miércoles, 3 de agosto de 2011

VIDA SIN SOL


Hay un momento en el ciclo que abarca un día en el que dos fuerzas universales se encuentran para diluirse la una en la otra.
             De hecho, ese fenómeno, ocurre dos veces en cada periodo y en ambas ocasiones  el cielo explota en colores y la vida en la tierra se acomoda para adaptarse a ese pasaje de la jornada.
            Para mí, son espectáculos prohibidos y me cuido muy mucho de contemplarlos. Cuando llega la hora me resguardo en mi guarida, con los porticos de las ventanas cerrados para que la luz del sol no se cuele en las estancias.
            En mi biblioteca, iluminada por candelabros y candiles, paso veladas releyendo poemas y leyendas, contemplando las bellas ilustraciones que sintetizan la belleza de aquella estrella, que algunos, aun hoy, adoran como a un Dios y que es sinónimo de mi destrucción.
             En los tratados de física descubrí la composición del fuego que la alimenta y en los de astronomía, su posición de privilegio en el centro de las órbitas planetarias. En otros documentos más secretos, los astrólogos filosofan en cuanto a su poder zodiacal y la influencia energética sobre los seres vivos, los más audaces aseguran que forma parte de un mapa en el que se leen acontecimientos venideros.
            Me pregunto qué tendrá esa luz que la diferencia del resplandor de los maderos ardiendo en la chimenea ¿Será la potencia de su fuego? ¿Algo químico? O en su defecto, algo divino.
            Mis antepasados emplearon siglos en la búsqueda de un antídoto, de un remedio que les permitiera salir de la oscuridad, sin ningún éxito. El día, para nosotros siempre ha estado partido en dos y una de las partes, la de la luz y su calor, es terreno inexplorado.
             A veces me siento frente a una ventana cerrada y cierro los ojos intentando captar esa energía que genera vida y que se estrella contra los muros de la casa, imagino que una parte del derroche de flameante del sol, atraviesa las paredes y me impregna con un tierno cosquilleo, pero mi carne está fría como el mármol y solo siento dolor.
             Mi único consuelo son los libros, pero ¿Cómo imaginar algo que nunca se vio? Si me atengo a los dibujos y pinturas que representan a la estrella solo obtengo una imagen plana, circular, con aspas ardientes y muchas veces con rostro humano, pero siempre, como iconos de vida para ese mundo que yo vivo como tenebroso cuando me aventuro a salir de este encierro.
             Darle forma, es una cosa, sentir su presencia, otra muy distinta.
            Quisiera ser una semilla semienterrada en la tierra que recibe las pulsaciones del sol como alimento para germinar y abrirme camino entre la arena, hasta aflorar en el llano, o como el agua que se evapora bajo sus rayos y forma ciclos de nubes, o como el anciano que descansa en un banco, perdido en sus pensamientos, mientras el sol le acaricia la piel. Quisiera no ser lo que soy y renegar de mi alma de murciélago, ceder todo los privilegios de mi casta para mezclarme entre la gente y tumbarme panza arriba sobre la yerba, para sentir el olor de la luz.
Me despediría de la luna y de una vida en blanco y negro y luz artificial que tanto frío me ofrece. Caminaría por la arena, sorteando el borde de las olas de un mar brillante que se derrama en la playa, desnudo al sol, como un niño, y mis castillos de arena estarían llenos de ventanas abiertas.
             Nací distinto. Soy un maldito, un ser inmortal, siempre que me mantenga en la oscuridad de la noche y me oculte en mis criptas preferidas.

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