martes, 20 de abril de 2010

COPA COMERÇ - MARIA COSTA



MARIA COSTA
PRESIDENTA TERRASSA CENTRE

Defendió el modelo Catalán de comercio de proximidad y nos habló de la necesidad del sistema asociativo para afrontar la crisis.

copa comerç - gemma puig i panadero



GEMMA PUIG I PANADERO
DIRECTORA GENERAL DE COMERCIO
DE LA GENERALITAT DE CATALUNYA

Hizo referencia a la necesidad de delimitar que era una TRAMA URBANA CONSOLIDADA, y sobre como era responsabilidad de cada Ayuntamiento dibujar un mapa coherente con los intereses de cada población.

copa comerç - carles pellicer i punyed - josep maria recasens i soriano



CARLES PELLICER I PUNYED - JOSEP MARÍA RECASENS I SORIANO
PARLAMENTARIOS EN LA GENERALITAT DE CATALUNYA POR CIU.

Cargaron tintas contra la gestión de tripartido y defendieron la liberacización del suelo urbano para beneficio de las grandes marcas comerciales.

COPA COMERÇ - XAVIER MARTÍN



COPA COMERÇ
XAVIER MARTÍN
REGIDOR DE COMERÇ DE TERRASSA

Nos puso al día de la nueva directiva de comercio, dictada desde el parlemento europeo, y de como la entendía el ayuntamiento de Terrassa.

LOS ASESORES


Llegaron puntuales y llenos de energía positiva y en unos minutos analizaron el entorno con ojo experto, tomando referencias y planeando los cambios que sistemáticamente aplicaban en sus visitas como asesores.
Apenas se terminaron los saludos, ellos, ya se habían hecho cargo de la situación y miraban con cierta indolencia al pobre quiosquero que se sentía un poco intimidado. Su persistente sentimiento de inferioridad, adquirido a base de años de tratar con distribuidores y editores, le arrastraba a un estado de apocamiento frente a aquellos dandis de la estrategia empresarial. Por otro lado esperaba que sus consejos le ayudaran a encontrar alguna vía segura que le permitiese continuar con su negocio.
Escuchar el historial de los dos expertos, sin duda, fue un alivio, eran unos auténticos cracks, Profesionales como la copa de un pino que aprovechaban sus conocimientos de márqueting internacional, dirección de multinacionales, creación publicitaria y gurús de la motivación para poner orden en las vidas de pequeños empresarios que se ahogaban en un vaso de agua.

Yo, en mi estado pétreo, me mantenía arropado por las sombras, atento a lo que decían por si mi amigo se veía demasiado acosado por las preguntas que los asesores le hacían. Si se pasaban de listos los sacaría del quiosco a patadas.

El acuerdo consistía en diez horas de estudio, en sesiones personalizadas, tiempo en que se creía que los expertos detectarían los puntos débiles del negocio aportando ideas y soluciones viables a los congojos que nos agobiaban.

Los tipos impresionaban. Tenían las ideas claras y seguían pautas flexibles que adaptaban al negocio que visitaban. Con ojo clínico diagnosticaban y tomaban decisiones apuntándolas en sus cuadernos para luego volcar sus impresiones en un informe final. Por un momento pensé que eran cyborgs programados y que sus sentidos estaban rerpletos de sensores eléctricos que les hacían ver más, oír más, oler más y por lo tanto procesar mejor la información que el resto de los humanos.

Pero no eran robots, como me demostró el librero.

Llevábamos apenas media hora con los primeros escarceos de toma de contacto y llegaba el tiempo de empezar a trabajar profundizando en los entresijos de nuestro negocio. Los asesores seguían con su preguntas, por el momento no demasiado comprometidas y parecían más interesados en hacer un retrato robot de la personalidad de mi amigo que en zambullirse en el pozo de los fantasmas que le perturbaban.
Entonces, escuché como les hacía la pregunta clave. Tímido y agachando la cabeza, el quiosquero preguntó.

 ¿Saben como funciona este mundillo de la distribución de prensa?

En el mismo momento que las palabras surgieron de su laringe supo que había acertado en la línea de flotación y los “portentos” se tambalearon. ¡Estaban poniendo en duda su capacidad de resolución!, ¡Ellos!, que habían dirigido multinacionales, tenían que soportar a gañanes como aquel que les ponía en entredicho. ¡Todo el mundo sabe como funciona el mundo de la prensa!, ¡Es muy sencillo!, además, el quiosquero nunca pierde, lo que no vende, lo devuelve, es un negocio redondo. Seguro que si a este tío no le funciona es porque es un inútil.

Aún así, eran profesionales y continuaron escuchando como era el día a día en un quiosco de prensa.

En la segunda visita se enfrascaron en los balances del año anterior para determinar si la actividad era rentable y detectar donde estaban los fallos de gestión y erradicar malos vicios que se adquirían con los años. Para ello, se les explicó cual era el sistema que los editores habían confeccionado para dar salida a sus productos. El resumen era escueto y no había mucho más donde rascar.
El editor, edita. El distribuidor, distribuye, y el quiosquero asume.

En sus plantillas de trabajo no aparecía aquel sistema empresarial. Rebuscaban en sus notas volviendo una y otra vez a revisar los pasos que cualquier técnico de comercio aplicaría en condiciones, digamos, normales, y cuanto más buscaban similitudes iban perdiendo energía en sus argumentos a cerca de negociaciones de pagos con los distribuidores, control de stocks y gestión de inmovilizado. Tampoco encontraron referencias a las que agarrarse cuando abordaron el tema de previsión de gastos, ni en la gestión de espacios en la exposición del producto, ni siquiera en la nula capacidad del vendedor en dar valor al producto que comercializaba, ya que trabajaba con una comisión pactada en unos casos y completamente aleatoria en otros.
Cuando conocieron los pírricos porcentajes de beneficios que reportaban los distintos productos que teníamos expuestos en el local, muchos en contra de nuestra voluntad, se miraron compasivos al tiempo que abrumados.
Y así terminó la segunda visita.

Quince días más tarde, volvieron a visitarnos y tras sus amables sonrisas escondían el rictus del fracaso. El sistema editorial también había podido con ellos, con todos sus Masteres Universitarios, con todos sus años de experiencia trabajando al más alto nivel se limitaron a dar una par de recomendaciones vacías de convicción y nos entregaron el informe final con las conclusiones del estudio.
Y, después, se marcharon cabizbajos lamentando no haber sido la ayuda que se esperaba.

Ya, a solas, abrimos la carpeta donde los asesores redactaron sus recomendaciones y, (confieso que sin ninguna sorpresa) leímos.

-AGUANTA COMO PUEDAS.

Muchas gracias, en ello estamos.

martes, 6 de abril de 2010

EN LA TRINCHERA



AUTOR: MIQUEL FARRIOL
LECTURA: JULIÁN GIJÓN

Apostado en el campanario, tenia la mejor atalaya para observar la planicie que se extendía bajo su sombra. Desde allí, cualquier movimiento que se produjera en la trinchera, cavada a unos cientos de metros, no le pasaría inadvertida y solo, al caer la noche, la oscuridad protegería a los que allí resistían,

Ya hacía días que mantenían aquel pulso. Los unos, apretujados como conejos en su madriguera, intentando mantener la posición y el vigía del campanario, alerta ante cualquier movimiento. Sus órdenes eran claras. Disparar a quien se atreviese a sacar la cabeza de la trinchera.

Aquel día, un cielo brumoso acompañaba al sol que se ocultaba tras las colinas y el soldado del campanario, agudizó sus sentidos y tenso la mandíbula. Su experiencia en guardias como aquella le decían que, en contra de lo que se podía pensar, aquel era el mejor momento para su particular "caza". Cuanto más negra era la noche, mejor, y solo faltaban unas horas para la luna nueva.

En sus largas vigilias le daba vueltas a aquella situación, y no lograba entender porque los soldados que se atrincheraban en el llano, cometían cada noche, el mismo error.

Y sin embargo ahí estaba otra vez.

Un diminuto punto luminoso, apenas perceptible, fluctuaba en el borde de la fosa. Era como una estrella lejana que apenas revelaba su existencia emitiendo un destello leve y fugaz, pero que marcaba una posición concreta, una referencia a donde apuntar el cañón de su fusil.

El veterano tirador, apretó los labios mientras ajustaba la mirilla de su arma y se acomodó la culata en el hombro. Apretó con delicadeza el gatillo y un trueno lleno de ecos la llanura.

Al instante, la pequeña lucecita desapareció y la oscuridad volvió a ser completa.

Él, sabía que sus probabilidades de acertar, con su disparo, eran mucho mayores en aquellas condiciones que a plena luz del día y aunque no se sentía feliz haciéndolo, era su misión y una lucha por su propia supervivencia, así que solo aprovechaba la ventaja de que disponía y actuaba en consecuencia.

El tímido destello duraba, lo que dura un fósforo y servía para dar lumbre a más de un soldado. Así, agrupados alrededor de la llama, aprovechaban la cerilla para encender varios cigarrillos al mismo tiempo, ya que casi habían acabado con sus existencias.

Aquella acción tan sencilla requería una difícil decisión pues no solo se trataba de ponerse de acuerdo en el momento en que debían encender sus pitillos, también debían estar preparados para ser un blanco fácil, pero ante situaciones desesperadas, donde lo único que importa es el presente, aquellos hombres, decidían compartir el riesgo y tentar a la fortuna.

En lo alto del campanario, su enemigo, paciente, esperaría ese momento y apuntando al centro del destello, sus probabilidades de acierto se multiplicaban por tres o cuatro. Una más por cada hombre que se atrevía a compartir la llama. Dispararía a bulto, y el proyectil cruzaría en unos segundos la planicie al encuentro del soldado a que estaba predestinado.

Incluso en momentos como aquellos, cuando el peligro era tan evidente, los hombres se agrupaban para compartir y aquello tenía algo de hermoso. Ante la dificultad, ante el dolor y el miedo algo dentro de ellos les hacía agruparse. Haciendo piña, alrededor de una llama temblorosa.

Aquella batalla, un día, terminaría. Y los supervivientes volverían a casa a recomponer sus vidas. El francotirador, olvidada su arma en un rincón, se integraría con sus semejantes con la lección bien aprendida y una perpleja admiración hacia el resto de los hombres.

Cuanto más difícil es el momento. Cuanta mayor es la escasez, las personas, más comparten su energía y demuestran más capacidad de trabajo. En esa unión, capaz de reconstruir sobre ruinas nuevas catedrales y hermosas ciudades, late una de la mayores virtudes que puedan tener los seres humanos y de la que dependen, por completo, para su supervivencia.

Trabajar en equipo, apoyándose unos con otros. Buscar objetivos comunes y aprovechar el flamear del fósforo, por breve que este sea, para acercarse a sus semejantes y ponerse a tiro de la fortuna, tiene riesgos, pero también da apoyos, lazos de los que sacar provecho.

Hoy, el campo de batalla es un prado falto de agua, una tierra cada vez más yerma que apenas da cosecha y aunque los tiempos de tanques y bombardeos pasaron, otra lucha despiadada se desenvuelve entre las colinas y los vientos barren la plana cargados de temores, escaséces e incertidumbre.

El tirador de la torre, regresó al valle con la idea de cavar una nueva trinchera donde resistir los malos tiempos, algunas personas más se protegerían allí aportando sus mermadas fuerzas para cavar, apuntalar y resistir las frías noches que tenían por delante. Llegado el momento, se acercarían unos a otros, y el soldado sacaría cajetilla de cerillas del bolsillo de su chaqueta, y tras elegir una, le prendería fuego.

En la caja ya quedan muy pocas cerillas pero reservarlas solo alarga la escasez.

¿Será este el momento de encenderla? O conviene reservarlas por si las cosas empeoran.

Nuestro soldado, no dudó ni un instante. Con un rápido gesto de la muñeca rasco el fósforo que se coronó con un aura ardiente, iluminando la penumbra. Y protegiendo su fulgor con la otra mano, la ofreció al resto del grupo.

Aquella noche, la torre del campanario, no escondía a ningún francotirador, y la llama que unió a unos cuantos, seguía brillando después de encender el último cigarrillo.