y hornos de carbón, estratégicamente colocados, mantenían la temperatura del flujo de agua, actuando sobre las cañerías.
En esta etapa de las excavaciones, los arqueólogos, se toparon con un misterio que nunca se había resuelto.
El lugar, con el tiempo, sufrió saqueos, deterioro, erosión y remodelaciones que otras culturas realizaron, no siempre de forma respetuosa, pero de forma inexplicable, un bajorrelieve en la entrada de la cueva, se había conservado.  Al intentar descifrarlo, los estudiosos se quedaron pasmados pues nunca antes, en ningún lugar, allí donde llegó el imperio romano, se había encontrado una narración parecida. En el libro, una fotografía de la piedra esculpida daba idea de que su tamaño era apenas de un par de palmos.
El escultor que grabó el granito había representado una especie de fuente que brotaba directamente del techo de una gruta para hundirse en un estrecho pozo. Confundiéndose con el chorro de agua petrificada, formas humanas surgían del estanque con rostros extraños que recorvaban demonios. Parecían angustiados y llenos de dolor.
El friso pertenecía, ahora, a la familia que construyó La Gárgola d'Aigua, hacía poco más de un siglo.
En algún momento, un gran desprendimiento en la gruta, bloqueó el túnel que llevaba a la fuente del interior de la montaña y encontraron vestigios de que la residencia romana fue abandonada y desmontada piedra a piedra por los lugareños. Se creía que el enclave fue olvidado con los años y que durante siglos no hubo actividad en el manantial, que permaneció enterrado en su caverna.
A principios del siglo XIV, un nuevo asentamiento excavó la montaña desde una de sus laderas y derribó el bloqueo que el desprendimiento había causado. Se trataba de una comunidad judía, de la que constaban referencias como mercaderes de la zona. Reconstruyeron parte de las termas que los romanos abandonaron y ampliaron el complejo según sus necesidades.
El lugar parecía estar dedicado a baños de uso público, por los que tal vez se cobrase una entrada, salvo por la confección de una pequeña capilla en el interior de la montaña, como antesala a la fuente. En el suelo se documentó un gravado que recordaba a un murciélago dentro de una estrella de cinco puntas.
Aquellos judíos estuvieron presentes en la zona hasta que fueron expulsados por un monje alquimista, que hizo construir un santuario en lo alto de la montaña. Las leyendas, que los arqueólogos recogieron de los pastores del valle, cantaban épicas batallas del monje enfrentándose a demonios venidos de las tinieblas y viajes al centro del infierno navegando por un río que nacía en el vientre de las rocas.
Finalmente, el manantial se colapsó durante al menos otros dos siglos. En los escritos que el monje legó a su diócesis explicaba que, una noche tras un gran temblor, empezaron a salir columnas de humo amarillo de la boca de la cueva y que, los primeros que respiraron aquella nube, perecieron al instante con terribles ahogos. El agua que extraían con canalizaciones se volvió ácida y envenenó plantas y animales, también murieron algunos niños y no tuvieron más alternativa que volver a cegar la entrada y marcharse del lugar, que se había vuelto tóxico para la vida.
La montaña y la fuente de sus entrañas quedaron de nuevo olvidadas hasta la llegada de la familia, Ferrer i Collverd, que en mil novecientos veinte adquirieron aquellos terrenos yermos y reabrieron la cueva. Para su sorpresa, el manantial aun fluía y su agua volvía a ser potable, conservando propiedades termales. Ya no había rastro de emanaciones de gas sulfuroso y encargaron el proyecto de la construcción de La Gárgola d'Aigua a un arriesgado arquitecto modernista, que se inspiró en el motivo grabado en la capilla judía, para el diseño del escudo de la familia. Una gárgola con las alas desplegadas  bebiendo de una cascada de agua.

Toda la narración de la historia de la fuente estaba repleta de licencias literarias y especulaciones del equipo encargado de recopilar la información. Conforme iba leyendo me dejaba llevar por los caminos que los autores marcaban, más por sus propias interpretaciones que por el rigor existente en sus datos.

Un lugar tan especial, con tanto pasado a sus espaldas, debería formar parte del patrimonio popular pero, a principios de siglo XIX, las ruinas eran solo eso, un montón de molestas piedras.

Cuando empezaron las obras de cimentación, destruyeron los vestigios de los diferentes estratos de ocupación, desapareciendo para siempre. De toda la historia conocida, de aquel  ancestro manantial, solo quedaba el túnel excavado por los judíos, que las termas en cruz, habían tapiado y la entrada de la cueva, en un rincón profundo, del jardín del balneario.

En el último tomo, donde se contaba la historia reciente del hotel, encontré una fotografía del matrimonio fundador que lo gestiono hasta mil novecientos ochenta i cinco. El negocio pasó a manos de su hija, Mariona Ferrer i Collverd, y de su marido, agente mercantil, que nunca demostró interés en el negocio de su esposa. Fruto de aquel matrimonio vino al mundo Claudi Teixidó i Collverd, actual gestor. A medía página y fechada en el momento de su realización, una imagen del hombre de pelo blanco, que había visto a la entrada y luego en las termas, aparecía con aspecto juvenil, posando para el fotógrafo.

Sin darme cuenta había dejado pasar la mañana. Después de lo sucedido en la sauna, la noche anterior, no logré conciliar el sueño y en cuanto amaneció, baje a la biblioteca enfrascándome en la lectura. Ahora me sentía embotado, necesitaba estirar las articulaciones, aunque me daba cierto reparo salir de aquella sala y cruzarme con alguno de los residentes.

Era evidente que el motivo que me llevó al balneario, la novela, quedaba relegado permanentemente.

Envuelto por las sombras de un pasado turbulento, lleno de hechos desconocidos, sentía la imperiosa necesidad de seguir adelante, hasta disipar las dudas que me corroían. Algo que no podía explicar se apoderó de mí en los baños,  los extraños relatos de los residentes daban fe de que una fuerza antinatural moraba en las profundidades del manantial. Lo que no alcanzaba a comprender era el magnetismo que los acontecimientos causaban en mí. El balneario llevaba muchos años funcionando y había albergado a incontables huéspedes que disfrutaron de las instalaciones sin problemas. En las guías de turismo lo señalaban con cuatro estrellas y lo definían como un lugar acogedor, de trato familiar, con valoraciones muy positivas para su comedor y el esplendido jardín. Desde su construcción, no había nada, en su historial, referente a hechos extraños.
Entonces ¿Por qué tenía aquella sensación de que me hundía en un pantanoso universo de energías insólitas?

Cuando se pierde el control, las cosas, tienden a empeorar, a embrollarse de tal manera que ni la huída sirve para evadirse.

Con toda aquella información archivada en el cerebro, me planteé volver a marcharme, pero en lugar de eso, casi sin darme cuenta, me encontré sentado frente a la barra del bar, con un Martini en la mano. El barman me observaba en silencio mientras, con un paño, secaba unos vasos junto a la máquina de café. Poco después entablamos una conversación banal que poco a poco fui llevando a mi terreno.
Después de averiguar que el tipo llevaba trabajando en La Gárgola d'Aigua desde que era un crio, cuando empezó como mozo de maletas y aprendiz de jardinero, hasta prosperar y convertirse en un excelente barman, supe que era la persona adecuada para obtener información. Igual que el maître Rius, el encargado del bar era un hombre educado y discreto, aunque, su trabajo, no requería ser tan estricto como el jefe de sala. Las interminables horas tras una barra habían hecho de él un paciente conversador. Me fue fácil introducir el tema que me interesaba, pues parecía que el barman estaba harto de Maruja Bernal, la médium.

-          Sí, así es, en su momento fue una mujer muy famosa e influyente. Dicen que hasta la policía confió en ella para resolver un caso de desapariciones.
-          ¿Y les fue de ayuda? - Pregunté.
-          No tengo ni idea, algunos dicen que sí, que encontraron los cadáveres de los desaparecidos, semienterrados, en las ruinas del santuario que hay en lo alto de la montaña, y que fue ella quien condujo a la policía hasta allí, pero yo creo que fue casualidad. Recuerdo que por aquel entonces, se instaló en el hotel, Don Claudi, el propietario reservó la mejor habitación de la planta baja para ella, desde entonces se la trata con toda clase de privilegios. Siempre fue una mujer difícil. Caprichosa y engreída, pero la edad la ha hecho cada vez más quisquillosa, hay días en que le cuesta a uno ser tolerante con sus maneras.
-          Desde luego es toda una personalidad.
-          Lo que yo le diga, caballero.

Le pedí que me sirviera otra copa y aprovechando que no había nadie más en la barra del bar, seguimos conversando durante un buen rato. El hombre tenía muchas anécdotas que contar, ya que era uno de los empleados más antiguos del hotel, solo lo superaban en años de contrato el maître y la cocinera, que me confesó, se estaba quedando ciega y pronto sería relevada por un joven chef, al que Clauidi Teixidó había echado el ojo, pero ninguna de las aventuras que contaba tenía nada que ver con hechos fuera de lo común.

-          Entonces, ¿Por qué cree que, La Bernal, tiene tantos privilegios?
-          Cosas de Don Claudi, es como si tuvieran un acuerdo, nunca lo supe a ciencia cierta.

Podía haberlo dejado ahí, dedicarme a disfrutar de los masajes, de las bañeras de burbujas o embadurnarme con lodos terapéuticos, pero cuando me disponía a entrar en el comedor vi como Rocío me hacía señas desde su mesa, la saludé y ella me invitó a que la acompañara.

Durante la comida, una nueva revelación, hizo que se me encogiera el estomago y perdiera el apetito.

Mientras le contaba todo lo que había leído en la biblioteca, ella, parecía interesada, aunque no me dio la sensación de que ninguna de las historias la sorprendiera. Me guardé para mí la experiencia de la sauna, pues en realidad, no había nada que sustentara el terror que sentí en la soledad de los corredores. Cuando comenté lo mal que me había sentido en el jardín, cuando la niña nos observaba desde el sendero, Rocío contesto.

-          ¿De que niña me hablas?, yo solo vi al muchacho rubio.

Sin palabras, atónito por completo, me atraganté con el vino y tuve que protegerme la boca con la servilleta, para no escupir el líquido.

-          ¡Pero yo creí que...los dos...que tú también...!
-          Recuerdo que, cuando estábamos en la glorieta, apareció ese muchacho. Siempre esta deambulando por ahí, me pone nerviosa.

En el jardín, mientras hablaba con Rocío, yo estaba en perfectas condiciones, no podía achacar al vapor de la sauna, una nueva alucinación. Tenía las manos heladas y la nuca sudorosa, me temblaba las piernas, absorto en el despreocupado rostro de Rocío, inconsciente de la trascendencia que tenía lo que me decía.

Rius se acercó con paso elegante a nuestra mesa. Intente disimular, bajando la cabeza, para que no viera mi cara de espanto.

-          ¿Todo ha sido del agrado de los señores?
Rocío le contestó con una sonrisa y halagó al chef por el estupendo menú.

-          Lo celebro, haré llegar su comentario a la cocina, puede estar segura. Si el señor Montal ha terminado de comer y la señorita no tiene inconveniente, al señor Claudi Teixidó le gustaría invitarle a café en el ala privada del hotel. ¿Le parece bien, o tiene algún compromiso?

¿Compromiso? Lo que empezaba a tener era miedo.

-          Será un placer, aunque no entiendo que interés puede tener, el señor Teixidó, en mí.
-          Creo que está usted interesado en la historia del balneario, la familia Collverd conserva una esplendida colección de los restos arqueológicos que se pudieron recuperar, antes de la construcción. Seguro que la encontrará interesante.

Atrapado, o me excusaba o aceptaba la invitación. ¿Era tan importante para mí seguir husmeando en las sombras? Había visto fantasmas, en las termas y en el jardín, si me marchaba ahora nunca sabría si había perdido la razón.

Me despedí de Rocío para acompañar al maître por un pasillo acordonado para los clientes.
Nos internamos por una gran puerta y atravesamos un par de salas algo barrocas, que parecían tener poco uso, hasta llegar a un salón que recibía la luz de una gran claraboya. Parecía un invernadero de bonsáis, aunque también otras plantas y flores se repartían el espacio. Tras un separador, de marquetería oriental, se adivinaban dos siluetas acomodadas en sillones de mimbre. Nos acercamos y el jefe de sala, me presentó.

-          Señores, el señor Montal.

Frente a mí, sentados uno enfrente del otro. El propietario del hotel, Claudí Teixidó, y el muchacho rubio del ojo amarillo, me sonreían afables.
Toda la luz que se filtraba por la cúpula del techo, se convirtió en sombras a mí alrededor.



EL CORAZÓN DE LAS SOMBRAS

 No esperaba que a la reunión con el propietario del hotel también asistiera el enigmático joven, y confieso que me produjo malestar. Mis encuentros con aquel personaje siempre me desestabilizaban y no me apetecía estar cerca de él.
Claudi Teixidó me invitó a sentarme en un mullido butacón frente a ellos.

-          ¿Le apetece una taza de café? ¿Un licor?
-          Café está bien, muchas gracias – Respondí mientras me acomodaba nervioso en el sillón. Me sentía intimidado y aun no alcanzaba a comprender por qué me habían hecho llamar, pero Teixió parecía relajado y se mostraba amable.

El maître que aun no se había retirado sirvió las tazas humeantes, y luego nos dejó solos.

-          Quiero presentarle a nuestro nuevo chef, una joven promesa que dará mucho que hablar. Theo Larsson, éste es nuestro huésped, el señor Montal.

Me vi obligado a tenderle la mano, que él estrechó con demasiada fuerza. Le notaba ansioso, siempre alerta, vigilante.
¿Un chef? ¿El cocinero? ¿Ese era todo el misterio que guardaba el muchacho? Sin duda tenía que haber algo más. Las pocas ocasiones en que lo había visto habían estado envueltas de hechos, como mínimo, perturbadores, y nunca relacionados con la cocina. Además estaban la niña, que supuse su hermana, y la mujer a la que asigné el papel de madre. Cerrando el círculo familiar imaginé al hombre muerto en las termas, como patriarca de aquel grupo.

En mi cabeza retumbaba la afirmación de Rocío, cuando me dijo que nunca vio a la niña, y empezaba a sospechar que la mujer estaba solo en mi imaginación.
Pronto se desvelaron algunos de los enigmas que intentaba resolver.
El heredero de La Gárgola d’Aigua tenía una voz profunda, y hablaba con embaucadora elegancia. Entre sorbos de un café excelente fue desarrollando un monólogo que me dejó fascinado.

-          ¿Cree usted en los espíritus?- Y continuó sin pausa-  Pues debería, los ha visto aquí, en el hotel. Algunos de nosotros tenemos ese don, Theo además puede interactuar con ellos, comunicarse y restablecer su equilibrio. Usted, amigo mío, también tiene esa facultad, aunque a veces la verá como una maldición. Nuestra querida Maruja Bernal fue una virtuosa capaz de dominar como nadie a esas fuerzas que surgen de los abismos, pero lamentablemente la edad le ha hecho mella, y ya no puede seguir con su labor de contención. Por eso hice venir al joven Larsson, será un digno sustituto para esa misión. ¿Me sigue usted?

-          No - Me limité a contestar boquiabierto.

-          Seguramente estoy yendo demasiado deprisa, pero el tiempo apremia. Esta vez las cosas han ido demasiado lejos. Ya ha habido un muerto, un ser que aunque despreciable, no merecía morir y Maruja no estuvo a la altura. Las apariciones que han tomado el balneario están sedientas de venganza y no quieren marcharse.

Le interrumpí con timidez, nada de lo que me decía tenía sentido y solo hacía que me sintiera más incómodo.

-          Debe disculparme, pero no entiendo ni una palabra de lo que me está diciendo.

-          Empezaré de nuevo. Usted estuvo en la biblioteca ¿Cierto? ¿Encontró lo que buscaba? La historia de estas fuentes termales es fascinante ¿No lo cree? Tantas civilizaciones como las que han hecho uso de ellas y ninguna consiguió establecerse de forma permanente ¿Eso no le dice nada? Seguramente, en los documentos, encontró referencias a hechos que las hacen particulares y misteriosos, y ya habrá desarrollado sus propias cábalas. Si todo va como debiera, mañana le acompañaremos al interior de la montaña, donde brota la fuente del manantial y comprenderá mejor de que le hablo. En la gruta se abre una sima que conecta directamente con otra dimensión. Igual que una puerta eternamente abierta entre dos mundos, del que nosotros somos los guardianes. Ya veo que me mira con incredulidad, y lo entiendo. Debe comprender que nosotros no elegimos, ninguno de los que poseemos la virtud de ver más allá, escogió hacerlo, y usted tampoco, nada puede hacer por evitarlo, aunque sí puede prestarnos su ayuda.

Por lo que me ha contado Theo, los espectros que deambulan por el hotel, se están haciendo cada vez más fuertes, más voraces y si no los detenemos pronto van a cobrarse una nueva víctima. Ahora le ruego que confíe en nosotros y en lo que Theo va a contarle.

Ni que decir tiene que yo estaba catatónico, hundido entre las orejas del sillón, tan confundido que no tenía fuerzas para marcharme. No entendía como me había visto envuelto en aquella truculenta situación, pero un morbo enfermizo me hizo permanecer en el invernadero, mirar a Larsson y seguir escuchando patéticamente mudo.

El cocinero de lo paranormal se acercó un poco más a mí, manteniéndose en el borde de su sillón de mimbre. Tenía un marcado acento de algún país nórdico, pero su castellano era fluido. Toda la tensión que generaba su aspecto se diluyó mientras me rebelaba su autentica identidad, y comprendía cual era su lugar en La Gárgola d’Agua. En realidad era un chico encantador. Lo que me contó en los minutos siguientes daba sentido a muchas de las vivencias de los días anteriores.

Con suavidad, casi como una letanía adormecedora e hipnótica, me puso al corriente de cuál era el papel que cada uno de nosotros jugaba en aquellas representaciones de sombras. Primero, y para despejar cualquier duda sobre las apariciones, me explicó que la primera vez que nos vimos, en el restaurante del hotel, llegó junto al hombre que encontraron muerto, solos. El hombre era un comerciante de especias y productos de importación que tenía negocios en la India, y que suministraba al hotel alguno de los ingredientes más difíciles de conseguir. El tipo era un verdadero cabrón, un desalmado que viajaba sin parar, arrasando por donde sus negocios le llevaban. Era una persona sin escrúpulos, a la que le gustaba humillar a cualquiera, y que había hecho fortuna explotando sin miramientos a quien se acercaba a él. En una de sus estancias en el balneario conoció a Rocío, hacía de aquello unos meses, y ella se quedó prendada de su arrogancia. El marchante la utilizó sin miramientos, he incluso la llevó con él a la India, para abandonarla a su suerte pocos días después. Rocío no lo superó y lo buscó por todo el país, cuando se dio por vencida supuso que si volvía a La Gárgola d’Aigua tenía una posibilidad de volver a verlo. Por eso estaba tan afectada cuando la encontré en la biblioteca. Era una cuestión de sentimientos.

La señora Bernal era otro tema mal resuelto. Ella sabía que la vejez mermaba sus poderes y que la situación de privilegio en la que había vivido durante años, protegiendo las posesiones de Claudí Teixidó, estaban llegando a su fin, y la corroía una envidia malsana que le hacía repudiar la presencia de Theo y su ojo tarado. Le veía como competencia, como su relevo y de ahí su desprecio.
La mujer sin nombre y la niña de ojos rasgados eran otro cantar. Las vi en el comedor, en la piscina, a la niña en el jardín, y más tarde, a las dos, en los baños.
Larsson me explicó que era cierto que los viera al final de aquel pasillo, atravesando un muro cubierto de baldosas de cerámica. Me dijo que aquel era el acceso natural a el manantial, y que aunque tapiado, era el camino más rápido para devolverlas a la sima. La propia energía de las apariciones hacía posible traspasar las baldosas.

Creían, tanto él como Teixidó, que los fantasmas eran de los espíritus de las dos víctimas, que la señora Bernal ayudó a encontrar guiando a la policía años atrás, y que encontraron enterradas junto a los muros de la ermita que despuntaba en lo alto de la colina. Sin duda habían sido sometidas a torturas indescriptibles. Fue un asesinato brutal que nunca se esclareció. Madre e hija, jamás abandonaron el borde de la sima, a la espera de que alguna energía las devolviera de su abismo.
La premeditada crueldad del viajante de especias les había abierto la puerta para vengar su muerte a manos de un desalmado que quedó sin castigo. Cuando él especiero llegó al balneario, la sincronía entre fuerzas malvadas cerró un circuito de energías oscuras y se hicieron corpóreas, aunque solo para quién es sensitivo.
El nuevo chef  había hecho todo lo posible por mantenerlas en la gruta y devolverlas a la sima, pero los espíritus eran demasiado poderosos y le fue imposible que acabaran con la vida del marchante.
Theo me describió como era la vía de entrada, el sumidero que conducía a la negrura y que engullía la cascada de agua subterránea. Al parecer la devolvía en ebullición en otra de las grutas desde donde se canalizaba. El agua virgen de la montaña se vertía en cascada desde el techo de la gruta, hundiéndose en un gran agujero de profundidad infinita y de ese abismo inundado provenían los fantasmas. Era una puerta dimensional, imposible de sellar. Como mucho, algunos como él, podían diluirse temporalmente en ese espacio y enfrentarse a lo que de allí surgiera.
Según creían, yo podía ayudarles en aquella tarea, obligando a las apariciones a volver a las tinieblas.

No tardé es enterarme de que era lo que esperaban que hiciera.

Mientras Larsson despejaba mis dudas Claudi Teixidó escuchaba en silencio. Ahora que llevábamos un rato, juntos, podía ver que su aparente buen aspecto tenía más de cosmética que de buen estado de forma, y que su serenidad era más compostura, que tranquilidad. Tenía un ligero temblor en la mandíbula, delator de unas fuerzas que se le escapaban. No parecía en condiciones de enfrentarse a fuerzas oscuras.

-          ¿Y esos fantasmas? Digo la mujer y la niña ¿Se sabe quiénes eran?- Pregunté con más temor que curiosidad.

El dueño del balneario se estremeció y visiblemente incómodo se incorporó apoyándose en los brazos del sillón de mimbre. Le lanzó un dura mirada a Larsson y luego acercándose a mi dijo que tenía asuntos por resolver y debía abandonar la reunión.

-          Debo retirarme, pero le dejo en buenas manos. Confíe en Theo y hágale caso en todo lo que le aconseje. Ha sido un placer conocerle, señor Montal.

Y marchó sin decir nada más. Algo me decía que mi pregunta le había molestado.
Ya a solas con el nuevo chef le pregunté que se suponía debía hacer yo, y como podía ayudar, si ni siquiera sabía, hasta aquella misma tarde, que era una persona sensitiva ¿Cómo iba a manejar aquella facultad para expulsar a los espíritus? Larsson me tranquilizó recomendándome que me dejara llevar. Cuando hubiera que actuar, mi instinto, me marcaría las pautas. Para las apariciones, las personas como yo, actuábamos casi como un repelente para insectos, así que cuantos más fuéramos, mejor.

-          La señora Bernal también vendrá con nosotros. La necesitamos.
-          Pero ¡Apenas puede caminar!- Repliqué extrañado.
-          Pues tendrá que hacer el esfuerzo.

A continuación, el chico del flequillo, me pidió que estuviera preparado antes de la media noche. Cuando fuera el momento me mandarían aviso y nos encontraríamos junto al muro que cerraba el jardín, más allá de la glorieta, tras unas frondosas madreselvas. Allí estaba la puerta sellada que conducía al manantial y que fuera la ruta de entrada original. Por ella accederíamos a la cascada subterránea y a la sima dimensional.

De alguna manera alguien avisó al jefe de sala que apareció en el invernadero, y esperó paciente a que Larsson me diera las últimas instrucciones. Luego me acompañó de regreso a la parte pública del Hotel.

Durante el corto trayecto tuve tiempo de imaginarme el pasillo húmedo y oscuro que me conduciría al mismo centro de la montaña y al corazón de las sombras.
SOMBRAS RASGADAS



Descendíamos por la rampa que antiguas corrientes de agua subterránea excavaron en la montaña. La erosión continua formó un túnel sinuoso y algunos espacios anchos y abovedados, que Theo llamaba “salas”. En la segunda de esas salas, la menor de todas según Larsson, descansamos unos minutos junto a la capilla que los judíos cincelaron, dando forma a la roca.
Mientras recobrábamos el aliento observé al pintoresco grupo que componíamos la expedición, y me pregunte ¡Qué diablos hacía yo allí! ¿Cómo me había dejado embaucar de aquella manera? 
La pobre Maruja Bernal apenas se sostenía, incapaz de guardar el equilibrio en aquel terreno desigual, y se apoyaba en su bastón mientras Theo tiraba de ella pendiente abajo, se la veía aterrorizada.
La inesperada Rocío se había unido a nosotros en el momento en que cruzamos la puerta del fondo del jardín. No hubo manera de convencerla.
De alguna manera se percató de nuestros movimientos, ya pasada la media noche, y le fue fácil entender que estábamos tramando algo extraño, alguna cosa que tenía que ver con la muerte de su amado viajante de especias.  
Le rogué encarecidamente que volviera a la habitación, haciéndole ver que el peligro acechaba en la profundidad del túnel, pero todo fue en vano. Theo me hizo un gesto rotundo para indicarme que no perdiera tiempo, y empujó a La Bernal para que se introdujera en la oscuridad. Rocío les siguió apartándome a un lado.
Unos metros más allá, el nuevo chef, accionó un interruptor que encendió un precario tendido de cables con bombillas amarillas, y la cueva se iluminó con puntos ambarinos que colgaban muy espaciados del techo de la gruta.
Por ese escenario íbamos avanzando, con mucho tiento para no resbalar, y tan pendientes de la anciana, que tenía la sensación de que no adelantábamos.
Los muros de roca estaban poblados por grandes arañas blancas, que tejían sus trampas con complicadas alfombras de hilos pegajosos cubriendo las paredes. Escarabajos y enormes ciempiés que andaban de cacería, perturbados por la iluminación repentina, buscaban huecos donde ocultarse de la luz. Y nosotros, el patético escuadrón, tropezábamos una y otra vez con los desniveles y protrusiones, que las filtraciones de agua calcárea esculpían pacientemente.

-          Ya se escucha la cascada- Oí decir a Larsson.

Dos arcos casi iguales separaban el pasadizo, convirtiéndolo en dos rutas distintas. De la sala que se habría a la derecha surgía un vaho caliente y pegajoso. Theo nos indicó que ese era el camino que conducía a las canalizaciones que llevaban el agua en ebullición hasta el hotel. Allí brotaba el agua termal que hervía en la entrañas de la tierra.
Si cogíamos el túnel de la izquierda llegaríamos directamente a la cascada original, y a la sima en la que desaparecía.
La ropa se me pegaba a la piel, ya fuera por la humedad, o por la sudoración que me provocaba el nerviosismo. Aun no sabía qué papel jugaba en aquel desatino y dudaba de que Rocío y Maruja, pudiesen aportar algo a la misión que Claudi Teixidó nos encomendara. En ese momento me percaté de su ausencia. Cierto ere que en el invernadero pude comprobar que era un anciano adicto a los quirófanos, y que su aspecto saludable era una farsa, pero aun así, había obligado a Maruja Bernal a formar parte de una locura de aquel calibre, sin ninguna consideración a sus maltrechos huesos, y su sustituto en las lides esotéricas casi la arrastraba agarrándola con muy pocos miramientos.
El ruido de un motor amortiguado me saco de mis divagaciones. Conforme avanzábamos las bombillas estaban más separadas, y encontrábamos algunas fundidas o rotas, las penumbras eran más presentes y había tramos en que solo valía apoyarse en las paredes, obviando telarañas y lo que allí hubiese.
Sentí en el rostro una corriente de aire fuerte, fría, condensada de diminutas gotas de agua pulverizada, y el ruido de turbinas se transformó en el retumbar continuo del borbollo líquido de un tremendo caño de agua. 
La sala del manantial era gigantesca, casi circular. Un débil cordón con algunas luces lo circundaba, arrancado destellos a la cascada que surgía del techo. En caída libre, el gran chorro desplazaba cientos de litros, para hundirlos en un agujero oscuro más ancho que la cascada.
En los márgenes una gelatina verdosa, con la textura de la lava, formaba un borde que se izaba como el de los cráteres lunares.
Al contrario de lo que se intuía en el pasillo de la derecha, allí se sentía un frio intenso y empecé a tiritar.
Cada vez más nervioso miré a Theo angustiado, que sostenía a La Bernal por la cintura. Rocío se protegía los hombros con las manos, cruzando los brazos sobre el pecho, con la miraba fija en la cascada, mientras se acercaba al margen muy despacio.
Larsson me hizo señas para que me adelantara, y juntos ayudamos a la vieja médium a sentarse en un saliente. Estaba exhausta, enojada, y se dejo llevar gruñendo maldiciones.
Estábamos empapados, pendientes de lo que el muchacho rubio hacía, aunque se limitaba a bordear el pozo, muy atento. 
Hice que mi voz sonara más fuerte que el ruido provocado por el torrente.

-          ¿Qué hacemos aquí? ¡Esto es un gran error!
-          ¡Silencio! ¡Es el momento! ¿No los ves? ¡Están ahí! – Me interrumpió Larsson, mientras agitaba un brazo.

Del gran agujero, en el espacio que quedaba entre la cascada y la roca, dos siluetas difusas  se elevaban levitando. A pesar de ser formas etéreas, agarraban algo entre las dos. Con lentitud premeditada se posaron en el borde de lava, y acabaron de izar el peso muerto que sujetaban. 
Con violencia arrojaron a Claudi Teixidó a nuestros pies.

Rocío comprendió en aquel instante dónde se había metido. Le flaquearon las rodillas y cayó a cuatro patas vomitando. Yo contuve las arcadas.
El dueño del balneario estaba desnudo, con la piel arrugada y llena de incisiones. Los labios morados presagiaban lo peor, pero gemía respirando convulso.
Larsson se interpuso entre el despojo de Teixidó y los fantasmas, que se iban haciendo corpóreos, sólidos. Mostrando unos dientes afilados y agrandando la boca hasta convertirlas en horrorosas fauces.


-          ¡Al final has pagados tus cuentas!- Berreó La Bernal- ¡Viejo estúpido!


¿Cómo era aquello posible? ¿Cuándo habían atrapado a Teixidó? ¿Y por qué se cebaban con él? Solo podía afrontar la escena tomando la iniciativa. Auxiliar al anciano e ingeniármelas para sacar a Rocío y a la médium de allí. Ya se las apañaría el muchacho si decidía no seguirnos.
Mientras intentaba sujetar al maltrecho Claudi, cogiéndolo por las axilas, Maruja Bernal, aulló desde su rincón.


-          ¡Pensabas que podrías librarte de tu castigo! ¡Que bastaba con rodearte de personas como yo, o como ese protegido tuyo, para mantener alejados a los espíritus! Pero ya ves que no. Algún día tenían que volver, son ellas ¿No las reconoces?


Aturdido, las palabras de Maruja me parecían incomprensibles. 
Theo dudaba entre enfrentarse a las apariciones, que ya había superado el cráter viscoso e intentaban rodearle, o correr hacia la médium para hacerla callar. Solo podía optar por defenderse.
Arrastré con todas mis fuerzas a Teixidó, para alejarlo del enfrentamiento, pero entonces la mujer de ojos rojos se abalanzó sobre Theo, y la niña le agarró de una pierna. Pronto se enfrascaron en darle terribles dentelladas, hundiendo sus colmillos en la carne de Larsson.
Debatiéndose en una lucha desesperad, el chico, hizo un esfuerzo por girarse hacia mí, y alargó el brazo reclamando mi ayuda. Su rostro expresaba el dolor que le provocaban los ataques de los espíritus, pero seguía resuelto en su lucha, y apretó los dientes mientras se contorsionaba.
Solté al anciano, y tropezando con la mareada Rocío, me lancé en su ayuda. En ese instante los seres del inframundo soltaron a Larsson, y con un brinco felino se apostaron jadeando en el filo del cráter. Con la mirada encendida se arrastraban con dificultad hacia Teixidó, que había recobrado la consciencia. Se retorcían y gesticulaban, parecían animales heridos, enfermos de rabia. 
Algo impedía que se acercaran, y no era Theo. La niña, más agresiva que la mujer, me lanzaba rocas, babas, e injurias con voz ronca. Me gritaba en tono amenazante, aunque se mantenía a distancia, revolviéndose cerca del manantial.
Era la baza que necesitaba, si en realidad mi energía vital era un escudo para aquellos monstruos, debía aprovechar su desconcierto y escapar de allí cuanto antes. Busqué a Maruja, que se reía a carcajadas sentada en una roca. Más atrás, arrodillada junto a Teixidó, Rocío lloraba desconsolada, y entre los espectros y yo, Theo Larsson malherido, sangraba por el hombro y por el muslo. Yo solo, no podía ocuparme de todos.
La médium dejó de reír, y se levantó señalando con el bastón al anciano que yacía en suelo.

-          ¡Por tu cobardía vamos a pagar todos! ¿Por qué no confiesas de una vez? ¡Deja que te arrastren a la oscuridad y expía tu terrible pecado!

Los gritos retumbaron en la caverna, confundiéndose con el bramar de la cascada, y apenas si pude oír a Teixidó rogarle entre sollozos que se callara.
-          ¡Nunca más! No guardaré por más tiempo tu secreto.- Respondió Maruja tajante.

Al borde de perder la conciencia, con el corazón latiéndome desbocado, La Bernal desgarró las sombras que me envolvían desde hacía unos días, escupiendo su relato con saña.

-          ¡Mataste a esas criaturas! ¡Las torturaste mientras pedían clemencia! Y luego las enterraste en la colina. Es justo que ahora quieran vengarse, descansar por fin hundiéndote en su mundo, para devorara tus entrañas por toda la eternidad ¿No hubiese sido más fácil reconocer a tu hija? ¿No se merecía tu amante algo más, después mantenerse escondida de los tuyos durante años? Solo quería que te ocuparas de vuestra niña y tú, maldito hijo de perra, decidiste deshacerte de ellas, asesinarlas sin más, para seguir en tu mundo de convencionalismos ¡Deja que se lo lleven, idiota! ¡Apártate!


Lo que sucedió después de aquella revelación no debería contarlo, aunque quien lea esto puede que piense que solo son los apuntes de una nueva novela, y decida que no merece la pena ponerlo en conocimiento de las autoridades pertinentes, pero fueron hechos, si cabe, aun más terribles, que los acontecidos hasta aquel momento.

Rocío, la muchacha retraída y frágil que conocí en el comedor del hotel, comprendió que el culpable de la muerte de su amado viajante de especias y de aquellas siniestras apariciones, era el heredero Claudi Teixidó y presa de un impulso incontrolable, agarró una angulada piedra y le golpeó con rabia en la cabeza, hasta que el cráneo crujió al quebrarse. Lloraba y maldecía con las manos ensangrentadas frente al despojo del anciano, que Larsson agarró por los pies y empezó a arrastrarlo, hacia la fosa.

-          ¡Ahora veo como me utilizaste! ¡Cabrón! ¡Eras incapaz de afrontar tú solo, tu maldito pasado! ¡Púdrete en el infierno!

Lo arrojó a la cavidad y la oscuridad lo engulló junto con le tromba de agua que manaba del techo. En ese momento, la mujer y la niña se zambulleron en la cascada desapareciendo.

 EPILOGO

Mi decisión de alojarme unos días en La Gárgola d’Aigua en busca de tranquilidad e inspiración sin duda estuvo dirigida por fuerzas ocultas, que por fin ponían las cosas en su sitio, y hacía encajar cuentas pendientes del más allá.
Claudi Teixió cometió un asesinato horrible en su juventud, por no asumir sus responsabilidades, y no tuvo en cuenta que el lugar donde se construyó el hotel, era una tierra telúrica, una puerta conectada con las profundidades del purgatorio. Aun así decidió protegerse contratando a la médium más famosa de aquellos años, y le reservó estancia permanente en el hotel, a cambio de que preservara su secreto.
El viajante, embaucador profesional, había sido solo un nexo, una víctima de la furia que sentían aquellos espíritus. Enamoró a Rocío, que cegada vengó su muerte, y por lo que me pareció ver en la piscina, también conquisto al joven Larsson, aunque nunca sabré si llegaron a tener algo más que un encuentro bajo el sol.
Yo abandoné el balneario en cuanto me fue posible, no sin antes escuchar las últimas palabras de La Bernal, que me esperaba en el aparcamiento.

-          Ahora ellos saben que tú sabes. Ahora ven lo que tú ves. Desde ahora siempre sabrán donde estas.

Cuando quise poner las llaves en el contacto del coche, el temblor no me dejaba atinar con la cerradura.

 FIN 
SOMBRAS CHINESCAS
  1. (link a la 1º parte) SOMBRAS CHINESCAS
  2. (link a la 2ª parte) RETORNO A LAS SOMBRAS
  3. (link a la 3ª parte) SOMBRAS EN EN MANATIAL
  4. (link a la 4ª parte) SOMBRAS DEL PASADO
  5. (link a la 5ª parte) EL CORAZÓN DE LAS SOMBRAS
  6. (link a la 6ª parte) SOMBRAS RASGADAS