sábado, 1 de octubre de 2011

¿QUÉ HAGO CON EL MONSTRUO?



 No sé cómo, ni cuando, entró en la habitación. Un frio extremo que traspasó las mantas, me despertó de repente, y sentí una presencia en la oscuridad.
Lleno de ansiedad encendí la luz y abandoné la cama. Mis pies descalzos chapotearon en el suelo viscoso y casi resbalo. Un olor a moho, llenaba el aire, tenía el vello del cuerpo erizado y los ojos abiertos como una lechuza.
 Algo se movía, entre el armario y la pared, pero cuando lo busqué, ya no estaba. Después lo noté a la espalda, cerca del escritorio. Me volví haciendo equilibrios sobre el resbaladizo suelo, el intruso, más rápido que yo, se desplazó dejando un rastro de sombras y un aroma putrefacto.

Lo más contundente que tenía a mano, era la lámpara de la mesita, si la utilizaba como arma, me quedaría a oscuras.


Ahora, está a mi izquierda, entre el lecho y yo. Su aliento helado me acaricia la oreja, le oigo respirar jadeante. Desquiciado, intento golpearle, girando sobre mí, proyectando el codo, pero ya no lo tengo al alcance, ha vuelto a escabullirse, para colocarse siempre a mi espalda.
Entro en un bucle de giros, miro al techo, busco en los rincones pero es tan veloz, que se oculta a mi mirada. Creo oír susurros, palabras extrañas que no comprendo, pero que oprimen el corazón. Siento que me ahogo, y agito los brazos, para alejar de mí al que me acecha.
Enfrente, la puerta entornada que lleva al pasillo, solo está a unos cuantos pasos. Tengo que salir del cuarto, pedir ayuda.
Algo me ha tocado el brazo, parecía un tentáculo con ventosas, como el de un pulpo. Me revuelvo y ya no está, es desesperante. Cada vez hace más frio, y estoy casi desnudo.

Voy hacia la puerta cuando, un doloroso latigazo, me hiere la pantorrilla y caigo de bruces,  sobre la gelatina desparramada por el suelo. No sé si podré llegar.


Con la fugacidad de un rayo, una forma transparente pasa ante mí. Creo ver unos ojos sin pupilas, mientras la dentellada de un tiburón se me clava en el estómago. Estoy sangrando.

Ahora o nunca, alcanzar la puerta es la única alternativa. El ente, ríe y hace saltar la lámpara por los aires. A oscuras, doy un salto hacia el pasillo y me estrello contra la puerta, que se ha cerrado al mismo tiempo.
La oscuridad es completa. Aprieto las manos contra el abdomen, para detener la hemorragia, la sangre mana, la siento correr por los muslos, atrayendo a cientos de culebras que suben por las piernas. Un tentáculo, grueso como un brazo, se enrosca en mi torso y aprieta. La lengua áspera como la lija del monstruo me recorre la cara. La terrible peste provoca arcadas y desfallezco, preso de aquella fuerza maligna.

Quiero gritar, pero la presión del abrazo no me deja. Pataleo sin fuerzas antes de que un último destello luminiscente, revele el contorno de la bestia con las fauces abiertas.

En ese momento un fogonazo, como el del flash de una cámara, llena la habitación con luz blanca y puedo verme en el espejo, colgado junto al galán de noche. El reflejo me dice que estoy solo, y que el único monstruo que hay en el dormitorio es mi propio delirio.

Ahora recuerdo que anoche, antes de irme a dormir, decidí no tomar la medicación.


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1 comentario:

Anónimo dijo...

Gràcies Miquel, me ha gustado mucho, pero no se si hoy podré dormir tranquila... :)

Pilar Pérez Climent