martes, 6 de abril de 2010

EN LA TRINCHERA



AUTOR: MIQUEL FARRIOL
LECTURA: JULIÁN GIJÓN

Apostado en el campanario, tenia la mejor atalaya para observar la planicie que se extendía bajo su sombra. Desde allí, cualquier movimiento que se produjera en la trinchera, cavada a unos cientos de metros, no le pasaría inadvertida y solo, al caer la noche, la oscuridad protegería a los que allí resistían,

Ya hacía días que mantenían aquel pulso. Los unos, apretujados como conejos en su madriguera, intentando mantener la posición y el vigía del campanario, alerta ante cualquier movimiento. Sus órdenes eran claras. Disparar a quien se atreviese a sacar la cabeza de la trinchera.

Aquel día, un cielo brumoso acompañaba al sol que se ocultaba tras las colinas y el soldado del campanario, agudizó sus sentidos y tenso la mandíbula. Su experiencia en guardias como aquella le decían que, en contra de lo que se podía pensar, aquel era el mejor momento para su particular "caza". Cuanto más negra era la noche, mejor, y solo faltaban unas horas para la luna nueva.

En sus largas vigilias le daba vueltas a aquella situación, y no lograba entender porque los soldados que se atrincheraban en el llano, cometían cada noche, el mismo error.

Y sin embargo ahí estaba otra vez.

Un diminuto punto luminoso, apenas perceptible, fluctuaba en el borde de la fosa. Era como una estrella lejana que apenas revelaba su existencia emitiendo un destello leve y fugaz, pero que marcaba una posición concreta, una referencia a donde apuntar el cañón de su fusil.

El veterano tirador, apretó los labios mientras ajustaba la mirilla de su arma y se acomodó la culata en el hombro. Apretó con delicadeza el gatillo y un trueno lleno de ecos la llanura.

Al instante, la pequeña lucecita desapareció y la oscuridad volvió a ser completa.

Él, sabía que sus probabilidades de acertar, con su disparo, eran mucho mayores en aquellas condiciones que a plena luz del día y aunque no se sentía feliz haciéndolo, era su misión y una lucha por su propia supervivencia, así que solo aprovechaba la ventaja de que disponía y actuaba en consecuencia.

El tímido destello duraba, lo que dura un fósforo y servía para dar lumbre a más de un soldado. Así, agrupados alrededor de la llama, aprovechaban la cerilla para encender varios cigarrillos al mismo tiempo, ya que casi habían acabado con sus existencias.

Aquella acción tan sencilla requería una difícil decisión pues no solo se trataba de ponerse de acuerdo en el momento en que debían encender sus pitillos, también debían estar preparados para ser un blanco fácil, pero ante situaciones desesperadas, donde lo único que importa es el presente, aquellos hombres, decidían compartir el riesgo y tentar a la fortuna.

En lo alto del campanario, su enemigo, paciente, esperaría ese momento y apuntando al centro del destello, sus probabilidades de acierto se multiplicaban por tres o cuatro. Una más por cada hombre que se atrevía a compartir la llama. Dispararía a bulto, y el proyectil cruzaría en unos segundos la planicie al encuentro del soldado a que estaba predestinado.

Incluso en momentos como aquellos, cuando el peligro era tan evidente, los hombres se agrupaban para compartir y aquello tenía algo de hermoso. Ante la dificultad, ante el dolor y el miedo algo dentro de ellos les hacía agruparse. Haciendo piña, alrededor de una llama temblorosa.

Aquella batalla, un día, terminaría. Y los supervivientes volverían a casa a recomponer sus vidas. El francotirador, olvidada su arma en un rincón, se integraría con sus semejantes con la lección bien aprendida y una perpleja admiración hacia el resto de los hombres.

Cuanto más difícil es el momento. Cuanta mayor es la escasez, las personas, más comparten su energía y demuestran más capacidad de trabajo. En esa unión, capaz de reconstruir sobre ruinas nuevas catedrales y hermosas ciudades, late una de la mayores virtudes que puedan tener los seres humanos y de la que dependen, por completo, para su supervivencia.

Trabajar en equipo, apoyándose unos con otros. Buscar objetivos comunes y aprovechar el flamear del fósforo, por breve que este sea, para acercarse a sus semejantes y ponerse a tiro de la fortuna, tiene riesgos, pero también da apoyos, lazos de los que sacar provecho.

Hoy, el campo de batalla es un prado falto de agua, una tierra cada vez más yerma que apenas da cosecha y aunque los tiempos de tanques y bombardeos pasaron, otra lucha despiadada se desenvuelve entre las colinas y los vientos barren la plana cargados de temores, escaséces e incertidumbre.

El tirador de la torre, regresó al valle con la idea de cavar una nueva trinchera donde resistir los malos tiempos, algunas personas más se protegerían allí aportando sus mermadas fuerzas para cavar, apuntalar y resistir las frías noches que tenían por delante. Llegado el momento, se acercarían unos a otros, y el soldado sacaría cajetilla de cerillas del bolsillo de su chaqueta, y tras elegir una, le prendería fuego.

En la caja ya quedan muy pocas cerillas pero reservarlas solo alarga la escasez.

¿Será este el momento de encenderla? O conviene reservarlas por si las cosas empeoran.

Nuestro soldado, no dudó ni un instante. Con un rápido gesto de la muñeca rasco el fósforo que se coronó con un aura ardiente, iluminando la penumbra. Y protegiendo su fulgor con la otra mano, la ofreció al resto del grupo.

Aquella noche, la torre del campanario, no escondía a ningún francotirador, y la llama que unió a unos cuantos, seguía brillando después de encender el último cigarrillo.

martes, 23 de marzo de 2010

EN RED



¡Como cambian las cosas!, ¿Hasta donde se puede llegar en un futuro próximo?...

Andaba atareado organizando mi agenda y los apuntes con las citas y compromisos que tenía para aquella semana y me di cuenta de que, el quiosquero, me observaba receloso. Por su actitud de los últimos días notaba que no acababa de entender los planes en los que le había embarcado y que exigían de él un profundo cambio de actitud.

Yo, ya le había explicado que la clave consistía en dejarse llevar por la corriente y que las gárgolas, cuando no podemos volar contra el viento, planeamos hasta encontrar un nuevo nivel donde el aire, en vez de frenarnos, nos de impulso.

 Todo eso es muy bonito, pero ¡Yo, no vuelo!- y se enfurruñaba volviendo a su permanente estado de mal humor.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. Ni más seguro perdedor que quien se aferra a hábitos obsoletos. Volar, crecer, explorar lo hacemos todos, solo hay que regular la intensidad del impulso a nuestras expectativas.

En marqueting se diría que marcamos un objetivo. Un punto al que queremos llegar.

En algunas filosofías orientales ese objetivo consistiría, precisamente, en no tenerlo. Es decir, conduciríamos nuestros pasos, nuestro vuelo, según las circunstancias sin ejercer presión, pero con constancia.

Para que se me entienda:

Una gárgola, contrata a una prestigiosa agencia de publicidad que le propone una maravillosa campaña de promoción que la posicionará, en un breve espacio de tiempo, como la más famosa de las gárgolas, y para ello se servirán de los métodos más punteros en comunicación y estudios de mercado. La agencia, para vender el nuevo producto, segmentará dicho mercado y canalizando sus esfuerzos hacía ese sector logra que su mensaje cale en quien lo escucha. A corto plazo, la gárgola está contenta y su objetivo cumplido.

Otra gárgola, vecina de la anterior, también aspira a prosperar. No le falta meta a la que llegar, ni es un ser resignado, así que encamina sus pasos sin agobios pero con constancia hacia su nuevo destino. Para ello se mantiene alerta y asume la rutina diaria destinando siempre una parte de sus energías a reafirmar sus convicciones.

También esta gárgola consigue sus objetivos. No de forma tan impactante como la primera, ni tan vertiginosa, pero si ajustada a sus posibilidades.

Así que las dos triunfan.

¿Como lo consigue la segunda de las gárgolas?
Como he dicho, lo primero es el propósito, luego la convicción y la serenidad. Lo que conduce siempre, a la consecuencia.

Hay quien defiende que nada es fruto de la casualidad, y que todo, sin estar predestinado, sucede por una razón. Depende de uno mismo discernir el camino correcto.

Daos un respiro y contemplad a vuestro alrededor, fijaos en los cambios sin asumirlos antes de comprenderlos. En estos tiempos; la tecnología, la formación y múltiples sistemas subvencionados están al alcance de vuestras manos y es imprescindible incorporar en vuestras decisiones todos estos valores.

Después del último apunte en la agenda, me acerque a mi compañero y le grite al oído.

-¡Mañana te toca ir a un cursillo sobre web"s 2.0! - Noté como las rodillas le temblaban.
-¡Pero si yo no entiendo de eso! - Y me miraba suplicante.
-¡Pues por eso!- sentencié autoritario, y me largué a que me diera el aire.

En red. Interconectados.
Nunca antes fue tan fácil acceder a cualquier información.
Redes sociales, negocios On-Line.
Conceptos que hace unos años parecían ficción y que las nuevas generaciones integran de forma natural es sus hábitos y que obligan a seguir el ritmo que ellos marcan.

Cuando sobrevuelo los callejones me doy cuenta de que todavía hay caminos inexplorados que están a la vista de todos vosotros: De la florista; del pastelero; del pesimista quiosquero; del joyero y el de la tienda de informática; y de aquel que montó una gestoría; o el otro, que regenta un establecimiento de hostelería. Todos y cada uno de ellos aún dudan que tengan algo que ver los unos con los otros, ignorando el potencial que tienen en conjunto.

El nuevo mundo está En Red, y no tiene porque ser solo en el ámbito virtual. Un terreno en el que muchos se sienten inseguros y que requiere una puesta al día difícil para otros.

Sin embargo, el concepto, es fascinante.
Unos, con otros, tejiendo entramados, aprovechando flujos de clientes, colaborando y contratando servicios comunes y como no, diseñando nuevos productos para nuevos mercados.

Poneos las pilas, la red se extiende rápido, apabullante y enigmática.

Alguien podría decirme, ¿Hasta dónde se puede llegar?

martes, 9 de marzo de 2010

HYDE



TEXTO: MIQUEL FARRIOL
LECTURA: JULIÁN GIJÓN

Aun no despuntaba el sol que despierta a la ciudad y yo ya estaba acabando de afeitarme. Tenía por delante un día apretado, repleto de tareas imprescindibles que no podía descuidar y me sentía agotado ya antes de empezar la jornada.

Mientras me aclaraba el jabón restante del mentón una sombra cruzó en el espejo que presidía el lavamanos. Sobresaltado por el fugaz cambio de luminosidad, levante la vista.

El terror se apodero de mí. Justo enfrente, enmarcado por los límites del cristal, un rostro horrible me devolvía la mirada y se movía al mismo tiempo que yo lo hacía.

Creí ahogarme incapaz de controlar el aire que mis pulmones aspiraban y petrificado como estaba, no sé cuantos minutos transcurrieron antes de reaccionar.

El ser infernal se mantenía al otro lado del espejo, sin hacer nada, imitando mis gestos con una complicidad que no entendía. Sus enormes ojos de dragón se clavaban en los míos y, a pesar de sus terribles colmillos, mimetizaba la mueca de asombro que se me había quedado en los labios.

Tenía la piel grisácea como el granito y unas puntiagudas orejas, semejantes a las de los murciélagos.

Me mojé repetidamente la cara con la esperanza de que la visión se desvaneciera, pero el monstruo no se marchaba y termine por familiarizarme con sus rasgos.

¿De donde había salido aquello?, Y sobre todo, ¿Qué quería de mí?

Convencido de que la falta de descanso me había perturbado la razón recuperé el control y le di la espalda, abandonando el cuarto de baño.

Me apresuré con los últimos toques en mi vestimenta, abotone mi abrigo y salí a la fría mañana de aquel febrero funesto.

A medio camino de mi puesto de trabajo, una pareja embozada con bufandas y gorros de lana, se cruzaron conmigo y por un momento, nuestras miradas se encontraron.

Él más alto, sin duda, era un gigante devorador de niños, y su compañero un fauno con cornamenta retorcida.

En la esquina, una mujer solitaria también encaminaba sus pasos en dirección contraria a la mía y cuando estuvimos a la misma altura me fue fácil identificarla como una valquiria guerrera capaz de cortar la cabeza a quien amenazase sus intereses.

Poco a poco, rodeado de visiones llegue al local donde trabajaba y tras el ritual diario de encender las luces, recoger correo y poner en marcha ordenadores y maquinarias diversas me acomode a la espera de clientes. Ya clareaba sobre las azoteas y yo seguía evitando posar la mirada sobre cualquier superficie que reflejara mi imagen.

Entonces una bruja despeinada con un niño ogro entraron en el local y curiosearon por las estanterías de mercancías.

Y lo vi todo claro.

La gárgola del espejo no era una aparición de otra dimensión, sin duda siempre había sido yo. Yo mismo, o una de mis caras. Una más de tantas. Lo mismo que la bruja o el fauno, en cada una de esas entidades habitaban más personalidades de la que se veía a primera vista y nadie era el mismo durante todo el tiempo. Los temores que sentía se alejaron al comprender que hay momentos en que conviene ser un elfo suave y místico, o un bohemio trovador amante de la buena vida. Otros días es mejor que mister Hyde asuma sus responsabilidades y tome las riendas de los acontecimientos.

 Bienvenido, Mr. Hyde. Hoy tenemos trabajo por delante.
 Siempre me llamas cuando las cosas se te ponen difíciles. - Retumbo una voz en mi cerebro.
 Así es- Contesté a mi propio fantasma- Necesito de tu fuerza.
 Dime que hay que hacer, y lo are.

Y era cierto, yo, el vecino tranquilo y amable, podía ser una gárgola, un bufón, un entrañable acompañante o un brutal Hyde que se desenvolvía con seguridad en cualquier situación. Sin miedo ni verg? con toda la potencia de quien se sabe fuerte. Y los que me rodeaban también ocultaban monstruos en sus corazones que se disputan el poco espacio que ocupa el alma.

Quien me conoce sabe que soy un ser humilde, algo débil y propenso a la vaguería. Si por mí fuera, me alejaría de las multitudes y pasaría los días contemplando como danzan las nubes o como el viento mece las hojas de los árboles. Pero en el segundo milenio, la vida contemplativa no da de comer, ni viste mis carnes. Así que hace tiempo me propuse una lucha conmigo mismo y con los distintos habitantes de la caverna de mi espíritu. Y encontré a Hyde. Mi salvador.

Cuando dominas a los distintos inquilinos de tu personalidad, los alimentas y dejas que se desenvuelvan cuando toca, aprendes sus nombres y puedes llamarlos cuando te hacen falta. Así que dejaré que el espejo me devuelva la imagen de mi rostro desfigurado, o enviaré a Hyde en los momentos en que tenga que mostrar mi lado más fuerte, más seguro y embaucador. Puedo confiar en él ? que soy yo ? pues, puede llegar a ser encantador y sabe desenvolverse en cualquier baile de mascaras.

¿Cuantas personalidades más aprenderé a controlar?

¿Los médicos verán en mí al prototipo de esquizofrénico? ¿O reconocerán sus propias identidades?

¿Somos lo que somos?... O somos mucho más.

Yo estoy contento, aliviado, sigo siendo el soñador predispuesto a dispersarme, pecador y voluble, pero poco a poco, con el tiempo, aprendo a controlar a mis demonios para que se pongan a mi servicio.

Y de esta forma, cuando me hace falta y los acontecimientos me sobrepasan conecto con mi interior y saludo.

- Bienvenido, Mr Hyde.

lunes, 22 de febrero de 2010

TENGO UN PLAN



TEXTO: Miquel Farriol
LECTURA: Julián Gijón

Mi colega, el tipo del quiosco, se iba a poner como una furia cuando viera que faltaban varias piezas en el teclado de su ordenador y que tendría que proveerse de un nuevo "ratón" algo más resistente.

-¡Juro que intenté ser delicado!, pero estas máquinas no están hechas para durar.

Me conecte a Internet, buscando información sobre algunas personas que sabía estarían presentes en la reunión en la que representaría al librero y con las que me convenía conversar, y si eso no era posible, intentaría acercarme, saludarlos y brindarles una de mis mejores sonrisas.

Lo tenía todo calculado y bien pautado, pero convenía dar un repaso a cada uno de los diez pasos de mi plan maestro en busca de oportunidades.

Es sabido que el posicionamiento social muchas veces viene dado por la gente a quien conoces, cuanto más relevante, más cerca estas de ser participe de primicias políticas, sociales y de negocios, ampliando tus conocimientos y tu bagaje para tomar decisiones y ser eficaz frente a nuevas vicisitudes.

Ser el más informado seguro que me da ventaja.

La conferencia, a la que asistiré en pocos días, trata sobre el nuevo modelo de comercio que se aplicará en este nuevo año y donde de manera implícita se liberaliza la globalización de las grandes marcas y la implantación de superficies comerciales de miles de metros cuadrados y que hasta ahora, en Catalunya, regulaban los propios ayuntamientos otorgando licencias y terrenos según criterios locales. A partir de enero la cosa cambia y puede romper con el modelo tradicional de comercio de proximidad que conocemos.

Como veis, la reunión es importante, y en ella estarán algunos de los máximos responsables que deben tomar decisiones en los próximos días.

Mi primer objetivo consiste en indagar sobre esas personas que me interesan y averiguar el nombre y apellido de algunas de ellas, así como su profesión y su importancia dentro del engranaje. Memoricé una reverencia para cada uno de ellos y establecí una secuencia para el acercamiento. Siempre es de gran ayuda conocer a alguien del círculo al que utilizar como puente y pedirle que te acompañe a saludar a otros. Y yo ya era perro viejo.

En mi nuevo rol de gárgola salvadora, tenia que diseñar una buena presentación verbal, algo corto y específico, de no más de 20 segundos en los que se entendieran mis necesidades y lo que ofrecía.

Aquel era el segundo paso a fijar en la estrategia.

Después del saludo previo, modulare mi voz para que no resulte tan oscura y me presentaré:

-GÁRGOLA IMPASIBLE, responsable de expansión, encantado de conocerle, ¿Puedo hacerle una pregunta?-

El tercero de los puntos va ligado al anterior ya que se ejecuta al mismo tiempo.

Extenderé amigablemente mi garra, mirando a los ojos del invitado, con la mejor sonrisa ensayada durante horas en el almacén y que disimulaba mi prominente mandíbula haciéndome parecer interesado y agradecido de ser atendido.

Para aquella cita estaba decidido a llegar de los primeros, eso me daba la ventaja de actuar como anfitrión y no como un invitado que se tiene que acomodar lejos de los mejores sitios. Ganarte tu espacio desde los primeros instantes es primordial y ser el que recibe al resto de asistentes siempre da lugar a presentaciones y pequeños vínculos que conviene cuidar.

Una sala llena de desconocidos puede intimidar pero lo mejor es obligarte a circular he intentar reconfortarte acercándote a los grupos que veas más accesibles, seguro que en la reunión hay más gente en tu misma situación que agradecerán que te intereses.

Fin del cuarto punto.

El quinto apunte de este manual puede parecer banal, pero puede ser el más complicado.

 ¿De que hablaré con una persona a la que no conozco?

Si es posible evitaré los tópicos, pero sin forzar los temas, recuerdo que, en las presentaciones, es importante memorizar el nombre de quien estrechas la mano, el color de sus ojos, su profesión y sus expectativas y que estáis allí por un motivo común. Si muestro interés por saber más sobre las actividades o puntos de vista del extraño, deja de serlo.

Tengo poco tiempo para despertar interés. Temas como el tiempo, la crisis y las fiestas tienen poco recorrido y no conducen a ningún sitio. Intentaré ser más directo, pero sin ser agresivo.

Tantas vigilias en la cornisa, sin compañía, me sirven de entrenamiento para mantener la boca cerrada, y ser un excelente confesor, que escucha, empatíza y resuelve.

En esta fase, la sexta de la lista, subrayo el hecho de que a la gente le gusta ser escuchada y les reconforta poder explicarse y dar su opinión sobre lo que les preocupa. Por esa razón en este sexto punto estoy dispuesto a ser el más servil de los oyentes, dejando que sean los otros los que me aporten nuevas inquietudes. Yo por mi parte, realizaré mi propia lista de afinidades para cada uno de los nuevos conocidos.

Como en la quinta parte, el séptimo paso supone un nuevo esfuerzo. A aquellas alturas del evento ya debo de estar en situación de alejarme de las personas que más conozco.

En los días anteriores había visitado a mi peluquero preferido para que me rasurara las cerdas de la espalda, había pulido mis colmillos y bronceado mi acartonada piel para disimular el tono cetrino que te proporciona la luz lunar, y pienso que mi aspecto impecable, las muecas reconfortantes que el quiosquero me ayuda a perfeccionar y mi buena disposición para resultar empático serán suficientes armas para no despertar el rechazo habitual y con sutileza infiltrarme en los grupos claves, que fácilmente reconoceré por estar rodeados de el resto de gárgolas convocadas.

Ya he recogido las tarjetas impresas que pienso repartir entre los invitados, y aunque parezca pedante distribuiré cuantas me sean posible, sin escatimar. Con ello me aseguro que el octavo punto llega a buen término. Durante los días posteriores al encuentro muchos de los invitados seguirían recordándome, no solo por mis pupilas amarillentas o por que devoré los canapés con avidez ya que una simple cartulina con un logotipo a cuatro tintas me mantendría presente y tal vez, si se da el caso, decidieran llamarme. Del mismo modo, yo recogeré y animaré al resto para que me den sus propias tarjetas de presentación.

El noveno momento para aquella velada y después de haber hecho una buena prospección entre los invitados consistirá en "conectar" a distintas personas realizando presentaciones y acompañando a los interesados por la sala hasta otros grupos. Si acierto y hago una buena selección seguro que se sentirán agradecidos y por eso mismo me tendrán en cuenta en sus planes. La conexión entre redes sociales, el "Networking", siempre es una vía de dos caminos.

Y por fin, el décimo apunte de este decálogo. Si todo va bien, al acabar la noche, mi agenda de contactos estará bien nutrida y si afino la puntería, y estrecho las manos adecuadas, tendré en cartera algún compromiso que compensará todo aquella danza de muecas sutiles. Ahora ya solo me quedará cuidar esos contactos. Seguir nutriendo con aportaciones a la red, cumpliendo compromisos adquiridos, recordando fechas importantes y obligándome a hacer un seguimiento lo más amplio posible del resto de integrantes del grupo, para que ellos me tengan siempre presente, siempre a su lado.

Del uno al diez, un plan perfecto. Si no me salto ninguno de los pasos, en breve ganare un espacio en los círculos que me interesan. Tampoco es tan difícil, solo es parte de mi trabajo.

lunes, 8 de febrero de 2010

EXPLORADORES



TEXTO: Miquel Farriol
LECTURA: Julián Gijón

Esta es una de esas historias que nadie sabe si fue verdad o un canto de buhoneros que se ha transmitido a través del tiempo convirtiendo una realidad mundana en una historia épica llena de romanticismo.

Yo, la contaré como me la contaron. O como mi memoria la recuerda.

Los exploradores llevaban tiempo descendiendo por aquella angosta escalera que viraba siempre a la derecha en una estrecha espiral. El giro era tan cerrado que apenas podían ver un par de escalones antes de que la penumbra los devorara. La luz de sus antorchas se frenaba entre la curva de la pared y el techo que se hundía paralelo a los escalones.

Cuando emprendieron el viaje eran conscientes de que este iba a ser largo y tormentoso, y que el riesgo estaría presente en muchos rincones. Durante el trayecto, siempre fueron forasteros y como a tales, las gentes que encontraban a su paso, siempre les devolvían miradas de recelo.

Si caían simpáticos, algunas veces eran invitados a haciendas de algún personaje renombrado, donde despertaban curiosidad y se les veía como bufones divertidos y grotescos. Igual que una de esas cosas que produce rechazo pero que no puedes dejar de mirar.

Les ofrecieron tratos, consejos y acuerdos con el fin de aprovechar el vigor que los exploradores transmitían. Pero ellos siempre decían que había que ir más allá, tras las últimas montañas. Entonces los acuerdos se enfriaban y los consejos se convertían en coacciones, pues nadie estaba dispuesto a arriesgar su estatus y añadirse a la caravana de insensatos.

De vuelta al camino, los nómadas, afrontaban en soledad las penurias y calamidades con el mayor de los ánimos. Aunque algunos flaquearon y finalmente tomaron el camino de regreso a casa.

A pesar de la opresión que se respiraba en la escalera de caracol, los ánimos eran buenos y los hombres se motivaban unos a otros seguros de que el fin del descenso estaba cerca.

Según sus mapas y siguiendo las indicaciones de algunos funcionarios con los que tramitaron visados y permisos, allí estaba la morada de los Guardianes de la Llaves, Señores de los Cien Reinos que salvaguardaban el equilibrio y la armonía entre tierras fronterizas.

La gran sala se abrió de repente frente al primero de la comitiva, dejándolo aturdido.

Después del pesaroso descenso por la estrecha escalera, ante ellos, una fría estancia de medidas imponentes se mostraba intimidante.

Al fondo, ante los recién llegados, una tarima con columnas y cortinajes elevaban del suelo un gran escritorio tras el que se percibían siluetas acomodadas en tronos.

El portavoz de los viajeros se adelantó unos pasos, acercándose a la plataforma y se inclinó ante ella. En su corazón sentía un gran alivio, la grata sensación del trabajo bien hecho. Después de varios años de peregrinaje, aquel día, por fin, llevaría su mensaje a quienes podían propagarlo y darle sentido y cuando le otorgaron la palabra se obligó a mantener la calma para no atropellarse con su ímpetu.

Los Virreyes escucharon con la sonrisa torcida cada una de las propuestas, que antes, sus lacayos, ya les entregaran en varios pliegos de papiros.

Sabedores de las intenciones de los exploradores, les escucharon corteses, pero con una decisión tomada en cónclave secreto y que no estaban dispuestos a discutir. Así. Prudentes ante la posibilidad de que los forasteros se enfadasen y montasen un escándalo, o quien sabe, hasta una revuelta, habían planificado un cuidadoso plan para dividir y menguar sus fuerzas.

Cuando expusieron los términos del acuerdo, los viajeros se miraron confundidos, aquellos tipos eran listos, y se notaba que habían trabajado a fondo las cláusulas del contrato. En él no había fisuras y no dejaba márgenes para enmiendas ni peticiones. Lo más duro era que se cercenaba el mensaje principal por otro adaptado al gusto de cada uno de los Señores y se les aconsejaba que a partir de aquel momento dejaran de predicar sobre tiempos modernos y cambiantes y que fuera mejor que actuaran con discreción y que se acomodaran en un rincón del enorme salón. Allí estarían resguardados, seguros y bien alimentados.

El portavoz de los viajeros no se humilló ante los jueces del escritorio. Con voz pausada volvió a su alegato principal y a la libertad de propagarlo entre aldeanos y granjeros, entre gentes de bien que no tienen porque permanecer en la inopia. Y que son merecedores de recibir su parte de los recursos que los Jerarcas administran.

El resultado de su insolencia fue terrible, los Guardianes de las Llaves, ofendidos, les dijeron que allí ya no había sitio para ellos, que las cosas no iban a cambiar y que tomarían represalias para que nadie les apoyara ni les diera cobijo.

Decepcionados y exhaustos, los exploradores, volvieron la vista atrás. La angosta escalera se retorcía ante ellos como una negra boca que devoraba todo el esfuerzo realizado. Si regresaban, todo habría sido en vano y nada cambiaría en sus aldeas.

Tras la gran escribanía que se alzaba en el pedestal, un portón de gruesos tablones y ornamentos de hierro permanecía cerrado con un cerrojo. Los cortinajes y terciopelos que se descolgaban de las columnas casi lo ocultaban del todo, pero la trémula luz de los candelabros lo iluminaba en parte, llamando la atención de los viajeros que preguntaron a donde conducía.

 Nadie lo sabe.- Contestaron los apoltronados mecenas- No se debe abrir, siempre a estado cerrada.

 ¿No os interesa lo que se oculta tras estos muros?

 Puede ser peligroso. Los que llevamos tiempo aquí sabemos que no es conveniente jugarse el tipo sin tener unos buenos agarres que aseguren los dientes- Contestó el que parecía el Sacerdote Mayor- No es bueno provocar a lo desconocido.

 ¡Yo la abriré!- Se exaltó uno de los viajeros.

 Si lo hacéis os negaremos el derecho a volver. Estaréis solos a perpetuidad frente a lo que acontezca y no recibiréis ayuda, ni ningún tipo de compasión si los abismos se abren bajo vuestros pies. ¿Comprendáis lo que os digo? Si atravesáis esa puerta ya no podréis volver atrás.

Yo lo cuento, como a mí me lo contaron aunque, tal vez, solo sea un cuento de gárgolas o los delirios de un escribano caído en el olvido. En todo caso, la historia aún no tiene fin. Los viajeros, se dice que; abrieron la puerta, desoyendo las injurias de los Jefes de Sala y se encaminaron hacia un nuevo destino.

Aún hoy se recuerda como cuando les preguntaron por qué lo hacían. Contestaron.

 Somos exploradores.