miércoles, 22 de diciembre de 2010

10a COPA COMERÇ



10a copa comerç
ROSA MARIA ROS I PANÉ

Presidenta de la Federació de Comerciants de Terrassa

CAMINO DE OZ



A Dorothy le habían contado que las respuestas que buscaba se encontraban en el reino de Oz. También le advirtieron que sería un largo y pesaroso viaje, siguiendo siempre el camino de baldosas amarillas.
Como nadie había hecho antes aquella ruta, lo que iba a encontrar mientras caminaba era un misterio y debía estar preparada para superar los imprevistos que se acaeciesen. Tampoco nadie pudo contarle si existían cruces o bifurcaciones que la desorientaran, poniendo su instinto a prueba.

Partió sola, dispuesta a no parar hasta llegar a las puertas de la Ciudad Esmeralda, donde se las ingeniaría para ser recibida.
Para su sorpresa, al poco de caminar, se encontró ante un paisaje inesperado y diferente y sintió un poco de miedo al comprender lo desvalidos que estamos lejos de un entorno familiar, pero se concentró en las grandes baldosas de piedra amarilla que la conducían a la primera de las aldeas y se internó despacio en sus calles.

Cuando vio a sus habitantes se quedó helada. Las aceras estaban llenas de personas que pululaban con la mirada perdida. Otras yacían sin hacer nada, como si nada les importase. Nada parecía organizado y el caos era total. La ciudad se desmoronaba y nadie parecía capacitado para poner remedio.
Dorothy habló con ellos y quiso saber él por qué de aquella desidia.

 Nosotros somos tontos. En lugar de cerebro, nuestras cabezas están llenas de paja y somos incapaces de pensar ¡ Nada podemos hacer!

La recién llegada estuvo días entre aquellos benditos inocentes y poco a poco les convenció de que sus cerebros estaban donde debían de estar y si alguien les llamó simples, ellos, debían demostrar que no lo eran. Para ello, para que aquello funcionara les aconsejó que se echaran al camino y descubrieran si eran capaces de valerse por sí mismos. Tal vez, durante el viaje, se dieran cuenta de que nunca fueron tontos y de que sus ideas también podían ser buenas.

La comitiva avanzaba a buen paso por la senda dorada y Dorothy controlaba que nadie se dispersara, extraviándose. Cuando aparecía un desvío, consultaba con los espantapájaros que se convencieron de que su opinión también contaba y de que entre cientos de disparates siempre se cuela algún acierto.
Con algún que otro tropiezo llegó a la Ciudad de Metal, donde fornidos leñadores talaban los bosques cercanos.
Eran tipos rudos, embozados en corazas metálicas que trabajaban de sol a sol siempre con la mirada baja. No se saludaban, no compartían nada y cada uno iba a lo suyo.
Aquel lugar tampoco tenía futuro, todo chirriaba en un ambiente tenso, sin afecto ni camaradería.

 Aquí nadie tiene corazón. Por eso no congeniamos.

Aquello entristeció a Dorothy, que reaccionando con desparpajo, sin pedir permiso, apoyó su oído en el pecho de uno de ellos y dijo:

 Tum, tum, tum... Aquí suena algo. Yo diría que es un corazón que late. Bajo vuestro pecho de hojalata siempre hubo un alma bombeante que os hace iguales, solo tenéis que escucharlo.

Como tambores desbocados, los latidos de los leñadores llenaron el bosque y en ese instante todos empezaron a compartir tareas, a contarse historias y a hacer planes conjuntos. Solo hacía falta que alguien les dijera que podía hacerlo, que se olvidaran del miedo a mostrarse y que trabajar unidos les permitiría afrontar objetivos más importantes.

Dorothy ya no estaba sola, acompañada por los hombres de paja que habían aprendido a pensar y por los leñadores de hojalata emocionado con el hecho de compartir, se internaron en un espeso bosque, siguiendo las baldosas que les guiaban.
No tardaron en sentirse observados por sombras que le vigilaban sin mostrarse, aunque lejos de ser una emboscada, los que se ocultaban, parecían más interesados en no ser vistos pasando desapercibidos, sin cruzarse en su camino.

 ¿Por qué no salís? ¡Quiero veros! - Gritó Dorothy.
 Tenemos miedo – se oyó una voz tras la maleza – aquí no tenemos valor, nos asusta lo desconocido. Es mejor que nos quedemos escondidos, así estaremos a salvo.

Los hombres de hojalata, siguiendo las órdenes de los espantapájaros, se internaron en la espesura y convencieron a los habitantes del bosque para que se mostraran. Para su sorpresa, ante ellos, una gran manada de leones avanzó con paso tembloroso.

Pasados unos días, los felinos, comprendieron que su estrategia era un error. Ocultarse ante los problemas les impedía avanzar, convirtiéndose en súbditos de sus propios temores. La comodidad de su anonimato había sido su propia trampa.
Primero maullaron y al poco, ya estaban rugiendo como auténticos leones.

Aquel era un curioso escuadrón de personajes singulares. Los primeros que siempre creyeron que sus ideas eran bobadas. Los segundos, incapaces de congraciarse con los vecinos se sentían solos aun viviendo en comunidad. Los últimos, que se escudaban en las sombras para no tener que involucrase. Al frente de todos ellos, la buena de Dorothy y su ilusión por cambiar las cosas.

Poco se imaginaban lo que entrarían al llegar al Reino de Oz. La Ciudad Esmeralda.
Unos muros grises cerraban un feo conjunto de edificios descoloridos y llenos de moho, pero no parecía importunar a nadie.
El mago que gobernaba aquel sitio con artimañas había convencido a sus habitantes para que siempre llevaran unas lentes con cristales tintados de verde, creando la ilusión de que vivían en un reino de esmeraldas. Disfrazaban sus problemas sin cuestionar las decisiones del mago. Engañándose a sí mismos, incapaces de ver la realidad, acomodados en un estado de falso bienestar.

El cuento sigue y Dorothy nunca se desviaría de su camino. En su viaje, ella, encontró las respuestas que buscaba y una revelación que siempre guardaría en su corazón.
Las cosas no siempre son como nos dicen. Cambiarlas, es solo cuestión de proponérserlo. Pero para eso hay que seguir un camino de baldosas, quién sabe sí amarillas.
A lo mejor es el mismo sendero que tomó Dorothy.

lunes, 20 de diciembre de 2010

MARKETING



Una gran mesa de madera noble presidía la sala de juntas. Sentados a su alrededor, los directivos de los principales grupos de comunicación del planeta, esperaban en silencio a que diera comienzo la presentación, inquietos, en sus sillones de piel de avestruz.
Sus pupilas, gélidas como el mármol que recubría las paredes del despacho, evitaban cruzar miradas que desvelaran sus pensamientos.
En uno de los extremos de la sala, una pantalla blanca y un atril creaban cierta expectación y en aquel momento un muchacho pulcramente trajeado, tomó posiciones frente a los artilugios.

- Señores, buenas noches – Dijo, dirigiéndose a los magnates. - Ante todo quiero agradecer la confianza que su corporación ha depositado en nuestra agencia y los medios con los que se nos ha dotado para llevar a buen fin nuestro estudio.

La atención de los ejecutivos de cuentas, de cada una de las empresas representadas, era patente y no se perdían ningún detalle de los gestos, rictus y palabras que aquel genio de marketing. Algunos veían en su juventud un problema y dudaban de su maestría. Otros le admiraban por su arrojo y lucidez.

- Hoy presentamos nuestra propuesta y estamos convencidos de que, en la situación actual, es el único camino para reconducir sus finanzas a un nivel, digamos, de alto rendimiento.
Por favor – e hizo un gesto con la cabeza a uno de los asistentes de protocolo, que apagó las luces y accionó el mecanismo que bajaba las persianas, cerrando las cristaleras.

Todo quedó a oscuras y en aparente silencio.

Las retinas recordaban la blancura de la pantalla desnuda, pero en realidad no podían verla.
Pasó un minuto entero y se oyeron varios carraspeos y algún murmullo. La negrura era total y la pantalla seguía a oscuras.

En el atril, oculto como una sombra, el creativo, apretó los puños con el corazón latiendo a toda velocidad, y dejó pasar otro minuto en el que no ocurrió nada.
Impacientes, los prohombres se agitaban nerviosos y un extraño rumor iba apoderándose del espacio. Acostumbrados como estaban a controlar cualquier situación, a oscuras, estaban desvalidos y estafados.
Si aquello era un problema técnico, empezaba a ser bochornoso.
El organizador del encuentro, indignado, ordenó a los asistentes que encendieran la luz y acabaran con aquella pantomima.

- Aún no, la presentación no ha terminado – Se impuso el joven del atril – Les ruego que sigan atentos.

Volvió el silencio envueltos en aquel velo opaco y no sucedía nada. Solo negrura e impotencia.

Armándose de valor, el creativo, aguantó la escenificación durante veinte minutos más, tiempo en el que el nerviosismo fue creciendo y algunos intentaron abandonar la sala a tientas, pero las puertas no se abrieron. Cuando protestaron airados no recibieron ninguna respuesta y desconsolados palparon los respaldos de las butacas para recuperar su sitio en la mesa donde contuvieron su pánico. Otros, indignados, amenazaban con tomar represalias.
Todos estaban tan confundidos que solo escuchaban su propio miedo y aquello era aterrador. Nadie sabía qué estaba pasando a su alrededor.

Una alarma auditiva con un agudo pitido electrónico, dio el aviso de que el tiempo de oscuridad debía cesar y la pantalla se iluminó de repente, deslumbrando con su blancura a los cegados empresarios.
Sin tregua, una frase se mecanografió con letras negras.

- DEJA AL MUNDO CIEGO Y PAGARÁ POR VER.


La animación duró el tiempo justo para poder leerla y todo volvió a caer de nuevo en las sombras.
Como sucediera al empezar la sesión, los cerebros abrumados de los cegados, seguían leyendo el eslogan aunque ya había desaparecido.
La negrura duró aún otro minuto.

Seis meses después, los magnates de la comunicación de todo el mundo, hicieron público el acuerdo firmado en aquella sala.
Después del verano, todas las corporaciones del sector de la información, cesaban en sus actividades dejando de emitir sus canales de televisión, radio y de editar prensa escrita, clausurando sus ediciones digitales y disolviendo todas sus cadenas de distribución.
En ese instante, el mundo se quedó ciego, ignorante y sin rumbo. Solo las cadenas públicas siguieron con su actividad, pero con el tiempo se volvieron tan endogámicas que solo interesaron a un tercio de la población.
Hubo quien recurrió a Internet y a medios independientes, pero estos carecían de una estructura real y sin poder parasitar a los verdaderos profesionales de la información, pronto se quedaron sin contenidos y muchos desaparecieron.
Medio año más tarde, la sociedad, sumida en la insidiosa ignorancia necesitaba abastecer su sed de conocimientos y le era imperioso saber qué estaba pasando con el mundo y estaba dispuesta a todo.

Con la llegada de la primavera, el insolente creativo, conectó el televisor y escogió entre los ochocientos canales de pago, se sentó frente a él, con la prensa del día sobre el regazo.
Su arriesgada campaña había sido un éxito y todo volvía a ser como antes. Solo había que pagar un precio justo por ello.

La oscuridad puede revelarnos más que el derroche de luz de un rayo fulgurante. En esta vida, cada cosa tiene su precio.
No ver, sin ser ciego, no escuchar, sin ser sordo, es una terrible tortura difícil de superar.
Si pudieras ¿No pagarías por ello?.

lunes, 6 de diciembre de 2010

LA MAGIA DEL CABARET


ESCRITO POR MIQUEL FARRIOL
LECTURA, JULIÁN GIJÓN

El número siempre empezaba de la misma manera. Mostraba la chistera al público que podía ver su fondo oscuro y vacío. Tras un ligero toque con su varita, alargaba la mano desnuda al auditorio para después, con gesto liviano, introducirla en el sombrero.
Todos los presentes sabían que sacaría un conejo blanco como la nieve, pero nadie quería perderse aquel momento de magia. Como pasa con los Clows, los magos, tienen un poder especial, algo que contagia.
Yo, como todos, sabía que el sombrero ocultaba un doble fondo, un burdo truco. Una gárgola siempre encuentra trabajo como monstruo de feria y he aprendido de sus artimañas. El espectáculo consiste en eso, en convertir la fantasía en algo tangible.

Antes que el mago, actuaó el tragasables, que devoró fuego y se introdujo un metro de acero por el esófago. Los contorsionistas, que dislocando articulaciones se retorcían sobre ellos mismos, y domadores de chihuahuas, pues el escenario era diminuto y no daba para meter leones.
Ninguno como él, capaz de hacer aparecer conejos de la nada, llamaba tanto la atención, pues su arte era pura ilusión.

En realidad era así de fácil deslumbrar a los espectadores, dispuestos como estaban a creer y dejarse llevar.
El espectáculo continuó con números clásicos de cartas, pañuelos y botellas que se transformaban en rígidos ramos de flores y todos ellos se cerraban con aplausos. En la segunda parte de la actuación, un ayudante despejó el escenario de atrezzo, dejando al mago solo en su círculo de luz. Con solemnidad esperó a que los murmullos se apagaran y el silencio fuera absoluto.
Fuera lo que fuera con lo que el artista quería sorprenderles, el público ya estaba entregado, casi en estado hipnótico y creerían sin reservas en cualquier acto imposible. Confiados, se dejaban convencer por aquel tahúr de la ilusión, que manipulaba la realidad con la elegancia de un bailarín. Con su chistera, su frac y sus guantes blancos les conducía a un mundo fantástico, a un lugar mejor donde todo era posible.

En el foso, el pianista que se conocía la función de cabo a rabo, tocaba su música siguiendo la coreografía del artista y se preguntaba.

- ¿Es que no se dan cuenta de que hay truco? ¿No ven que esconde sus cartas en la manga? Ese tío puede birlarles el reloj sin que se den ni cuenta y aun así ¿Le aplauden? ¡Menudos ilusos!

La función terminó con la noche ya avanzada y el dueño del cabaret cerró las puertas cuando despidió al último de los clientes. La velada había ido bien. El mago, una vez más, fue la estrella.

Con una carpeta con partituras bajo el brazo, el músico del piano, volvía a casa atravesando calles vacías de gentes. Sus pasos devolvían un ligero eco en la soledad de la noche y los semáforos daban órdenes luminosas en los cruces sin tráfico.
Al pasar junto a un muro que cerraba un viejo solar, unos carteles encolados en la pared, llamaron su atención.
El viento los había rasgado, pero se podía ver lo suficiente.
En uno se anunciaba el cabaret donde tocaba su música y tenía la foto del mago con su chistera. En el otro, un rostro de grandes dimensiones y con la sonrisa congelada en el estudio del fotógrafo y calculada mirada penetrante, junto a un eslogan y el anagrama de un partido político.
Se detuvo divertido ante aquel improvisado hermanamiento. Los dos se movían en estratos parecidos y ambos podían persuadirnos para creer en lo imposible. Uno con su chistera, el otro con sus promesas.
Imaginó al candidato sacando conejos de la nada, en sus mítines, encandilando a sus seguidores e intentando convencer a los indecisos y se sonrió al ver, en su fantasía, como cada gesto era parte de una estudiada coreografía.
Aún estuvo un buen rato ensimismado con los dos carteles.
La magia devolvía la ilusión por lo imposible. El político podía hacer lo imposible, real, convertir sueños y proyectos en cosas palpables que acoplar a nuestro bienestar. El primero a golpe de varita encantada, el segundo olvidándose de conejos y fondos falsos, de mangas trucadas y trampillas en los bajos de su discurso.

Eran tiempos difíciles para el cabaret, para los músicos, para los magos. Los encantamientos, los trucos visuales, los pañuelos y cintas multicolores distraían y relajaban a los ciudadanos y por una noche se premiaban con una entrada al teatro para reír y soñar pero en realidad, la magia que esperaban era otra mucho más prosaica y alejada de bambalinas.
Esta noche nos esta permitido soñar, dejarnos engatusar, descansar de nuestros problemas, pero mañana cuando despierte no quiero descubrir que los conejos blancos siguen ahí, y que todo fue un truco de trilero.

Que siga el espectáculo.