jueves, 25 de agosto de 2011

CUANDO REGRESES DEL HORIZONTE

            
 Apoyado en la barandilla de la cubierta más alta del crucero, se giró hacia el océano y se despidió de su inmensidad. Cerró los ojos mientras el aire le alborotaba los cabellos respirando con serenidad.
            El buque arribaba a puerto y sus pasajeros se asomaban excitados a los balconcillos, saludando con la mano y disparando sus cámaras fotográficas. En unos minutos, deslizarían las pasarelas para el desembarco en el muelle. Para unos, el viaje, terminaba, otros aun tendrían que hacer mucho camino.
            La dársena estaba llena de gente emocionada que tiraba confeti y serpentinas. Hacían ondear banderines y pancartas con lemas pintados. También vio como, algunas cámaras de medios de comunicación profesionales con las acreditaciones prendidas en el pecho de sus vestidos, se abrían paso con soberbia entre la masa de ciudadanos.
            Siguió su turno en la cola, avanzando despacito hacia la pasarela. Aquel comité de bienvenida no iba con él, cuando llegara abajo, lo esquivaría como mejor pudiera para alejarse cuanto antes del tumulto. Por suerte, fuese quién fuese la celebridad que esperaban, desembarcaría la última, por expresa indicación del capitán del crucero, para evitar que colapsara el paso, mientras acaparaba la atención de los flashes.
            Tirando de la maleta, con el equipaje, por un estrecho pasillo abierto entre la multitud, se alejó del desembarcadero hasta llegar a la zona de servicios. El aparcamiento donde se estacionan los taxis aun quedaba lejos, tras el edificio de consignas y el enorme restaurante del club náutico.
            Empezaba a llover, gotas grandes que iban tiñendo el suelo con rapidez. Un viento húmedo, que venía del mar le zarandeo con fuerza y tuvo que protegerse bajo un toldo, apretujándose contra la fachada del restaurante.
            En el muelle, el baño de masas se disolvía contrariado, la lluvia arreciaba desluciendo la solemnidad y el regocijo, las ganas de ovación se enfriaron y pronto empezaron a dispersarse. Todo pasó tan rápido que no pudo ver quién era aquel al que esperaban y que había suscitado tanta expectación.

            Al final, ni a él, ni al famoso, los recibían como se merecían.

            Desde donde estaba, en su pequeño refugio, tenía una buena perspectiva de la bahía artificial y si miraba más allá de los yates y buques de recreo fondeados en el puerto, el mar le ofrecía un espectáculo extraordinario.
            Los nubarrones de tormenta soltaban su furia sobre un mar picado por la galerna y todo se había oscurecido con una pesada luz grisácea. Solo alguna boya de amarillo reflectante cabeceaba capeando los vaivenes de las olas.

Al final de aquel océano crispado, una línea blanca acaparaba toda la luz, dividiendo el cielo y el mar, como asegurándose de que existe el arriba y el abajo y de que el mundo se divide en oscuras fosas abisales y un inmenso mundo de aire con dioses irreconciliables. Se maravillaba del espectáculo pero, su pragmatismo natural le recordaba que el horizonte visual esta mucho más cerca de lo que parece y que el engañoso infinito es un ardid de nuestro cerebro, aunque aun jugueteó un buen rato con sus fantasías, recreándose en la idea de una Tierra plana, limitada por precipicios y terribles cataratas.
            Con grandes zancadas, tres hombres y una mujer con gafas de sol corrían para parapetarse en el mismo lugar que le servía de protección. Se apretujaron a su lado, completamente empapados, maldiciendo el súbito cambio de tiempo.
            A pesar de las inapropiadas gafas oscuras, no le costó reconocer a la chica como a la ganadora de un reality televisivo y uno de los hombres le resultaba familiar. Los otros dos discutían sobre los términos de un contrato y no parecía que fuesen a ponerse de acuerdo.
No le apetecía compartir su espacio, pero la borrasca le mantuvo cobijado bajo la lona y volvió a ensimismarse en sus desvaríos.


En un mundo acotado por horizontes que conducen a la nada, donde la distancia hasta el precipicio se puede contar con pasos y los caminos se cortan obligándole, a uno, al regreso como única alternativa, tiene sentido la mitología, los temores que nacen de lo desconocido y la parsimonia del inmovilismo. En esa Tierra plana, se entiende que, con sus bordes ya explorados, la apatía de los emprendedores se arraigue y creen nuevos mitos, y comprendía que endiosaran a becerros dorados para que iluminaran su falta de expectativas. En un mundo con márgenes infranqueables, finito y medieval esos comportamientos estaban excusados por la ignorancia y el oscurantismo, pero hoy, en este siglo, aquella perspectiva llena de limitaciones le parecía patética.

Cuando emprendió el viaje de regreso se sentía un poco como aquellos míticos exploradores que incapaces de franquear los límites del horizonte, volvían a puerto contando historias sobre remolinos de agua que engullían las naves y abismos oscuros que le impedían seguir con la travesía, justificando con aquellos cuentos, su fracaso. Para él, la aventura, terminó en un lujoso despacho, donde, con muy buenas palabras, le negaron la financiación para su proyecto. En ese momento de decepción creyó que había llegado al límite de sus posibilidades y tiró la toalla. Volvía a casa para contar como serpientes marinas le barraron el paso obligándole a regresar con las manos vacías. 

-          ¡Maldita lluvia!, me ha jodido bien

La voz aguda de la mujer le devolvió de sus pensamientos.

-          ¿Es qué no va a parar nunca?- Parecía que se dirigía a él, porque, los tres acompañantes, hablaban por sus respectivos teléfonos intentando que alguien los recogiera.
-          Estas tormentas no suelen durar, pero son muy intensas.- Le dijo por cortesía.
-          ¿Eres de aquí?
-          Sí.
-          Lo lamento ¡Esto es el culo del mundo!
-          No esta tan mal, es un lugar acogedor.- Intentó no sentirse agredido por el comentario.
-          Entonces ¿Por qué te largaste?, te vi en el barco.
-          Negocios…
-          Yo estoy aquí por lo mismo, ¡Eso si para de llover y llego a tiempo a la entrevista! ¡Mierda! ¿No llegará nunca ese coche? ¡Voy a perder una pasta increíble si no me presento!

            Los acompañantes de la chica hacían lo posible por ignorarla, cansados de sus continuas quejas y falta de modales. Se notaba que sentían desprecio por ella y que solo la soportaban por ser la última gallina de huevos de oro. El becerro dorado de moda.

            Unas espesas nubes se rozaron y de su fricción nació un estruendo que hizo vibrar el aire, asustando a la muchacha. Con un respingo se apretujó contra él, agarrándole el brazo y sintió su cuerpo desvalido con las ropas empapadas. Se percató de que era apenas una niña, una adolescente que viajaba por una Tierra plana, sin más futuro que el fracaso. Aun así, ella, arrastrada por su propio éxito, era incapaz de ver más allá de la inmediatez, desaprovechando las posibilidades del viaje.
            Contempló aquel rostro juvenil excesivamente maquillado con labios poco naturales, que le daban cierto aire cabaretero, anhelando que algún día se diera cuenta de que el éxito en la vida es maravilloso si perdura, pero para que la fortuna sonría, hay que buscar con tesón y no dormirse en los laureles. Tener perspectiva buscando siempre el punto de fuga. 

            Le venían ideas a la cabeza, ráfagas de inspiración causadas por un sexto sentido que le mantuvieron absorto, mientras la muchacha seguía aferrada a su brazo, tiritando de frio con los pies mojados y un mohín de disgusto infantil. Con cada trueno de la tormenta un nuevo pensamiento explotaba en su cerebro como si fueran voces que le gritaban ofendidas.

“Si regresas y cuentas que llegaste al horizonte, te estarás mintiendo a ti mismo”

-          La Tierra, no es plana. El horizonte no existe, solo es un truco, un efecto óptico.
-          ¿Qué coño estás diciendo? Tío – Se sorprendió la niña.

Le soltó el brazo y se apartó de él. Lo miraba por encima de la montura de las gafas, como si fuera un bicho raro y dando un paso atrás se unió a sus acompañantes. Él, divertido agarró el asa de la maleta y abandonó la protección del toldo para regresar a la rampa que le devolvía al muelle, sin hacer caso de la tormenta ni del viento que lo zarandeaba, se dirigió a la consigna, allí estaba la oficina de aduanas y la agencia que tramitaba los pasajes.

Se embarcaría de nuevo, para enfrentarse a los tentáculos de los gigantescos cetáceos que habitan en el horizonte hasta cruzar los confines y sobrepasar el límite, por una simple razón; no existen, solo son mitos.

Si al final, perdía y un vórtice marino lo engullía o se despeñaba por el acantilado del fin del mundo se sentiría satisfecho igualmente por lo aprendido durante el viaje y orgulloso por su osadía desafiando al horizonte, que nunca más le privaría de ver que se oculta tras aquella línea irreal.

La lluvia y una adolescente sin  proyectos fueron su pasaje de vuelta a la aventura.


1 comentario:

Janial dijo...

Excelente. Da gusto leer, de vez en cuando, cuentos medianamente largos en estos espacios de internet en los que parece que nos cobran por las palabras, de lo breves que se hacen algunos relatos. Pero, si bien, este cuento tuyo me parece nuevo, me da una cierta sensación de haberte leído algo muy similar hace algún tiempo. No sé si es la atmósfera general o qué.