jueves, 24 de diciembre de 2009

MÁS ALLÁ DE SUS NARICES


Tenéis razón en ver en mí a una amenaza. Soy vuestro peor enemigo. Vuestro lado oscuro.

En tiempos de escasez, cuando las cosechas no son buenas y las expectativas inciertas, los humanos, como las gárgolas, acentúan su sentimiento de posesión y los hacen más ariscos y menos receptivos.
Cuando en un territorio de caza empiezan a escasear las piezas no sirve de nada aumentar las batidas ni preparar nuevas trampas, simplemente porque ya no hay nada que pueda caer en nuestras redes. Se impone una migración a nuevos pastos y por tanto un abandono de posesiones y entornos conocidos. Eso o empezar a compartir recursos en busca de otro modus vivendis.

Lo malo es que yo soy incapaz de controlar mi apetito y cuando me rugen las tripas, mis garras se afilan y la saliva me chorrea por la barbilla.

Para obtener resultados en cualquier cuestión que ataña al futuro es primordial establecer un plan ajustado a la realidad y no dejarse llevar por la ansiedad. Todo tiene su proceso y su por qué y como en la física, cualquier acción conlleva una reacción y un resultado.

Los humanos ya deberían de haber aprendido que se necesitan unos a otros y que del trabajo conjunto depende su supervivencia, pero hacen oídos sordos a cualquier propuesta que no incluya un beneficio inmediato que sea palpable y repercuta en su propio enriquecimiento.

Cuando surgen propuestas que generalizan, refiriéndose a un sector concreto de población, o a un determinado colectivo de trabajadores, o a un sistema asociativo, lo primero que se os viene a la cabeza es:

- Y yo ¿Que saco de esto?

La verdadera cuestión es:
Que estas dispuesto tú ha hacer para mejorar la situación. Cual va a ser tu umbral de sacrificio y si puedes aportar, con tu trabajo, algo a esa propuesta.

Todas las épocas han sido testigo de cambios radicales en cuestiones sociales, tecnológicas, ambientales y religiosas y sobre todo en cuanto a los medios de comunicación. Hoy es más fácil que nunca trasmitir conocimientos e inquietudes y que vuestra voz llegue, instantánea, a un número infinito de receptores. Pero sois tan voraces como yo y el miedo a percibir una porción de la carroña menor que otros comensales hace que, a empujones, revindiquéis vuestro derecho a la carnaza antes de cazar la presa.
Es una buena forma de ir tirando. Pisando fuerte, sin mirar atrás. Aplastando cabezas, si es necesario, para destacar de entre los demás. ¿Por cuanto tiempo?

Más allá de vuestras narices, de vuestros problemas, de vuestras circunstancias, siempre hay otro camino que recorrer y es mejor no hacerlo en soledad.
Sabiendo invertir se obtienen resultados. Invertir en tiempo, en solidaridad, en procesos que refuercen lazos y catalicen los temores para hacerlos más suaves. Invertir en paciencia para que las propuestas lleguen a su objetivo. Invertir en confianza en los demás y librarse de envidias que en muchas ocasiones solos son el resultado de vuestra propia incompetencia.

Más allá de vuestras narices existen personas, compañeros vuestros, que con mejor o peor fortuna llevan adelante sus vidas pero que, además, trabajan para el colectivo con el objetivo de una mejora conjunta.

Oigo sin parar palabras como crisis, descenso del consumo, inflación... y todos ponéis el grito en el cielo y os rasgáis las vestiduras mientras exigís responsabilidades, pero no os veo salir de vuestra cueva. Porque, solos, sois cobardes y teméis que los monstruos acaben con vosotros.

Os confesaré que lo único que tememos los monstruos es enfrentarnos a alguien que sepamos superior, y vosotros, en conjunto, sois mucho más poderosos que cualquiera de los Titanes con los que me crié.

Si os alegraseis del éxito ajeno, si compartierais vuestras experiencias y disfrutaseis de las que otros os aportan, tal vez, y solo tal vez, tendríais una posibilidad de supervivencia, de lo contrario solo os queda el fuego del averno, al que, con gusto, os guiaré si me lo piden.

Más allá de tu nariz, mucho más cerca de lo que crees veo oportunidades que se escapan por no querer compartir, por no arriesgar ni tan solo un poco, por no querer darse cuenta de que hay soluciones que solo se encuentran sin pensar en uno mismo.

Tenéis razón en ver en mí a una amenaza. Soy vuestro peor enemigo. Vuestro lado oscuro. Un ser tan egoísta, que se creé autosuficiente.

domingo, 22 de noviembre de 2009

¡HUY!... ¡QUE MIEDO!


Al contrario de lo que yo creía, los humanos, tienden a agruparse y a formar parte de familias donde apoyarse. Por si solos, son débiles e insignificantes y es imposible que una voz sobresalga de entre las demás. No sin el soporte de un colectivo que la elija como portavoz.

A veces hay actitudes que destacan y que hacen desmoronar costumbres que parecían inamovibles. Y lo digo porque cerca de aquí, en esta misma calle, esta pasando algo que mantiene en vilo al sistema asociativo de la ciudad y produce terror en los despachos del consistorio.

La verdad es que es algo tan sencillo que resulta pueril por su simplicidad.

En ese lugar, un pequeñísimo grupo de comerciantes de los sectores más variopintos, se han agrupado para trabajar en un proyecto nacido de la necesidad.

Si repasamos la historia veremos que siempre existieron gremios, asociaciones, sindicatos y colectivos y los comerciantes creaban su propios mercados donde ofrecer una mayor oferta y así recibir más afluencia de compradores. En las ciudades, diferentes comercios aúnan esfuerzos para montar campañas conjuntas que llamen la atención de los paseantes, pero la cosa se complica cuando la ciudad es, digamos, razonablemente grande, pongamos doscientos cuarenta mil habitantes, y por lo tanto sus dimensiones urbanísticas hacen que la mayoría de promociones se diluyan o solo sean perceptibles en zonas reducidas, sin ninguna proyección real sobre los consumidores. Eso lo saben los comerciantes que pagan de su bolsillo los gastos de producción de los eventos, entidades como La Cambra de Comerç, la Regiduría de Comerç del Ayuntamiento y el Direcció de Comerç de la Generalitat. Y lo saben porque camuflado con una sudadera y gafas de sol, acompañé al quiosquero en todas sus visitas a los despachos donde se cuecen las normas que regulan, permisos y subvenciones.

Si soy yo quien les asusta, puedo entenderlo, después de todo soy un ser del inframundo. Lo que no entiendo es porque se ponen a temblar cuando el quiosquero y sus compinches exponen lo que están haciendo. En todos esos santuarios, del poder económico, se echan las manos a la cabeza, no se si por incredulidad o porque ven venir un alud de trabajo.

Todos esos especialistas no pueden evitar entusiasmarse con la idea pero son incapaces de enfrentarse a lo que se les viene encima y siempre acaban lavándose las manos, aunque en petit comité alientan a los emprendedores a seguir por el mismo camino. Eso si, sin su ayuda.

En el fondo, solo es miedo a la competencia, a perder apoyos políticos, a ser el primero.

En una ciudad como esta, con los años, se han formado diferentes asociaciones, algunas pequeñas y desestructuradas, otras con un gran número de asociados. Otras en el centro histórico, unas pocas, aunque importantes, en ciertos ejes donde existe concentración de establecimientos y todas financian sus actividades a base de cuotas y derramas, más las subvenciones de organismos públicos. Esto provocaba un ejercicio de confusión en el momento de repartirse el territorio y de otorgar subvenciones a proyectos ridículos y abocados al fracaso. Así que se reorganizaron para formar una federación ¡ALELUYA! Aquello liberaba, a los verdaderos organismos gestores de la economía, de decisiones incomodas y mucho, mucho trabajo. En lugar de estudiar una veintena de propuestas, ahora solo tenían que negociar en términos generales.

Si las asociaciones estaban federadas quería decir que ya tenían interlocutor y por lo tanto, representante, lo que facilitaba mucho las decisiones. Ahora ya solo había un presupuesto que la federación administraría y repartiría.

Pero seguía existiendo un problema del que nadie se percato. Los miembros de la junta que formaban la federación, lejos de ser auténticos gestores, también pertenecían a otras asociaciones vinculadas a sus propios negocios y por tanto a sus propios intereses y bajo ese prisma pronto afloraron rencillas, autoritarismos y falta de eficacia.

Entonces ¿Dónde estaba el problema? Se habían echo todos los pasos para que el sistema funcionara, pero era un verdadero desastre. Podría ser que el autentico fallo estuviese en el concepto, en la base.

Por lo que yo he visto, vosotros, humanos, sois tan egoístas como nosotros, que podemos enzarzarnos en crueles combates por defender el callejón donde cazamos. Igual que hacéis en vuestras ciudades marcando territorios y fronteras. Acotando espacios y compitiendo entre vosotros. Tendríais que daros cuenta de que las ciudades son organismos vivos que se reinventan y transforman y que los clientes solo son fieles a sus intereses.

Todo era un engaño, el hecho de crear entidades que aúnen esfuerzos solo tiene sentido si se trabaja en un único proyecto. De lo contrario todo es una farsa. Y los que lo consienten, con el dinero público, unos irresponsables.

Una idea tan sencilla que asusta. Pero el quiosquero y sus secuaces siguen aferrados a su propuesta y poco a poco otros comerciantes se interesan por su discurso. Las entidades que se habían librado de responsabilidades corretean por los pasillos hablando en voz baja de aquellos tarados que van de listos y han roto todos sus esquemas. Comentan el poder de convicción de un discurso llano y eficaz. El derecho a la libre elección. A la abolición de fronteras. A la valentía ante la competencia.

Estos descerebrados predican que no importa en que barrio tengas el negocio ya que pertenecen a la ciudad y por tanto pueden aliarse con quien les apetezca, este donde este ubicado el establecimiento.

Trabajan bajo una misma marca, que esperan que con el tiempo les de el prestigio y dignifique sus negocios y ponen en manos de profesionales la gestión, el marqueting, la logística bajo una sola directriz. Somos parte importante de la ciudad y queremos que se sepa.

El despego es el primer paso para avanzar, desprendiéndose de perjuicios.

Los amigos de mi amigo se plantaron en la Generalitat y con toda la chulería del mundo le dijeron a la actual Directora de Comerç que estaban hartos y que ahora harían las cosas a su manera y que el departamento de Justicia de la Generalitat les daba el consentimiento. Desde ahora se abolían los territorios y la necesidad de posesión y se daba carta blanca a la libertad empresarial de aquellos benditos autónomos. Nadie restringiría sus movimientos ni volvería a limitar sus expectativas.

Y así, sin pedir permiso, dejan que el virus de aquella locura arraigue en cualquier punto de la ciudad y siguen promulgando el potencial de la unión.

El resto de asociaciones, empecinadas en conservar su trocito de ciudad, no se dan cuenta de que se consumen en la endogamia y así le siguen el juego a las instituciones de las que dependen.

Hay mucho que contar, muchas conversaciones entre bastidores que sacar a la luz, pero habrá tiempo para eso y mucho más.

martes, 10 de noviembre de 2009

EL DESEO


Después de tanto tiempo ya estaba contagiada del mal humor que destilaba el quiosquero en el alambique de su estómago. Trabajar siete días a la semana, no es sano y por algún sitio tiene que salir tanta porquería.
Decidida a airearme, desplegué las alas y me largué a rondar por la ciudad volando sin rumbo, atravesando avenidas y planeando sobre los edificios más altos hasta que serené mi ánimo.
Cuando los músculos empezaron a dolerme bajé al suelo para mezclarme con los transeúntes y aprovechar que era hora punta y las calles estaban repletas, lo que me permitía tener una perspectiva tridimensional de los humanos.

Caminando entre ellos, como uno más, sus pensamientos me golpeaban y mi intención de tomarme un respiro se desvanecía con rapidez.

Al fin comprendí que aquellos seres vivían en permanente estado de agobio y que siempre había alguna razón que les preocupaba y les producía ansiedad. La inseguridad les perseguía y como su sombra se aferraba a sus talones limitando sus pasos.
Yo ya se que nadie escucharía a una gárgola, y que mucho menos iba a aceptar un consejo de un engendro de grifo, pero alguien debería llevarles el mensaje de que su mayor enemigo es su propio deseo.

Sois los únicos pobladores de la tierra que fabrican su propio destino y aún así nadie disfruta de ese privilegio y siempre piden más, siempre desean más, siempre aspiran a más.

Despojarse de ambiciones no es fácil, pero si medicinal. Equilibrar el ahora, el instante preciso he irrepetible, puede saber a poco, aunque, si se medita, es lo único que importa.

En los negocios no se actúa así y la falta de proyecto es sinónimo de fracaso y cualquier técnico de márqueting echaría a los leones mis argumentos.
Lo cierto es que una persona que busque esa armonía individual podrá comprobar como las cosas se enderezan y discurren con naturalidad. También en el trabajo los caminos se vislumbran más nítidos y se esta más atento a las oportunidades.

Un proceso de desapego que implica la eliminación del deseo exige menos esfuerzo del que se piensa. Sin deseo no hay desengaños ni frustraciones y eso debería bastar para elevaros un peldaño hacía la serenidad de espíritu con la que tener una visión más clara frente a cualquier situación.

Os invito a disfrutar de la maravilla de una fracción de segundo, de un minuto, de una hora o si podéis de un día completo en el que no hagáis ningún plan ni busquéis soluciones que sabéis no están en vuestras manos y limitaros a vivir, como un gárgola, sólo contemplando.

Horas más tarde regresé al quiosco contento de ser un monstruo capaz de convertirse en piedra.

lunes, 2 de noviembre de 2009

LA VENTANA



En el dojo, el maestro zen, reunió a sus alumnos para una de sus clases de iniciación al Tao. El ejercicio consistía en la meditación y relajación como camino al conocimiento propio. Pero los jóvenes principiantes estaban desorientados y no eran capaces de mantener la concentración. Sus pensamientos se dispersaban llevándoles, por un torrente desbocado, hacía una confusión mayor.

El maestro les decía que, para encontrar la serenidad y con ella la luz que les guiaría, debían dejar sus mentes en blanco, pero, inexpertos como eran, ninguno era capaz de refrenar sus emociones, borrar lo que les inquietaba y dejar fluir las respuestas.

Uno de los novicios, angustiado porque el tiempo pasaba y no conseguía centrarse, decidió preguntar a su maestro.

—Maestro, decidme ¿En que puedo meditar?

El monje montó en cólera y vociferando como un loco agarró al muchacho por el kimono y lo arrojó por la ventana sin contemplaciones. Luego saltó tras él para aterrizar sobre su pecho, inmovilizándolo.

— ¡Pero, maestro!—gimió el alumno conmocionado— ¿Por qué me golpeáis?

—Ahora—Contestó el monje muy serio—ya tienes algo sobre que meditar— Y sin más entró en la clase.

El quiosquero me miraba con cara de pocos amigos y no parecía que mi historia le hubiese gustado mucho. Resoplaba, anudando con un cordel, los últimos paquetes con la devolución de publicaciones que no había vendido. Unos cuantos quilos de papel que se amontonaban a nuestro alrededor.

Desde que estoy realquilado en casa de este señor, días duros como el de hoy ha habido muchos. Días en que el reparto llega tarde, en que los albaranes no cuadran, en los que proveedores te tratan con vehemencia y en que los editores deciden bajar el precio de un determinado título.

No es bueno aferrarse a las cosas, ni a los hábitos. Hay que saber reaccionar, encontrar el camino, reflexionar. Y si el cambio lo requiere, sacrificar.

Para mí, estaba claro. A mi amigo lo lanzaban por la ventana ocho o nueve veces al día y si rechistaba le pateaban el culo.

A veces me recordaba al herrero que se irritaba al ver pasar los primeros automóviles, o al alfarero, cuando le explicaban en que consistía una reunión de tupperware.

No hace mucho existían vaquerías en las ciudades y se iba a buscar el hielo en cubos de zinc y en la calle ¡teníais que encontrar un teléfono público para llamar a vuestras casas!

Por cada vuelo al vacío, atravesando la ventana, yo veía un aviso o mejor una advertencia. Las gárgolas somos buenas aterrizando pero ¿y mi consorte? ¿Aguantaría tanto vapuleo?

Yo esperaba que la historia del monje calara en aquel cerebro embotado por la falta de sueño y comprendiera que aquella situación no la remediaban unas cuantas tiritas y unas vendas. Que los moratones se superponían en su piel y las pomadas ya no hacían efecto. Y él, ya no estaba para esos trotes.

En este negocio hay muchas ventanas. Todas abiertas al vacío.

¿Alguien se imagina a un chaval de quince años, leyendo prensa, dentro de diez? ¿Cuanto hace que instalasteis Internet en vuestros hogares?

Cuando alguien os contó como piratear música, cine, series, libros, programas informáticos desde vuestro ordenador ¿Le creísteis?

Haces compras desde casa y pagas sin ni siquiera abrir la cartera, o reservas viajes o buscas amigos. ¡Pero si hasta os enamoráis por sms!

Los que saben de verdad como va el tema, cada día, abren una nueva ventana y cada vez en un piso más alto. Ellos saben que pronto habrá que tirar a muchos de sus vasallos por encima del alfeizar.

Pero no son tan malos, ellos, como el monje, te invitan a la reflexión sin sutilezas, con un mensaje claro. —Los tiempos cambian y con ellos los hábitos de la gente. Distribuir información en un punto de venta, es un atraso. No nos queda otra que apuntarnos al carro y cambiar nuestros objetivos— Aunque mientras dure el proceso conviertan, a los tradicionales quioscos, en bazares donde se pueda encontrar cualquier cosa, a precio regalado. —Y si el tío del quiosco se queja, lo tiráis otra vez por la ventana ¡Haber si esta vez se entera!—

Cuando el quiosquero se marcha a su casa, yo me encaramo al rotulo luminoso y sigo observando, escuchando, vigilando y me pregunto:

En todo este embrollo ¿Alguien le ha preguntado a esos retoños de humano de quince años que pasaría si no existieran las revistas? A mi me da la impresión que después de un breve lapso de tiempo, la rabieta, se les pasaría y no tardarían en buscar sustitutos. De echo no creo que este entre sus prioridades. Tienen móvil, mp3 e Internet. Tienen el mundo en sus manos y además financiado por sus progenitores ¡Para que coño necesitan una revista!

Os lo digo, desde lo alto se ven muchas ventanas abiertas.

viernes, 23 de octubre de 2009

VEINTE CÉNTIMOS... MÁS O MENOS



Al final nos hicimos amigos.
Cuando me planté delante del quiosquero y le dije:

—Soy una gárgola, ¿Te asusto?
Me miró por encima del hombro con cara indiferente y contestó.

—Si lo dices por las orejas puntiagudas y los colmillos que te asoman de la quijada espera hasta las cinco de la tarde que viene la Paqui, con los gemelos, ¡Esos si que dan miedo!

Y así fue como sellamos nuestra ¿amistad?, bueno, en realidad, el quiosquero se limitó a hacer un hueco entre los cartones de Pocoyo y Hello Hitty con la condición de que no me comiera a ninguno de sus clientes. Desde entonces mis observaciones son más cercanas y tengo a los humanos tan próximos que puedo percibir su olor, su humor y hasta, en ocasiones, sus pensamientos. También escucho conversaciones y tengo acceso a los titulares de las principales publicaciones.
Por los clientes no debo preocuparme pues he comprobado que me toman por un primo del pueblo.
Era mi primer día y la verdad es que no estaba preparado para lo que se me venía encima.

—Mira, ya están aquí —Me avisó el quiosquero— La Paqui viene con sus vástagos.

Me puse en guardia a la espera de que aparecieran unos monstruos horripilantes pero solo se acercaba una muchacha joven con dos querubines rubios de ojos azules.
Desde el primer momento el quiosco tembló azotado por un vendaval de gritos, empujones, exigencias y toqueteo de todos y cada uno de los artículos que estaban a su alcance. Con las migas que dejaban sobre el mostrador se podía reconstruir el bocadillo que merendaban y los dos mocosos, enajenados, se aprovisionaban de chicles, revistas, cochecitos y bolígrafos con la consigna de — ¡Lo quiero! ¡Lo quiero! ¡Lo quiero! ¡Lo quiero!, ¡Lo necesito!—A todo esto, la Paqui ojeaba revistas de cocina y cotilleo sin preocuparse del estropicio que sus huestes ocasionaban.

—No toquéis nada—Susurró la joven madre sin apartar la vista de la portada donde, como no, aparecía La Diosa Belén Esteban, —Ande, déles un sobre de cromos de la liga a cada uno—Como lo dijo sin mirarme no se percató de que yo era una gárgola.

Miré al quiosquero que enrojecía por momentos y tenía las venas de las sienes a punto de explotar. Con gesto cansino alargó los sobres sobre el mostrador y los chavales se abalanzaron como hienas sobre ellos, disputándoselos.

— ¿Qué le debo?
—Un euro, son a cincuenta céntimos cada uno—Apuntó el dueño del tenderete.
— ¡Estos niños me arruinan!

Lo peor estaba aún por llegar. Cuando los pequeños monstruos comprobaron que su madre no estaba dispuesta a abonar el valor del pequeño tesoro que habían acumulado se desataron todas las fuerzas maléficas que los retoños acumulaban en su interior y pusieron en marcha su plan “B”.
Modulando sus laringes como verdaderos maestros alcanzaron un punto donde los agudos hacían sangrar los oídos y una completa coreografía de pataleos, rabietas descontroladas y empujones a su propia madre completaban un cuadro que yo solo recordaba de mis visitas al averno. Pero Paqui estaba inmunizada y no daba su brazo a torcer.
Los aprendices de déspotas lo tenían todo calculado y si los lloros no eran suficientes atacarían donde más daño podían hacer. Incluso golpearon a su progenitora con patadas en la espinilla y pellizcos en los brazos.

— ¡Eres mala! ¡Nunca nos compras nada!—Y añadieron diversos improperios que hacían referencia a cuadrúpedos de orejas grandes— ¡Yo lo quiero!— Sentenciaron.
— ¡Venga, pá la casa!
— ¡No!
—Pues os quedáis aquí, con este señor.

¿Como? ¿Que pretendía aquella mujer? Sin inmutarse trasladaba de un plumazo toda su responsabilidad al quiosquero, que por otro lado intentaba despachar a otros clientes que habían conseguido sortear al ciclón desencadenado frente al mostrador. Y así sin más la Paqui se alejó con paso firme abandonando a dos seres poseídos que se revolcaban escupiendo espuma por la boca.

Si por mi fuera, a aquellas alturas, ya les hubiese arrancado la cabeza de una dentellada pero recordé mi pacto con mi nuevo amigo y me contuve, con las garras replegadas, en mi rincón.

Derrotados por el pasotismo de su madre, los dos engendros, desistieron y bramando como si les arrancaran las entrañas desfilaban siguiendo los pasos de su progenitora.

En total la terrible batalla había durado casi veinte angustiosos minutos y le pregunte al quiosquero— ¿Y tu que sacas de esto?— mientras se apresuraba a recomponer su exposición de artículos y recoger los trocitos de pan con mortadela diseminados por todos los rincones.

—Veamos… de un euro…veinte céntimos más o menos. Eso sin amortizar los gastos de luz, impuestos y permisos y por supuesto sin contar los quilos de antiácido estomacal.

Había decidido portarme bien y ser amable con aquel tipo que me acogía como a un igual, así que me tragué el ataque de risa que brotaba de mis entrañas.

En esta vida hay que lidiar con muchas situaciones poco gratificantes aunque algunas rozan el absurdo.
Mi mentor era un profesional comprometido con su trabajo, resignado a cumplir con su papel. Como los traga sables él era especialista en tragar toda la mierda que le echasen. Vamos, un santo varón.

Allí fallaba algo, una pieza no encajaba en la escena. Aquellos adorables psicópatas vivían en un ambiente acogedor y familiar, con sus padres y los canguroabuelos. Asistían a clase con regularidad y completaban su jornada con alguna clase extra escolar para reforzar el intelecto. También formaban parte del equipo de fútbol donde podían desfogarse dando patadas a diestro y siniestro y aún así no tenían ni la menor idea de lo que era el respeto y la disciplina. Alguien hacía las cosas muy mal para que los críos se comportaran de aquella manera. ¿Quién era el responsable?

No habían pasado ni diez minutos cuando la Paqui volvía sola al quiosco.

—Déme un paquete de chicles, dos sobres de la Liga, dos bolsas de chuches, aquel coche y aquel bolígrafo de cuatro colores.

¿Pero entonces?... ¡Los terribles gemelos habían conseguido su recompensa por lo bien que se habían portado!... Los humanos están locos.

Sobre el mostrador y en los expositores, diversos titulares corroboraban mis sospechas:

“Profesor agredido”, “Realitys”, “Defensor del menor”, “Famosos con hijos”, “Horario protegido”, “Máxima audiencia”, “Supernany” y tantos otros rótulos que aumentaban la confusión.

Lo cierto es que los gemelos eran hijos de la Paqui y su pareja y que su comportamiento fuera de sus dominios solo podía tener dos causas, o eran un cruce entre humano y gárgola, o alguien necesitaba que le recordaran las normas básicas para una buena convivencia.

Hasta las escamas de mi cuerpo se erizaron cuando vi. aparecer, doblando la esquina, un grupito de cinco o seis chavales que se dirigían directamente al quiosco. Mi compinche, el quiosquero, tomó posiciones para repeler el asalto.

Miquel Farriol

martes, 13 de octubre de 2009

CRIATURAS MITOLÓGICAS


Las gárgolas no tenemos corazón y somos seres poco gregarios. No sentimos la necesidad de agruparnos ni nos dejamos subordinar.
Cuando me instalé en la cornisa donde descanso de mis vuelos nocturnos, hace ya bastantes años, estaba convencido de que mi especie estaba a punto de extinguirse y de que yo era uno de sus últimos representantes. Aquello no me preocupaba demasiado pues la falta de empatía era extensible a mi propia existencia.
Durante mis incursiones por la ciudad ya fuera sobrevolando los edificios más altos o mientras observaba desde la oscuridad de los callejones, siempre tuve una extraña sensación que me perturbaba y al mismo tiempo despertaba mi interés.
Vigilaba a los humanos que deambulaban con la cabeza baja, recelosos los unos de los otros y su mirada, muchas veces, era el reflejo de una ansiedad desaforada.
Como soy un ser cruel me divertía con las miserias que les atormentaban y sabiéndome superior despreciaba sus vanos intentos de supervivencia.
Pero una noche todo cambió y mientras observaba a un hombrecillo que se afanaba en ordenar unos paquetes descubrí cual era el misterio que me atraía y me hacía permanecer horas descifrando el devenir de aquellos humanos.
El tipo era dueño de un pequeño quiosco y cada día, antes del amanecer, cuando las calles estaban casi desiertas se aproximaba con paso ligero hasta su tenderete. No importaba ni el frío, ni la oscuridad, ni tampoco la soledad que a esas horas tan tempranas se apropia de la ciudad. El individuo siempre era puntual y de forma mecánica organizaba los paquetes que el reparto le había dejado poco antes.
Todos los días era lo mismo y poco a poco mi curiosidad aumentaba así que cada noche esperaba apostado en una azotea cercana a que el hombre llegara y realizara su ritual.
Si yo no fuera una gárgola me acercaría al quiosquero y le diría — ¡Hey, tío, tú y yo nos parecemos!—Pero seguro que se moría del susto y decidí seguir observándolo desde mi atalaya. Incluso arriesgue y seguí apostado a pesar de que ya había amanecido y la luz me hacía visible a los ojos de los transeúntes, pero estos lejos de fijarse en mí continuaban con sus quehaceres y me ignoraban por completo.
Algo parecido le pasaba al tipo del quiosco. La gente se acercaba a su garito y por unas míseras monedas se llevaban una publicación y un poquito de la dignidad del propietario. Cierto es que no todos los clientes se mostraban tan esquivos y que algunos se dignaban mirar al quiosquero y darle los buenos días, con unos pocos hasta había complicidad y se notaba afecto mutuo, pero la mayoría estaban demasiado ensimismados como para prestarle atención.
Aquel vendedor estaba curtido por los fríos vientos del amanecer y por las hostias que recibía mientras repasaba albaranes que nunca cuadraban con el género, así que a primera vista no parecía importarle que los compradores le tomaran por una parte del quiosco y no se percataran del esfuerzo que implicaba para él trabajar sin descanso a cambio de unos pocos céntimos de euro.
Como os digo, mi especie desaparece y mucho me temo que la casta de los vendedores de prensa nos acompañará en el desastre. Igual que mis congéneres esos madrugadores personajes que ponen en marcha la ciudad siempre fueron demasiado independientes, un poco egoístas e incapaces de mantener relaciones cordiales con sus iguales y eso les aboca a la soledad y por ende a la impotencia frente abusos y la indiferencia de sus proveedores.
Si en un pasado mis hermanas gárgolas hubiesen aunado su potencial, hoy dominaríamos el mundo, o por lo menos tendríamos un hueco entre el resto de pobladores de la tierra. Si hubiésemos sido capaces de organizarnos tendríamos voz, y por horribles que fuésemos ante los ojos del resto de los mortales, estos estarían obligados a aceptarnos. Sin embargo a las gárgolas nos gusta volar solas y cazar en silencio.
Me pregunto cuanto tiempo le queda a ese colectivo, ¿cuanto más resistirá los envites de una sociedad cambiante y tecnológica?, Tal vez se conviertan en reliquias del pasado, en seres mitológicos que solo habitan en las leyendas y que muchos hasta dudarán de que alguna vez existieron.

Miquel Farriol