lunes, 20 de diciembre de 2010

MARKETING



Una gran mesa de madera noble presidía la sala de juntas. Sentados a su alrededor, los directivos de los principales grupos de comunicación del planeta, esperaban en silencio a que diera comienzo la presentación, inquietos, en sus sillones de piel de avestruz.
Sus pupilas, gélidas como el mármol que recubría las paredes del despacho, evitaban cruzar miradas que desvelaran sus pensamientos.
En uno de los extremos de la sala, una pantalla blanca y un atril creaban cierta expectación y en aquel momento un muchacho pulcramente trajeado, tomó posiciones frente a los artilugios.

- Señores, buenas noches – Dijo, dirigiéndose a los magnates. - Ante todo quiero agradecer la confianza que su corporación ha depositado en nuestra agencia y los medios con los que se nos ha dotado para llevar a buen fin nuestro estudio.

La atención de los ejecutivos de cuentas, de cada una de las empresas representadas, era patente y no se perdían ningún detalle de los gestos, rictus y palabras que aquel genio de marketing. Algunos veían en su juventud un problema y dudaban de su maestría. Otros le admiraban por su arrojo y lucidez.

- Hoy presentamos nuestra propuesta y estamos convencidos de que, en la situación actual, es el único camino para reconducir sus finanzas a un nivel, digamos, de alto rendimiento.
Por favor – e hizo un gesto con la cabeza a uno de los asistentes de protocolo, que apagó las luces y accionó el mecanismo que bajaba las persianas, cerrando las cristaleras.

Todo quedó a oscuras y en aparente silencio.

Las retinas recordaban la blancura de la pantalla desnuda, pero en realidad no podían verla.
Pasó un minuto entero y se oyeron varios carraspeos y algún murmullo. La negrura era total y la pantalla seguía a oscuras.

En el atril, oculto como una sombra, el creativo, apretó los puños con el corazón latiendo a toda velocidad, y dejó pasar otro minuto en el que no ocurrió nada.
Impacientes, los prohombres se agitaban nerviosos y un extraño rumor iba apoderándose del espacio. Acostumbrados como estaban a controlar cualquier situación, a oscuras, estaban desvalidos y estafados.
Si aquello era un problema técnico, empezaba a ser bochornoso.
El organizador del encuentro, indignado, ordenó a los asistentes que encendieran la luz y acabaran con aquella pantomima.

- Aún no, la presentación no ha terminado – Se impuso el joven del atril – Les ruego que sigan atentos.

Volvió el silencio envueltos en aquel velo opaco y no sucedía nada. Solo negrura e impotencia.

Armándose de valor, el creativo, aguantó la escenificación durante veinte minutos más, tiempo en el que el nerviosismo fue creciendo y algunos intentaron abandonar la sala a tientas, pero las puertas no se abrieron. Cuando protestaron airados no recibieron ninguna respuesta y desconsolados palparon los respaldos de las butacas para recuperar su sitio en la mesa donde contuvieron su pánico. Otros, indignados, amenazaban con tomar represalias.
Todos estaban tan confundidos que solo escuchaban su propio miedo y aquello era aterrador. Nadie sabía qué estaba pasando a su alrededor.

Una alarma auditiva con un agudo pitido electrónico, dio el aviso de que el tiempo de oscuridad debía cesar y la pantalla se iluminó de repente, deslumbrando con su blancura a los cegados empresarios.
Sin tregua, una frase se mecanografió con letras negras.

- DEJA AL MUNDO CIEGO Y PAGARÁ POR VER.


La animación duró el tiempo justo para poder leerla y todo volvió a caer de nuevo en las sombras.
Como sucediera al empezar la sesión, los cerebros abrumados de los cegados, seguían leyendo el eslogan aunque ya había desaparecido.
La negrura duró aún otro minuto.

Seis meses después, los magnates de la comunicación de todo el mundo, hicieron público el acuerdo firmado en aquella sala.
Después del verano, todas las corporaciones del sector de la información, cesaban en sus actividades dejando de emitir sus canales de televisión, radio y de editar prensa escrita, clausurando sus ediciones digitales y disolviendo todas sus cadenas de distribución.
En ese instante, el mundo se quedó ciego, ignorante y sin rumbo. Solo las cadenas públicas siguieron con su actividad, pero con el tiempo se volvieron tan endogámicas que solo interesaron a un tercio de la población.
Hubo quien recurrió a Internet y a medios independientes, pero estos carecían de una estructura real y sin poder parasitar a los verdaderos profesionales de la información, pronto se quedaron sin contenidos y muchos desaparecieron.
Medio año más tarde, la sociedad, sumida en la insidiosa ignorancia necesitaba abastecer su sed de conocimientos y le era imperioso saber qué estaba pasando con el mundo y estaba dispuesta a todo.

Con la llegada de la primavera, el insolente creativo, conectó el televisor y escogió entre los ochocientos canales de pago, se sentó frente a él, con la prensa del día sobre el regazo.
Su arriesgada campaña había sido un éxito y todo volvía a ser como antes. Solo había que pagar un precio justo por ello.

La oscuridad puede revelarnos más que el derroche de luz de un rayo fulgurante. En esta vida, cada cosa tiene su precio.
No ver, sin ser ciego, no escuchar, sin ser sordo, es una terrible tortura difícil de superar.
Si pudieras ¿No pagarías por ello?.

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