jueves, 18 de agosto de 2011

SOMBRAS EN EL MANANTIAL


SOMBRAS CHINESCAS
3a parte
SOMBRAS EN EL MANATIAL


    Es fácil encontrar excusas cuando no se tiene ganas de hacer algo, amparándome en eso hice unos ajustes en la programación de mi estancia en La Gárgola d'Aigua. Primero disfrutaría de sus tratamientos, y luego, si conseguía relajarme, buscaría el momento para continuar con los apuntes de la novela.
    Los hechos acontecidos en el hotel no iban a hacerlo sencillo, demasiadas distracciones alrededor.
   Revisando un folleto, que recogí de un panel en recepción, me puse al corriente de la oferta de terapias en el circuito termal del hotel y tomé buena nota de mis preferencias. Una sauna antes de dormir, ayudaría a relajarme. Tal vez por la mañana me sentiría más inspirado.

    Un biombo, estratégicamente colocado, ocultaba una de las puertas en el pasillo de las termas. La construcción modernista del balneario seguía un diseño muy particular con dos corredores anchos que se cruzaban formando una cruz. Las paredes, alicatadas con baldosas de cerámica blanca y azul, brillaban bajo la luz artificial de las lámparas y entre puerta y puerta tenían instalados bancos de madera, flanqueados por grandes kentias en tiestos ornamentados. Olía a agua y a linimento, también se veían algunos carritos con toallas y albornoces.

    El parapeto improvisado no me impidió ver el precinto policial que sellaba la puerta del cubículo donde, supuse, habían encontrado el cadáver del desdichado. Sin darme cuenta de lo que hacía me acerqué más al biombo, tentado de apartarlo y curiosear tras la puerta.

    -Ésta es la mejor hora, hay poca gente.
   
    La voz me provocó un sobresalto, volví la cabeza, apurado, como si me hubiesen pillado haciendo algo malo.
    A un palmo de mi cara, las arrugas maquilladas del rostro de Maruja Bernal, aparecieron de la nada. Verla envuelta en su albornoz, pintada como una puerta, fue una visión decadente. Pero un brillo infantil de sus pupilas, me decía que aquella mujer aun no estaba acabada.

    -A ese pobre desgraciado lo sacaron de ahí, yo salía de tomar mis vahos de hierbas y lo vi todo.
    -¿Lo vio...?
    -Todo.

    Otra vez sentía ese cosquilleo en la médula, el morbo ante un hecho insólito que disparaba mi imaginación en múltiples direcciones.
    Desde donde estábamos hasta el cruce de corredores no había nadie más que nosotros, un leve rumor de bombas de agua y el aire cargado de humedad eran nuestra única compañía.
   
    -Esta mañana dijo usted que le mataron. ¿Cómo puede estar segura?
    -Porque le pude ver la cara. Lo mataron de miedo. Esos cabrones le aterrorizaron hasta que se ahogo con su propio llanto.
    -Perdone, pero no entiendo lo que dice.
    -¡Puaff!, creí que era usted más inteligente, algo me decía que era un hombre de mundo, ya veo que no es más que otro patán. -Hizo ademan de marcharse pero como se movía con mucha dificultad me dio tiempo de cogerla del brazo y ponerme a su lado para que se sostuviera.

    Sin saber como me encontraba en medio de una gran representación de sombras chinescas. Allí nada era lo que parecía y todo resultaba intrigante. Maruja, la médium, me había metido el miedo en el cuerpo con sus insinuaciones y mientras la acompañaba al ascensor me atreví a preguntarle.

    -¿A que cabrones se refiere? - Arrastrando las zapatillas se dio la vuelta frente a la puerta de ascensor soltándose con brusquedad de mi brazo. Su cuerpo encogido por la artrosis forzó la columna hasta enderezarla y clavó sus ojos en los míos, luego los desvió hasta el fondo del corredor y se mantuvo atenta al cruce de pasillos, le flaquearon las fuerzas y de sus labios temblorosos surgió la peor de las respuestas.

    - A estos hijos de puta.

    Sorprendido, reaccioné con un respingo y me puse alerta buscando en los corredores a la horda de asesinos, pero las termas seguían vacías, solo una fuerte corriente de aire arremolinada en el centro de cruceta de los pasillos, que hacía oscilar las palmeras y aquel borboteo sistemático del agua llenando depósitos de las instalaciones.
    La vieja me había puesto los pelos de punta con sus malditas insinuaciones, en mi estado, la aparición de un hombre junto al ascensor me dejó la boca seca y los pies clavados al suelo.

    - Querida Maruja, no deberías bajar a los baños sin que te acompañe alguien del personal, ya lo hemos hablado muchas veces.
    - Déjame en paz...y ocúpate de tus asuntos, parece que los tienes algo descuidados - Con un gesto, la médium, señaló el biombo al final del corredor.

    Cuando me sobrepuse del susto observé al hombre y reconocí haberlo visto a mi llegada, junto a Rius el maître y los policías. Su cuidado pelo blanco y aquella presencia inmaculada eran inconfundibles. El hombre, apretó los labios al escuchar el comentario de la señora Bernal y pulsó el botón para que se abrieran las puertas del ascensor, luego, con un desagrado palpable me recordó la hora de cierre de los baños. Si estaba esperando algún tratamiento tenía el tiempo justo. - Yo me encargo de la señora Bernal, la sauna está en la puerta diecinueve, vaya usted, ya le están esperando.

    Volví por el corredor hasta el cruce de pasillos, la cronología de los números indicaba que el cubículo que buscaba estaba en el que se abría a la derecha, una de las lámparas del techo fluctuaba intermitente justo encima de una puerta rotulada como Sauna que se abrió mientras me acercaba, del interior salió una muchacha menuda con el uniforme del personal encargado de las terapias. Registró mi nombre en un cuadrante de su hoja de servicios y me invitó a entrar en la estancia.
   
    El vapor formaba una niebla ligera y al poco, mi piel, se perló de gotas de sudor. Sentado en un banco de travertino apoyé la cabeza en la pared e intenté expandir los pulmones. El aire caliente, saturado de humedad, dificultaba la respiración y no conseguía relajarme.
    Aquel lugar había estimulado mi mente enferma y, dejando aparte el hecho de que había un muerto real, los encuentros con los residentes del hotel solo aportaban anécdotas irrelevantes que trataba de hilvanar, para que tuvieran sentido. Pasados unos minutos mí cuerpo ya no soportaba más vapor pero me obligué a seguir sentado en un intento de controlar las bocanadas de aire que no llenaban mis pulmones.

    Me acordé de que, aquella mañana, al entrar en la biblioteca, Rocío, parecía muy afectada aunque después, en la glorieta, sus lágrimas habían desaparecido para dar paso a una extraña historia de ruidos provenientes del subsuelo que era lugar donde se encontraban las termas. Para añadir otro ingrediente, el encuentro sorpresa con la médium lleno de referencias misteriosas acerca de las causas que le habían provocado la muerte al patriarca de la familia de las piscina. Y sobre todo la mirada de odio de la adolescente en el jardín y el desprecio que mostraba el chico rubio hacia mi persona.

    El calor ya era insoportable, la piel me ardía y sentí un mareo incontrolable que absorbía todas mis fuerzas. Me costaba ver bien y no estaba seguro de poder llegar hasta la puerta. Me levante sintiendo las piernas flojas y con torpeza, cubrí mis partes púdicas con una toalla. Con el equilibrio de un beodo avancé hacia la salida guiándome por el piloto verde que marcaba el tiempo de duración de la sauna. La niebla húmeda aumentaba más su densidad, envolviéndome en un aire lechoso que me oprimía desorientándome y cuando mi mano alcanzó el picaporte tuve la sensación de que abrasaba.
    Solté un alarido retrocediendo con un trastabillo. Los ojos me quemaban y tenía que entrecerrar los parpados para fijarme donde ponía los pies. En ese momento de confusión unos potentes golpes provenientes del otro lado de la puerta, hicieron que esta vibrara combándose. Creí que iba a estallar por la presión de los embates de lo que fuese que golpeaba desde el corredor. Cada vez con más fuerza, hasta casi desencajarla del marco, una potencia misteriosa pugnaba por atravesar la puerta, al tiempo que me impedía salir de allí. Las pulsaciones del flujo sanguíneo se aceleraban martilleándome en las sienes y una melodía extraña se me introdujo en el cerebro. Parecían cánticos, como los que realizan los monjes en los monasterios, pero su escala musical era hiriente, desagradable, provocadora.
    Completamente mareado, me desplomé sobre el banco de piedra con la certeza de que, en cualquier momento, algo monstruoso entraría en la sauna para hacerme daño.

    Al empezar a recuperar la consciencia, los golpes habían cesado y el vapor desaparecido casi por completo. Respiraba un aire menos saturado y la presión de la cabeza disminuía. Completamente agotado recogí el albornoz y me desprendí de la toalla.  Con las rodillas flaqueando llegué a la puerta y salí al corredor donde la temperatura era más soportable. Aun aturdido quise inspeccionar la puerta, seguro de que encontraría las marcas de zarpazos y golpes de la bestia, pero estaba inmaculada y la luz que antes parpadeaba en el techo, ahora se mantenía iluminada como las del resto del pasillo.

    Igual que si me hubiesen vapuleado, caminé por el corredor vacío, hasta llegar otra vez al cruce. Sabía que si giraba a la izquierda encontraría el ascensor y las escaleras de acceso pero un movimiento llamó mi atención al otro lado.
    Al final del pasillo, en la pared donde terminaba, una puerta se estaba cerrando y alguien se escabullía tras ella. Tuve tiempo de ver a la niña del vestido blanco y a su hermano del ojo de víbora, la mujer que los acompañaba y que no había vuelto a ver hasta aquel momento, era la misma que estaba con ellos en el comedor y en la piscina.
    Antes de cerrar la puerta, la mujer, me miró desde la negrura que los engullía en la habitación. En aquel momento, la luz que ambientaba aquel sector del corredor se apagó por completo y solo quedaron dos pequeños puntos rojos a la atura de sus pupilas.
    Tropezando me apresuré  para llegar al ascensor con las luces apagándose una tras otra y aquellas dos brasas ardientes que brillaban entre las sombras, a mis espaldas.

     Antes de recuperar el aliento, y con la sensación de haberme desquiciado por completo, salí del ascensor en la planta baja, junto a la recepción. Recordé que al lado de la puerta de acceso, en las escaleras que bajaban a los baños, había colgado un plano de las instalaciones, con referencias numeradas para que los residentes localizaran los cubículos donde se realizaba cada terapia.
    El dibujo de las termas era una perfecta cruz invertida. Se accedía a las instalaciones subterráneas por el brazo más corto y luego se llegaba a la cruceta donde dos corredores más largos que el primero se abrían a derecha e izquierda. El último, y más prolongado, era una continuación del primero. Todas las puertas estaban identificadas y numeradas y quise saber que había en la situada al final del corredor más largo. Ninguna de las paredes que cerraban los pasillos tenía puerta, solo eran pasajes cortados que no llevaban a ninguna parte.
    Confuso y lleno de ansiedad empecé a considerar la posibilidad de que todo lo que había pasado abajo, en las termas, no fuesen más que alucinaciones provocadas por una bajada de tensión en la sauna y las malas vibraciones que, la Bernal, me transmitió. Sin embargo, todo permanecía real en mi memoria, y no podía olvidar aquellos ojos rojos que me observaban desde una habitación inexistente.

    - ¿Se encuentra usted bien? - Era Rius, el maître.

    Estuve tentado de contarle lo que había pasado en los baños, pero las palabras se agolpaban en mi garganta y no supe por donde empezar. 
   
    - Veo que esta mirando el plano de las instalaciones ¿Tiene alguna duda? Si puedo ayudarle en algo no tiene más que decírmelo.
    - Bueno, me pareció que había algo aquí - Señalé el dibujo en cruz colgado en la pared - Al final de este corredor.

    El jefe de salsa se incomodó, pero intentó ser cortés respondiendo que encontraría toda la historia del balneario en la biblioteca y que era una lectura muy recomendable pues los propietarios se habían preocupado de documentar todo el material conocido sobre aquellas fuentes termales, encargando a estudiosos y arqueólogos trabajos sobre su uso en la antigüedad.

    -Ahora, ahí no hay nada. Cuando acabó la construcción de La Gárgola d'Aigua, se cerró el acceso a un túnel que llevaba al propio manantial, era un sitio peligroso y primitivo. Creo que era una construcción del tiempo de los iberos que no ofrecía garantías, así que se cerró al público. Ahora solo se puede acceder desde el exterior. Hay una trampilla en el jardín, junto a la glorieta. Con un permiso especial aun se pueden visitar.

    Ahora estaba seguro. Yo había visto como alguien  desaparecía tras un muro que el maître aseguraba estaba cegado y que no constaba en el plano. Por otro lado, Rius, m informó que se podía llegar al manantial atreves de la losa donde Rocío oyó los misterioso ruidos y la Bernal me confundía con sus alarmantes historias sobre asesinatos a manos de los que ella llamó cabrones.
    Cabía la posibilidad de que las sombras que viera en la niebla no solo fuesen ilusiones fantasmagóricas, y que todo estuviese pasando de verdad.

jueves, 11 de agosto de 2011

RETORNO A LAS SOMBRAS


SOMBRAS CHINESCAS
2a parte
RETORNO A LAS SOMBRAS


    Nada más llegar a mi apartamento, antes de dejar la maleta en el suelo y encender las luces, comprendí que salir huyendo del balneario había sido un error. Durante el camino de regreso a la ciudad tuve tiempo de darle vueltas a la cabeza y llegar a la conclusión de que el malestar que había sentido no era debido a los huéspedes y que al contrario, mi huida, estaba provocada por mi propia mediocridad. Nunca acabaría la novela si no me sobreponía a aquella falta de inspiración. Si aun creía algo en mí, tenía que volver a aquel sitio y concentrar toda la fantasía en los personajes de ficción. Si los residentes del hotel, con sus particularidades, despertaban mi interés, aprovecharía para nutrirme de su presencia, tal vez me ayudaran a desenterrar tramas que hacía tiempo tenía encalladas.

    Conduje parte de la noche y cuando el día empezaba a despuntar llegué a La Gárgola d'Aigua, el balneario novecentista de dónde, apenas hacía unas horas, me había marchado lleno de dudas.
    Pronto llamó mi atención que, a pesar de la hora temprana, apenas estaba amaneciendo, un grupo de personas estaban reunidas cerca de la entrada principal. Les noté agitados y la preocupación de sus rostros era evidente. Dejé el coche en el aparcamiento para clientes, en la parte de atrás y, por un sendero de gravilla, fui hasta la entrada. Mis pasos sobre las piedrecitas atrajeron la mirada de aquella gente.
    Cuando estuve un poco más cerca pude ver los uniformes de cuatro de ellos y reconocer al maître, el sexto era un hombre octogenario, pero de una planta y vestimenta exquisita, mantenía el porte y la espalda recta y lucía una espesa mata de pelo blanco peinada hacia atrás.
    Los policías me saludaron llevándose la mano a la visera de sus gorras y el maître sonrió agravando su desconcierto.

    - ! Pensaba que había tenido que marcharse ! Señor... ¿Montal?
    - He podido solucionarlo ¿Creé que puedo recuperar mi habitación?
    - Bueno, habrá que revisar el registro pero, no me consta que la hayan ocupado…Discúlpeme usted, señor, pero ahora tengo que resolver un asunto con estos agentes, si es usted tan amable en recepción se harán cargo de su equipaje.

    Antes de subir el primer escalón hacía la gran puerta, uno de los policías, me observó con interés, se desplazó sutilmente entorpeciéndome el paso, fue un gesto leve, pero lleno de intención.

    -Buenos días, señor, perdone la pregunta pero me ha parecido entender que estaba usted hospedado aquí, anoche. ¿Eso es así?
    - Me marché al caer la tarde, tuve un imprevisto, pero ahora todo está en orden.
    - ¿Un asunto familiar?
    - Algo parecido, al final no fue nada.  
    - ¿Va usted a quedarse, esta vez?
    - Si, unos días- No entendía por qué tanto interés en mis asuntos y empezaba a    sentirme molesto con las preguntas.-Voy a regístrame, si me permiten, estaré en     la habitación.

    Les dejé al pié de la escalera y entré en el balneario, las grandes vidrieras emplomadas pintaban de colores el mosaico de mármol del suelo y el ambiente era fresco y oxigenado. El mostrador de recepción estaba flanqueado por dos amplios pasillos, el de la izquierda llevaba a la puerta de las instalaciones termales, construidas bajo el hotel. El de la derecha estaba acondicionado con dos sillones tapizados en rojo que custodiaban la entrada a la sala de lectura, la puerta estaba abierta y escuché una voz que creí reconocer. En aquel momento la recepción estaba vacía y opte por dirigirme al salón de la derecha.
    Esta vez nadie se percató de mi presencia, lo que me dio tiempo para hacerme una idea de lo que estaba pasando.
    La chica de los hombros pecosos estaba sentada en un sillón orejero, con las rodillas juntas y los hombros echados hacia delante, mantenía la cabeza baja y su pelo liso le tapaba la cara. Un par de huéspedes que no había visto antes y un matrimonio anodino que estaba en el comedor durante el refrigerio del día anterior, compartían conversación en un amplio sofá en tono inaudible. Junto a una chimenea, al fondo de la habitación, la anciana con aires de marquesa, se erguía muy tiesa, sentada en una silla, más digna que nunca, apoyada en su bastón. Parecía abroncar a la muchacha y no paraba de ofenderla con insinuaciones sobre su valía.
    De los miembros de la extraña familia de la piscina, solo el muchacho rubio, estaba en la sala, parecía que sonreía, observándolo todo a través de su largo flequillo. Él fue el primero en verme y al hacerlo, frunció el ceño. Se levantó como un felino y salió del estudio golpeándome con el hombro al cruzarse conmigo.
    No alcanzaba a comprender que estaba pasando, cuando abandoné la Gárgola d'Aigua, y dejando aparte mi propia neurosis, el hotel era un lugar tranquilo y aquel ajetreo matutino estaba fuera de contexto.

-    Hola, soy Marcelo Montal, nos vimos ayer en el comedor - Me acerqué a la chica del sillón, que levanto la cabeza y pude ver su ojos enrojecidos; aunque ahora no lloraba, su respiración era sincopada y aun tenía un pañuelo entre las manos. Me miró, y alargó la mano sin levantarse, se la estreché con delicadeza y tomé asiento, frente a ella.

    - No le haga usted caso, ¡Es una inútil!, solo sabe lloriquear .- Oí que despotricaba la anciana. - Si por ella fuera escondería la cabeza bajo tierra, para no ver lo que está pasando.
    - Discúlpeme, señora, pero ¿Qué ha sucedido aquí? ¿Qué hace la policía en la entrada?
    - ¿Qué qué ha pasado?, ¡pues que le han matado! Ese hombre no me gustaba, ahora que no está ese chico con ojo de serpiente, puedo decirlo, ese tipo no era trigo limpio. ¡Se le veía en la cara!- Y la mujer se incorporó con la ayuda del bastón- Lo han encontrado esta madrugada, muerto,  en las termas ¡Vaya escándalo!, este lugar ha perdido toda su clase, ya dejan que venga cualquiera.
    - ¿Quién lo encontró?- Pregunte conmocionado por lo sucedido.
    - El servicio de mantenimiento, al revisar las instalaciones- Se atrevió a contestar la muchacha mientras se sonaba la nariz.
    - ¡Que sabrás tú!, si fueras una señorita dejarías hablar a los mayores. ¿Puede usted creer que esta niñata me dejó abandonada cuando anochecía en el jardín?, ¡Tuve que volver sola a mi habitación! ¡Ya no hay respeto por la edad! Esta juventud no tiene valores. ¿No piensa usted lo mismo?

     Esquivé la pregunta levantándome y ofreciéndome a acompañarla a sus aposentos, pero me dijo que la policía los había reunido allí para hacerles algunas preguntas. No me di por aludido ya que, a mí, los agentes no me habían emplazado a esperarles. Recogí la maleta y volví a la recepción. Media hora después ya me había quitado los zapatos y recostado en la cama. Aquella mañana, me saltaría el desayuno.

    A la hora del aperitivo me sentía descansado y hambriento. Después de asearme y ponerme ropa cómoda, dejé la habitación para hacer tiempo en el bar del hotel e indagar un poco más sobre lo que había pasado la noche anterior. Para familiarizarme un poco más con el establecimiento, bajé por las escaleras que, en cada rellano, se iluminaban con grandes ventanas en forma de uso. Los cristales estaban emplomados con una reja de rombos, y el del centro del tramado, era transparente como el aire. A través de uno de ellos, cuando ya estaba en la primera planta, vi el jardín, y como si la geometría lo enmarcase, la glorieta. Allí, la chica triste fumaba un cigarrillo, apoyándose en una de las columnas.
    Al bajar el último tramo de escaleras, me encontré de cara con el maître. Subía apresurado los escalones y casi tropieza conmigo. Con cara de susto, se disculpó.

     - ¡Oh! Discúlpeme, no le había visto...no es habitual que los huéspedes hagan uso de las escaleras. ¿Le pasa algo al ascensor?, puedo hacer que lo revisen.
    - No se preocupe, solo estiraba las piernas, he conducido muchas horas.
    -Bien, bien, estupendo...-Parecía contrariado y no se decidía a continuar subiendo, como le vi titubear pensé que era un buen momento para fisgar un poco más.  
    - ¿Quién es esa chica? Se la ve siempre tan abatida que me preocupa.- Le indiqué que mirara por el rombo de la ventana.
    - ¡Vaya!, aquí no está permitido fumar...Bien, imagino que dadas las circunstancias podemos ser permisivos- Bajo la vista con el ceño fruncido- Si, la señorita    Rocío...creo que ya estuvo alojada con nosotros hace unos meses. Sí, hace unos meses.

    Era evidente que el hombre estaba incómodo y que tenía la cabeza en otro sitio. Me eché a un lado para dejarle las escaleras libres.

    - Le veré en el comedor.
    - ¡Por supuesto! Para cualquier cosa que necesite. Soy, Guillermo Rius, Jefe de Sala y el encargado del bienestar de los clientes.
    - Creo que me daré un paseo por el jardín.
    - Una idea excelente- dijo mientras desviaba la vista a la ventana- Vaya usted- Y con un saludo de la cabeza reanudó su tarea escaleras arriba.

    Estaba  claro que me iba a costar centrarme, a la clara crisis creativa había que añadir el extraño ambiente que reinaba en el balneario, después de una noche trágica. La curiosidad hizo que, una vez más, me alejara de mis objetivos postergando el momento de sentarme a escribir. Me dije que trabajar bajo presión nunca daba resultados y menos si mis pensamientos estaban en otra parte.
    Desde la planta baja, accedí al jardín para encaminarme hacía la glorieta. La muchacha apuraba el cigarrillo con la mirada perdida en los parterres de violetas que tenía enfrente. Algo en su aspecto había cambiado. Me pareció que la aparente fragilidad que la envolvía, se esfumaba, desmintiendo la imagen que yo retenía en la cabeza. El sol estaba casi en su cenit y le despejaba el rostro de sombras. Parecía contrariada, pero más relajada que en el salón de lectura. En mi fantasía le asigné el papel de solitaria, de persona débil y deprimida, no tardaría en comprobar que, su discreción, era solo una pose.
    Lanzó la colilla al suelo y la pisó hasta desintegrarla.

    - ¿Ha descansado?- Me preguntó nada más verme.
    - Lo suficiente, parece que ahora está todo tranquilo. ¿Aún está la policía por aquí?
    - ¡Joder, no! Ya se largaron, nos tuvieron hasta hace poco enclaustrados en la biblioteca ¡Con la loca de la vieja esa! ¡La tengo atravesada!
    - Parecía muy enfadada con usted.

    Estuvimos hablando un buen rato. Me dijo que se llamaba Rocío y que estaba recuperándose de un virus que contrajo en la India, donde trabajaba como voluntaria para una organización dedicada a excavar pozos y levantar escuelas. Nada que ver con la mujer depresiva y abandonada de mis fantasías. Cuando le pregunté sobre lo que había dicho la anciana marimandona, me explicó que su nombre era Maruja Bernal, y que en su momento fue una famosa médium, a la que acudían celebridades de todo el mundo. Al parecer residía de forma permanente en La Gárgola d'Aigua y gozaba de algunos privilegios por parte del servicio.
    Cuando la señora Maruja le pidió que la acompañara hasta la glorieta, Rocío, no se imaginaba que la iba a tener secuestrada el resto de la tarde y cuando la luz empezaba a escasear se dio cuenta de que estaban solas en el jardín. Rocío le recomendó a la señora volver al interior del hotel, a esperar la cena en uno de los salones, pero Maruja Bernal siguió explicando aventuras de sus momentos gloriosos y no le hico caso.

    - Entonces empezaron los ruidos, venían de abajo, del subsuelo- Señaló una losa de piedra con un pequeño grabado en la esquina. Flexioné las piernas para acercarme más al suelo y observar el dibujo esculpido en la losa. Era una gárgola, o un murciélago, no supe descifrarlo, aunque lo relacioné con el nombre del hotel. Rocío encendió otro cigarrillo mientras continuaba con su relato. Según contaba, primero se oyeron unos golpes amortiguados y luego una letanía de cánticos que la piedra apenas dejaba filtrar. Luego una fuerte vibración que le subió por las plantas de los pies y algo que le pareció un alarido. Rocío se asustó y apremió a la decrepita médium para abandonar la glorieta, pero Maruja Bernal se negó alegando que ella no oía nada, así que la muchacha la dejó sola cansada de soportar su despotismo. Me dijo que no sentía ningún remordimiento porque dejó avisó en recepción, para que se ocuparan de ella.

    Estaba fascinado, los hechos que sucedían a mí alrededor volvían a activar mi más oscuras perversiones dejando que la imaginación tejiera tramas inconcebibles e irracionales.

    En el centro del camino que llevaba hasta el cenador, derepente, apareció la niña de piel aceitunada que vi con la extraña familia. Llevaba un vestido suelto de tirantes de un blanco exultante, que destacaba frente al verde del frondoso jardín. Con la barbilla hundida en el pecho nos miraba fijamente con sus ojos rasgados y parecía furiosa. Me fijé en que apretaba los puños con rabia y aunque nos separaban más de diez metros, creí verla temblar.
    Tanto Rocío, como yo nos quedamos pasmados sin saber que hacer hasta que, veloz como un rayo, el chico del flequillo surgió tras unos cipreses y la agarró del brazo obligándola a seguirle. También el nos fulminó con su ojo ambarino.
    Tardamos unos segundos en reaccionar, la mirada de odio que nos había dedicado la chiquilla no tenía ninguna justificación, al menos para mí.   

jueves, 4 de agosto de 2011

EL ALMA GÉLIDA

Este verano me he decidido a publicar en el blog una historia que lleva tiempo en los cajones.
Cada semana, añadiré un capítulo de EL ALMA GÉLIDA, que espero despierte vuestro interes.
DESPERTAR, es el primer capitulo y para seguir un orden de lectura he agregado un enlace en la barra superior que servira de índice.
Espero que os guste. (faltan muchas correcciones, pero ahora me interesa vuestra opinión y saber si vale la pena el esfuerzo)

miércoles, 3 de agosto de 2011

VIDA SIN SOL


Hay un momento en el ciclo que abarca un día en el que dos fuerzas universales se encuentran para diluirse la una en la otra.
             De hecho, ese fenómeno, ocurre dos veces en cada periodo y en ambas ocasiones  el cielo explota en colores y la vida en la tierra se acomoda para adaptarse a ese pasaje de la jornada.
            Para mí, son espectáculos prohibidos y me cuido muy mucho de contemplarlos. Cuando llega la hora me resguardo en mi guarida, con los porticos de las ventanas cerrados para que la luz del sol no se cuele en las estancias.
            En mi biblioteca, iluminada por candelabros y candiles, paso veladas releyendo poemas y leyendas, contemplando las bellas ilustraciones que sintetizan la belleza de aquella estrella, que algunos, aun hoy, adoran como a un Dios y que es sinónimo de mi destrucción.
             En los tratados de física descubrí la composición del fuego que la alimenta y en los de astronomía, su posición de privilegio en el centro de las órbitas planetarias. En otros documentos más secretos, los astrólogos filosofan en cuanto a su poder zodiacal y la influencia energética sobre los seres vivos, los más audaces aseguran que forma parte de un mapa en el que se leen acontecimientos venideros.
            Me pregunto qué tendrá esa luz que la diferencia del resplandor de los maderos ardiendo en la chimenea ¿Será la potencia de su fuego? ¿Algo químico? O en su defecto, algo divino.
            Mis antepasados emplearon siglos en la búsqueda de un antídoto, de un remedio que les permitiera salir de la oscuridad, sin ningún éxito. El día, para nosotros siempre ha estado partido en dos y una de las partes, la de la luz y su calor, es terreno inexplorado.
             A veces me siento frente a una ventana cerrada y cierro los ojos intentando captar esa energía que genera vida y que se estrella contra los muros de la casa, imagino que una parte del derroche de flameante del sol, atraviesa las paredes y me impregna con un tierno cosquilleo, pero mi carne está fría como el mármol y solo siento dolor.
             Mi único consuelo son los libros, pero ¿Cómo imaginar algo que nunca se vio? Si me atengo a los dibujos y pinturas que representan a la estrella solo obtengo una imagen plana, circular, con aspas ardientes y muchas veces con rostro humano, pero siempre, como iconos de vida para ese mundo que yo vivo como tenebroso cuando me aventuro a salir de este encierro.
             Darle forma, es una cosa, sentir su presencia, otra muy distinta.
            Quisiera ser una semilla semienterrada en la tierra que recibe las pulsaciones del sol como alimento para germinar y abrirme camino entre la arena, hasta aflorar en el llano, o como el agua que se evapora bajo sus rayos y forma ciclos de nubes, o como el anciano que descansa en un banco, perdido en sus pensamientos, mientras el sol le acaricia la piel. Quisiera no ser lo que soy y renegar de mi alma de murciélago, ceder todo los privilegios de mi casta para mezclarme entre la gente y tumbarme panza arriba sobre la yerba, para sentir el olor de la luz.
Me despediría de la luna y de una vida en blanco y negro y luz artificial que tanto frío me ofrece. Caminaría por la arena, sorteando el borde de las olas de un mar brillante que se derrama en la playa, desnudo al sol, como un niño, y mis castillos de arena estarían llenos de ventanas abiertas.
             Nací distinto. Soy un maldito, un ser inmortal, siempre que me mantenga en la oscuridad de la noche y me oculte en mis criptas preferidas.

(Si te gustó el relato puedes votar en este enlace)
http://elrelatodelmes.wordpress.com

martes, 2 de agosto de 2011

EL HOMBRE SIRENA



          
Querían que les acompañara, a ver la atracción que llegaba al pueblo y me gritaban, desde la calle, que bajara. El cafre de Vicente, trepó por una farola, subiendo hasta la altura de la ventana de mi habitación. 

-¡Venga! ¡Marica! ¡Que no llegamos!- Voceaba, a través de la ventana. Le hice un gesto, con el dedo medio hacia arriba, y me puse la cazadora, antes de bajar y reunirme con ellos en el portal.

                Durante todo el trayecto, hasta el lugar donde estaba instalada la feria, Vicente, no dejó de torturar al bueno de Juanico, empujándole cuando pasábamos junto a alguna muchacha, o poniéndolo en evidencia, porque sus quilos de más le hacían sudar, el caso era meterse con alguien. Los demás, inmaduros como éramos, le reíamos las gracias, aportando nuestro granito de arena, con chascarrillos ocurrentes. Hasta Juanico, se reía.

En los carteles, que los feriantes repartieron por el pueblo, nos llamó la atención una de sus atracciones, todos estábamos excitados por lo misterioso del anuncio. En la pubertad, las cosas insólitas, despiertan los cinco sentidos y revolucionan la imaginación.
El plan era darse una vuelta por las casetas de tiro, montar en los autos de choque, donde Vicente daría rienda suelta a sus instintos, y nosotros descargaríamos adrenalina pavoneándonos frente a las chiquillas. Antes de marcharnos, montaríamos en el tren del terror y después, embobados, nos apiñaríamos en torno a los trileros, quedando fascinados por la bolita, que nunca estaba donde debía. Para el final dejamos lo que en realidad habíamos ido a ver, y cuando llegamos, aun envalentonados, nos quedamos perplejos al leer un cartel, junto a la taquilla.

- MENORES, ACOMPAÑADOS –

Llenos de frustración, nos miramos unos a otros, sin saber que hacer ¿Nos lo íbamos a perder?

- Dadme la pasta, ya me encargo yo- Vicente siempre fue el más lanzado de todos nosotros, le obedecimos y juntamos las monedas que nos quedaban.

Esperamos a unos pasos de la cabina de tiquets, mientras nuestro amigo le echaba morro al asunto. Para nuestro alivio, el encargado, le entregó las entradas con una mirada llena de complicidad. El día antes, llovió durante toda la tarde, y la recaudación de los feriantes fue pobre, así que hoy hacían la vista gorda.

Nos incorporamos a la fila, escuchando las arengas de un hombre, vestido con levita polvorienta y bastón que agitaba, como si de una batuta se tratase. Su voz teatral e impostada, le daba más pompa al discurso.

- ¡...Pasen y vean!  ! Nunca antes, sus ojos, han contemplado fenómenos, como los que hemos reunido, para ustedes!  Venidas de todos los rincones del mundo, estas proezas de la naturaleza, compartirán hoy sus secretos con aquellos valientes capaces de soportar su singularidad. ¡Amigo mío, si es usted débil de corazón, le ruego que no entre en la Casa de los Monstruos! Aunque si lo hace, si vuelven a sus quehaceres sin cruzar la entrada de esta muestra de prodigios, seguirán viviendo en la ignorancia. ¡Señores!  Ésta es la última sesión, no apta para cobardes.

¡Como no íbamos a estar excitados, ante tanta propuesta misteriosa!

Hoy me resulta fácil describir lo que vi en aquella carpa, y restarle importancia, pero en aquella época lo viví con un fervor arrebatador, que me mantuvo muchas noches sin dormir. Las pesadillas, nos afectaron a todos, menos a Vicente, que pronto dejó el grupo de niñatos, para ronear con sus primeras novias. El resto, quedamos conmocionados durante semanas.

Nada más entrar, la penumbra y un fuerte olor a lonas viejas, y sudor, me transportaron a un mundo extraño, lleno de murmullos y risitas histéricas. Me costaba estar quieto, e impaciente, me fui haciendo sitio en la primera fila, frente a una tarima, iluminada por un solo foco. Una pesada cortina roja, ocultaba el fondo del escenario, aunque las corrientes de aire la agitaban de vez en cuando.
El cicerón de la levita, se incorporó a la escenografía, y dirigiéndose a los espectadores, les rogó silencio.  A una señal de su bastón, el telón, empezó a abrirse lentamente.

El desfile se inició con una cabra de dos cabezas, que mantenía el equilibrio sobre un pódium, adornado con estrellas de purpurina. Luego trajeron a unos chimpancés siameses, encadenados por el cuello con argollas, y después, encerrado en una jaula, un cocodrilo blanco, al que lanzaron una gallina para que la devorará.
A esas alturas, ya tenía los pelos de punta, pero la segunda parte del espectáculo me reservaba emociones más fuertes e inexplicables.

Una mujer con larga barba, que sostenía en sus brazos a un anciano diminuto, como si fuera un bebe, se colocó en el centro de la escena, no dijo nada, solo se exhibía, asegurándose de que se le viera bien la cara al niño enfermo de progenia. Minutos más tarde se marchó, por un lateral, arrastrando su pesado vestido de época.

 Cuando la luz volvió a encenderse, el Hombre Cíclope, había tomado posesión de la tarima. Su único ojo aparecería muchas noches en mis sueños, durante años. Su deformidad genética también afectaba a la nariz y parte de la boca, dándole aspecto de sapo, de un solo ojo. Se había tatuado la cara y el cuerpo, con símbolos tribales, y solo llevaba un taparrabos para cubrirse.

“Las Maravillas del Mundo” que esperábamos ver, me estaban revolviendo el estomago, mire a mis compañeros, con la esperanza de que alguno dijera que ya tenía bastante, pero nadie quería confesar su miedo, y yo, no quise ser menos. Me prepare para el último pase, mientras me subían las pulsaciones.

Apagaron el foco en cuanto el ciclope acabó su número, y corrieron las cortinas. En la oscuridad, escuchamos como, tras la tela, arrastraban algo pesado, que hacía crujir los tablones del suelo, y un profundo burbujeo acuático, parecido al de los acuarios. Empezaba a faltarme el aire y solo un pellizco en las costillas, del oportuno Vicente, me devolvió a la realidad. Las poleas chirriaban, cuando descorrían el telón, y la luz tomó un tono azulado para enseñarnos una gran pecera llena de agua, y sumergido en ella, una forma íctea, se revolvía y golpeaba las paredes de cristal. Los espectadores dieron un paso atrás, temiendo que el vidrio cediese, y se levanto un murmullo ansioso. Juanico, soltó un gritito ahogado, y yo contenía como podía un escalofrió que me hacía temblar.

           Aumentaron la potencia del foco, un poco más, lo justo para que pudiéramos ver al ser que buceaba en la urna.

El encargado de la caseta pidió silencio, y nos rogó que nos tapáramos los oídos, ya que si alguien se atrevía a escuchar la voz del Hombre Sirena, perdería su alma, y advirtió que, como el Homérico Ulises, debíamos ser fuertes y no ceder a su canto.

En la pecera, un medio-hombre famélico, de torso blanco y arrugado, me miraba con grandes ojos de pez. De cintura para abajo, era igual que las focas que había visto ilustradas en mis libros. Le vi abrir la boca, y las burbujas  brotaron de su garganta. Apreté las palmas de las manos en mis oídos, con todas mis fuerzas, pero el zumbido, que provocaba con la presión, no ahogo el canto de sirena.

Un agudo alarido, nada melódico, semejante al de la fricción de dos metales, iba aumentando de intensidad. Yo no se si surgían de su garganta, o era un efecto sonoro, pero el caso es que, poco a poco, los espectadores, fueron abandonando la carpa, agobiados por el sonido y la imposibilidad de eludirlo. La amenaza del feriante, también tenía su peso en la decisión de marcharse, pero yo, hipnotizado, y aun a sabiendas de que todo debía de ser un truco, me mantuve inmóvil, con las manos apretándome el cráneo.

Entre burbujas y gorgoteos, escuché con claridad:

-CUENTA LO QUE VISTE, CUENTA LO QUE VES...Y LO QUE IMAGINES-

Sentí como me agarraban del brazo y tiraban de mí. Juanico me arrastraba fuera de la caseta, terriblemente asustado, junto a los otros. A trompicones, riendo casi con histeria, mis colegas y yo, nos alejamos de la feria, con el corazón latiendo enloquecido.
Todos habíamos oído el canto del Hombre Sirena y por tanto, de alguna forma, estábamos malditos. Cuando comentamos la experiencia, cada uno le añadía su propia percepción, pero ninguno contó que, el sireno, les hablara directamente, y solo se quejaban de los feos sonidos que habían oído. Sin embargo, yo escuche una voz, alguien me habló y yo si que entregué mi alma.

           Aquella noche llegué a casa, justo antes de que me echaran en falta para la cena, disimulé, como pude, las prisas por terminar la repugnante verdura, y en cuanto acabe, pedí permiso para irme a la habitación, mis padres, extrañados  preguntaron si me encontraba bien, pero cedieron sin insistir demasiado. Cuando estuve a solas, en mi espacio íntimo, saqué un cuaderno de un cajón, y rebusque hasta encontrar el bolígrafo, regalo de la comunión, y sin darme cuenta, las palabras surgieron, encadenando frases, que llenaban lentamente las hojas de la libreta. Cumplía condena, contaba lo que había visto, explicaba lo que veía, e imaginaba lo que estaba por venir. Sin darme cuenta, había sido seducido por el canto del hombre pez, para convertirme en un hombre sirena, que cuenta historias, para embaucar a quien se cruza en mi camino, apropiándome de su consciencia, por lo menos, mientras dura la lectura.