jueves, 11 de agosto de 2011

RETORNO A LAS SOMBRAS


SOMBRAS CHINESCAS
2a parte
RETORNO A LAS SOMBRAS


    Nada más llegar a mi apartamento, antes de dejar la maleta en el suelo y encender las luces, comprendí que salir huyendo del balneario había sido un error. Durante el camino de regreso a la ciudad tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza y llegar a la conclusión de que el malestar que había sentido no era debido a los huéspedes y que al contrario, mi huida, estaba provocada por mi propia mediocridad. Nunca acabaría la novela si no me sobreponía a aquella falta de inspiración. Si aun creía algo en mí, tenía que volver a aquel sitio y concentrar toda la fantasía en los personajes de ficción. Si los residentes del hotel, con sus particularidades, despertaban mi interés, aprovecharía para nutrirme de su presencia, tal vez me ayudaran a desenterrar tramas que hacía tiempo tenía encalladas.

    Conduje parte de la noche y cuando el día empezaba a despuntar llegué a La Gárgola d'Aigua, el balneario novecentista de dónde, apenas hacía unas horas, me había marchado lleno de dudas.
    Pronto llamó mi atención que, a pesar de la hora temprana, apenas estaba amaneciendo, un grupo de personas estaban reunidas cerca de la entrada principal. Les noté agitados y la preocupación de sus rostros era evidente. Dejé el coche en el aparcamiento para clientes, en la parte de atrás y, por un sendero de gravilla, fui hasta la entrada. Mis pasos sobre las piedrecitas atrajeron la mirada de aquella gente.
    Cuando estuve un poco más cerca pude ver los uniformes de cuatro de ellos y reconocer al maître, el sexto era un hombre octogenario, pero de una planta y vestimenta exquisita, mantenía el porte y la espalda recta y lucía una espesa mata de pelo blanco peinada hacia atrás.
    Los policías me saludaron llevándose la mano a la visera de sus gorras y el maître sonrió agravando su desconcierto.

    - ! Pensaba que había tenido que marcharse ! Señor... ¿Montal?
    - He podido solucionarlo ¿Creé que puedo recuperar mi habitación?
    - Bueno, habrá que revisar el registro pero, no me consta que la hayan ocupado…Discúlpeme usted, señor, pero ahora tengo que resolver un asunto con estos agentes, si es usted tan amable en recepción se harán cargo de su equipaje.

    Antes de subir el primer escalón hacía la gran puerta, uno de los policías, me observó con interés, se desplazó sutilmente entorpeciéndome el paso, fue un gesto leve, pero lleno de intención.

    -Buenos días, señor, perdone la pregunta pero me ha parecido entender que estaba usted hospedado aquí, anoche. ¿Eso es así?
    - Me marché al caer la tarde, tuve un imprevisto, pero ahora todo está en orden.
    - ¿Un asunto familiar?
    - Algo parecido, al final no fue nada.  
    - ¿Va usted a quedarse, esta vez?
    - Si, unos días- No entendía por qué tanto interés en mis asuntos y empezaba a    sentirme molesto con las preguntas.-Voy a regístrame, si me permiten, estaré en     la habitación.

    Les dejé al pié de la escalera y entré en el balneario, las grandes vidrieras emplomadas pintaban de colores el mosaico de mármol del suelo y el ambiente era fresco y oxigenado. El mostrador de recepción estaba flanqueado por dos amplios pasillos, el de la izquierda llevaba a la puerta de las instalaciones termales, construidas bajo el hotel. El de la derecha estaba acondicionado con dos sillones tapizados en rojo que custodiaban la entrada a la sala de lectura, la puerta estaba abierta y escuché una voz que creí reconocer. En aquel momento la recepción estaba vacía y opte por dirigirme al salón de la derecha.
    Esta vez nadie se percató de mi presencia, lo que me dio tiempo para hacerme una idea de lo que estaba pasando.
    La chica de los hombros pecosos estaba sentada en un sillón orejero, con las rodillas juntas y los hombros echados hacia delante, mantenía la cabeza baja y su pelo liso le tapaba la cara. Un par de huéspedes que no había visto antes y un matrimonio anodino que estaba en el comedor durante el refrigerio del día anterior, compartían conversación en un amplio sofá en tono inaudible. Junto a una chimenea, al fondo de la habitación, la anciana con aires de marquesa, se erguía muy tiesa, sentada en una silla, más digna que nunca, apoyada en su bastón. Parecía abroncar a la muchacha y no paraba de ofenderla con insinuaciones sobre su valía.
    De los miembros de la extraña familia de la piscina, solo el muchacho rubio, estaba en la sala, parecía que sonreía, observándolo todo a través de su largo flequillo. Él fue el primero en verme y al hacerlo, frunció el ceño. Se levantó como un felino y salió del estudio golpeándome con el hombro al cruzarse conmigo.
    No alcanzaba a comprender que estaba pasando, cuando abandoné la Gárgola d'Aigua, y dejando aparte mi propia neurosis, el hotel era un lugar tranquilo y aquel ajetreo matutino estaba fuera de contexto.

-    Hola, soy Marcelo Montal, nos vimos ayer en el comedor - Me acerqué a la chica del sillón, que levanto la cabeza y pude ver su ojos enrojecidos; aunque ahora no lloraba, su respiración era sincopada y aun tenía un pañuelo entre las manos. Me miró, y alargó la mano sin levantarse, se la estreché con delicadeza y tomé asiento, frente a ella.

    - No le haga usted caso, ¡Es una inútil!, solo sabe lloriquear .- Oí que despotricaba la anciana. - Si por ella fuera escondería la cabeza bajo tierra, para no ver lo que está pasando.
    - Discúlpeme, señora, pero ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué hace la policía en la entrada?
    - ¿Qué qué ha pasado?, ¡pues que le han matado! Ese hombre no me gustaba, ahora que no está ese chico con ojo de serpiente, puedo decirlo, ese tipo no era trigo limpio. ¡Se le veía en la cara!- Y la mujer se incorporó con la ayuda del bastón- Lo han encontrado esta madrugada, muerto,  en las termas ¡Vaya escándalo!, este lugar ha perdido toda su clase, ya dejan que venga cualquiera.
    - ¿Quién lo encontró?- Pregunte conmocionado por lo sucedido.
    - El servicio de mantenimiento, al revisar las instalaciones- Se atrevió a contestar la muchacha mientras se sonaba la nariz.
    - ¡Que sabrás tú!, si fueras una señorita dejarías hablar a los mayores. ¿Puede usted creer que esta niñata me dejó abandonada cuando anochecía en el jardín?, ¡Tuve que volver sola a mi habitación! ¡Ya no hay respeto por la edad! Esta juventud no tiene valores. ¿No piensa usted lo mismo?

     Esquivé la pregunta levantándome y ofreciéndome a acompañarla a sus aposentos, pero me dijo que la policía los había reunido allí para hacerles algunas preguntas. No me di por aludido ya que, a mí, los agentes no me habían emplazado a esperarles. Recogí la maleta y volví a la recepción. Media hora después ya me había quitado los zapatos y recostado en la cama. Aquella mañana, me saltaría el desayuno.

    A la hora del aperitivo me sentía descansado y hambriento. Después de asearme y ponerme ropa cómoda, dejé la habitación para hacer tiempo en el bar del hotel e indagar un poco más sobre lo que había pasado la noche anterior. Para familiarizarme un poco más con el establecimiento, bajé por las escaleras que, en cada rellano, se iluminaban con grandes ventanas en forma de uso. Los cristales estaban emplomados con una reja de rombos, y el del centro del tramado, era transparente como el aire. A través de uno de ellos, cuando ya estaba en la primera planta, vi el jardín, y como si la geometría lo enmarcase, la glorieta. Allí, la chica triste fumaba un cigarrillo, apoyándose en una de las columnas.
    Al bajar el último tramo de escaleras, me encontré de cara con el maître. Subía apresurado los escalones y casi tropieza conmigo. Con cara de susto, se disculpó.

     - ¡Oh! Discúlpeme, no le había visto...no es habitual que los huéspedes hagan uso de las escaleras. ¿Le pasa algo al ascensor?, puedo hacer que lo revisen.
    - No se preocupe, solo estiraba las piernas, he conducido muchas horas.
    -Bien, bien, estupendo...-Parecía contrariado y no se decidía a continuar subiendo, como le vi titubear pensé que era un buen momento para fisgar un poco más.  
    - ¿Quién es esa chica? Se la ve siempre tan abatida que me preocupa.- Le indiqué que mirara por el rombo de la ventana.
    - ¡Vaya!, aquí no está permitido fumar...Bien, imagino que dadas las circunstancias podemos ser permisivos- Bajo la vista con el ceño fruncido- Si, la señorita    Rocío...creo que ya estuvo alojada con nosotros hace unos meses. Sí, hace unos meses.

    Era evidente que el hombre estaba incómodo y que tenía la cabeza en otro sitio. Me eché a un lado para dejarle las escaleras libres.

    - Le veré en el comedor.
    - ¡Por supuesto! Para cualquier cosa que necesite. Soy, Guillermo Rius, Jefe de Sala y el encargado del bienestar de los clientes.
    - Creo que me daré un paseo por el jardín.
    - Una idea excelente- dijo mientras desviaba la vista a la ventana- Vaya usted- Y con un saludo de la cabeza reanudó su tarea escaleras arriba.

    Estaba  claro que me iba a costar centrarme, a la clara crisis creativa había que añadir el extraño ambiente que reinaba en el balneario, después de una noche trágica. La curiosidad hizo que, una vez más, me alejara de mis objetivos postergando el momento de sentarme a escribir. Me dije que trabajar bajo presión nunca daba resultados y menos si mis pensamientos estaban en otra parte.
    Desde la planta baja, accedí al jardín para encaminarme hacía la glorieta. La muchacha apuraba el cigarrillo con la mirada perdida en los parterres de violetas que tenía enfrente. Algo en su aspecto había cambiado. Me pareció que la aparente fragilidad que la envolvía, se esfumaba, desmintiendo la imagen que yo retenía en la cabeza. El sol estaba casi en su cenit y le despejaba el rostro de sombras. Parecía contrariada, pero más relajada que en el salón de lectura. En mi fantasía le asigné el papel de solitaria, de persona débil y deprimida, no tardaría en comprobar que, su discreción, era solo una pose.
    Lanzó la colilla al suelo y la pisó hasta desintegrarla.

    - ¿Ha descansado?- Me preguntó nada más verme.
    - Lo suficiente, parece que ahora está todo tranquilo. ¿Aún está la policía por aquí?
    - ¡Joder, no! Ya se largaron, nos tuvieron hasta hace poco enclaustrados en la biblioteca ¡Con la loca de la vieja esa! ¡La tengo atravesada!
    - Parecía muy enfadada con usted.

    Estuvimos hablando un buen rato. Me dijo que se llamaba Rocío y que estaba recuperándose de un virus que contrajo en la India, donde trabajaba como voluntaria para una organización dedicada a excavar pozos y levantar escuelas. Nada que ver con la mujer depresiva y abandonada de mis fantasías. Cuando le pregunté sobre lo que había dicho la anciana marimandona, me explicó que su nombre era Maruja Bernal, y que en su momento fue una famosa médium, a la que acudían celebridades de todo el mundo. Al parecer residía de forma permanente en La Gárgola d'Aigua y gozaba de algunos privilegios por parte del servicio.
    Cuando la señora Maruja le pidió que la acompañara hasta la glorieta, Rocío, no se imaginaba que la iba a tener secuestrada el resto de la tarde y cuando la luz empezaba a escasear se dio cuenta de que estaban solas en el jardín. Rocío le recomendó a la señora volver al interior del hotel, a esperar la cena en uno de los salones, pero Maruja Bernal siguió explicando aventuras de sus momentos gloriosos y no le hico caso.

    - Entonces empezaron los ruidos, venían de abajo, del subsuelo- Señaló una losa de piedra con un pequeño grabado en la esquina. Flexioné las piernas para acercarme más al suelo y observar el dibujo esculpido en la losa. Era una gárgola, o un murciélago, no supe descifrarlo, aunque lo relacioné con el nombre del hotel. Rocío encendió otro cigarrillo mientras continuaba con su relato. Según contaba, primero se oyeron unos golpes amortiguados y luego una letanía de cánticos que la piedra apenas dejaba filtrar. Luego una fuerte vibración que le subió por las plantas de los pies y algo que le pareció un alarido. Rocío se asustó y apremió a la decrepita médium para abandonar la glorieta, pero Maruja Bernal se negó alegando que ella no oía nada, así que la muchacha la dejó sola cansada de soportar su despotismo. Me dijo que no sentía ningún remordimiento porque dejó avisó en recepción, para que se ocuparan de ella.

    Estaba fascinado, los hechos que sucedían a mí alrededor volvían a activar mi más oscuras perversiones dejando que la imaginación tejiera tramas inconcebibles e irracionales.

    En el centro del camino que llevaba hasta el cenador, derepente, apareció la niña de piel aceitunada que vi con la extraña familia. Llevaba un vestido suelto de tirantes de un blanco exultante, que destacaba frente al verde del frondoso jardín. Con la barbilla hundida en el pecho nos miraba fijamente con sus ojos rasgados y parecía furiosa. Me fijé en que apretaba los puños con rabia y aunque nos separaban más de diez metros, creí verla temblar.
    Tanto Rocío, como yo nos quedamos pasmados sin saber que hacer hasta que, veloz como un rayo, el chico del flequillo surgió tras unos cipreses y la agarró del brazo obligándola a seguirle. También el nos fulminó con su ojo ambarino.
    Tardamos unos segundos en reaccionar, la mirada de odio que nos había dedicado la chiquilla no tenía ninguna justificación, al menos para mí.   

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