martes, 20 de diciembre de 2011

SOMBRAS RASGADAS

SOMBRAS CHINESCAS
6a y última parte
SOMBRAS RASGADAS


              
Descendíamos por la rampa que antiguas corrientes de agua subterránea excavaron en la montaña. La erosión continua formó un túnel sinuoso y algunos espacios anchos y abovedados, que Theo llamaba “salas”. En la segunda de esas salas, la menor de todas según Larsson, descansamos unos minutos junto a la capilla que los judíos cincelaron, dando forma a la roca.
                Mientras recobrábamos el aliento observé al pintoresco grupo que componíamos la expedición, y me pregunte ¡Qué diablos hacía yo allí! ¿Cómo me había dejado embaucar de aquella manera? 
                La pobre Maruja Bernal apenas se sostenía, incapaz de guardar el equilibrio en aquel terreno desigual, y se apoyaba en su bastón mientras Theo tiraba de ella pendiente abajo, se la veía aterrorizada.
                La inesperada Rocío se había unido a nosotros en el momento en que cruzamos la puerta del fondo del jardín. No hubo manera de convencerla.
                De alguna manera se percató de nuestros movimientos, ya pasada la media noche, y le fue fácil entender que estábamos tramando algo extraño, alguna cosa que tenía que ver con la muerte de su amado viajante de especias.  
                Le rogué encarecidamente que volviera a la habitación, haciéndole ver que el peligro acechaba en la profundidad del túnel, pero todo fue en vano. Theo me hizo un gesto rotundo para indicarme que no perdiera tiempo, y empujó a La Bernal para que se introdujera en la oscuridad. Rocío les siguió apartándome a un lado.
                Unos metros más allá, el nuevo chef, accionó un interruptor que encendió un precario tendido de cables con bombillas amarillas, y la cueva se iluminó con puntos ambarinos que colgaban muy espaciados del techo de la gruta.
Por ese escenario íbamos avanzando, con mucho tiento para no resbalar, y tan pendientes de la anciana, que tenía la sensación de que no adelantábamos.
Los muros de roca estaban poblados por grandes arañas blancas, que tejían sus trampas con complicadas alfombras de hilos pegajosos cubriendo las paredes. Escarabajos y enormes ciempiés que andaban de cacería, perturbados por la iluminación repentina, buscaban huecos donde ocultarse de la luz. Y nosotros, el patético escuadrón, tropezábamos una y otra vez con los desniveles y protrusiones, que las filtraciones de agua calcárea esculpían pacientemente.


-        -Ya se escucha la cascada- Oí decir a Larsson.


Dos arcos casi iguales separaban el pasadizo, convirtiéndolo en dos rutas distintas. De la sala que se habría a la derecha surgía un vaho caliente y pegajoso. Theo nos indicó que ese era el camino que conducía a las canalizaciones que llevaban el agua en ebullición hasta el hotel. Allí brotaba el agua termal que hervía en la entrañas de la tierra.
Si cogíamos el túnel de la izquierda llegaríamos directamente a la cascada original, y a la sima en la que desaparecía.
                La ropa se me pegaba a la piel, ya fuera por la humedad, o por la sudoración que me provocaba el nerviosismo. Aun no sabía qué papel jugaba en aquel desatino y dudaba de que Rocío y Maruja, pudiesen aportar algo a la misión que Claudi Teixidó nos encomendara. En ese momento me percaté de su ausencia. Cierto ere que en el invernadero pude comprobar que era un anciano adicto a los quirófanos, y que su aspecto saludable era una farsa, pero aun así, había obligado a Maruja Bernal a formar parte de una locura de aquel calibre, sin ninguna consideración a sus maltrechos huesos, y su sustituto en las lides esotéricas casi la arrastraba agarrándola con muy pocos miramientos.
                El ruido de un motor amortiguado me saco de mis divagaciones. Conforme avanzábamos las bombillas estaban más separadas, y encontrábamos algunas fundidas o rotas, las penumbras eran más presentes y había tramos en que solo valía apoyarse en las paredes, obviando telarañas y lo que allí hubiese.
                Sentí en el rostro una corriente de aire fuerte, fría, condensada de diminutas gotas de agua pulverizada, y el ruido de turbinas se transformó en el retumbar continuo del borbollo líquido de un tremendo caño de agua. 
                La sala del manantial era gigantesca, casi circular. Un débil cordón con algunas luces lo circundaba, arrancado destellos a la cascada que surgía del techo. En caída libre, el gran chorro desplazaba cientos de litros, para hundirlos en un agujero oscuro más ancho que la cascada.
                En los márgenes una gelatina verdosa, con la textura de la lava, formaba un borde que se izaba como el de los cráteres lunares.
                Al contrario de lo que se intuía en el pasillo de la derecha, allí se sentía un frio intenso y empecé a tiritar.
                Cada vez más nervioso miré a Theo angustiado, que sostenía a La Bernal por la cintura. Rocío se protegía los hombros con las manos, cruzando los brazos sobre el pecho, con la miraba fija en la cascada, mientras se acercaba al margen muy despacio.
                Larsson me hizo señas para que me adelantara, y juntos ayudamos a la vieja médium a sentarse en un saliente. Estaba exhausta, enojada, y se dejo llevar gruñendo maldiciones.
                Estábamos empapados, pendientes de lo que el muchacho rubio hacía, aunque se limitaba a bordear el pozo, muy atento. 
                Hice que mi voz sonara más fuerte que el ruido provocado por el torrente.


-      -  ¿Qué hacemos aquí? ¡Esto es un gran error!

--  -  ¡Silencio! ¡Es el momento! ¿No los ves? ¡Están ahí! – Me interrumpió Larsson, mientras agitaba un brazo.



Del gran agujero, en el espacio que quedaba entre la cascada y la roca, dos siluetas difusas  se elevaban levitando. A pesar de ser formas etéreas, agarraban algo entre las dos. Con lentitud premeditada se posaron en el borde de lava, y acabaron de izar el peso muerto que sujetaban. 
                Con violencia arrojaron a Claudi Teixidó a nuestros pies.

                Rocío comprendió en aquel instante dónde se había metido. Le flaquearon las rodillas y cayó a cuatro patas vomitando. Yo contuve las arcadas.
                El dueño del balneario estaba desnudo, con la piel arrugada y llena de incisiones. Los labios morados presagiaban lo peor, pero gemía respirando convulso.
                Larsson se interpuso entre el despojo de Teixidó y los fantasmas, que se iban haciendo corpóreos, sólidos. Mostrando unos dientes afilados y agrandando la boca hasta convertirlas en horrorosas fauces.


-        ¡Al final has pagados tus cuentas!- Berreó La Bernal- ¡Viejo estúpido!


¿Cómo era aquello posible? ¿Cuándo habían atrapado a Teixidó? ¿Y por qué se cebaban con él? Solo podía afrontar la escena tomando la iniciativa. Auxiliar al anciano e ingeniármelas para sacar a Rocío y a la médium de allí. Ya se las apañaría el muchacho si decidía no seguirnos.
Mientras intentaba sujetar al maltrecho Claudi, cogiéndolo por las axilas, Maruja Bernal, aulló desde su rincón.


-        ¡Pensabas que podrías librarte de tu castigo! ¡Que bastaba con rodearte de personas como yo, o como ese protegido tuyo, para mantener alejados a los espíritus! Pero ya ves que no. Algún día tenían que volver, son ellas ¿No las reconoces?


Aturdido, las palabras de Maruja me parecían incomprensibles. 
Theo dudaba entre enfrentarse a las apariciones, que ya había superado el cráter viscoso e intentaban rodearle, o correr hacia la médium para hacerla callar. Solo podía optar por defenderse.
Arrastré con todas mis fuerzas a Teixidó, para alejarlo del enfrentamiento, pero entonces la mujer de ojos rojos se abalanzó sobre Theo, y la niña le agarró de una pierna. Pronto se enfrascaron en darle terribles dentelladas, hundiendo sus colmillos en la carne de Larsson.
Debatiéndose en una lucha desesperad, el chico, hizo un esfuerzo por girarse hacia mí, y alargó el brazo reclamando mi ayuda. Su rostro expresaba el dolor que le provocaban los ataques de los espíritus, pero seguía resuelto en su lucha, y apretó los dientes mientras se contorsionaba.
Solté al anciano, y tropezando con la mareada Rocío, me lancé en su ayuda. En ese instante los seres del inframundo soltaron a Larsson, y con un brinco felino se apostaron jadeando en el filo del cráter. Con la mirada encendida se arrastraban con dificultad hacia Teixidó, que había recobrado la consciencia. Se retorcían y gesticulaban, parecían animales heridos, enfermos de rabia. 
Algo impedía que se acercaran, y no era Theo. La niña, más agresiva que la mujer, me lanzaba rocas, babas, e injurias con voz ronca. Me gritaba en tono amenazante, aunque se mantenía a distancia, revolviéndose cerca del manantial.
Era la baza que necesitaba, si en realidad mi energía vital era un escudo para aquellos monstruos, debía aprovechar su desconcierto y escapar de allí cuanto antes. Busqué a Maruja, que se reía a carcajadas sentada en una roca. Más atrás, arrodillada junto a Teixidó, Rocío lloraba desconsolada, y entre los espectros y yo, Theo Larsson malherido, sangraba por el hombro y por el muslo. Yo solo, no podía ocuparme de todos.
La médium dejó de reír, y se levantó señalando con el bastón al anciano que yacía en suelo.


-        ¡Por tu cobardía vamos a pagar todos! ¿Por qué no confiesas de una vez? ¡Deja que te arrastren a la oscuridad y expía tu terrible pecado!


Los gritos retumbaron en la caverna, confundiéndose con el bramar de la cascada, y apenas si pude oír a Teixidó rogarle entre sollozos que se callara.



-        ¡Nunca más! No guardaré por más tiempo tu secreto.- Respondió Maruja tajante.


Al borde de perder la conciencia, con el corazón latiéndome desbocado, La Bernal desgarró las sombras que me envolvían desde hacía unos días, escupiendo su relato con saña.


-        ¡Mataste a esas criaturas! ¡Las torturaste mientras pedían clemencia! Y luego las enterraste en la colina. Es justo que ahora quieran vengarse, descansar por fin hundiéndote en su mundo, para devorara tus entrañas por toda la eternidad ¿No hubiese sido más fácil reconocer a tu hija? ¿No se merecía tu amante algo más, después mantenerse escondida de los tuyos durante años? Solo quería que te ocuparas de vuestra niña y tú, maldito hijo de perra, decidiste deshacerte de ellas, asesinarlas sin más, para seguir en tu mundo de convencionalismos ¡Deja que se lo lleven, idiota! ¡Apártate!


Lo que sucedió después de aquella revelación no debería contarlo, aunque quien lea esto puede que piense que solo son los apuntes de una nueva novela, y decida que no merece la pena ponerlo en conocimiento de las autoridades pertinentes, pero fueron hechos, si cabe más terribles, que los acontecidos hasta aquel momento.

Rocío, la muchacha retraída y frágil que conocí en el comedor del hotel, comprendió que el culpable de la muerte de su amado viajante de especias y de aquellas siniestras apariciones, era el heredero Claudi Teixidó y presa de un impulso incontrolable, agarró una angulada piedra y le golpeó con rabia en la cabeza, hasta que el cráneo crujió al quebrarse. Lloraba y maldecía con las manos ensangrentadas frente al despojo del anciano, que Larsson agarró por los pies y empezó a arrastrarlo, hacia la fosa.


-        ¡Ahora veo como me utilizaste! ¡Cabrón! ¡Eras incapaz de afrontar tú solo, tu maldito pasado! ¡Púdrete en el infierno!


Lo arrojó a la cavidad y la oscuridad lo engulló junto con le tromba de agua que manaba del techo. En ese momento, la mujer y la niña se zambulleron en la cascada desapareciendo.

EPILOGO
Mi decisión de alojarme unos días en La Gárgola d’Aigua en busca de tranquilidad e inspiración sin duda estuvo dirigida por fuerzas ocultas, que por fin ponían las cosas en su sitio, y hacía encajar cuentas pendientes del más allá.
Claudi Teixió cometió un asesinato horrible en su juventud, por no asumir sus responsabilidades, y no tuvo en cuenta que el lugar donde se construyó el hotel, era una tierra telúrica, una puerta conectada con las profundidades del purgatorio. Aun así decidió protegerse contratando a la médium más famosa de aquellos años, y le reservó estancia permanente en el hotel, a cambio de que preservara su secreto.
El viajante, embaucador profesional, había sido solo un nexo, una víctima de la furia que sentían aquellos espíritus. Enamoró a Rocío, que cegada vengó su muerte, y por lo que me pareció ver en la piscina, también conquisto al joven Larsson, aunque nunca sabré si llegaron a tener algo más que un encuentro bajo el sol.
Yo abandoné el balneario en cuanto me fue posible, no sin antes escuchar las últimas palabras de La Bernal, que me esperaba en el aparcamiento.


-        Ahora ellos saben que tú sabes. Ahora ven lo que tú ves. Desde ahora siempre sabrán donde estas.


Cuando quise poner las llaves en el contacto del coche, el temblor no me dejaba atinar con la cerradura.

sábado, 10 de diciembre de 2011

EL CORAZÓN DE LAS SOMBRAS


SOMBRAS CHINESCAS
5a parte
EL CORAZÓN DE LAS SOMBRAS

 
No esperaba que a la reunión con el propietario del hotel también asistiera el enigmático joven, y confieso que me produjo malestar. Mis encuentros con aquel personaje siempre me desestabilizaban y no me apetecía estar cerca de él.
                Claudi Teixidó me invitó a sentarme en un mullido butacón frente a ellos.

-¿Le apetece una taza de café? ¿Un licor?

-Café está bien, muchas gracias – Respondí mientras me acomodaba nervioso en el sillón. Me sentía intimidado y aun no alcanzaba a comprender por qué me habían hecho llamar, pero Teixió parecía relajado y se mostraba amable.

El maître que aun no se había retirado sirvió las tazas humeantes, y luego nos dejó solos.

-Quiero presentarle a nuestro nuevo chef, una joven promesa que dará mucho que hablar. Theo Larsson, éste es nuestro huésped, el señor Montal.

Me vi obligado a tenderle la mano, que él estrechó con demasiada fuerza. Le notaba ansioso, siempre alerta, vigilante.
¿Un chef? ¿El cocinero? ¿Ese era todo el misterio que guardaba el muchacho? Sin duda tenía que haber algo más. Las pocas ocasiones en que lo había visto habían estado envueltas de hechos, como mínimo, perturbadores, y nunca relacionados con la cocina. Además estaban la niña, que supuse su hermana, y la mujer a la que asigné el papel de madre. Cerrando el círculo familiar imaginé al hombre muerto en las termas, como patriarca de aquel grupo.

                En mi cabeza retumbaba la afirmación de Rocío, cuando me dijo que nunca vio a la niña, y empezaba a sospechar que la mujer estaba solo en mi imaginación.
                Pronto se desvelaron algunos de los enigmas que intentaba resolver.
                El heredero de La Gárgola d’Aigua tenía una voz profunda, y hablaba con embaucadora elegancia. Entre sorbos de un café excelente fue desarrollando un monólogo que me dejó fascinado.

-¿Cree usted en los espíritus?- Y continuó sin pausa-  Pues debería, los ha visto aquí, en el hotel. Algunos de nosotros tenemos ese don, Theo además puede interactuar con ellos, comunicarse y restablecer su equilibrio. Usted, amigo mío, también tiene esa facultad, aunque a veces la verá como una maldición. Nuestra querida Maruja Bernal fue una virtuosa capaz de dominar como nadie a esas fuerzas que surgen de los abismos, pero lamentablemente la edad le ha hecho mella, y ya no puede seguir con su labor de contención. Por eso hice venir al joven Larsson, será un digno sustituto para esa misión. ¿Me sigue usted?

-No - Me limité a contestar boquiabierto.

-Seguramente estoy yendo demasiado deprisa, pero el tiempo apremia. Esta vez las cosas han ido demasiado lejos. Ya ha habido un muerto, un ser que aunque despreciable, no merecía morir y Maruja no estuvo a la altura. Las apariciones que han tomado el balneario están sedientas de venganza y no quieren marcharse.

Le interrumpí con timidez, nada de lo que me decía tenía sentido y solo hacía que me sintiera más incómodo.

-Debe disculparme, pero no entiendo ni una palabra de lo que me está diciendo.

-Empezaré de nuevo. Usted estuvo en la biblioteca ¿Cierto? ¿Encontró lo que buscaba? La historia de estas fuentes termales es fascinante ¿No lo cree? Tantas civilizaciones como las que han hecho uso de ellas y ninguna consiguió establecerse de forma permanente ¿Eso no le dice nada? Seguramente, en los documentos, encontró referencias a hechos que las hacen particulares y misteriosos, y ya habrá desarrollado sus propias cábalas. Si todo va como debiera, mañana le acompañaremos al interior de la montaña, donde brota la fuente del manantial y comprenderá mejor de que le hablo. En la gruta se abre una sima que conecta directamente con otra dimensión. Igual que una puerta eternamente abierta entre dos mundos, del que nosotros somos los guardianes. Ya veo que me mira con incredulidad, y lo entiendo. Debe comprender que nosotros no elegimos, ninguno de los que poseemos la virtud de ver más allá, escogió hacerlo, y usted tampoco, nada puede hacer por evitarlo, aunque sí puede prestarnos su ayuda.

Por lo que me ha contado Theo, los espectros que deambulan por el hotel, se están haciendo cada vez más fuertes, más voraces y si no los detenemos pronto van a cobrarse una nueva víctima. Ahora le ruego que confíe en nosotros y en lo que Theo va a contarle.

Ni que decir tiene que yo estaba catatónico, hundido entre las orejas del sillón, tan confundido que no tenía fuerzas para marcharme. No entendía como me había visto envuelto en aquella truculenta situación, pero un morbo enfermizo me hizo permanecer en el invernadero, mirar a Larsson y seguir escuchando patéticamente mudo.

El cocinero de lo paranormal se acercó un poco más a mí, manteniéndose en el borde de su sillón de mimbre. Tenía un marcado acento de algún país nórdico, pero su castellano era fluido. Toda la tensión que generaba su aspecto se diluyó mientras me rebelaba su autentica identidad, y comprendía cual era su lugar en La Gárgola d’Agua. En realidad era un chico encantador. Lo que me contó en los minutos siguientes daba sentido a muchas de las vivencias de los días anteriores.

Con suavidad, casi como una letanía adormecedora e hipnótica, me puso al corriente de cuál era el papel que cada uno de nosotros jugaba en aquellas representaciones de sombras. Primero, y para despejar cualquier duda sobre las apariciones, me explicó que la primera vez que nos vimos, en el restaurante del hotel, llegó junto al hombre que encontraron muerto, solos. El hombre era un comerciante de especias y productos de importación que tenía negocios en la India, y que suministraba al hotel alguno de los ingredientes más difíciles de conseguir. El tipo era un verdadero cabrón, un desalmado que viajaba sin parar, arrasando por donde sus negocios le llevaban. Era una persona sin escrúpulos, a la que le gustaba humillar a cualquiera, y que había hecho fortuna explotando sin miramientos a quien se acercaba a él. En una de sus estancias en el balneario conoció a Rocío, hacía de aquello unos meses, y ella se quedó prendada de su arrogancia. El marchante la utilizó sin miramientos, he incluso la llevó con él a la India, para abandonarla a su suerte pocos días después. Rocío no lo superó y lo buscó por todo el país, cuando se dio por vencida supuso que si volvía a La Gárgola d’Aigua tenía una posibilidad de volver a verlo. Por eso estaba tan afectada cuando la encontré en la biblioteca. Era una cuestión de sentimientos.

                La señora Bernal era otro tema mal resuelto. Ella sabía que la vejez mermaba sus poderes y que la situación de privilegio en la que había vivido durante años, protegiendo las posesiones de Claudí Teixidó, estaban llegando a su fin, y la corroía una envidia malsana que le hacía repudiar la presencia de Theo y su ojo tarado. Le veía como competencia, como su relevo y de ahí su desprecio.
                La mujer sin nombre y la niña de ojos rasgados eran otro cantar. Las vi en el comedor, en la piscina, a la niña en el jardín, y más tarde, a las dos, en los baños.
                Larsson me explicó que era cierto que los viera al final de aquel pasillo, atravesando un muro cubierto de baldosas de cerámica. Me dijo que aquel era el acceso natural a el manantial, y que aunque tapiado, era el camino más rápido para devolverlas a la sima. La propia energía de las apariciones hacía posible traspasar las baldosas.

                Creían, tanto él como Teixidó, que los fantasmas eran de los espíritus de las dos víctimas, que la señora Bernal ayudó a encontrar guiando a la policía años atrás, y que encontraron enterradas junto a los muros de la ermita que despuntaba en lo alto de la colina. Sin duda habían sido sometidas a torturas indescriptibles. Fue un asesinato brutal que nunca se esclareció. Madre e hija, jamás abandonaron el borde de la sima, a la espera de que alguna energía las devolviera de su abismo.
                La premeditada crueldad del viajante de especias les había abierto la puerta para vengar su muerte a manos de un desalmado que quedó sin castigo. Cuando él especiero llegó al balneario, la sincronía entre fuerzas malvadas cerró un circuito de energías oscuras y se hicieron corpóreas, aunque solo para quién es sensitivo.

                El nuevo chef  había hecho todo lo posible por mantenerlas en la gruta y devolverlas a la sima, pero los espíritus eran demasiado poderosos y le fue imposible que acabaran con la vida del marchante.

                Theo me describió como era la vía de entrada, el sumidero que conducía a la negrura y que engullía la cascada de agua subterránea. Al parecer la devolvía en ebullición en otra de las grutas desde donde se canalizaba. El agua virgen de la montaña se vertía en cascada desde el techo de la gruta, hundiéndose en un gran agujero de profundidad infinita y de ese abismo inundado provenían los fantasmas. Era una puerta dimensional, imposible de sellar. Como mucho, algunos como él, podían diluirse temporalmente en ese espacio y enfrentarse a lo que de allí surgiera.
                Según creían, yo podía ayudarles en aquella tarea, obligando a las apariciones a volver a las tinieblas.

                No tardé es enterarme de que era lo que esperaban que hiciera.

                Mientras Larsson despejaba mis dudas Claudi Teixidó escuchaba en silencio. Ahora que llevábamos un rato, juntos, podía ver que su aparente buen aspecto tenía más de cosmética que de buen estado de forma, y que su serenidad era más compostura, que tranquilidad. Tenía un ligero temblor en la mandíbula, delator de unas fuerzas que se le escapaban. No parecía en condiciones de enfrentarse a fuerzas oscuras.
               
-          ¿Y esos fantasmas? Digo la mujer y la niña ¿Se sabe quiénes eran?- Pregunté con más temor que curiosidad.


El dueño del balneario se estremeció y visiblemente incómodo se incorporó apoyándose en los brazos del sillón de mimbre. Le lanzó un dura mirada a Larsson y luego acercándose a mi dijo que tenía asuntos por resolver y debía abandonar la reunión.

-Debo retirarme, pero le dejo en buenas manos. Confíe en Theo y hágale caso en todo lo que le aconseje. Ha sido un placer conocerle, señor Montal.

Y marchó sin decir nada más. Algo me decía que mi pregunta le había molestado.
                Ya a solas con el nuevo chef le pregunté que se suponía debía hacer yo, y como podía ayudar, si ni siquiera sabía, hasta aquella misma tarde, que era una persona sensitiva ¿Cómo iba a manejar aquella facultad para expulsar a los espíritus? Larsson me tranquilizó recomendándome que me dejara llevar. Cuando hubiera que actuar, mi instinto, me marcaría las pautas. Para las apariciones, las personas como yo, actuábamos casi como un repelente para insectos, así que cuantos más fuéramos, mejor.

                -La señora Bernal también vendrá con nosotros. La necesitamos.

                -Pero ¡Apenas puede caminar!- Repliqué extrañado.

                -Pues tendrá que hacer el esfuerzo.


                A continuación, el chico del flequillo, me pidió que estuviera preparado antes de la media noche. Cuando fuera el momento me mandarían aviso y nos encontraríamos junto al muro que cerraba el jardín, más allá de la glorieta, tras unas frondosas madreselvas. Allí estaba la puerta sellada que conducía al manantial y que fuera la ruta de entrada original. Por ella accederíamos a la cascada subterránea y a la sima dimensional.

                De alguna manera alguien avisó al jefe de sala que apareció en el invernadero, y esperó paciente a que Larsson me diera las últimas instrucciones. Luego me acompañó de regreso a la parte pública del Hotel.

                Durante el corto trayecto tuve tiempo de imaginarme el pasillo húmedo y oscuro que me conduciría al mismo centro de la montaña y al corazón de las sombras.