martes, 20 de diciembre de 2011

SOMBRAS RASGADAS

SOMBRAS CHINESCAS
6a y última parte
SOMBRAS RASGADAS


              
Descendíamos por la rampa que antiguas corrientes de agua subterránea excavaron en la montaña. La erosión continua formó un túnel sinuoso y algunos espacios anchos y abovedados, que Theo llamaba “salas”. En la segunda de esas salas, la menor de todas según Larsson, descansamos unos minutos junto a la capilla que los judíos cincelaron, dando forma a la roca.
                Mientras recobrábamos el aliento observé al pintoresco grupo que componíamos la expedición, y me pregunte ¡Qué diablos hacía yo allí! ¿Cómo me había dejado embaucar de aquella manera? 
                La pobre Maruja Bernal apenas se sostenía, incapaz de guardar el equilibrio en aquel terreno desigual, y se apoyaba en su bastón mientras Theo tiraba de ella pendiente abajo, se la veía aterrorizada.
                La inesperada Rocío se había unido a nosotros en el momento en que cruzamos la puerta del fondo del jardín. No hubo manera de convencerla.
                De alguna manera se percató de nuestros movimientos, ya pasada la media noche, y le fue fácil entender que estábamos tramando algo extraño, alguna cosa que tenía que ver con la muerte de su amado viajante de especias.  
                Le rogué encarecidamente que volviera a la habitación, haciéndole ver que el peligro acechaba en la profundidad del túnel, pero todo fue en vano. Theo me hizo un gesto rotundo para indicarme que no perdiera tiempo, y empujó a La Bernal para que se introdujera en la oscuridad. Rocío les siguió apartándome a un lado.
                Unos metros más allá, el nuevo chef, accionó un interruptor que encendió un precario tendido de cables con bombillas amarillas, y la cueva se iluminó con puntos ambarinos que colgaban muy espaciados del techo de la gruta.
Por ese escenario íbamos avanzando, con mucho tiento para no resbalar, y tan pendientes de la anciana, que tenía la sensación de que no adelantábamos.
Los muros de roca estaban poblados por grandes arañas blancas, que tejían sus trampas con complicadas alfombras de hilos pegajosos cubriendo las paredes. Escarabajos y enormes ciempiés que andaban de cacería, perturbados por la iluminación repentina, buscaban huecos donde ocultarse de la luz. Y nosotros, el patético escuadrón, tropezábamos una y otra vez con los desniveles y protrusiones, que las filtraciones de agua calcárea esculpían pacientemente.


-        -Ya se escucha la cascada- Oí decir a Larsson.


Dos arcos casi iguales separaban el pasadizo, convirtiéndolo en dos rutas distintas. De la sala que se habría a la derecha surgía un vaho caliente y pegajoso. Theo nos indicó que ese era el camino que conducía a las canalizaciones que llevaban el agua en ebullición hasta el hotel. Allí brotaba el agua termal que hervía en la entrañas de la tierra.
Si cogíamos el túnel de la izquierda llegaríamos directamente a la cascada original, y a la sima en la que desaparecía.
                La ropa se me pegaba a la piel, ya fuera por la humedad, o por la sudoración que me provocaba el nerviosismo. Aun no sabía qué papel jugaba en aquel desatino y dudaba de que Rocío y Maruja, pudiesen aportar algo a la misión que Claudi Teixidó nos encomendara. En ese momento me percaté de su ausencia. Cierto ere que en el invernadero pude comprobar que era un anciano adicto a los quirófanos, y que su aspecto saludable era una farsa, pero aun así, había obligado a Maruja Bernal a formar parte de una locura de aquel calibre, sin ninguna consideración a sus maltrechos huesos, y su sustituto en las lides esotéricas casi la arrastraba agarrándola con muy pocos miramientos.
                El ruido de un motor amortiguado me saco de mis divagaciones. Conforme avanzábamos las bombillas estaban más separadas, y encontrábamos algunas fundidas o rotas, las penumbras eran más presentes y había tramos en que solo valía apoyarse en las paredes, obviando telarañas y lo que allí hubiese.
                Sentí en el rostro una corriente de aire fuerte, fría, condensada de diminutas gotas de agua pulverizada, y el ruido de turbinas se transformó en el retumbar continuo del borbollo líquido de un tremendo caño de agua. 
                La sala del manantial era gigantesca, casi circular. Un débil cordón con algunas luces lo circundaba, arrancado destellos a la cascada que surgía del techo. En caída libre, el gran chorro desplazaba cientos de litros, para hundirlos en un agujero oscuro más ancho que la cascada.
                En los márgenes una gelatina verdosa, con la textura de la lava, formaba un borde que se izaba como el de los cráteres lunares.
                Al contrario de lo que se intuía en el pasillo de la derecha, allí se sentía un frio intenso y empecé a tiritar.
                Cada vez más nervioso miré a Theo angustiado, que sostenía a La Bernal por la cintura. Rocío se protegía los hombros con las manos, cruzando los brazos sobre el pecho, con la miraba fija en la cascada, mientras se acercaba al margen muy despacio.
                Larsson me hizo señas para que me adelantara, y juntos ayudamos a la vieja médium a sentarse en un saliente. Estaba exhausta, enojada, y se dejo llevar gruñendo maldiciones.
                Estábamos empapados, pendientes de lo que el muchacho rubio hacía, aunque se limitaba a bordear el pozo, muy atento. 
                Hice que mi voz sonara más fuerte que el ruido provocado por el torrente.


-      -  ¿Qué hacemos aquí? ¡Esto es un gran error!

--  -  ¡Silencio! ¡Es el momento! ¿No los ves? ¡Están ahí! – Me interrumpió Larsson, mientras agitaba un brazo.



Del gran agujero, en el espacio que quedaba entre la cascada y la roca, dos siluetas difusas  se elevaban levitando. A pesar de ser formas etéreas, agarraban algo entre las dos. Con lentitud premeditada se posaron en el borde de lava, y acabaron de izar el peso muerto que sujetaban. 
                Con violencia arrojaron a Claudi Teixidó a nuestros pies.

                Rocío comprendió en aquel instante dónde se había metido. Le flaquearon las rodillas y cayó a cuatro patas vomitando. Yo contuve las arcadas.
                El dueño del balneario estaba desnudo, con la piel arrugada y llena de incisiones. Los labios morados presagiaban lo peor, pero gemía respirando convulso.
                Larsson se interpuso entre el despojo de Teixidó y los fantasmas, que se iban haciendo corpóreos, sólidos. Mostrando unos dientes afilados y agrandando la boca hasta convertirlas en horrorosas fauces.


-        ¡Al final has pagados tus cuentas!- Berreó La Bernal- ¡Viejo estúpido!


¿Cómo era aquello posible? ¿Cuándo habían atrapado a Teixidó? ¿Y por qué se cebaban con él? Solo podía afrontar la escena tomando la iniciativa. Auxiliar al anciano e ingeniármelas para sacar a Rocío y a la médium de allí. Ya se las apañaría el muchacho si decidía no seguirnos.
Mientras intentaba sujetar al maltrecho Claudi, cogiéndolo por las axilas, Maruja Bernal, aulló desde su rincón.


-        ¡Pensabas que podrías librarte de tu castigo! ¡Que bastaba con rodearte de personas como yo, o como ese protegido tuyo, para mantener alejados a los espíritus! Pero ya ves que no. Algún día tenían que volver, son ellas ¿No las reconoces?


Aturdido, las palabras de Maruja me parecían incomprensibles. 
Theo dudaba entre enfrentarse a las apariciones, que ya había superado el cráter viscoso e intentaban rodearle, o correr hacia la médium para hacerla callar. Solo podía optar por defenderse.
Arrastré con todas mis fuerzas a Teixidó, para alejarlo del enfrentamiento, pero entonces la mujer de ojos rojos se abalanzó sobre Theo, y la niña le agarró de una pierna. Pronto se enfrascaron en darle terribles dentelladas, hundiendo sus colmillos en la carne de Larsson.
Debatiéndose en una lucha desesperad, el chico, hizo un esfuerzo por girarse hacia mí, y alargó el brazo reclamando mi ayuda. Su rostro expresaba el dolor que le provocaban los ataques de los espíritus, pero seguía resuelto en su lucha, y apretó los dientes mientras se contorsionaba.
Solté al anciano, y tropezando con la mareada Rocío, me lancé en su ayuda. En ese instante los seres del inframundo soltaron a Larsson, y con un brinco felino se apostaron jadeando en el filo del cráter. Con la mirada encendida se arrastraban con dificultad hacia Teixidó, que había recobrado la consciencia. Se retorcían y gesticulaban, parecían animales heridos, enfermos de rabia. 
Algo impedía que se acercaran, y no era Theo. La niña, más agresiva que la mujer, me lanzaba rocas, babas, e injurias con voz ronca. Me gritaba en tono amenazante, aunque se mantenía a distancia, revolviéndose cerca del manantial.
Era la baza que necesitaba, si en realidad mi energía vital era un escudo para aquellos monstruos, debía aprovechar su desconcierto y escapar de allí cuanto antes. Busqué a Maruja, que se reía a carcajadas sentada en una roca. Más atrás, arrodillada junto a Teixidó, Rocío lloraba desconsolada, y entre los espectros y yo, Theo Larsson malherido, sangraba por el hombro y por el muslo. Yo solo, no podía ocuparme de todos.
La médium dejó de reír, y se levantó señalando con el bastón al anciano que yacía en suelo.


-        ¡Por tu cobardía vamos a pagar todos! ¿Por qué no confiesas de una vez? ¡Deja que te arrastren a la oscuridad y expía tu terrible pecado!


Los gritos retumbaron en la caverna, confundiéndose con el bramar de la cascada, y apenas si pude oír a Teixidó rogarle entre sollozos que se callara.



-        ¡Nunca más! No guardaré por más tiempo tu secreto.- Respondió Maruja tajante.


Al borde de perder la conciencia, con el corazón latiéndome desbocado, La Bernal desgarró las sombras que me envolvían desde hacía unos días, escupiendo su relato con saña.


-        ¡Mataste a esas criaturas! ¡Las torturaste mientras pedían clemencia! Y luego las enterraste en la colina. Es justo que ahora quieran vengarse, descansar por fin hundiéndote en su mundo, para devorara tus entrañas por toda la eternidad ¿No hubiese sido más fácil reconocer a tu hija? ¿No se merecía tu amante algo más, después mantenerse escondida de los tuyos durante años? Solo quería que te ocuparas de vuestra niña y tú, maldito hijo de perra, decidiste deshacerte de ellas, asesinarlas sin más, para seguir en tu mundo de convencionalismos ¡Deja que se lo lleven, idiota! ¡Apártate!


Lo que sucedió después de aquella revelación no debería contarlo, aunque quien lea esto puede que piense que solo son los apuntes de una nueva novela, y decida que no merece la pena ponerlo en conocimiento de las autoridades pertinentes, pero fueron hechos, si cabe más terribles, que los acontecidos hasta aquel momento.

Rocío, la muchacha retraída y frágil que conocí en el comedor del hotel, comprendió que el culpable de la muerte de su amado viajante de especias y de aquellas siniestras apariciones, era el heredero Claudi Teixidó y presa de un impulso incontrolable, agarró una angulada piedra y le golpeó con rabia en la cabeza, hasta que el cráneo crujió al quebrarse. Lloraba y maldecía con las manos ensangrentadas frente al despojo del anciano, que Larsson agarró por los pies y empezó a arrastrarlo, hacia la fosa.


-        ¡Ahora veo como me utilizaste! ¡Cabrón! ¡Eras incapaz de afrontar tú solo, tu maldito pasado! ¡Púdrete en el infierno!


Lo arrojó a la cavidad y la oscuridad lo engulló junto con le tromba de agua que manaba del techo. En ese momento, la mujer y la niña se zambulleron en la cascada desapareciendo.

EPILOGO
Mi decisión de alojarme unos días en La Gárgola d’Aigua en busca de tranquilidad e inspiración sin duda estuvo dirigida por fuerzas ocultas, que por fin ponían las cosas en su sitio, y hacía encajar cuentas pendientes del más allá.
Claudi Teixió cometió un asesinato horrible en su juventud, por no asumir sus responsabilidades, y no tuvo en cuenta que el lugar donde se construyó el hotel, era una tierra telúrica, una puerta conectada con las profundidades del purgatorio. Aun así decidió protegerse contratando a la médium más famosa de aquellos años, y le reservó estancia permanente en el hotel, a cambio de que preservara su secreto.
El viajante, embaucador profesional, había sido solo un nexo, una víctima de la furia que sentían aquellos espíritus. Enamoró a Rocío, que cegada vengó su muerte, y por lo que me pareció ver en la piscina, también conquisto al joven Larsson, aunque nunca sabré si llegaron a tener algo más que un encuentro bajo el sol.
Yo abandoné el balneario en cuanto me fue posible, no sin antes escuchar las últimas palabras de La Bernal, que me esperaba en el aparcamiento.


-        Ahora ellos saben que tú sabes. Ahora ven lo que tú ves. Desde ahora siempre sabrán donde estas.


Cuando quise poner las llaves en el contacto del coche, el temblor no me dejaba atinar con la cerradura.

sábado, 10 de diciembre de 2011

EL CORAZÓN DE LAS SOMBRAS


SOMBRAS CHINESCAS
5a parte
EL CORAZÓN DE LAS SOMBRAS

 
No esperaba que a la reunión con el propietario del hotel también asistiera el enigmático joven, y confieso que me produjo malestar. Mis encuentros con aquel personaje siempre me desestabilizaban y no me apetecía estar cerca de él.
                Claudi Teixidó me invitó a sentarme en un mullido butacón frente a ellos.

-¿Le apetece una taza de café? ¿Un licor?

-Café está bien, muchas gracias – Respondí mientras me acomodaba nervioso en el sillón. Me sentía intimidado y aun no alcanzaba a comprender por qué me habían hecho llamar, pero Teixió parecía relajado y se mostraba amable.

El maître que aun no se había retirado sirvió las tazas humeantes, y luego nos dejó solos.

-Quiero presentarle a nuestro nuevo chef, una joven promesa que dará mucho que hablar. Theo Larsson, éste es nuestro huésped, el señor Montal.

Me vi obligado a tenderle la mano, que él estrechó con demasiada fuerza. Le notaba ansioso, siempre alerta, vigilante.
¿Un chef? ¿El cocinero? ¿Ese era todo el misterio que guardaba el muchacho? Sin duda tenía que haber algo más. Las pocas ocasiones en que lo había visto habían estado envueltas de hechos, como mínimo, perturbadores, y nunca relacionados con la cocina. Además estaban la niña, que supuse su hermana, y la mujer a la que asigné el papel de madre. Cerrando el círculo familiar imaginé al hombre muerto en las termas, como patriarca de aquel grupo.

                En mi cabeza retumbaba la afirmación de Rocío, cuando me dijo que nunca vio a la niña, y empezaba a sospechar que la mujer estaba solo en mi imaginación.
                Pronto se desvelaron algunos de los enigmas que intentaba resolver.
                El heredero de La Gárgola d’Aigua tenía una voz profunda, y hablaba con embaucadora elegancia. Entre sorbos de un café excelente fue desarrollando un monólogo que me dejó fascinado.

-¿Cree usted en los espíritus?- Y continuó sin pausa-  Pues debería, los ha visto aquí, en el hotel. Algunos de nosotros tenemos ese don, Theo además puede interactuar con ellos, comunicarse y restablecer su equilibrio. Usted, amigo mío, también tiene esa facultad, aunque a veces la verá como una maldición. Nuestra querida Maruja Bernal fue una virtuosa capaz de dominar como nadie a esas fuerzas que surgen de los abismos, pero lamentablemente la edad le ha hecho mella, y ya no puede seguir con su labor de contención. Por eso hice venir al joven Larsson, será un digno sustituto para esa misión. ¿Me sigue usted?

-No - Me limité a contestar boquiabierto.

-Seguramente estoy yendo demasiado deprisa, pero el tiempo apremia. Esta vez las cosas han ido demasiado lejos. Ya ha habido un muerto, un ser que aunque despreciable, no merecía morir y Maruja no estuvo a la altura. Las apariciones que han tomado el balneario están sedientas de venganza y no quieren marcharse.

Le interrumpí con timidez, nada de lo que me decía tenía sentido y solo hacía que me sintiera más incómodo.

-Debe disculparme, pero no entiendo ni una palabra de lo que me está diciendo.

-Empezaré de nuevo. Usted estuvo en la biblioteca ¿Cierto? ¿Encontró lo que buscaba? La historia de estas fuentes termales es fascinante ¿No lo cree? Tantas civilizaciones como las que han hecho uso de ellas y ninguna consiguió establecerse de forma permanente ¿Eso no le dice nada? Seguramente, en los documentos, encontró referencias a hechos que las hacen particulares y misteriosos, y ya habrá desarrollado sus propias cábalas. Si todo va como debiera, mañana le acompañaremos al interior de la montaña, donde brota la fuente del manantial y comprenderá mejor de que le hablo. En la gruta se abre una sima que conecta directamente con otra dimensión. Igual que una puerta eternamente abierta entre dos mundos, del que nosotros somos los guardianes. Ya veo que me mira con incredulidad, y lo entiendo. Debe comprender que nosotros no elegimos, ninguno de los que poseemos la virtud de ver más allá, escogió hacerlo, y usted tampoco, nada puede hacer por evitarlo, aunque sí puede prestarnos su ayuda.

Por lo que me ha contado Theo, los espectros que deambulan por el hotel, se están haciendo cada vez más fuertes, más voraces y si no los detenemos pronto van a cobrarse una nueva víctima. Ahora le ruego que confíe en nosotros y en lo que Theo va a contarle.

Ni que decir tiene que yo estaba catatónico, hundido entre las orejas del sillón, tan confundido que no tenía fuerzas para marcharme. No entendía como me había visto envuelto en aquella truculenta situación, pero un morbo enfermizo me hizo permanecer en el invernadero, mirar a Larsson y seguir escuchando patéticamente mudo.

El cocinero de lo paranormal se acercó un poco más a mí, manteniéndose en el borde de su sillón de mimbre. Tenía un marcado acento de algún país nórdico, pero su castellano era fluido. Toda la tensión que generaba su aspecto se diluyó mientras me rebelaba su autentica identidad, y comprendía cual era su lugar en La Gárgola d’Agua. En realidad era un chico encantador. Lo que me contó en los minutos siguientes daba sentido a muchas de las vivencias de los días anteriores.

Con suavidad, casi como una letanía adormecedora e hipnótica, me puso al corriente de cuál era el papel que cada uno de nosotros jugaba en aquellas representaciones de sombras. Primero, y para despejar cualquier duda sobre las apariciones, me explicó que la primera vez que nos vimos, en el restaurante del hotel, llegó junto al hombre que encontraron muerto, solos. El hombre era un comerciante de especias y productos de importación que tenía negocios en la India, y que suministraba al hotel alguno de los ingredientes más difíciles de conseguir. El tipo era un verdadero cabrón, un desalmado que viajaba sin parar, arrasando por donde sus negocios le llevaban. Era una persona sin escrúpulos, a la que le gustaba humillar a cualquiera, y que había hecho fortuna explotando sin miramientos a quien se acercaba a él. En una de sus estancias en el balneario conoció a Rocío, hacía de aquello unos meses, y ella se quedó prendada de su arrogancia. El marchante la utilizó sin miramientos, he incluso la llevó con él a la India, para abandonarla a su suerte pocos días después. Rocío no lo superó y lo buscó por todo el país, cuando se dio por vencida supuso que si volvía a La Gárgola d’Aigua tenía una posibilidad de volver a verlo. Por eso estaba tan afectada cuando la encontré en la biblioteca. Era una cuestión de sentimientos.

                La señora Bernal era otro tema mal resuelto. Ella sabía que la vejez mermaba sus poderes y que la situación de privilegio en la que había vivido durante años, protegiendo las posesiones de Claudí Teixidó, estaban llegando a su fin, y la corroía una envidia malsana que le hacía repudiar la presencia de Theo y su ojo tarado. Le veía como competencia, como su relevo y de ahí su desprecio.
                La mujer sin nombre y la niña de ojos rasgados eran otro cantar. Las vi en el comedor, en la piscina, a la niña en el jardín, y más tarde, a las dos, en los baños.
                Larsson me explicó que era cierto que los viera al final de aquel pasillo, atravesando un muro cubierto de baldosas de cerámica. Me dijo que aquel era el acceso natural a el manantial, y que aunque tapiado, era el camino más rápido para devolverlas a la sima. La propia energía de las apariciones hacía posible traspasar las baldosas.

                Creían, tanto él como Teixidó, que los fantasmas eran de los espíritus de las dos víctimas, que la señora Bernal ayudó a encontrar guiando a la policía años atrás, y que encontraron enterradas junto a los muros de la ermita que despuntaba en lo alto de la colina. Sin duda habían sido sometidas a torturas indescriptibles. Fue un asesinato brutal que nunca se esclareció. Madre e hija, jamás abandonaron el borde de la sima, a la espera de que alguna energía las devolviera de su abismo.
                La premeditada crueldad del viajante de especias les había abierto la puerta para vengar su muerte a manos de un desalmado que quedó sin castigo. Cuando él especiero llegó al balneario, la sincronía entre fuerzas malvadas cerró un circuito de energías oscuras y se hicieron corpóreas, aunque solo para quién es sensitivo.

                El nuevo chef  había hecho todo lo posible por mantenerlas en la gruta y devolverlas a la sima, pero los espíritus eran demasiado poderosos y le fue imposible que acabaran con la vida del marchante.

                Theo me describió como era la vía de entrada, el sumidero que conducía a la negrura y que engullía la cascada de agua subterránea. Al parecer la devolvía en ebullición en otra de las grutas desde donde se canalizaba. El agua virgen de la montaña se vertía en cascada desde el techo de la gruta, hundiéndose en un gran agujero de profundidad infinita y de ese abismo inundado provenían los fantasmas. Era una puerta dimensional, imposible de sellar. Como mucho, algunos como él, podían diluirse temporalmente en ese espacio y enfrentarse a lo que de allí surgiera.
                Según creían, yo podía ayudarles en aquella tarea, obligando a las apariciones a volver a las tinieblas.

                No tardé es enterarme de que era lo que esperaban que hiciera.

                Mientras Larsson despejaba mis dudas Claudi Teixidó escuchaba en silencio. Ahora que llevábamos un rato, juntos, podía ver que su aparente buen aspecto tenía más de cosmética que de buen estado de forma, y que su serenidad era más compostura, que tranquilidad. Tenía un ligero temblor en la mandíbula, delator de unas fuerzas que se le escapaban. No parecía en condiciones de enfrentarse a fuerzas oscuras.
               
-          ¿Y esos fantasmas? Digo la mujer y la niña ¿Se sabe quiénes eran?- Pregunté con más temor que curiosidad.


El dueño del balneario se estremeció y visiblemente incómodo se incorporó apoyándose en los brazos del sillón de mimbre. Le lanzó un dura mirada a Larsson y luego acercándose a mi dijo que tenía asuntos por resolver y debía abandonar la reunión.

-Debo retirarme, pero le dejo en buenas manos. Confíe en Theo y hágale caso en todo lo que le aconseje. Ha sido un placer conocerle, señor Montal.

Y marchó sin decir nada más. Algo me decía que mi pregunta le había molestado.
                Ya a solas con el nuevo chef le pregunté que se suponía debía hacer yo, y como podía ayudar, si ni siquiera sabía, hasta aquella misma tarde, que era una persona sensitiva ¿Cómo iba a manejar aquella facultad para expulsar a los espíritus? Larsson me tranquilizó recomendándome que me dejara llevar. Cuando hubiera que actuar, mi instinto, me marcaría las pautas. Para las apariciones, las personas como yo, actuábamos casi como un repelente para insectos, así que cuantos más fuéramos, mejor.

                -La señora Bernal también vendrá con nosotros. La necesitamos.

                -Pero ¡Apenas puede caminar!- Repliqué extrañado.

                -Pues tendrá que hacer el esfuerzo.


                A continuación, el chico del flequillo, me pidió que estuviera preparado antes de la media noche. Cuando fuera el momento me mandarían aviso y nos encontraríamos junto al muro que cerraba el jardín, más allá de la glorieta, tras unas frondosas madreselvas. Allí estaba la puerta sellada que conducía al manantial y que fuera la ruta de entrada original. Por ella accederíamos a la cascada subterránea y a la sima dimensional.

                De alguna manera alguien avisó al jefe de sala que apareció en el invernadero, y esperó paciente a que Larsson me diera las últimas instrucciones. Luego me acompañó de regreso a la parte pública del Hotel.

                Durante el corto trayecto tuve tiempo de imaginarme el pasillo húmedo y oscuro que me conduciría al mismo centro de la montaña y al corazón de las sombras.

domingo, 13 de noviembre de 2011

sábado, 12 de noviembre de 2011

UNAS GOTITAS DE ESENCIA.

Reducido a fuego lento, hasta espesar la esencia. 
Condensando el sabor en unas gotas dulces que me abrazan, que se funden en el paladar como caramelo de azúcar, me dejo invitar a esta cena.

ESA LUZ.

Con los bolsillos vacíos y la chaqueta abotonada para que no se le escape el último roce de aquellos dedos sobre su pecho, se deja deslumbrar por un fogonazo de realidad.
Siempre hay otro lado, una boca que se come la oscuridad, un tinte ambiguo que quema las sombras.
Y poco a poco, lento y asustado deja que las suelas de sus zapatos resuenen  en aquel túnel que abandona.

viernes, 11 de noviembre de 2011

TRANSPARENTE

Nada es tan transparente como un poema sin musa. 
Nada tan opaco como las líneas en el cuaderno, del escritor sin historia. 

SUSPENDIDO

Esta casa está tan vacía como el traje que se apolilla en el perchero. Los rincones se estremecen olvidados, y el sofá, el dormitorio y el baño aun conservan aquel perfume cítrico y vital. todo me recuerda que tengo que renovar el vestuario.

jueves, 10 de noviembre de 2011

ÁNGEL

Resbalando entre sus dedos como un folio sin poemas, caía un ángel al vacio. Él vio el terror en sus ojos y sopló sobre sus alas para que cogieran aire y despertaran.

EL FUNANBULISTA

Aquella última hebra se estiraba orgullosa, persistente, antes del paso del funanbulista.

EL ABRAZO

Ella le dice; ya no te quiero, y con cada lágrima estrecha un poco más el abrazo.
Él contesta; márchate, mientras se anuda a su cintura.
Incapaces, prendidos el uno al otro, escuchan sus propios sollozos, pasos en distintas estaciones, en andenes de dos direcciones.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

ENTRE MAREAS

La resaca descubría una tierra de nadie. Ni mar, ni orilla. Una franja emergente y submarina. Un espacio permanentemente vapuleado de arenas movedizas. Pero ellos se empeñaban en quedarse allí, incapaces de nadar, o caminar descalzos sobre las rocas.

EL MENÚ

Hoy almuerzo sopa de lágrimas, tortilla de patatas con recuerdos y pastel relleno de sentimientos.
Estais todos invitados.

JUNTOS

Si tú quieres podemos hacer el camino por separado, y juntos reescribir nuestros sueños.

VOLAR

 Si quieres volar tendrás que salir y buscar nubes.

viernes, 4 de noviembre de 2011

REVISTA ENTROPÍA

Este mes, en la revista ENTROPÍA, se publica:
NÓMADAS EN EL LABERINTO
Un relato de La Gárgola Impasible, Miquel Farriol.

Estoy contento de poder compartir mis relatos con otros grandes "CUENTISTAS"

viernes, 21 de octubre de 2011

EL ALMA GÉLIDA - CAPITULO VII


EL ALMA GÉLIDA
(LOS PRIMORDIALES)


    El criado, antiguo esclavo guineano, recogía sus escasas pertenencias antes de abandonar la casa donde había servido al difunto Don Enrique de Villena. Estaba ansioso por alejarse y olvidar lo cerca que había estado de morir en manos del Santo Oficio, que lo tachó de brujo y asesino.
    Él solo obedecía la última petición de su protector, el más reputado nigromante de Toledo, y aunque las instrucciones eran perturbadoras llevaba ya mucho tiempo como ayudante del alquimista, y sabía que todo formaba parte de un plan preconcebido por Enrique de Villena.

    A mitad de camino entre los siglos catorce y quince algunos hombres de ciencia aún buscaban la piedra filosofal, y por ende la fuente de la juventud. Enrique de Villena estudió otra posibilidad y encerrado en su rustico laboratorio pasó sus últimos años, rodeado de alambiques donde destilaba su fórmula secreta. El criado negro le asistía con los trabajos rutinarios, mientras Villena experimentaba con animales pequeños. Su idea consistía en conseguir la regeneración partiendo de cero. Tomaba como base un conejo, o a veces un cachorro de perro al que daba de beber un suave veneno que los sumía en un profundo sueño, del que ya no iban a despertar. Cuando se aseguraba de que sus corazones ya no latían, los descuartizaba en pequeños trozos que luego sumergía en un barril lleno de un líquido gelatinoso.
    Enterraba la cuba bajo tierra y la cubría de estiércol, para que actuara como catalizador, la fórmula convertía los restos en una masa fétida en cuestión de días para luego compactarse en algo casi palpitante.
    El sirviente nunca llegó a estar presente cuando su maestro desenterraba los barriles, pero Villena estaba cada vez más eufórico y pasaba semanas sin salir de sus aposentos.

    En los últimos días de su vida el alquimista confesó al criado que se sabía enfermo, y que su mal no tenía remedio. Le explicó que en su búsqueda por prolongar su vida había tomado la firme decisión de probar en su propia naturaleza lo que había estado investigando durante aquellos años. Para ello necesitaba la ayuda de su criado, ya que los trámites debían realizarse después de que la vida le abandonara. Ordenó pues que una vez muerto se asegurase de que lo estaba, aproximando un espejo a su boca. Una vez que se cerciorara de que no le quedaba ningún hálito de vida, su cadáver, debía ser troceado a conciencia y sepultado en una tina llena de pócima, bajo el estercolero habilitado en su huerto. El sirviente esperaría entonces nueve mese tras los que desenterraría el barril.

    ¡Cómo lamentaba haber obedecido al él nigromante Toledano! ¿Pero qué podía hacer? Solo era un liberado negro en una tierra de conquistadores, un paria sin recursos ni futuro.
    El plan se completaba con la absurda idea de que el sirviente vistiera los ropajes del alquimista en sus cortas incursiones por la calle, para que nadie hiciera preguntas sobre el paradero de Villena. El disfraz se completaba con un ancho sombrero que el criado se calaba hasta las cejas. Para los encargos solo salía de noche, embozado en una capa negra que le ocultaba y se preocupaba de no hablar con nadie, comunicándose a través de notas en los colmados o talleres que frecuentaba.
    El azar hizo que una mala noche una procesión del viático se cruzara en su camino, y aunque quiso no pudo esquivarla. Se apretó contra el muro de una casa mientras el sacerdote se acercaba a su posición portando los santos óleos. Todos los varones presentes se descubrían al paso de las reliquias y las mujeres se santiguaban con fervor, todo menos el criado impostor. Un vecino indignado ante su actitud le recriminó que siguiera con el sombrero puesto, lo que originó una trifulca que llamó la atención del Santo Oficio.
    El vecino airado le arrebato el sombrero de un manotazo y todos descubrieron que era un suplantador y le acusaron de brujería, y de haber matado a su señor. Le apresaron y tras varias noches de encierro en un calabozo sin ventanas, fue conducido hasta el Santo Oficio para ser juzgado. Sus miedos y el saberse inocente de lo que era acusado hicieron que traicionando la promesa hecha a su señor, confesara todo lo acontecido y como había sido ordenado y rubricado por escrito por Don Enrique de Villena.
    Incrédulos los alguaciles inspeccionaron la casa del alquimista, y siguiendo las indicaciones del sirviente negro, hallaron en el escritorio de Don Enrique un testamento donde se exculpaba al criado. En el huerto, bajo una montaña de estiércol, desenterraron una gran tinaja que destruyeron a golpes de hacha. Al romperla se derramó la gelatina que contenía, flotando sobre aquel líquido viscoso y maloliente parecía formarse un embrión humano. De los restos de Don Enrique de Villena, ya no quedaba nada.

    Ya tenía el hatillo con sus enseres echado al hombro cuando reparó en la alacena que presidía el comedor. El camino del destierro iba a ser largo y decidió aprovisionarse con algo de queso y tocino salado que sabía guardados en sus estantes. Al acercarse una tabla del artesonado del piso se partió bajo su peso. Dando un tras pies salvó el obstáculo, y se giró importunado para ver que había pasado. Las tablas quebradas dejaban al descubierto un bulto   envuelto en un lienzo polvoriento. La curiosidad pudo más que sus prisas por abandonar la ciudad, se acuclillo junto al socavón seguro de que su descubrimiento era importante. ¿Por qué si no iba su difunto señor a ocultar lo que fuese en un lugar tan insólito? Con el paquete ya en sus manos retiró la tela para contemplar un manuscrito con tapas negras y esquinas roídas. En la piel de la portada y en el lomo, grabado con buriles se podía leer “Fórmula del Alma Gélida”.
    Mientras el maestro Villena estuvo con vida mantuvo la preocupación por el mecenazgo de su criado. Solo una persona instruida podía resultarle de ayuda, así que el antiguo esclavo sabía leer con fluidez, e incluso realizar cálculos simples de matemáticas, memorizando las formulaciones de mezclas de las pócimas más comunes. Por eso el criado desterrado no tardó en comprender que aquella lectura debía de estar en manos de personas sabias, que compartieran las creencias de su extinto amo.
    Con el libro oculto en su zurrón abandonó por fin Toledo, sin mirar atrás temeroso de que el clero olvidara su perdón, y se echó a los caminos en un largo viaje que duró semanas, hasta la casa de uno de los colegas de Don Enrique, en las tierras altas del pirineo aragonés.     Allí encontró al asceta Gregorio “El huraño”, como era conocido en el valle, que lo acogió en su caserón de las afueras de la aldea.
    El ermitaño cultivaba plantas medicinales y fabricaba remedios para personas poderosas e influyentes del territorio, con los que compartía algunos secretos sobre su verdadera pasión, la alquimia y la nigromancia, la astrología y el estudio de predicciones. Todas ellas, actividades condenadas por herejes. Cuando leyó el libro que el visitante de color le entregara supo que debía convocar a sus aliados a una reunión urgente, donde desvelaría el secreto del genio al que el negro descuartizara.
    En aquella cena secreta se sellaron los pactos de la hermandad de los Primordiales.


    Eliana Quercy se entretenía actualizando su blog personal, en el discreto despacho habilitado en el almacén de La Caverna Blava, intentando que las horas no se hicieran tan largas e infructuosas.
    Desde la llamada de Joan García, avisando de la huida del Hallado, Eliana, se había puesto en contacto con Los Primordiales que aún quedaban en Barcelona, y “colgado” la información en la página web que hacía unos años camuflaran entre inverosímiles sites dedicados al esoterismo. Como trataban sus artículos de forma espontánea les era fácil encriptar mensajes, que solo los iniciados eran capaces de descargar.
    Estaba nerviosa, los minutos se enquistaban en las agujas de un gran reloj colgado en la pared de enfrente y mortificaban la espera. Aquella era la segunda noche de vigilia y por el momento seguían sin noticias del prófugo.
    Su padre se esforzaba por mantener la normalidad y atendía a los clientes con la maestría del barman curtido. El club, como casi todas las noches, estaba lleno de personas de mediana edad que trasnochaban escuchando buena música, mientras dejaban que los cócteles de Carmel disiparan las preocupaciones del día. Pero la tensión palpitaba bajo las abruptas notas de la música de Villy DeVille, otra vieja gloria del rock que el padre de Eliana se empeñaba en programar cada cierto tiempo. Era un peso creciente que les oprimía el pecho y que cada vez costaba más de ocultar. Sin darse cuenta dirigía furtivas miradas hacía la puerta y cada vez que se abría, un vacío repentino le contraía el estómago.
    Cuando el Hallado apareció en el umbral de La Caverna Blava, Carmel supo que era él con solo una mirada. Aquella presencia no solo llamó la atención del dueño del local, también atrajo las miradas de los parroquianos, que por un instante congelaron sus copas a medio camino de los labios.
    El hombre alto y de hombros huesudo ocultaba a medias su rostro con unos cabellos lacios y oscuros como la noche y parecía desorientado. Con largos pasos cruzó entre las mesas que ocupaban los clientes acercándose a la barra. Sujetaba un objeto en su mano derecha. Solo el roquero DeVille continuaba con su recital, nadie más hablaba y los sonidos propios de un lugar de copas parecían amortiguados y lejanos.
    Carmel Quercy optó por tomar la iniciativa y reprogramó en la pantalla táctil de su ordenador una nueva selección de canciones, con el fin de romper el ritmo y distraer las mentes de los clientes. De los altavoces surgió un torrente de notas agudas, como de sirena de ambulancia, para después continuar con una base rítmica machacona que invitaba a bailar y que hizo que las copas volvieran a circular, y las conversaciones arrancaran desde donde habían sido interrumpidas. Algunos hasta se contoneaban al ritmo de la música sintetizada.

    —Alguien me dio esto—Y personaje mostró el posavasos con el logotipo de La Caverna Blava—¿Qué lugar es este?
    —Desde hoy será tu casa—Contesto Quercy y se apresuró a rodear la barra para acompañar al recién llegado al almacén.

    La emoción le aflojaba las piernas, y sin darse cuenta no dejaba de escudriñar el rostro camuflado por una maraña de cabellos largos y mal cuidados. Se fijó en los tatuajes que portaba en el dorso de sus manos, y le pareció ver símbolos grabados en la piel del cuello del escuálido visitante. No se parecía en nada a lo que Carmel esperaba. El Mesías al que durante años dedicó su devoción parecía más un sin techo, al que Caritas hubiese regalado unas ropas un par de tallas más grandes de lo apropiado.
    Eliana los vio entrar en el almacén, y su reacción fue parecida a la de su padre. Tantos años de espera culminaban con aquel encuentro, y ahora los dos estaban mudos por la emoción. En el fondo siempre creyeron que aquel emomento sería algo místico y revelador, y aunque así lo sentían la figura del recién llegado resultaba perturbadora. No estaba envuelto en ningún aura, como solía fantasear Eliana, ni era un ser majestuoso, y de su mirada furtiva en lugar de serenidad se desprendía una apatía sobrecogedora. En realidad era un individuo peculiar de gestos bruscos y extremada delgadez. Parecía desorientado y tanto Carmel como Eliana desfallecían embargados por el nerviosismo. Los dos sabían que la taberna no era un sitio seguro y que el tiempo jugaba en su contra.
    Le ofrecieron una silla y el visitante se sentó sin decir nada. Padre e hija cruzaron miradas inseguros hasta que la joven tomó la iniciativa.

    —¿Cómo está?¿Necesita algo?-Solo obtuvo silencio y le pareció que el Hallado no la comprendía.
    —¿Quiere beber un poco de agua? Debe de estar agotado, ha tardado mucho en llegar.
    —No tengo sed.
    —Llevamos mucho tiempo esperándole.—Continuó Eliana—Tenemos un plan para protegerle hasta que La Casa de Los Arcángeles deje de buscarle.
    —¿Por qué me buscan?
    —Porque era su prisionero—Respondió Carmel—Su secreto.

    El Hallado los observaba sin emoción pero sin bajar la guardia. Desde que abandonara su encierro, con la ayuda de un misterioso aliado que le aportó la pista para llegar a aquel local, habían pasado muchas cosas que aun le costaba comprender. Su reacción ante algunos hechos que sucedieron durante la huida le hizo ganar confianza en sus posibilidades de valerse por sí mismo. Pero seguía lejos de comprender que estaba pasando, y porque tenía aquella imperiosa necesidad de huir. Se esforzaba por tirar de los hilos que le conectaban con años pasados, pero cuanto más profundizaba en el abismo más le absorbía la oscuridad. Solo unos pocos destellos de lucidez golpeaban sus pensamientos, llevándole imágenes terribles de conjuros extraños, castigos y mutilaciones que gentes enajenadas infringían en su carne. No recordaba dolor, ni tampoco miedo, pero si su impotencia.
    Entre todo aquel carrusel de imágenes destacaba el rostro de un hombre anciano, vestido con hábito gris, que le ofrecía una mirada comprensiva y aportaba algo de armonía en aquellas escenas angustiosas. Un nombre que debió de escuchar en el pasado se asociaba a aquel rostro, que parecía implorarle su perdón. Padre Guillermo, el guardián de la cripta.

    —Eliana, tengo que volver al local, no debemos dejar que los clientes noten nada extraño. Pronto llegará Yussuf y podréis marcharos—Carmel se resistía a dejar a su hija a solas con el Hallado, pero era hora punta en la noche barcelonesa, y no podía distraerse de su obligaciones. Pediría amablemente a los clientes que fueran apurando sus copas y luego cerraría La Taberna Blava, aunque aquello le llevaría algún tiempo.
    —Esta bien papa, seguiremos como teníamos previsto. En cuanto llegue Yussuf nos largaremos con tu coche. Ya sabes donde vamos. Mientras creo que podré arreglármelas.

    Carmel abandonó el almacén reticente, pero en segundos se vio absorbido por las peticiones de los clientes. Entre tanto Eliana se esforzaba por superar la incomodidad del momento, buscando puntos de conexión con los que comunicarse con el Mesías.

    —Soy Eliana, y el que te recibió antes es mi padre Carmel Quercy. Hace mucho que planeamos su liberación y hoy por fin está aquí.—Nerviosa se atropellaba con las palabras—¿Cómo debo llamarle?

    ¿Un nombre? Siempre se habían referido a él como el Hallado, eso en el mejor de los casos. La mayoría de las veces sus guardianes le llamaban engendro, demonio, Satán, monstruo, hijo del Mal, aborto, feto, horror, deformidad, aberración, barbaridad y un sin fin de improperios que nada significaban para él. Aquel anciano con hábito, que hasta ahora era la única referencia que le llegaba con serenidad, le llamó Ángelos en más de una ocasión.

    —Ángelos, llámame así.
    —¡Ángel!— Eliana no ocultó su sorpresa, no esperaba una referencia tan directa a los textos religiosos, pero pensó que le venía como anillo al dedo.—El Mensajero ¿No es así?
    —No lo sé.

    La poca locuacidad del Hallado resultaba algo exasperante, pero Eliana decidió que era mejor no atosigar a Ángel con preguntas y se puso en movimiento. Guardó el portátil en la maleta y recogió de una estantería una bolsa isotérmica, donde había guardado latas de conserva, cereales, leche y un par de botellas de agua. Entonces reparó en que el Hallado tenía la camisa rasgada y manchas oscuras en la pernera del pantalón. En aquel almacén, Carmel guardaba siempre ropa de repuesto, y Eliana sabía dónde estaba guardada. En un arcón de madera sin pulir encontró un par de suéteres de lana, pantalones de pana y mudas limpias. Se decidió por un par de piezas que combinaban y las dejó en la mesa junto a Ángelos.

    —Tiene la camisa rota, será mejor que se ponga esto.—Eliana señalaba prendas—cuando salgamos a la carretera puede que tengamos que hacer alguna parada.

    El Hallado se levantó y sin ningún pudor desnudó su cuerpo ofreciendo un sin fin de jeroglíficos a los ojos asustados de Eliana. Hipnotizada por la infinidad de símbolos que cubrían la piel le observó con descaro, como quién intenta descifrar las claves de un retablo.
    Podía ver distintas cruces, unas tatuadas, otras con relieve, repartidas por el pecho, brazos y costillas. En la espalda otros símbolos que desconocía, pero que le recordaban la escritura árabe, y marcas grabadas a fuego, del tamaño de monedas, con anagramas que había visto en grabados de la época de la inquisición, y otras tantas cicatrices que lo unían todo dándole un aspecto de corteza de árbol.
    Eliana esperaba mientras Ángelos acababa de vestirse con las ropas de Carmel. La impresión que le provocara tal cúmulo de mutilaciones la había dejado sin fuerzas, ensimismada en un remolino de imágenes que recreaban el momento de cada tortura.
Solo cuando Yussuf entró en la habitación, Eliana, recobró la consciencia y volvió a la realidad visiblemente mareada.

    —¡Por fin! Después de tantos años ya había perdido la esperanza de que mis ojos llegaran a ser testigos de este momento. ¡Bienvenido a casa!

    El anciano árabe estaba tan emocionado que no se dio cuenta del estado de consternación en que se encontraba Eliana. Arrastrado por su propia adrenalina parecía haber rejuvenecido y saltaba como un mozalbete. Aquellas pupilas serenas y llenas de sabiduría centelleaban ahora con la luz de la ilusión adolescente. Inquietas e impacientes. Nerviosas como las del niño en pleno juego.

    —No hay tiempo que perder—Le dijo a Eliana—Al llegar me crucé con unos tipos que parecían hacer guardia en la puerta, como si esperaran a alguien. Yo creo que eran hombres de Espadar y saben que está aquí.
    — ¿Pero cómo?—Reaccionó Eliana— ¿Le han seguido? ¡Tan rápido!
    —Hay que marcharse cuanto antes. Si no han actuado todavía es porque tienen órdenes de no hacerlo. Deben esperar refuerzos. Aprovecharemos los minutos que nos queden para poner tierra de por medio. ¿Estás lista?
    —Lo estoy, el coche está en la parte de atrás. ¿Pero y mi padre?
    —Carmel sabe lo que tiene que hacer.

    Compungida por dejar solo a su padre tras la noticia de que unos sicarios estaban apostados en la entrada de la Caverna Blava, Eliana condujo a Yussuf y a Ángelos a través de una puerta camuflada tras unos estantes. Cargaron los paquetes en el maletero del todo terreno aparcado en el callejón y se subieron sin mirar atrás. A los pocos minutos ya se mezclaban con otros vehículos que circulaban dirección a la autopista que los alejaría de Barcelona

UNA VEZ, GUARDÉ UN SECRETO.


Le costó más encontrar el lugar correcto, que desenterrar la caja metálica.
                Recordaba bien el montículo y la encina que se erguía en lo alto, pero pasado tanto tiempo, las raíces que afloraban  en la superficie del terreno, habían tejido un tramado distinto al que tenía en mente. Los matojos y la hierba estaban altos, lo que no ayudó al anciano a decidirse por dónde empezar a cavar.
                Después de varios intentos fallidos decidió descansar un momento, serenarse e intentar reconstruir los pasos que dio cinco décadas atrás, cuando junto a su mejor amiga del colegio ocultaron su particular “cápsula del tiempo”, bajo los poderosos brazos del árbol donde solían encontrarse a la salida del instituto.
                En aquellos días adolescentes pactaron no revelar nunca lo que cada uno guardaría en la caja, y que nadie más participaría en aquel rito lleno de inocencia. Así, solo ellos, cómplices de por vida, sabrían de la existencia del pequeño tesoro oculto entre las raíces centenarias.
                Poco tiempo después llegó el verano, las vacaciones familiares y un largo viaje para establecerse en otra ciudad, donde su padre fue trasladado por la empresa en la que trabajaba.
                Se le irritaban los ojos al recordar que no pudo despedirse de ella, y que sus cartas nunca tuvieron respuesta. Nunca más la vio, aunque es cierto que tampoco la buscó. La vida dibujaba caminos distintos para cada uno de ellos, y solo en momentos puntuales la imagen de la muchacha regresaba a sus recuerdos.
                Era ahora, en el declive de su vida, cuando más presente tenía aquel momento. Desde hacía unos meses se obsesionó por volver a la colina de la encina, y desenterrar la caja de galletas que hizo las veces de cofre, recuperar el secreto que el mismo guardara en su interior, protegido por una bolsita de tela, y desvelar que joya ocultó la amiga perdida.
                Se enredaba con especulaciones. Fantaseaba imaginando una foto, un colgante, o mejor una carta, algo que le devolviera aquel maravilloso momento lleno de ilusión, en el que sellaron la tapa de la lata, y la metieron en el boquete excavado en la tierra. En aquel momento se miraron a los ojos mientras juraban que nunca, ninguno de los dos, revelarían su existencia. El día de la ceremonia los muchachos, con el juego, dejaban su legado en manos del azar.
                Él recordaba perfectamente el instante en que, escondiéndose tras el tronco del árbol, se sacó del bolsillo una sencilla pulserita de plata, de la que colgaban corazones diminutos. Con sus ahorros la había hecho grabar con las iniciales de sus nombres y para que tuviese aun más valor, la besó antes de meterla en la bolsa de terciopelo. Cuando se reunió con la muchacha ella ya había introducido su objeto en la caja, y solo vio un estuche alargado de plástico negro.
                Sentía remordimiento al traicionar el espíritu de su alianza, siendo él el que con una navaja de bolsillo, escarbaba cerca de las raíces de la encina. Al fin, dio con algo plano y metálico que se apresuró a despejar de tierra, hasta sacarlo del agujero.
                Con gran emoción recostó su espalda en el áspero tronco del árbol, y fue deslizándose hasta quedar sentado sobre la hierba, con la caja de galletas entre las manos.
                Al contemplarla, enmohecida y sucia de barro, perdido su brillante color azul, y desconchada en las esquinas, se sintió mal, si cabe más viejo, más alejado que nunca de la chica que le robara el corazón en su juventud. Arropado por la sombra de las ramas lloró desconsoladamente, angustiado por un sentimiento de pérdida que le provocaba un enorme vacío. Se decía que había sido un tremendo error volver allí, persiguiendo un recuerdo, traicionando su promesa. Pero su tiempo se acababa; por ley de vida, y sabedor de ello notaba que siempre le faltó algo, que una porción de su alma se ocultaba en aquel estuche de plástico, y no quería marcharse sin saber que pellizco del corazón de la niña atesoraba.
                Emocionado, tembloroso como las briznas de hierba que el viento agitaba, desencajó la tapa y saco la bolsita roída por las polillas. Casi se desmenuza en sus manos mientras desenredaba el lazo. La pulsera de plata, ennegrecida por los años, se deslizó en sus manos liviana y fría. Se la llevó a los labios y la besó como aquel día lejano, dejando que las lágrimas le rodaran sin control por sus mejillas.
                Después de un largo rato, cuando ya empezaba a anochecer, guardó la cadena con los corazones en un bolsillo y se incorporó apoyándose en la encina. A sus pies, la caja de galletas con el estuche aun cerrado parecía olvidada, un objeto de desecho.
                Bajó la colina con cuidado, temeroso de que le fallaran las rodillas, y con pasos lentos se alejó por el sendero que llevaba al pueblo, avergonzado por su egoísmo le fue imposible mancillar el mensaje, el legado de su compañera. Él por su parte no se desprendería nunca más de su propio secreto.

Puedes votarlo en El Relato del Mes:
http://elrelatodelmes.wordpress.com/2011/11/01/votacion-mejor-relato-de-octubre-de-2011-primera-fase/

viernes, 14 de octubre de 2011

PARC VALLÈS PARADE SETEMBRE 2011




TERRASSA ESTA DE MODA - PARK VALLÈS PARADE
Tal vez uno de los desfiladas de moda mas grande jamas realizado.
Precisión, trabajo, ilusión y un gran equipo hicieron posible de nuevo el milagro de la Moda.
170 modelos
300 personas entre peluqueria, maquillaje, vestuario...
5 horas sin interrupción de pasarela
2 pases completos
2 carruseles finales
1 docena de marcas implicadas
EXITO DE PÚBLICO ABRUMADOR

dicección artística de Julián Gijón.

Colaborar en este evento como uno de los dos regidores que dábamos ritmo a esa cantidad de gente, fue agotador, pero tan gratificante que espero cuenten con mi ayuda para el 2012.

Miquel Farriol

sábado, 1 de octubre de 2011

¿QUÉ HAGO CON EL MONSTRUO?



 No sé cómo, ni cuando, entró en la habitación. Un frio extremo que traspasó las mantas, me despertó de repente, y sentí una presencia en la oscuridad.
Lleno de ansiedad encendí la luz y abandoné la cama. Mis pies descalzos chapotearon en el suelo viscoso y casi resbalo. Un olor a moho, llenaba el aire, tenía el vello del cuerpo erizado y los ojos abiertos como una lechuza.
 Algo se movía, entre el armario y la pared, pero cuando lo busqué, ya no estaba. Después lo noté a la espalda, cerca del escritorio. Me volví haciendo equilibrios sobre el resbaladizo suelo, el intruso, más rápido que yo, se desplazó dejando un rastro de sombras y un aroma putrefacto.

Lo más contundente que tenía a mano, era la lámpara de la mesita, si la utilizaba como arma, me quedaría a oscuras.


Ahora, está a mi izquierda, entre el lecho y yo. Su aliento helado me acaricia la oreja, le oigo respirar jadeante. Desquiciado, intento golpearle, girando sobre mí, proyectando el codo, pero ya no lo tengo al alcance, ha vuelto a escabullirse, para colocarse siempre a mi espalda.
Entro en un bucle de giros, miro al techo, busco en los rincones pero es tan veloz, que se oculta a mi mirada. Creo oír susurros, palabras extrañas que no comprendo, pero que oprimen el corazón. Siento que me ahogo, y agito los brazos, para alejar de mí al que me acecha.
Enfrente, la puerta entornada que lleva al pasillo, solo está a unos cuantos pasos. Tengo que salir del cuarto, pedir ayuda.
Algo me ha tocado el brazo, parecía un tentáculo con ventosas, como el de un pulpo. Me revuelvo y ya no está, es desesperante. Cada vez hace más frio, y estoy casi desnudo.

Voy hacia la puerta cuando, un doloroso latigazo, me hiere la pantorrilla y caigo de bruces,  sobre la gelatina desparramada por el suelo. No sé si podré llegar.


Con la fugacidad de un rayo, una forma transparente pasa ante mí. Creo ver unos ojos sin pupilas, mientras la dentellada de un tiburón se me clava en el estómago. Estoy sangrando.

Ahora o nunca, alcanzar la puerta es la única alternativa. El ente, ríe y hace saltar la lámpara por los aires. A oscuras, doy un salto hacia el pasillo y me estrello contra la puerta, que se ha cerrado al mismo tiempo.
La oscuridad es completa. Aprieto las manos contra el abdomen, para detener la hemorragia, la sangre mana, la siento correr por los muslos, atrayendo a cientos de culebras que suben por las piernas. Un tentáculo, grueso como un brazo, se enrosca en mi torso y aprieta. La lengua áspera como la lija del monstruo me recorre la cara. La terrible peste provoca arcadas y desfallezco, preso de aquella fuerza maligna.

Quiero gritar, pero la presión del abrazo no me deja. Pataleo sin fuerzas antes de que un último destello luminiscente, revele el contorno de la bestia con las fauces abiertas.

En ese momento un fogonazo, como el del flash de una cámara, llena la habitación con luz blanca y puedo verme en el espejo, colgado junto al galán de noche. El reflejo me dice que estoy solo, y que el único monstruo que hay en el dormitorio es mi propio delirio.

Ahora recuerdo que anoche, antes de irme a dormir, decidí no tomar la medicación.


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