lunes, 8 de noviembre de 2010

LA NOCHE DE LOS DESALMADOS



*La gárgola no se hace responsable de las aventuras en que se implican sus personajes.


I

Aquella podía haber sido una tarde más, sentado frente al escritorio, en mi oficina. Acomodado en el respaldo de la butaca y con los pies sobre la mesa, esperando a que sonase el teléfono.
Últimamente había tenido pocos asuntos importantes y ya no podía costear el anuncio de mi agencia en los periódicos de la ciudad.
La luz de neón, colgada en la fachada, parpadeaba colándose por las rendijas de la persiana que cerraba la ventana, a mi espalda y yo fumaba el último cigarrillo del paquete cuando la puerta del despacho de abrió y en el marco, a contraluz, la silueta de una mujer despampanante, avanzó unos pasos.
La “gachí” me había pillado por sorpresa y mi reacción fue torpe y algo bochornosa. Bajé los pies y apagué el cigarro, sin dejar de mirar su melena dorada.
Tomó asiento antes de que la invitara a hacerlo y cruzó las piernas con ligereza. Hizo que se me erizara el vello de la espalda. La nena era un autentico pivón de ojos verdes y labios perfilados. Una pequeña peca en la mejilla aportaba fantasía y misterio al delicado rostro.

Le pregunté que la traía a mi agencia y como había sabido de mí. Con voz de seda y un ligero acento me explico que le habló de mí un amigo común, un tal Dino “Malasangre” que le dijo que yo era un tipo discreto que sabía resolver problemas.
Por el mote, yo no recordaba al señor Dino, pero seguro que le debía dinero, así que no pregunte nada más, aunque tampoco hizo ninguna falta.
La belleza me alargó un sobre que olía a pasta gansa y una dirección apuntada en una tarjeta.
Se decía que algo se estaba cociendo en aquel sitio y era muy importante para ella, saber que había de verdad en aquellos rumores.
Me dio una semana para averiguarlo. Ella me llamaría y no debía intentar localizarla.
La vi marcharse contoneando las caderas y aspiré su perfume boquiabierto. A esas alturas habría robado un banco con tal de volver a verla.


II

En los muelles, cerca de la lonja de pescado, vigilaba un pequeño almacén donde se guardaba redes y aparejos.
Hacía horas que, subiendo por una escalera de incendios, me había encaramado al tejado y observaba por un tragaluz a unos individuos reunidos en el interior. Manejaban papeles sobre una mesa hecha con una tabla y dos bidones vacíos. Al fondo veía un par de ordenadores, una impresora y montones de carpetas y archivadores.
La cosa no era demasiado emocionante, pero siempre se podían torcer. Me aseguré la sobaquera con el revolver del cuarenta y cinco y palpé la petaca de bourbon en el bolsillo de la gabardina.
El dibujo de la voluptuosa figura de una mujer de bandera, me acompañó durante toda la vigilia. Si resolvía el caso, si la impresionaba, la tendría en el bote.

Hicieron falta tres noches más para comprender en que se ocupaban aquellos tipos, cuando se reunían de aquella forma clandestina.
Con toda la discreción que me fue posible les hice fotos, para los archivos y anoté nombres, datos e informaciones que me parecieron relevantes. Una mañana, cuando el local estaba vacío, me descolgué por el tragaluz y registré toda la estancia. Copié algún documento y descargué de los ordenadores una base de datos con direcciones de correo y fichas de gente de todo el país.
Fui muy cuidadoso y no dejé ninguna huella.


III

El día convenido, el bombón, vino a verme. Llevaba un vestido ajustado que me afiló aún más los colmillos y dio color rosado a mis cetrinas mejillas. Yo babeaba como un obseso. Ella solo quería oír el informe.
A grandes rasgos resumí lo que había descubierto y cuales eran mis conclusiones sobre la investigación, que detallaba minuciosamente en el dossier que le entregué.
Al parecer, el grupo del almacén, intentaba organizar una especie de sindicato que agruparía a los vendedores de prensa de todo el país. Tenían numerosos contactos repartidos por toda la península y parecía que los encaminaban hacia algún tipo de insurgencia.
La movida estaba bastante avanzada y estaba claro que llevaban tiempo reuniendo efectivos y seguidores. Aún no tenían una estructura centralizada y eso les hacía vulnerables, pero si nadie lo impedía, pronto iban a encontrar soluciones que los consolidaran.
Dejé que ojeara el informe, dándome tiempo para fijarme en sus rodillas e imaginar la suavidad de su cuello. Estaba tan embobado que no me di cuenta de como se le endurecía el semblante conforme iba leyendo.
Estaba muy contrariada y cuanto más crecía el enojo, más cruel era su mirada.
Guardó la carpeta en un lujoso maletín y ya de pie, mientras abandonaba el despacho me dio nuevas instrucciones.

- Quiero que desaparezcan. Tiene una semana, de lo contrario de diré a Dino “Malasangre” que no hizo bien su trabajo.

IV

Tenía varias opciones: Podía entrar en el almacén y repartir unas cuantas hostias y destrozarlo todo para acojonarlos. O simplemente vaciar el cargador cuando llegaran los cabecillas. Pero las cosas, para que duren, hay que hacerlas bien. Lo mejor era pegarle fuego al despacho clandestino, con todos dentro. Reducir a cenizas todo lo que contenía y dejar que el viento limpiara cualquier rastro de lo que allí se había estado cocinando.
Aquella era la noche perfecta, mañana terminaba el plazo para el trabajo que me habían encargado y la rubia no se andaba por las ramas.

Con un balanceo de los brazos vacié el bidón de gasolina en la puerta de entrada y subí al tejado cargando otro.
Derramé el contenido por el tragaluz empapando a los sorprendidos sindicalistas, que no entendían que estaba pasando.
Al alejarme, un fulgor rojizo, crepitaba en algún edificio, tras la lonja.
Yo había cumplido, ahora la rubia me debía una.


EPILOGO

La diva no volvió, pero recibí mi pago en un paquete sin remitente.
La prensa publicó en la crónica de sucesos una reseña sobre un terrible accidente con víctimas en un almacén de los muelles. Apenas una columna, sin fotos y que solo interesó a los familiares. Días después ya nadie hablaba del tema.

Busqué a “Malasangre” y resulta que sí le conocía y sí que le debía dinero. Por suerte pude saldar el préstamo antes de que me rompiera las piernas y salir del puti-club con algo de información.
La belleza que me contrató trabajaba para uno de los grupos de comunicación más importante del país. Controlaban televisiones, radio, prensa y empresas editoriales. También subcontrataban la distribución de sus productos. Estaba claro que no podían permitirse perder el control dejando que la base de su imperio se tambaleara. El último eslabón de la cadena no podía poner condiciones. Debían limitarse a obedecer.


Puse los pies sobre la mesa y sorbí de la petaca un poco de aquel maravilloso aguardiente.

… Y es que hay gente, que solo sabe buscarse problemas.

2 comentarios:

BANDOLERA dijo...

Sabía que estaría Bogart... Ya nos contará qué tal Copa Comerç.Un abrazo.

reme dijo...

para enlazar con tu otro escrito te dire que lo que estaban haciendo esos kiosqueros en la nave era organizar los descansos semanales de los kiosqueros. Por zonas, por barrios o porque les da la gana. Un kiosquero que decida descansar y cerrar, que no se haya hipotecado llevando prensa diaria fuera de su kiosco, ese es el gran enemigo, y el mejor ejemplo a seguir.