miércoles, 24 de agosto de 2011

SOMBRAS DEL PASADO


SOMBRAS CHINESCAS
4a parte
SOMBRAS DEL PASADO

  
Era cierto que la historia del balneario estaba documentada. En una estantería, junto a una vitrina que guardaba una colección de gárgolas en miniatura, encontré una serie de tomos rotulados con pan de oro, con el nombre del hotel. Empecé por el marcado con el uno romano y fui repasando, durante toda la mañana, el resto de volúmenes.
A media mañana entró en la biblioteca un policía sin uniforme. Se identificó y me pidió la matrícula de mi coche, querían comprobar si a la hora de la muerte yo estaba cruzando un peaje de la autopista. Se la di sin problemas y pregunté si sabían cual había sido el motivo del fallecimiento. El agente se mostró cauto y me comentó que faltaba cotejar algunos cabos sueltos, luego me dejó solo en la biblioteca.
Como me adelantó Rius, la primera referencia sobre el manantial termal lo situaba en la época de los íberos, que al parecer construyeron una muralla a la entrada de la cueva donde brotaba el caño de agua. Las investigaciones no revelaban el uso que aquel pueblo daba a aquellas aguas, y por qué lo protegían con un cercado de piedra. En la excavación se encontró una poza que los sedimentos habían cegado pero que al vaciarla reveló una infinita cantidad de huesos de animales y también cráneos humanos.
Los vestigios de aquella civilización estaban en el estrato más antiguo, sobre él unas ruinas romanas daban fe de que con posterioridad al enclave nativo, los conquistadores romanos, edificaron una casa solariega seguramente para un cónsul que velaba por el interés de Roma, en aquellas tierras Íberas.
La construcción debió ser exquisita, contaba con canalizaciones que surgían de la cueva y distribuían el agua en conductos de cerámica por todo el complejo. Los tubos llenaban dos grandes piscinas excavadas directamente en la roca y hornos de carbón, estratégicamente colocados, mantenían la temperatura del flujo de agua, actuando sobre las cañerías.
En esta etapa de las excavaciones, los arqueólogos, se toparon con un misterio que nunca se había resuelto.
El lugar, con el tiempo, sufrió saqueos, deterioro, erosión y remodelaciones que otras culturas realizaron, no siempre de forma respetuosa, pero de forma inexplicable, un bajorrelieve en la entrada de la cueva, se había conservado.  Al intentar descifrarlo, los estudiosos se quedaron pasmados pues nunca antes, en ningún lugar, allí donde llegó el imperio romano, se había encontrado una narración parecida. En el libro, una fotografía de la piedra esculpida daba idea de que su tamaño era apenas de un par de palmos.
El escultor que grabó el granito había representado una especie de fuente que brotaba directamente del techo de una gruta para hundirse en un estrecho pozo. Confundiéndose con el chorro de agua petrificada, formas humanas surgían del estanque con rostros extraños que recorvaban demonios. Parecían angustiados y llenos de dolor.
El friso pertenecía, ahora, a la familia que construyó La Gárgola d'Aigua, hacía poco más de un siglo.
En algún momento, un gran desprendimiento en la gruta, bloqueó el túnel que llevaba a la fuente del interior de la montaña y encontraron vestigios de que la residencia romana fue abandonada y desmontada piedra a piedra por los lugareños. Se creía que el enclave fue olvidado con los años y que durante siglos no hubo actividad en el manantial, que permaneció enterrado en su caverna.
A principios del siglo XIV, un nuevo asentamiento excavó la montaña desde una de sus laderas y derribó el bloqueo que el desprendimiento había causado. Se trataba de una comunidad judía, de la que constaban referencias como mercaderes de la zona. Reconstruyeron parte de las termas que los romanos abandonaron y ampliaron el complejo según sus necesidades.
El lugar parecía estar dedicado a baños de uso público, por los que tal vez se cobrase una entrada, salvo por la confección de una pequeña capilla en el interior de la montaña, como antesala a la fuente. En el suelo se documentó un gravado que recordaba a un murciélago dentro de una estrella de cinco puntas.
Aquellos judíos estuvieron presentes en la zona hasta que fueron expulsados por un monje alquimista, que hizo construir un santuario en lo alto de la montaña. Las leyendas, que los arqueólogos recogieron de los pastores del valle, cantaban épicas batallas del monje enfrentándose a demonios venidos de las tinieblas y viajes al centro del infierno navegando por un río que nacía en el vientre de las rocas.
Finalmente, el manantial se colapsó durante al menos otros dos siglos. En los escritos que el monje legó a su diócesis explicaba que, una noche tras un gran temblor, empezaron a salir columnas de humo amarillo de la boca de la cueva y que, los primeros que respiraron aquella nube, perecieron al instante con terribles ahogos. El agua que extraían con canalizaciones se volvió ácida y envenenó plantas y animales, también murieron algunos niños y no tuvieron más alternativa que volver a cegar la entrada y marcharse del lugar, que se había vuelto tóxico para la vida.
La montaña y la fuente de sus entrañas quedaron de nuevo olvidadas hasta la llegada de la familia, Ferrer i Collverd, que en mil novecientos veinte adquirieron aquellos terrenos yermos y reabrieron la cueva. Para su sorpresa, el manantial aun fluía y su agua volvía a ser potable, conservando propiedades termales. Ya no había rastro de emanaciones de gas sulfuroso y encargaron el proyecto de la construcción de La Gárgola d'Aigua a un arriesgado arquitecto modernista, que se inspiró en el motivo grabado en la capilla judía, para el diseño del escudo de la família. Una gárgola con las alas desplegadas  bebiendo de una cascada de agua.

Toda la narración de la historia de la fuente estaba repleta de licencias literarias y especulaciones del equipo encargado de recopilar la información. Conforme iba leyendo me dejaba llevar por los caminos que los autores marcaban, más por sus propias interpretaciones que por el rigor existente en sus datos.

Un lugar tan especial, con tanto pasado a sus espaldas, debería formar parte del patrimonio popular pero, a principios de siglo XIX, las ruinas eran solo eso, un montón de molestas piedras.

Cuando empezaron las obras de cimentación, destruyeron los vestigios de los diferentes estratos de ocupación, desapareciendo para siempre. De toda la historia conocida, de aquel  ancestro manantial, solo quedaba el túnel excavado por los judíos, que las termas en cruz, habían tapiado y la entrada de la cueva, en un rincón profundo, del jardín del balneario.

En el último tomo, donde se contaba la historia reciente del hotel, encontré una fotografía del matrimonio fundador que lo gestiono hasta mil novecientos ochenta i cinco. El negocio pasó a manos de su hija, Mariona Ferrer i Collverd, y de su marido, agente mercantil, que nunca demostró interés en el negocio de su esposa. Fruto de aquel matrimonio vino al mundo Claudi Teixidó i Collverd, actual gestor. A medía página y fechada en el momento de su realización, una imagen del hombre de pelo blanco, que había visto a la entrada y luego en las termas, aparecía con aspecto juvenil, posando para el fotógrafo.

Sin darme cuenta había dejado pasar la mañana. Después de lo sucedido en la sauna, la noche anterior, no logré conciliar el sueño y en cuanto amaneció, baje a la biblioteca enfrascándome en la lectura. Ahora me sentía embotado, necesitaba estirar las articulaciones, aunque me daba cierto reparo salir de aquella sala y cruzarme con alguno de los residentes.

Era evidente que el motivo que me llevó al balneario, la novela, quedaba relegado permanentemente.

Envuelto por las sombras de un pasado turbulento, lleno de hechos desconocidos, sentía la imperiosa necesidad de seguir adelante, hasta disipar las dudas que me corroían. Algo que no podía explicar se apoderó de mí en los baños,  los extraños relatos de los residentes daban fe de que una fuerza antinatural moraba en las profundidades del manantial. Lo que no alcanzaba a comprender era el magnetismo que los acontecimientos causaban en mí. El balneario llevaba muchos años funcionando y había albergado a incontables huéspedes que disfrutaron de las instalaciones sin problemas. En las guías de turismo lo señalaban con cuatro estrellas y lo definían como un lugar acogedor, de trato familiar, con valoraciones muy positivas para su comedor y el esplendido jardín. Desde su construcción, no había nada, en su historial, referente a hechos extraños.
Entonces ¿Por qué tenía aquella sensación de que me hundía en un pantanoso universo de energías insólitas?

Cuando se pierde el control, las cosas, tienden a empeorar, a embrollarse de tal manera que ni la huída sirve para evadirse.

Con toda aquella información archivada en el cerebro, me planteé volver a marcharme, pero en lugar de eso, casi sin darme cuenta, me encontré sentado frente a la barra del bar, con un Martini en la mano. El barman me observaba en silencio mientras, con un paño, secaba unos vasos junto a la máquina de café. Poco después entablamos una conversación banal que poco a poco fui llevando a mi terreno.
Después de averiguar que el tipo llevaba trabajando en La Gárgola d'Aigua desde que era un crio, cuando empezó como mozo de maletas y aprendiz de jardinero, hasta prosperar y convertirse en un excelente barman, supe que era la persona adecuada para obtener información. Igual que el maître Rius, el encargado del bar era un hombre educado y discreto, aunque, su trabajo, no requería ser tan estricto como el jefe de sala. Las interminables horas tras una barra habían hecho de él un paciente conversador. Me fue fácil introducir el tema que me interesaba, pues parecía que el barman estaba harto de Maruja Bernal, la médium.

-Sí, así es, en su momento fue una mujer muy famosa e influyente. Dicen que hasta la policía confió en ella para resolver un caso de desapariciones.
-¿Y les fue de ayuda? - Pregunté.
-No tengo ni idea, algunos dicen que sí, que encontraron los cadáveres de los desaparecidos, semienterrados, en las ruinas del santuario que hay en lo alto de la montaña, y que fue ella quien condujo a la policía hasta allí, pero yo creo que fue casualidad. Recuerdo que por aquel entonces, se instaló en el hotel, Don Claudi, el propietario reservó la mejor habitación de la planta baja para ella, desde entonces se la trata con toda clase de privilegios. Siempre fue una mujer difícil. Caprichosa y engreída, pero la edad la ha hecho cada vez más quisquillosa, hay días en que le cuesta a uno ser tolerante con sus maneras.
-Desde luego es toda una personalidad.
-Lo que yo le diga, caballero.

Le pedí que me sirviera otra copa y aprovechando que no había nadie más en la barra del bar, seguimos conversando durante un buen rato. El hombre tenía muchas anécdotas que contar, ya que era uno de los empleados más antiguos del hotel, solo lo superaban en años de contrato el maître y la cocinera, que me confesó, se estaba quedando ciega y pronto sería relevada por un joven chef, al que Clauidi Teixidó había echado el ojo, pero ninguna de las aventuras que contaba tenía nada que ver con hechos fuera de lo común.

-Entonces, ¿Por qué cree que, La Bernal, tiene tantos privilegios?
-Cosas de Don Claudi, es como si tuvieran un acuerdo, nunca lo supe a ciencia cierta.

Podía haberlo dejado ahí, dedicarme a disfrutar de los masajes, de las bañeras de burbujas o embadurnarme con lodos terapéuticos, pero cuando me disponía a entrar en el comedor vi como Rocío me hacía señas desde su mesa, la saludé y ella me invitó a que la acompañara.

Durante la comida, una nueva revelación, hizo que se me encogiera el estomago y perdiera el apetito. 

Mientras le contaba todo lo que había leído en la biblioteca, ella, parecía interesada, aunque no me dio la sensación de que ninguna de las historias la sorprendiera. Me guardé para mí la experiencia de la sauna, pues en realidad, no había nada que sustentara el terror que sentí en la soledad de los corredores. Cuando comenté lo mal que me había sentido en el jardín, cuando la niña nos observaba desde el sendero, Rocío contesto.

-¿De que niña me hablas?, yo solo vi al muchacho rubio.

Sin palabras, atónito por completo, me atraganté con el vino y tuve que protegerme la boca con la servilleta, para no escupir el líquido.

-¡Pero yo creí que...los dos...que tú también...!
-Recuerdo que, cuando estábamos en la glorieta, apareció ese muchacho. Siempre esta deambulando por ahí, me pone nerviosa.

En el jardín, mientras hablaba con Rocío, yo estaba en perfectas condiciones, no podía achacar al vapor de la sauna, una nueva alucinación. Tenía las manos heladas y la nuca sudorosa, me temblaba las piernas, absorto en el despreocupado rostro de Rocío, inconsciente de la trascendencia que tenía lo que me decía.

Rius se acercó con paso elegante a nuestra mesa. Intente disimular, bajando la cabeza, para que no viera mi cara de espanto.

-¿Todo a sido del agrado de los señores?
Rocío le contestó con una sonrisa y halagó al chef por el estupendo menú.
-Lo celebro, haré llegar su comentario a la cocina, puede estar segura. Si el señor Montal ha terminado de comer y la señorita no tiene inconveniente, al señor Claudi Teixidó le gustaría invitarle a café en el ala privada del hotel. ¿Le parece bien, o tiene algún compromiso?
¿Compromiso? Lo que empezaba a tener era miedo.
-Será un placer, aunque no entiendo que interés puede tener, el señor Teixidó, en mí.
-Creo que está usted interesado en la historia del balneario, la familia Collverd conserva una esplendida colección de los restos arqueológicos que se pudieron recuperar, antes de la construcción. Seguro que la encontrará interesante.

Atrapado, o me excusaba o aceptaba la invitación. ¿Era tan importante para mí seguir husmeando en las sombras? Había visto fantasmas, en las termas y en el jardín, si me marchaba ahora nunca sabría si había perdido la razón.

Me despedí de Rocío para acompañar al maître por un pasillo acordonado para los clientes.
Nos internamos por una gran puerta y atravesamos un par de salas algo barrocas, que parecían tener poco uso, hasta llegar a un salón que recibía la luz de una gran claraboya. Parecía un invernadero de bonsáis, aunque también otras plantas y flores se repartían el espacio. Tras un separador, de marquetería oriental, se adivinaban dos siluetas acomodadas en sillones de mimbre. Nos acercamos y el jefe de sala, me presentó.

-Señores, el señor Montal.

Frente a mí, sentados uno enfrente del otro. El propietario del hotel, Claudí Teixidó, y el muchacho rubio del ojo amarillo, me sonreían afables.

Toda la luz que se filtraba por la cúpula del techo, se convirtió en sombras a mí alrededor.

1 comentario:

BANDOLERA dijo...

Ya lo he dicho: interesante. Se esperan más. :))